Texto del evangelio Lc 19,1-10 – el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido
1. Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad.
2. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico.
3. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura.
4. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí.
5. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.»
6. Se apresuró a bajar y le recibió con alegría.
7. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.»
8. Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.»
9. Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham,
10. pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»
Reflexión: Lc 19,1-10
Se dice muy fácil, pero es difícil admitirlo, peor aún, aceptarlo. Pensemos por un momento en los personajes más antipáticos de nuestra localidad, aquellos que nadie puede, no solo porque son escandalosamente ricos, sino que encima son avaros y no perdonan un solo céntimo a sus acreedores, que por lo general son gente humilde y de escasos recursos. Algo así tendría que ser la fama de Zaqueo entre la gente del pueblo que seguía a Jesús, así que podemos entender cuál sería la reacción de estos al ver a Jesús entrar en la casa de este publicano que encima era jefe. Tengamos en cuenta que los publicanos cobraban impuestos para Roma, es decir para el Imperio que los tenía sometidos. Imaginemos cuanto podían aborrecerlos y despreciarlos. Allí precisamente entra Jesús con toda decisión. Pero Zaqueo, por lo visto, era un hombre inteligente, al que no se le había escapado quién era Jesús, reconociendo inmediatamente el privilegio de tenerlo en su casa. Ello unido a la conversación que seguramente tuvieron, lo persuadió inmediatamente de cambiar, desprendiéndose de la mitad de sus bienes y devolviendo el cuádruple a quienes había defraudado. Es decir, reconoce que no había sido justo. Es evidente que no pudo resistirse a Jesús y en el acto adoptó medidas correctivas, enmendando hasta donde le era posible sus errores. «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»
La respuesta de Jesús a Zaqueo, no se deja esperar y es de esperanza y perdón. Es así que llega la salvación a nosotros, los pecadores, como la respuesta a nuestras decisiones y acciones. Jesús se aproxima a nosotros con paso firme y decidido, pero está en nosotros dejarlo entrar o no, sin importar nuestra nacionalidad, genero, edad u ocupación. Él ha venido a buscar a las ovejas perdidas, así que hemos de abrirle y dejarlo pasar. Oírle y ponernos a Sus órdenes, dejándonos transformar por su Palabra y rectificando nuestro proceder, compartiendo lo que tenemos con nuestros hermanos y pagando nuestras deudas, con mayor razón a quienes defraudamos. No hay aquí ningún juicio ni acción legal, sino tan solo el reconocimiento personal y honesto de quien conoce sus errores de acción y de omisión, enmendándose en el acto. Así, podemos ver que la conversión mueve a respuestas concretas. Estas constituyen el compromiso voluntario de quien comprende el mensaje del Señor, que ha venido a servir y no a que lo sirvan. Zaqueo se constituye así en ejemplo de conversión. «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»
El Señor ha venido por los extraviados. ¿Quiénes son los extraviados de nuestro tiempo y lugar? Muchos políticos ocupan este espacio. Hombres y mujeres que mienten sin ningún escrúpulo con tal de alcanzar sus mezquinos propósitos. Hombres y mujeres que desatan violencia entre sus congéneres con tal de despojarlos de sus bienes, para incrementar su riqueza, sin reparar en el daño que hacen a los más indefensos e inocentes. Hombres y mujeres que son dueños de toda la riqueza de la sociedad, que la mantienen impávidos, mientras los menos favorecidos padecen de enfermedades, hambre, sed, y cuanta carencia podemos imaginar. Hombres y mujeres que fabrican armas de destrucción masiva, que no tienen ningún reparo en venderlas a quienes les paguen el precio, sin importarles credo, ideología o raza, que se rasgan las vestiduras cuando estos las emplean contra ellos mismos, calificándolos de terroristas y arrasando sus países a nombre de principios que tan solo obedecen cuando les conviene o pueden sacar provecho de ello, pero que ignoran en cuanto siente que les son desfavorables. Hombres y mujeres que han construido un mundo a su medida y agrado, gravitando sobre la acumulación de dinero y poder. Un mundo en el que no hay espacio para los despojados, a no ser al servicio del dinero y el poder. Un mundo asimétrico, en el que a pesar de haber sido creados semejantes, unos ejercen dominación sobre otros, al extremo de obligarlos a servir con una paupérrima retribución que no alcanza para cubrir adecuadamente sus necesidades básicas. Un mundo depredado y explotado, al extremo del exterminio y desaparición de riquezas no renovables. El Señor ha venido por estos extraviados, defensores y mentores de un sistema inhumano e injusto, que sin embargo no se reconocen como tales, sino que tildan a los explotados como extraviados, por no sobrellevar con obediencia y resignación su situación, alterando el orden que favorece su situación dominante. «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»
Oremos:
Padre Santo, qué difícil resulta reconocer nuestros errores y enmendarnos, cuando aconsejados por la soberbia, despreciamos a los humildes, a los que no piensan ni viven como nosotros, tal vez porque nunca han tenido la posibilidad, porque nosotros mismos se lo hemos impedido. Danos tu luz para saber reconocer el mal que hacemos y el coraje y generosidad para enmendarlo…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
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