Texto del evangelio Lc 1,39-45 – Bendita tú entre las mujeres
39. En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá;
40. entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
41. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo;
42. y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno;
43. y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
44. Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.
45. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
Reflexión: Lc 1,39-45
Realmente creemos que hay que ser muy, pero muy mezquinos para no reconocer la grandeza de María, no por ella misma, que siendo indudablemente muy virtuosa y seguramente más virtuosas que nadie en este mundo, no deja de ser una más de nuestra especie, sino porque Dios puso sus ojos en ella, para hacerla nada menos que madre de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. ¿Puede haber mayor honor, mayor distinción en este mundo? Quien lo niega es un necio, un envidioso, un soberbio o un extraviado, que no sabe lo que dice, ni es capaz de reconocer y diferenciar el día de la noche. No puedo encontrar razones para no ir a felicitar a un verdadero amigo, para felicitarlo si recibe una alta distinción y reconocimiento de su comunidad. ¿Habría de regatear adjetivos y dejar de ponderar su bien ganada distinción por ser como yo? ¿No sería esta una señal de mezquindad, de envidia o quien sabe que retorcido sentimiento? ¿Con qué intención recortaría sus méritos? ¿Con qué justificación? ¿Lo haría por considerarlo inmerecido? ¿Es que tal vez yo lo merecía más o alguien a quién yo tendría que designar, alguien de mi gusto, de mi preferencia? ¿Es que quien o quienes confirieron tal distinción no son nadie o no son dignos de crédito alguno? No podemos encontrar otro motivo para no reconocer la distinción que hace Dios en la Virgen María, que bajeza y mezquindad propias del demonio, que busca cualquier resquicio, cualquier motivo para desnaturalizar, desacralizar la Voluntad de Dios, sembrando confusión. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
Nosotros los católicos, no adoramos a la Virgen María. Ella no es Dios, pero por obra y Gracia de Dios, es la Madre de Dios. Esto es un Misterio, es verdad, algo que desafía y escapa a nuestra razón, pero no es Dios eso mismo. Entonces la primera y gran pregunta tendría que ser: ¿Creemos en Dios? No en un dios que se ajusta a tus criterios, a tus limitaciones, a tus capacidades; un dios creado por ti, a tu gusto, a tu imagen y semejanza, según tu limitada sabiduría y percepción, sino el Único Dios Verdadero, Creador del Universo, el Dios Padre que Jesucristo viene a Revelarnos. ¿Cómo es este, el verdadero Dios, el Único Dios? Nos lo revelan las Escrituras. Si queremos conocerlo sinceramente, hemos de acudir a ellas, del mismo modo en que debemos ver el arcoíris, vivir en una familia y ser amados para entender el amor. Hay que recurrir a alguna fuente externa y no basta con solamente explorar nuestro corazón, si bien es cierto en el encontraremos la impronta dejada por Dios. Pero es en relación con los demás, con el mundo y con Dios que lo encontramos. Porque todo está unido a un solo fin, hacer Su Voluntad. Y esta es que seamos felices, alcanzando la Vida Eterna, que para eso fuimos creados. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
Hay un solo camino para alcanzar este fin, pero nuestra soberbia y necedad nos llevan a desconocer lo evidente, lo que Dios ha dispuesto, Su Voluntad, para tentar otras vías, otros caminos propuestos por nosotros u otros como nosotros, todos los cuales conducen a la perdición y al fracaso. No, no estamos destinados a eso, pero si no aplicamos las capacidades de las que hemos sido dotados para descubrirlo y si no hacemos caso a todas las señales y ayudas que Dios no envía para no equivocarnos, terminaremos perdiéndonos irremediablemente. Precisamente con el propósito de evitar que nos extraviemos, con el propósito de Salvarnos, Dios mando a este mundo a Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo y entre los miles de millones de mujeres, escogió a la Virgen María para que fuera Su Madre. María era una joven mujer pura y sin mancha que vivió hace poco más de 2mil años. Así como fue escogida ella, fue escogido aquel tiempo, por Voluntad de Dios. Quién era ella y por qué en ese tiempo son hechos que escapan a nuestra perspectiva, porque corresponden a los Planes de Dios, que van más allá de cuanto podemos imaginar, especular o adivinar. Frente a Dios, como lo podemos comprobar a lo largo de nuestras vidas y la de la humanidad entera, solo nos queda inclinar la cabeza para agradecer su amor misericordiosos y su bondad. Discernir Su Voluntad y llevarla a cabo es lo más sensato y por lo tanto, Gracia que debemos pedir, porque de ello depende alcanzar la felicidad para la cual fuimos creados. A todo esto aporta María, por Gracia de Dios, siendo la Madre de Jesucristo. ¿Digamos sinceramente si esto nos parece poco? Esto es lo que reconoce Isabel en este pasaje y lo que reconocemos los fieles en la Iglesia Católica. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
Oremos:
Padre Santo, te damos gracias por enviarnos a Tú Hijo Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor, quien naciendo de la Santísima Virgen María, vivió, murió y resucitó para enseñarnos el Camino, la Verdad y la Vida…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
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