por Britt Staton
Cómo el amor del pastor por su esposa puede ayudarla a ella a derribar sus temores frente a las expectativas de la congregación.
Lo que más me atemorizaba de ser la esposa del pastor era que me vería forzada a preparar innumerables galletas para cada reunión de la iglesia. Cuando junto con mi esposo Brad nos postulamos por primera vez para un puesto ministerial, nos reunimos con el comité de búsqueda. Sentí ganas de llorar cuando nos ofrecieron un plato repleto de humeantes galletas, recién salidas del horno de la esposa del pastor. ¡Entonces era cierto! Sería relegada a una aburrida vida de la cocinera maravilla.
Mi reacción no obedecía a las galletas en sí mismas; de hecho me encanta cocinar. Apuntaba a las suposiciones de cuál debía ser mi rol. Cuando nos graduamos del seminario, las expectativas de ser la esposa del pastor me acechaban de manera terrible e intimidante como las nubes de una gran tormenta.
La imagen que se presentaba en mi cabeza era una mujer siempre sonriente, con una personalidad común que se esfuerza hasta lo imposible para satisfacer las demandas insaciables de una congregación. Temía que me forzaran a ser una mujer que no concordara con mi personalidad. Ansiaba la vida y la vitalidad en el Señor. ¿Cómo obtendría esa vida si me imponían estos rígidos requisitos? Mi autoprotección se convirtió en rebelión. De hecho, cada vez que nos entrevistaban para cubrir posiciones pastorales, enseguida preguntaba: «¿Qué se espera de mí como esposa de Brad?» Una pregunta legítima, pero con doble sentido. Si la respuesta era algo más que «nada» o más que «lo mismo que de cualquier otro miembro de la iglesia», me indignaba. Después de todo, Brad sería contratado por la iglesia, no yo, ¿verdad? No sé cómo consiguió paciencia mi esposo. Él era joven y acababa de terminar el seminario, sin embargo, mi resistencia irritable no parecía intimidarlo. Él no insistía en que habláramos de mis miedos ni me obligaba a conformarme. Creo que él sabía que yo debía reconciliarme con el lugar en el que el Señor me había ubicado, para encontrar mi propio camino. Y lo he logrado. De manera sorprendente, ahora disfruto de mi rol. No puedo creer que me sienta agradecida por ser la esposa de un pastor, pero así es. Mi corazón fue ablandado, en gran parte, por la forma en que mi esposo me demostró su amor. Cuando pienso en nuestros primeros años de ministerio, me doy cuenta de que él me ayudó de varias maneras:
No condicionó su imagen a la mía
Como toda pareja casada, las acciones de un esposo y una esposa se reflejan entre sí. Supongo que por eso a veces me abstengo de recoger alguna pelusa de la camisa de Brad. La forma en que él se ve se refleja en mí, y yo no quiero quedar mal. Estoy segura de que Brad tampoco quiere que yo lo haga quedar mal, pero a menudo eso es precisamente lo que he conseguido. Poco después de haber acerptado su primer convocatoria (no en la iglesia de las galletas horneadas), yo también acepté un trabajo de tiempo completo. Todavía seguíamos sin hijos y sin seguridad de estar listos para ellos. Yo deseaba conocer el mundo profesional durante algún tiempo. Tenía que representar a la organización con la que trabajaba en ferias de salud, a veces los fines de semana. Una de las primeras ferias fue programada para el mismo domingo del «Día de reconocimiento al pastor». Me sentí desgarrada; sabía que mi primera prioridad era estar en la iglesia con mi esposo, pero estaba atrapada en un compromiso con mi nuevo trabajo. No fue hasta el «Día de reconocimiento al pastor» del año siguiente que fui consciente de lo que perdí al no haber participado de ese evento. Esta iglesia afectuosa separa ese día para honrar a sus pastores. Se prepara una larga mesa con una cena a la canasta. Para la familia de cada pastor, colocan unas cestas enormes repletas de obsequios. Me avergoncé cuando colocaron un ramillete en mi hombro, para honrarme a mí también. El año anterior, el ramillete había quedado sin uso.
