Mateo 22,34-40 – dos mandamientos

Texto del evangelio Mt 22,34-40 – dos mandamientos

34. Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo,
35. y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba:
36. «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?»
37. El le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
38. Este es el mayor y el primer mandamiento.
39. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
40. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.»

Reflexión: Mt 22,34-40

¿Por qué será que a los hombres nos gusta complicarlo todo? A veces es pura vanidad, para hacer ver o creer que las cosas son tan complicadas que tan solo unos cuantos escogidos pueden entenderlas, de este modo logramos que nos distingan y los incautos que nos creen, sin intentar por sus propios medios entender las cosas, abdican de su capacidad y nos consultan. Así aparecen los falsos sacerdotes, los falsos maestros, los escribas y los fariseos, todos con títulos que acreditan su sapiencia y títulos nobiliarios, de pureza sanguínea y árboles genealógicos que parecieran explicar su iluminación. ¡Pura vanidad banal y vulgar! Al parecer, desde que el hombre es hombre alguien ha tenido acceso a un conocimiento ya sea casualmente, por algún razonamiento, una circunstancia e incluso una manifestación Divina, pero en lugar de compartirla con humildad, para bien de la comunidad, ha preferido reservársela, obteniendo beneficios sociales, políticos o económicos de este “secreto”. Así, tal como lo siguen haciendo hoy día muchos charlatanes, obtienen posición social, política o económica monopolizando el conocimiento y dosificándolo a cambio de prebendas. De este modo estamos organizados desde hace siglos, dominados por una suerte de casta o mafia que cuidan sus posiciones y sus espaldas unos a otros, porque de su posición obtienen privilegios que los distinguen y separan de la plebe, del pueblo humilde. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.

Podemos comprender entonces cual sería la molestia de todos estos individuos al ver a un “pobre pelagatos”, hijo de un carpintero, nacido en un pueblucho de aquellos, presentándose como el Mesías, el Salvador, el Hijo de Dios. No se dieron cuenta entonces, ni se han dado cuenta hasta ahora, que fue precisamente por eso que Jesucristo decidió nacer en el seno de una familia pobre, entre las más pobres de padres humildes, precisamente para hacer notar en Él mismo y con Su propia vida que esto no es lo importante; que todo ese mundo de privilegios, de poder, de explotación debe ser cambiado por un mundo de amor, en el que el bien común, la paz la misericordia y la unidad estén por encima de la comodidad y los lujos egoístas. Enseñando que el que quiere ser primero ha de ser el último y que para entrar en el Reino de los Cielos hemos de estar dispuestos a servir, compartir y entregarlo todo, porque solo así conseguiremos un tesoro donde no entra la polilla ni carcome el gusano. Definitivamente Jesucristo no encaja con los parámetros que los poderosos de todos los tiempos y sociedades han enarbolado como modelo, como la única forma de organizarnos y vivir en paz, teniendo a sus ilustrísimas y regordetas majestades reposando sobre los hombros de un pueblo paupérrimo y explotado, sin posibilidad de redención alguna. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.

Qué molesto debió ser Jesús entonces, como lo es ahora, aun cuando gran parte del poder se haya camuflado en un aparente cristianismo, que en buena cuenta no ha sido nada más que asimilar la doctrina de Cristo, acomodándola a sus intereses y “santificando” su estatus, su poder y por lo tanto la organización siempre favorable a sus intereses, en desmedro de los pobres y miserables de siempre. ¿Acaso no tuvieron la desfachatez de pretender que su poder era Absoluto y que venía de Dios? Pero Jesucristo vino a cambiar todo eso, porque esa es la causa de la perdición. No es el poder de ninguna clase, que finalmente se traduce en dinero el que debe estar primero si queremos ser TODOS felices, tal como merecemos serlo, porque para eso fuimos creados. La “fórmula” para alcanzar la felicidad y la Vida Eterna, no es la que defienden los escribas, sacerdotes y fariseos de todos los tiempos, ni tampoco es más un secreto como ellos sostienen para chantajear a los pobres y necesitados. La fórmula reposa sobre el cumplimiento de dos mandatos, que resumen toda la Sabiduría Universal, de hoy, de ayer y de siempre: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Eso es todo; no hay más. No hay nada escondido, ni nada secreto y está al alcance de todos, incluso los más pobres y despreciados de la sociedad. No es privilegio de algunos y mucho menos de los más poderosos, quienes por el contrario, la verán más difícil, porque no podrán cumplir con estos mandamientos y mantener sus riquezas y su poder; así que tendrán que escoger: o Dios o el Dinero. Este es el mandato Divino cuyo cumplimiento nos traerá bonanza, felicidad y nos dará la Vida Eterna. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.

Oremos:

Padre Santo, que podemos decirte, sino parafrasear a Jesucristo, para agradecerte por haber revelado todo esto a los más pequeños, a los más pobres, a los más insignificantes, porque así te ha parecido bien. Ayúdanos a obedecerte siempre…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, quien vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

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