Otro camino
por Miguel Juez
La realidad espiritual de Europa deja una clara advertencia a la iglesia de América Latina sobre el peligro de abandonar el camino señalado por Cristo para tocar el corazón de los pueblos.
En la década de los ochentas América Latina se sumó, con gran fervor, al desafío de llevar las buenas nuevas de Cristo hasta lo último de la tierra, incluida la vasta población musulmana. Muchos misioneros han salido de nuestras tierras con esa consigna, realizando grandes sacrificios para radicarse en tierras donde escasean los obreros para levantar la cosecha. Ha transcurrido suficiente tiempo como para facilitar una correcta evaluación de los caminos recorridos. A la luz de los resultados observados me atrevo a esbozar un cambio de estrategia.Este cambio requiere, de manera imperiosa, un retorno a las bases escriturales. La Palabra no anda con rodeos a la hora de ubicar al Islam dentro de su correcta dimensión: una realidad espiritual que lucha encarnizadamente por el poder. Esta puja involucra reinos y poderes, en la cual al menos uno de los protagonistas de esta batalla debe recuperar su identidad y función para alcanzar la victoria. Me refiero a la Iglesia.La historia y las raíces cristianas proveen amplias evidencias, de un pueblo que siempre ha afirmado ser uno con Cristo, así como Cristo lo es con el Padre. Pablo concibe a la Iglesia como envuelta en una lucha contra poderes que buscan sojuzgar y quebrar la libertad que Cristo ha traído: Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo. 2 Corintios 10.4El Islam tendrá mayor o menor penetración en la sociedad y en el mundo según sea la actitud de la Iglesia, que se establece como fuerza opositora a la mentira y al engaño de todo lo demoníaco, como todo aquello que se alza contra el conocimiento del verdadero Dios y de su Hijo Jesucristo.Para frenar el avance del Islam en Europa y en el mundo la Iglesia debe asumir tres paradigmas.Paradigma de encarnaciónAun ante una postura extrema de veneración hacia las palabras y acciones del profeta Mahoma, los musulmanes no pueden escapar de una sensación de inquietud en la intimidad de sus espíritus. Perciben, aunque no lo manifiestan, que existe una incoherencia entre la acción y la palabra de aquel a quien confiesan como modelo.El modelo que requiere Cristo es radicalmente diferente. «El Verbo se hizo carne». Vivir la Palabra es lo que impacta vidas. Exige a los cristianos encarnar, cada día, los principios de la Verdad en sus conductas y estilo de vida. Sobre este tema el Licenciado en filosofía, escritor y director de Misión Evangélica Urbana de Madrid, Pastor Juan Simarro, expresa: Si la Palabra no se puede ver encarnada en la vida y el ejemplo de los cristianos, no se da la evangelización. Puede ser que el hombre, en su rechazo, no esté rechazando La Palabra, sino la incoherencia de los predicadores o el mensaje no consecuente de la iglesia anunciadora.El modelo de encarnar es el que despierta en el hombre hambre y sed de lo trascendente. Es la única manera en que la Iglesia puede manifestar al mundo —al Islam en particular— una nueva manera de vivir que vale la pena conocer.La historia y las raíces cristianas proveen amplias evidencias, aun en la sangre de mártires, de un pueblo que siempre ha afirmado ser uno con Cristo, así como Cristo lo es con el Padre y el Padre con él. Hoy, sin embargo, Europa ha perdido su norte y los resultados están a la vista. Aun cuando Dios siempre preserva un remanente fiel, urge volver a aquellas raíces de convicción testimonial que resultan de ser uno con Cristo, de manera que el mundo crea que él es el Hijo de Dios, levantado para salvación de la humanidad.Paradigma experiencialEl Islam es una religión de búsqueda infructuosa. Cada uno de sus fieles no es más que un frenético buscador de aguas que sacien su sed. Mas solo encuentra un mar de espejismo salado. Aun sus corrientes más espiritualistas y buscadoras de lo trascendente convergen en un punto donde lo único que se alcanza son los tesoros