Brad y yo nos quedamos de pie junto a las familias de los otros pastores, mirando los rostros orgullosos y sonrientes de nuestra congregación; me sentía tan avergonzada. Brad había participado del mismo evento el año anterior pero con una gran diferencia: en soledad. ¿Qué habrá pasado por su mente mientras permanecía de pie allí solo? Yo me habría sentido abandonada y con falta de amor por parte de él. Me habría mortificado sentir la falta de apoyo de mi cónyuge tan públicamente. Existe una razón por la que no me dí cuenta del peso de este evento hasta el año siguiente. ¡Brad no enfatizó su importancia! Contra cualquier sentimiento pudo haber luchado mi esposo aquel día, pero no fue echarme la culpa a mí. No me dio un discurso acerca de mis prioridades. Si le preocupó que yo lo hiciera quedar mal, nunca lo supe. Continuó dándome tiempo para reconocer mi lugar, incluso cuando le resultaba difícil. Era consciente de que mis acciones se reflejaban en él, pero no condicionó su imagen a la mía. Suena como algo trivial, pero Brad no se opuso cuando pinté el interior de nuestra primera casa con los colores del semáforo. La cocina era amarillo fuerte y el rojo de la sala de estar detenía a cualquiera que pasara por ahí. Brad me dio rienda suelta para decorar nuestra casa, en plena conciencia de que los miembros de la iglesia nos visitarían. Él sabía cómo yo rechazaba el beige y otros colores aburridos, por eso no insistió en atenuar los colores. El resultado habría enorgullecido al autor de mi nuevo libro de técnicas de pintura. La sala de estudio fue la frutilla de la torta ya que utilicé una técnica de «arrastre» con azul cobalto, dando lugar a lo que un amigo bautizó como «efecto submarino». Era solo pintura. Pero fue una gran muestra de que me permitía ser yo misma. Más allá de la casa que me reflejaba exclusivamente a mí, me sentía a gusto al mostrar hospitalidad de manera creativa. No necesitaba preparar cenas de determinada manera para las personas que invitábamos a casa. No me enfocaba en las reglas que debía seguir, sino en las personas que íbamos conociendo. Voy a añadir, sin embargo, que Brad seleccionó el tono perfecto de beige para su oficina de la iglesia.
Tiempo bien empleado
Otra idea que había preconcebido era que la esposa del pastor debía aceptar sin chistar todo aquello que demandara el tiempo de su esposo, incluso si eso implicaba que solo consiguieran verse una noche por semana y una hora los sábados. Me pregunté a dónde iría a parar nuestro matrimonio. Habíamos luchado para salir adelante de recién casados y sabía que un ingrediente fundamental para madurar una relación es el tiempo. Me doy cuenta cuando Brad intenta tranquilizarme, y no quería ser otro elemento en su lista de tareas pendientes. Pero Brad había decidido dedicarle tiempo a nuestro matrimonio también, no solo para mantenerme contenta, sino porque él también lo necesitaba. Los viernes por la noche eran casi siempre noches muy especiales; no recibíamos a nadie de la iglesia en casa, no nos reuníamos con otras parejas; eramos él y yo, nada más. En su día libre de la semana, Brad realmente se sentía agotado. En lugar de ocuparse de sus asuntos personales, planeábamos alguna actividad o simplemente disfrutábamos de una mañana tranquila en casa. Como resultado: no me mortificaba el tiempo que dedicaba a otras personas. No necesitaba competir contra nada para obtener un espacio en su agenda. Por lo tanto, me alegraba de que él lograra darle a los demás lo que necesitaran.
Cuando se presentaba alguna situación inusual que intervenía «nuestro» tiempo, no lo miraba como problema. Yo sabía que para él era trascendente el tiempo que compartíamos juntos. Como yo no necesitaba convencerlo de cuán importante era ese espacio, podía guardar mis garras (como él con tanta ternura me animaba) en las eventualidades y dejar que atendiera esas tareas.
