Mateo 4,18-22 – al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron

Texto del evangelio Mt 4,18-22 – al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron

18. Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores,
19. y les dice: «Vengan conmigo, y los haré pescadores de hombres.»
20. Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron.
21. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó.
22. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

Reflexión: Mt 4,18-22

Cuánto podemos aprender de la respuesta de estos discípulos. Vamos reflexionando y desmenuzando lo que nos dejan notar. Primero podemos observar que no se trataba de gente ociosa, recostada en la playa, sin tener nada que hacer. No, se trataba más bien de pescadores, gente sencilla y ruda, acostumbrada al trabajo exigente y fuerte, en condiciones variables, que podían depender del clima, la abundancia de peces y la necesidad. Se encontraban dedicados a los quehaceres propios de su labor, preparándose seguramente para echarse a la mar, cuando pasa Cristo y los llama. Reflexionemos unos segundos en ello. Jesús no busca a la gente desocupada y por lo tanto libre de responsabilidades, sino a gente trabajadora, comprometida. Esto debe servirnos desde el comienzo para no poner excusas cuando sentimos el llamado, como nuestra falta de tiempo o nuestras múltiples ocupaciones, para no seguir a Jesús. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

Algo más que podemos aprender de estos discípulos. No se trata de huérfanos, gente solitaria y sin ningún compromiso, que podían disponer de su tiempo a su antojo, porque nadie los iba a echar de menos. Al menos de los últimos se dice que estaban con su padre y lo dejaron. Por el texto no podemos establecer si eran casados o si tenían hijos, pero es muy probable que así fuera, pues no se trataba de niños, ni adolescentes, sino hombres adultos, que en aquel entonces y de acuerdo a los usos y costumbres, ya tenían edad para estar casados. ¿Cuál es la importancia de este hecho? Que ninguno puso como excusa a sus familiares y las obligaciones que tenían con ellos, como vemos tan frecuentemente ahora cada vez que el Señor nos convoca. Inmediatamente ponemos el parche que tenemos que atender a nuestros papás porque están viejitos o nuestros hijos que son muy pequeñitos. Somos el único sostén de nuestro hogar: ¿Cómo lo vamos a dejar? Todas excusas para no hacer lo que tenemos que hacer, como veremos. Ahora vamos al tercer aspecto, porque más de uno estará diciendo, “yo nunca me he encontrado con el Señor” o tal vez “si a mí me hubiera buscado el Señor yo hubiera hecho lo mismo que estos discípulos”. ¿Estás seguro? Después de la guerra todo el mundo es general. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

Resulta muy fácil marcar distancia con el Señor en este pasaje, porque ni somos pescadores, ni estamos en aquella época y ni el Señor ha venido a llamarnos. ¿Estamos seguros de eso? Pues fijémonos que nada de esto es totalmente cierto, porque el Señor pasa a cada instante por delante de nosotros y nos convoca a seguirlo, haciendo lo que Él hace. ¿Qué hace? Pesca hombres; convoca hombres; persuade a hombres y mujeres para que lo sigan. ¿En qué quiere que lo sigamos? Amando a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Esta es la doctrina de Jesús que debemos practicar cada instante de nuestras vidas. La pesca a la que se refiere Jesús es precisamente la de hombres y mujeres que entiendan su mensaje y lo pongan en práctica. Esto es lo que todos debemos hacer y en eso consiste el seguimiento de Jesús. No importa donde estemos, ni qué es lo que hagamos para vivir, tenemos que estar dispuestos a dejarlo todo y seguirlo, poniendo esta misión en primer lugar. Dejarlo todo para seguirlo; para hacer lo que nos dice. ¿Qué significa dejarlo todo en nuestra vida cotidiana? Pues estar dispuesto a intervenir en cada situación que se nos presenta con todo lo que somos y podemos, sin hacer fríos cálculos de conveniencia. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

Algunos ejemplos nos ayudarán a entender mejor como es verdad que el Señor requiere a cada momento que lo sigamos y no siempre estamos dispuestos a hacerlo, por puro egoísmo y comodidad, porque hacemos rápidamente nuestros cálculos y nos negamos, por encontrar que no vale la pena lo que dejamos por la retribución esperada. Veamos: ¿cuántas veces nos han propuesto para ser delegados de las clases de nuestros hijos o dirigentes de los padres de familia o de la asociación de trabajadores o del sindicato? ¿Cuál ha sido nuestra respuesta? ¿No podemos vernos frecuentemente dando excusas para no participar? ¿Por qué? Porque tenemos muchas cosas que atender, porque tenemos muchas obligaciones. ¿Y el bien común? ¿Y aquellas condiciones de liderazgo, empuje o sapiencia que los demás ven en ti y que los lleva a depositar su confianza, no cuentan? ¿Cuántas veces ocurren situaciones de injusticia en nuestro delante, donde alguien arremete sobre un débil o indefenso de acción o palabra y nos quedamos quietos, con la boca cerrada, no vaya a ser que nos caigan a nosotros también y nos veamos comprometidos en nuestro tiempo, nuestros bienes o nuestra integridad? ¿No estamos casi siempre calculando nuestras ventajas antes de acudir al llamado urgente que nos hace nuestro prójimo? Pues este es el llamado cotidiano de Jesús, al que constantemente vamos diciendo no, hasta que nos acostumbramos a pasar indiferentes, mirando de lejos, como espectadores en el mundo. Jesús quiere que nos desinstalemos y participemos activamente en la evangelización. Eso es ser pescadores de hombres. No sentarnos a esperar que nos llame una y otra vez, sino salir a la primera y luego disponernos a intervenir y participar activamente, allí donde estemos, allí donde nos ponga, porque no existe actividad humana que no pueda ser cristianizada, ni comunidad que no requiera la presencia de Dios guiando nuestros pasos. El seguimiento debe ser de una vez y para siempre, teniendo en cuenta que es Dios mismos el que nos convoca y, visto con los ojos de la fe, nada puede haber más importante o prioritario en nuestras vidas. Además, jamás el seguimiento de Cristo estará reñido con el amor al prójimo, sino que por el contrario lo fortalecerá. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

Oremos:

Padre Santo, que escuchando Tu llamado, dejemos todo cuanto nos tiene ocupados, cuanto tenemos y nos pongamos inmediatamente a seguirte, por donde vayas, con la absoluta confianza en que ello será lo mejor a lo que podemos dedicar nuestras vidas…te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

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