Texto del evangelio Lc 1,57-66.80 – todos quedaron admirados
57. Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo.
58. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella.
59. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías,
60. pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan.»
61. Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre.»
62. Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase.
63. El pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron admirados.
64. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios.
65. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas;
66. todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él.
80. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.
Reflexión: Lc 1,57-66.80
Las cosas de Dios causan admiración. ¿Qué otra cosa se puede sentir frente a lo inexplicable? Dios nos sorprende a cada nada en nuestras vidas con hechos o situaciones inexplicables, que sin embargo rápidamente minimizamos y olvidamos. Nuestras vidas están plagadas de estos sucesos, pero si ahora nos detenemos un momento a tratar de reflexionar sobre alguno de ellos, no llegamos a recordarlos. Es lamentable, pero así es y por eso Dios siempre está en deuda, para nosotros, que seguimos esperando el evento aquel que de forma indiscutible habrá de servirnos para esta vez sí, ahora sí, creer. Solo eso nos falta para entregarnos plenamente a Dios, haciendo lo que Él dispone. Y si empezamos a preguntar, la mayor parte está esperando casi siempre algo relacionado con el dinero y en algunos casos con la salud, como no. Se trata que nos de el número premiado de la lotería mayor, el cual, por su puesto, hemos prometido compartir, al menos eso es lo que decimos interiormente, aunque después, como todo lo que ya tenemos, no lo hagamos. Tengo evidencias personales de que lo que digo es cierto, al menos en mi caso, y estoy seguro que si generalizamos encontraremos que muchos nos comportamos igual…Somos tan predecibles. Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. El pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron admirados.
Por otro lado están los racionalistas que echan por tierra cualquier cosa que les dices, sosteniendo que todas son puras coincidencias a las que los que creemos les agregamos un matiz sobre natural existente solo para nosotros y quienes piensan igual que nosotros. Pura subjetividad. Y, claro, después de pasado el susto, todos estamos más inclinados por aceptar que efectivamente fue suerte o pura coincidencia; que Dios no estuvo para nada allí, con lo que la poca fe que teníamos termina por desbaratarse. Mientras más nos alejamos, más se apaga, hasta que llega el momento en que ya ni nos acordamos, como pasa con tantos que terminan abandonando por completo la fe o circunscribiéndolo a un plano ten íntimo y secreto, que es imposible que alguien pueda darse cuenta que la posee. ¿Qué nos dice el Señor al respecto? Que una fe así de débil, no sirve para nada. Porque la fe debe traslucirse en obras. La fe es como el combustible de las obras. La fe es la respuestas que nosotros damos a Dios y si esta es tan imperceptible que no se puede ni ver ni oír, habrá servido de muy poco para ayudarnos a transitar el Camino de la Salvación. No podemos olvidar que se trata de un Camino que hay que andar, de otro modo ¿cómo llegamos? Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. El pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron admirados.
Cuando fui joven pase por un accidente automovilístico que pudo haberles costado la vida a mi hijo y mi sobrino –a la sazón niños-, si como era su costumbre nos hubieran acompañado a mi suegro y a mí a traer unas cervezas de un pueblo distante 20 kilómetros de donde estábamos. Hubiera sido terrible vivir con esta culpa. Por esas cosas inexplicables y admirables los niños excepcionalmente no nos acompañaron y tuvimos un accidente que dejó destrozada toda la parte de atrás del vehículo, donde tenían que haber estado ellos. En otra oportunidad, años más tarde, un imprudente chofer, cuando estaba pasándonos en la carretera, chocó con un vehículo que venía en sentido contrario. La lógica indicaba que este carro debió coletear y entonces llevarnos de encuentro causándonos la muerte o quien sabe qué lesiones. Extrañamente el vehículo giró por el aire y pasó por encima nuestro, cayendo delante y dándonos tiempo para frenar. Hubieron muertos, pero nadie salió herido en nuestro vehículo. Para nuestra familia, todo no pasó de un gran susto, sin consecuencias. Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. El pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron admirados.
Ayer me enteré que el fin de semana pasado secuestraron a mi sobrina, una agraciada señorita de veintitantos años. Cuando lo usual es que en estos desgraciados eventos los facinerosos abusen de las damas, las ultrajen y maltraten, a ella solo le robaron todo lo que tenía de valor dejándola en las afueras de la ciudad. Más allá del susto y la pérdida de su celular, un poco de dinero y documentos, entre ellos tarjetas de crédito, no le hicieron daño alguno. ¿Suerte? O, Ángeles Custodios. Pues yo espero que mi sobrina nunca se olvide de este verdadero milagro que, tal como le dije, constituye una señal que ella debe interpretar, tomando determinaciones. Dios se nos manifiesta de muchas maneras, que nuestra desidia, nuestra comodidad y nuestro egoísmo nos impiden ver. No siempre es tan fácil y evidente, pero Él siempre nos está comunicado Su Voluntad a través de múltiples sucesos en nuestra vida. Cuando nos tropezamos, cuando fallece inesperadamente un ser querido, cuando tu carro no prende, cuando se quema tu almuerzo o te quedas sin dinero y sin nadie a quien recurrir. Todo, todo pasa por algo. Nada es casual. Que no lo comprendamos a la primera, no quiere decir que no tenga sentido. Una sola cosa es Verdad: que Dios nos ha creado por amor, que Él es nuestro Padre y nos ama tanto que quiere que vivamos con Él eternamente, por eso ha enviado a Su Hijo a Salvarnos, el cuál nace entorno a una serie de señales y eventos extraordinarios, uno de los cuales tiene que ver con la historia narrada en este pasaje: el nacimiento y bautizo de San Juan, su primo, que habría de antecederlo. Con Jesús, las señales se multiplican ¿por qué? Para que creamos que Él es el Hijo de Dios, el Mesías, nuestro Salvador y creyéndole, hagamos lo que nos manda, porque en ello estriba nuestra salvación. Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. El pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron admirados.
Oremos:
Padre Santo, aparta de nuestros ojos y de nuestra mente el manto que nos impide ver claramente todo lo que nos dices cada día, desde que amanece, cuando reparamos que estamos en un nuevo día, que estamos íntegros, que tenemos salud, que tenemos la oportunidad de empezar una nueva vida, dedicada a Ti, a nuestros hermanos, a nuestra salvacion…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
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