escondidos en el interior de cada uno, y estos nunca satisfacen los deseos más profundos del hombre. Su corazón siempre es engañoso.La iglesia vive la misma realidad cuando intenta encontrar lo trascendente en sí misma. Solo experimenta soledad y frustración. El impacto de la Iglesia para cambiar una sociedad descreída de valores eternos, cuando ofrece una respuesta válida a las preguntas de la humanidad, no nace de su propia espiritualidad. Más bien surge del poder de aquél que fue enviado para darnos a conocer la verdad de Cristo y al Cristo mismo, el Espíritu Santo.Hoy la iglesia europea carece de la presencia vital, transformadora, poderosa del Espíritu de Dios. Se ha amoldado a los cánones racionalistas de la sociedad y así ha perdido por el camino ese fuego impulsor de un mensaje expresado en obras y palabras. Solamente este mensaje es capaz de producir cambios rotundos en las vidas.Es vital una predicación que refleje no sólo la sabiduría y el conocimiento humano, sino una vida transformada por el poder del Evangelio. Solamente Cristo es capaz de llevar al hombre a la muerte de su propio yo. El mensaje del Evangelio glorifica a Jesucristo y contiene el poder para comunicar, en forma convincente e inteligente, la muerte y resurrección del Hijo de Dios. Paradigma sacrificialComo requisito de mis estudios sobre Mediación Intercultural me vi obligado a leer un pequeño libro escrito por Aamin Maaluf, Identidades asesinas, autor de origen francolibanés. Maaluf señala: «suele concederse demasiado valor a la influencia de las religiones sobre los pueblos y su historia y cultura, y demasiado poca a la influencia que ejercen los pueblos y su cultura sobre las religiones».La frase me llevó a considerar los siguientes datos:
- La Europa que fue cuna del reverdecer de las Escrituras hoy es un continente poscristiano.
- La Europa que fue germen y pionera de los más grandes avivamientos espirituales que sacudieron el mundo entero hoy es un continente prácticamente sin identidad cristiana.
- La Europa que expandió el fuego del Evangelio de la sola gracia y la sola fe hoy carece de los rudimentos de la fe y la gracia.
- La Europa que envió al mundo hombres como Livingston, Carey, Knox, Wesley, y Hudson Taylor hoy prácticamente no posee figuras que señalen a los pueblos el camino a seguir.
- La Europa que dio origen al pietismo e impulsó la rápida expansión de las iniciativas misioneras caracterizadas por la piedad de sus obreros hoy requiere de un ejército de misioneros que lleguen para volver a sembrar la semilla de la Palabra.
La palabra de Aamin Maaluf describe a la perfección la condición de Europa. Las sociedades han terminado moldeando a la iglesia evangélica de manera que ha perdido su identidad en Cristo. Sin duda ha afectado grandemente este proceso los muchas corrientes que han golpeado a la sociedad europea. No obstante, el problema encuentra sus orígenes en la decisión lamentable de la iglesia de cambiar la centralidad del mensaje bíblico. Quitamos la cruz del Gólgota, para ocupar ese espacio con un humanismo hedonista que no tiene otro interés que la propia satisfacción.Es necesario que Europa regrese a la búsqueda y predicación de ese Evangelio que exalta a la persona y la obra del Señor Jesucristo. Los fieles a este llamado deben poseer un corazón y una voluntad para, aun si así el Señor lo dispusiera, morir por causa de su fe, para recuperar así la historia de un pueblo que sembró con sus propias vidas la semilla de la Palabra en las naciones.Los musulmanes matan para vivir, mientras que los cristianos mueren para vivir. La diferencia entre una fe y la otra es diametral. Los musulmanes la perciben, pero no ven un modelo vivo en el que el testimonio hablado y vivido sea una misma esencia.
El autor (proyectojuntos@gmail.com ) es misionero argentino en España con PMI y presidente del Instituto Iberoamericano de Estudios Transculturales. Vive, con su esposa, Magda, en Barcelona. Publicada en Apuntes Pastorales XXVII-6, edición de julio – agosto de 2010.