Volver a las raíces
por Juan Stam
El concepto de «misión integral»
En los últimos años se ha popularizado en algunos círculos evangélicos el uso del término «misión integral» junto con «evangelio integral» y «evangelización integral». Con este término se quiere insistir en la fidelidad a todo lo que es el evangelio en la integridad de sus diversas facetas y evitar, así, todo reduccionismo del evangelio a uno solo de sus aspectos, ya sea solo el de proclamación oral o solo el de acción social o cualquier otro aspecto aislado. El autor presbiteriano, Luciano Jaramillo, define «evangelismo integral» como «un mensaje integral de salvación que no conoce fronteras de ningún orden y que está dirigido a todo ser humano y considera toda la realidad de la persona: lo físico, lo moral, lo espiritual, lo intelectual, lo social o lo político». Ofrece salvación «a toda la humanidad («todos los hombres»)» y «a la totalidad del ser humano (“todo el hombre”)» [1992:45s]. Jaramillo señala la Gran Comisión (Mt 28.18–20) como expresión bíblica de la misión integral de la iglesia. Un Señor universal y soberano nos envía a toda la humanidad con todo el evangelioLas cuatro «todos» de la Gran Comisión destacan dramáticamente el carácter integral como también la exigencia ética de la misión de la iglesia: (1) «toda autoridad me es dada», (2) «haced discípulos a todas las naciones», (3) «enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado», y (4) «estoy con vosotros todos los días». Misión en el Antiguo Testamento Las palabras «misión» y «misionero» están entre las más repetidas y consagradas en nuestro vocabulario evangélico. Se afirma con frecuencia que «misión» significa llevar las buenas nuevas a otras culturas y naciones, en contraste con «la evangelización» entre quienes son de nuestra propia cultura y nación. Misión, así entendida, es por definición «transcultural», y «misionero» es alguien que va a otro país (antes en barco, ahora por avión), aprende otro idioma (el cual probablemente pronuncia mal), y realiza su ministerio en una cultura que no es la suya. Sin embargo, si buscamos los vocablos «misión» y «misionero» en nuestra concordancia, nos encontraremos una gran sorpresa: ¡ninguno de los dos términos son palabras bíblicas! La única «misión» en toda la Biblia es la de Saúl, que consistía en matar a todos los amalecitas (1Sa 15.18, 20). Aparte de ese pasaje, ni «misión» ni «misionero» aparece en todas las Escrituras.1 El lenguaje bíblico para nuestro tema parte más bien del verbo «enviar» (Hebr. Shalach; Gr. apostéllein, pémpein), y se utiliza para toda clase de tarea a la que Dios envía a sus siervos y siervas.2El judaísmo tardío llamaba Shaliach al «enviado» (misionero, que en griego se traducía apóstolos. En terminología estrictamente bíblica, deberíamos hablar del misionero como «enviado» En terminología estrictamente bíblica, deberíamos hablar del misionero como «enviado» y de la misión como «envío» o «apostolado». Con eso comenzaríamos a comprender que «la misión» es integral y mucho más amplia que aquello que hemos entendido como «misiones foráneas» o transculturales. Es sorprendente cómo un análisis lingüístico del conjunto semántico de «enviar/ enviado/ envío», única terminología para la «misión» en el Antiguo Testamento, muestra que nunca se usa en nuestro sentido moderno de ir a otros países a convertir a los extranjeros.3 Como señala el muy respetado misionólogo evangélico, David Bosch, «no hay, en el Antiguo Testamento, ninguna evidencia de que los creyentes del antiguo pacto fuesen enviados por Dios a cruzar fronteras geográficas, religiosas o sociales con el fin de ganar a otros para la fe de Yahvéh» (Bosch 1991: 17). Ese sentido moderno encuentra su origen más bien con los jesuitas del siglo XVI [Bosch 1993: 176]: Misión y envío Así los orígenes del término «misión» estaban íntimamente vinculados con la expansión colonial