Oportunidad para relajarme
Otra forma en que Brad me ayudó a calmar mis miedos fue relajarse con toda sencillez con nuestros amigos. En primer lugar, él consideraba importante que contáramos con amigos que realmente nos conocieran. Sabía que, como seres humanos, no podríamos vivir sin conectarnos con otras personas de una manera más profunda. Brad dirigía nuestro pequeño grupo semanal sin mostrar distancia con los demás miembros. Les permitía que lo conocieran. Aunque a veces me avergonzaba, ahora me siento orgullosa de contarles que mi esposo se había ganado la reputación de sentarse en el piso de la sala de estar de las personas. Cuando alguien nos invitaba a cenar en su casa, por lo general terminábamos tomando café en la sala de estar. Cansado y satisfecho, Brad tomaba las almohadas del sofá, las colocaba en el suelo, y se acomodaba allí mismo. Las anfitrionas tomaban como un cumplido que él se sintiera cómodo en su casa (¡o al menos sospecho que así era!). Esta manera de bajar la guardia presentaba a Brad como una persona accesible. Y su actitud me permitió relajarme a mí también. Si Brad hubiera estado siempre en el «modo enseñanza», manteniéndose a cierta distancia, la vida habría sido mucho más solitaria para mí como su esposa.
Gracias a su actitud de no ser solamente predicador sino también amigo y compañero, podía desarrollar con toda naturalidad la vida con la gente, en lugar de preocuparme constantemente por mantener mi rol.
Cuando soy su pastor
Brad bromea afirmando que soy su pastor. Pero en algún sentido lo asegura en serio. Pastorear es un oficio agotador. Al final del día, suele terminar exhausto. Durante todo el día, la gente se acerca a él en busca de ayuda. Entonces, ¿qué sucede cuando cruza la puerta por la noche? Bueno, no siempre es agradable (esta vez me enfoco en mi pecado). La mayoría de las veces, Brad baja la guardia conmigo. Él me permite participar de su cansancio, sus cargas. Se espera que ofresca respuestas a todos los demás, pero no tiene por qué ofrecérmelas a mí también. Él me permite conocer sus debilidades, y esto, aunque parezca irónico, termina fortaleciéndolo. A veces, Brad se queda sin recursos, y no se le ocurre cómo abordar un problema. En esos momentos, me permite que ore por él y que lo ministre. Él acepta las ideas que le planteo. Puede que no parezcan ofrecer mayor resultado, pero para mí es significativo ver que confía en mí lo suficiente como para mostrarse vulnerable conmigo. Como esposa de Brad, quiero sentir que él me necesita. Me siento muy bien cuando veo que valora mis opiniones y mis comentarios. Si él fuera autosuficiente y a la vez guardara sus dudas, temores y sufrimiento escondidos, gran parte de mi capacidad para ayudarlo y amarlo nunca vería la luz del día. A veces las expectativas de las personas llegan a ser abrumadoras. Pero el Señor me ha ido enseñando lo que él quiere de mí y cómo quiere que le sirva. Brad ha colaborado para facilitar este proceso confiando mi corazón a Dios y pidiéndole al Señor que me moldee en lugar de ejercer su propio control o coacción. Entonces, ¿quién quiere unas deliciosas galletas? Las prepararé aquí mismo, en mi cocina de estridente color amarillo.
Preguntas para estudiar el texto en grupo
1. ¿En qué consistían concretamente los temores de la autora?
2. ¿Cuáles fueron las maneras precisas en que el esposo ayudó a la autora a superar sus temores y a moldear su corazón?
3. ¿La exposición de la autora revela algo que esté fallando en la relación en su matrimonio? ¿Qué específicamente?
4. Para el esposo: ¿En cual de las ayudas que le dio el esposo a la autora es preciso que usted practique con su propia esposa? ¿Qué aspectos de su carácter necesitaría transformar para ser capaz de ofrecer esa ayuda?
5. Para la esposa: ¿Cuáles son sus propios temores? ¿Hacia qué siente que ha endurecido su corazón? ¿Cómo conseguiría superar ambos?
La autora está casada con un pastor en Martinez, Georgia, EE.UU.
Copyright © 2003 por la autora o por Christianity Today International / Leadershipjournal.net
Los derechos de la traducción pertenecen a Desarrollo Cristiano Internacional / Revista Apuntes Pastorales.