¿Cuál es tu función?
por Desarrollo Cristiano
La función de los líderes no es llevar a cabo el trabajo del ministerio, sino capacitar a su gente para que ellos lo realicen.
La confusión que conduce al desperdicio inútil de valiosos esfuerzos es una de las razones por las que la mayoría de empresas elaboran descripciones de trabajo para cada puesto en la compañía. La claridad en cuanto a la función es el elemento que permite a cada empleado concentrar sus energías en una actividad específica, la cual, combinada y sincronizada con el trabajo de otros, garantiza el alcance de los objetivos establecidos por el personal directivo. El concepto obedece más a una cuestión de lógica que a modernos principios de gerencia. En medio de tantas opciones, no siempre escogemos las actividades con mayor proyección para el futuro.Una de las primeras crisis en la Iglesia que nacía se originó, precisamente, en una confusión de roles. Los apóstoles, ansiosos por cubrir todas las necesidades de los convertidos, terminaron, como muchos pastores hoy, enredados en más actividades de las que podían manejar. Afortunadamente, la dificultad produjo una inteligente reflexión sobre el origen del problema y arribaron a una decisión de valor estratégico incalculable: «No es conveniente que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir mesas» (Hch 6.2). Propusieron la elección de un grupo de colaboradores para que ellos pudieran entregarse «a la oración y al ministerio de la palabra» (Hechos 6:4). Los apóstoles habían tropezado con uno de los dilemas del ministerio. Servir en el ámbito de la Iglesia nos provee una gran diversidad de oportunidades para obrar el bien. En medio de tantas opciones, no siempre escogemos las actividades con mayor proyección para el futuro. Sin percibirlo, es posible quedar atrapado en un pastorado repleto de actividades con escaso aporte al proceso de multiplicación de la Iglesia, característica esencial que define su vitalidad. Dichosamente, el Señor no ha dejado librada al criterio de cada obrero la decisión de cómo invertir sus esfuerzos para resultar más productivo y eficiente dentro de la Iglesia. En su sabiduría ha provisto una descripción de trabajo para los diversos ministerios del cuerpo de Cristo. Pablo la expone en la carta a los Efesios, cuando señala que Jesús «dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (Efesios 4:11-12). El texto echa por tierra, en forma definitiva, uno de los más atrincherados conceptos en la Iglesia: que el trabajo del ministerio lo ejercitan unos pocos profesionales que han recibido un llamado especial para desarrollarlo. Según ese pasaje el ministerio es responsabilidad de todos los santos; es decir, cada hijo de Dios debe estar activamente involucrado en la obra de extender el Reino. La función de los líderes no es llevar a cabo el trabajo del ministerio, sino capacitar a su gente para que ellos lo realicen. El líder que entiende este concepto habrá dado un paso de incalculable valor estratégico. Logrará prevenir que el ministerio no descanse sobre los hombros de una sola persona. El impacto de su labor se multiplicará de forma exponencial, pues equipará a cada persona en su grupo con las herramientas necesarias para que se convierta en socia plena de los proyectos del Señor. El impacto del evangelio se sentirá por la acción de cientos de vidas comprometidas con el ministerio, cada una sirviendo en la función que Dios soberanamente le asignó. Con solo pensar en las posibilidades que ofrece comprobaremos por qué la dinámica de este modelo resulta tan irresistible.