de Occidente. Como la misma colonización, implicaba viajar a países distantes para «subyugar» a paganos a la única religión verdadera [Bosch 1993: 176]. En estos pasajes Bosch de ninguna manera pretende negar que Cristo es el único Salvador del mundo (que no equivale a declarar que la cristiandad occidental sea «la única religión verdadera»), ni tampoco negar que la iglesia del Señor vive bajo una comisión divina para llevar las buenas nuevas a toda nación y pueblo. Pero su argumento demuestra que el concepto «misión» ni se define por su naturaleza transcultural ni mucho menos se limita a la labor «foránea». El concepto de «misión» en ambos testamentos abarca cualquier tarea a la cual Dios nos ha enviado. El uso del verbo «enviar», con Dios como sujeto, es amplísimo en el Antiguo Testamento. Dios envía su Palabra (Is 55.11; Sal 107.20; 147.15; Dn 10.11) y su Espíritu (Sal 104.30 cf Ezq 37.9s), doble «envío», el origen de toda misión.4 Toda la actividad política de José en Egipto fue una misión sagrada: «Para preservación de vida me envió Dios … Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación» (Gn 45. 5,7; cf 50.20). Dios envió a Moisés en una misión de liberar a los hebreos y forjar la nacionalidad unida de ellos (Ex 3.10–15; 4.13; 5.22; 7.16; Sal 105.26). Dios «envió» también diez plagas como las «misioneras» de su mano poderosa (Ex 8.21; 9.14; 15.7 «enviaste tu ira»; Sal 105.28; 78.49). Algunos enviados Dios envió a los jueces a liberar al pueblo de sus opresores (Jue 6.8,14; 1Sa 12.11). Dios envió también a los profetas a denunciar toda injusticia, dentro y fuera del pueblo escogido (Jer 1.1–10; 7.25) y a anunciar su reino venidero.5[6] Todos estos son los primeros «misioneros» de Dios, y todas esas tareas eran su «misión». Podría sorprendernos que, según los profetas, Dios envía también a tres figuras paganas de gran relieve político en la historia de Israel. Dios envía al asirio Senaquerib «contra una nación pérfida, el pueblo de mi ira» (¡Israel! Is 10.6s), al babilonio Nabucodonosor (Jer 25.9; 27.6; 43.10; «mi siervo») y al persa Ciro (Is 43.14; 48.14s: «mi pastor» 44.28; «su ungido» 45.1). Estos también son «enviados de Dios», una especie de «misioneros al revés» desde las naciones paganas hacia Israel para su castigo o su liberación. Hacia finales del Antiguo Testamento, Dios revela que enviará a su «misionero por excelencia», el Siervo Sufriente (Is 42.6; 49.5). Según una gran proclama misionera que Jesús recogerá después para el «discurso inaugural» de su ministerio: El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sión se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya. Isaías 61.1–3 ¡Qué cuadro más perfecto de un verdadero misionero, que de hecho no es otra imagen que un retrato del Mesías, nuestro Señor Jesucristo! Pero debemos notar que, explícitamente, no tiene nada de «transcultural»; se trata más bien de un ministerio a «los afligidos de Sión» (61.3). El bello lenguaje del pasaje nos dibuja el perfil amplísimo de una verdadera misión bíblicamente integral. De hecho, con esta promesa mesiánica Dios comienza a revelar también que su Ungido será el Salvador para todas las naciones: Te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas. Isaías 42.7 (cf 49.6s; 51.4; 60.3) De nuevo, la misión es integral y dirigida al mismo pueblo de Dios («por pacto al pueblo»). En el pensamiento del Antiguo Testamento, en ningún momento es el «ir» a otra cultura lo que constituye por definición la «misión» sino más bien el «ser enviado» por Dios a cualquier tarea. Por cierto, en la perspectiva mesiánica de Isaías del 40 al 66, el pueblo de Israel participará en una proyección internacional de su Mesías (Is 43.10–12).6[7] Pero este aspecto es poco enfático, y curiosamente, no se usa el lenguaje de «envío» en estos pasajes. Insertos en Sus proyectos En resumen: En el AT se usa el lenguaje de «envío» para la más grande variedad de tareas, excepto la única tarea que actualmente solemos asociar con «misión», es decir, la de ir a otras naciones a convertirles a la fe en Dios. Así los hechos bíblicos, la definición moderna de «misión» como intrínseca y exclusivamente transcultural está en contradicción con el sentido bíblico del término, por lo menos en el Antiguo Testamento. En este testamento (y como veremos en un artículo futuro, en el NT), la comprensión de «misión» es impresionantemente amplia e integral. En otras palabras: los resultados de un estudio de los términos bíblicos para «misión» confirman y apoyan nuestro anterior argumento teológico en favor de un concepto de «misión integral». La frase «que guarden todo lo que os he mandado», junto con el verbo «discipular», ubica el gran mandamiento del Señor (Mt 22.35–40) en el mismo corazón de la Gran Comisión. Para Manfred Grellert, «el discipulado hacia el Cristo total» comienza con «el compromiso con la voluntad total de Dios manifestada en las Escrituras» [1990:2]. Sin la exigencia ética de una práctica de obediencia a Cristo como Señor, no se da un verdadero discipulado ni auténtica evangelización. La misión integral se mueve entre el «predicad el evangelio a toda criatura» de Marcos 16.15 (proclamación) y el «cumplir todas las cosas que os he mandado» de Mateo 28.20 (discipulado ético). La identificación que sugiere Orlando Costas de cuatro dimensiones indispensables de un crecimiento integral de la iglesia ha sido ampliamente aceptada. Para Costas, un crecimiento equilibrado debe ser numérico, orgánico (como cuerpo), conceptual (teológico) y diacónico [1992: 109-122]. Tal concepto de misión integral inserta dentro del mismo evangelio y la evangelización las demandas éticas y sociales de la fe. Hacia el equilibrio Es indudable que parte de la motivación para insistir en la misión integral ha sido la preocupación de encontrar, dentro del mismo evangelio y por ende dentro de nuestra misión, el lugar legítimo de una dimensión social [Mueller 1992:61]. En una editorial del año 1930, el Dr. Harry Strachan, después de señalar el peligro de que el énfasis social o intelectual desplazara la evangelización, procedió a comentar: «Pero se encuentra el extremo opuesto que es igualmente peligroso y antibíblico, y es la actitud de algunos de negarse a llevar a cabo ninguna otra cosa sino evangelizar» [The Evangelist 1930:3]. Como el ser humano tiene dos brazos y el pájaro tiene dos alas, han señalado algunos, la misión integral abarca tanto la proclamación oral como la práctica socioética de la fe. Manfred Grellert denuncia la «polarización inútil» entre proclamación y diakonía (p.11) y comenta el frecuente reduccionismo evangelístico en los siguientes términos: «Algunos hermanos pasaron de la prioridad a la exclusividad evangelística, a veces mutilando el mismo evangelio y reduciendo la misión de la iglesia a una dimensión unilateral, al testimonio meramente oral, desencarnado … Para algunos, el evangelio se reduce al principio de la vida cristiana, a la conversión, y al fin de la vida cristiana, el cielo» [1990:11,19]. El concepto de misión integral busca más bien respetar «todo el consejo de Dios» (Hch 20.20, 27). Un evangelio integral, que nos llama a cumplir todo lo que Cristo nos ha mandado, tiene que involucrarnos también en una misión integral y multidimensional.
Este artículo es una ponencia presentada en la Primera Iglesia Bautista, San José, Costa Rica, en noviembre de 1993.
El autor (http://www.juanstam.com), oriundo de Paterson, Nueva Jersey, es uno de los teólogos evangélicos «latinoamericanos» más pertinentes de la actualidad. Aunque es estadounidense de nacimiento, se nacionalizó costarricense como parte de un proceso de identificación con América Latina que lleva más de cincuenta años. Está casado con Doris Emanuelson, su compañera de camino, nacida en Bridgeport, Connecticut.