por Frank Tillapaugh
El potencial de una congregación radica en el ministerio que sus miembros llevan a cabo entre reunión y reunión
Existen dos perspectivas diferentes de iglesia: la mentalidad de «fortaleza» y la mentalidad de iglesia «desatada». La iglesia «fortaleza» construye su edificio, comienza sus programas y se concentra en todo lo que ocurre de la «puerta hacia adentro». La iglesia «desatada» no ignora lo que pasa dentro del edificio, pero solo invierte parte de su esfuerzo en ese aspecto de la vida de la congregación. Lo que distingue a esta segunda clase de iglesia es su compromiso de enfocarse en personas. Su meta primordial no es el correcto funcionamiento de sus programas, sino desatar el potencial de cada miembro para que desarrolle un ministerio de impacto dondequiera que se encuentre.
Con frecuencia las personas que participan en una congregación con mentalidad de fortaleza resultan frustradas. Las oportunidades para ministrar solo surgen dentro de los programas existentes: maestro de escuela dominical, líder de jóvenes, diácono, anciano o asistente de pastor. Son pocos los espacios para servir cuando la congregación es grande. La iglesia desatada, por el contrario, se enfoca en liberar los dones de la congregación a lo largo de la comunidad donde funciona la iglesia.
Perspectiva rural en la ciudad
La gran mayoría de iglesias funcionan con una perspectiva que fue desarrollada cuando las congregaciones atendían comunidades rurales o pequeños pueblos. Las estrategias de crecimiento y consolidación se desarrollaron hace más de cien años, cuando la sociedad era completamente diferente a la de estos tiempos. Hoy, gran parte de la población del mundo se ha mudado a las ciudades y estas se han convertido en gigantescas aglomeraciones con las más variadas culturas. Los moradores de estas grandes concentraciones urbanas viven a un ritmo enteramente diferente al de las personas de las zonas rurales. No obstante, los programas y la forma en que funcionan muchas congregaciones en las ciudades sigue siendo más apropiado para zonas rurales.
Algunos cambios de perspectiva son indispensables para ganar terreno en la ciudad:
Estatus quo versus cambio
En las zonas rurales todo sigue igual durante décadas. Los cambios que se producen son muy leves y lentos. La vida transcurre a un ritmo pausado, y las personas desarrollan, día tras día, las mismas actividades que sus padres y sus abuelos. Los cambios se ven con sospecha, porque hacen tambalear un estilo de vida que se considera sagrado.
En la ciudad, por el contrario, la innovación es un estilo de vida. La vida se desarrolla a un paso vertiginoso, pues la prioridad es lograr la eficiencia y el ahorro de tiempo. Para alcanzar esto se imponen cambios permanentes en la forma de trabajo, en los medios de transporte, en las estructuras de los edificios y en las culturas internas de las empresas. La persona que vive en la ciudad debe mostrar disposición de adaptarse a estos giros si no quiere quedar fuera del sistema.
Esta forma de vivir requiere de la iglesia mucha más flexibilidad de la que habitualmente posee. Debe saber adaptarse a los cambios introduciendo modificaciones en sus programas y en la forma en que busca atender las necesidades de las personas. Cuando insiste llevar a cabo sus actividades siempre de la misma manera, pierde su capacidad de impacto.
Uniformidad versus diversidad
En las zonas rurales la uniformidad es la característica que distingue a los pobladores. La mayoría se dedica a unas contadas profesiones u oficios. La gente acostumbra moverse con los mismos horarios y los mismos hábitos de trabajo. Hasta en la vestimenta todos guardan cierta homogeneidad. Las comunidades se caracterizan por mostrar una forma similar de encarar la vida.
En cambio, en la ciudad, la diversidad es la regla. En un mismo centro urbano pueden hallarse una gran variedad de etnias, abocadas a un sinfín de actividades diferentes. Los horarios de trabajo también son desiguales. Algunos trabajan de mañana, otros de tarde, y aún otros más durante la noche. La ciudad nunca descansa, pues siempre un segmento de la población queda en movimiento. En este entorno la uniformidad de la iglesia jamás suplirá las necesidades de la diversidad de la ciudad. La realidad de la ciudad precisa que la iglesia tome conciencia no solo de los diferentes grupos que conviven en ella, sino que también busque la forma de alcanzarlos dentro de los parámetros propios que ellos poseen.
Harmonía versus conflicto
En un entorno rural la harmonía es esencial. Las personas valoran a aquellos que son guardianes de los valores y las costumbres de la zona. Cuando llega un foráneo e intenta imponer cambios muy radicales acaba por ser rechazado, porque el desequilibrio que produce en la comunidad resulta inaceptable.
El entorno de la ciudad es enteramente diferente. En ella se encuentran una gran diversidad de culturas, las cuales muchas veces entran en conflicto entre sí. La cercanía con la que viven las personas y las multitudes con las que se cruzan, día a día, las exponen inevitablemente a las tensiones típicas del amontonamiento de seres humanos en espacios reducidos.
La iglesia de la ciudad debe aceptar que trabajará con una gran diversidad de personas y que ineludiblemente producirá algunas tensiones en la vida de la congregación. El objetivo de los líderes no será eliminar cualquier vestigio de conflictos, sino encontrar la forma de manejar con creatividad la manifestación de los mismos para que el Cuerpo avance en su crecimiento. Uno de los desafíos que la congregación enfrenta será aprender a relacionarse con y a amar a personas que son enteramente diferentes entre sí. Si la iglesia no consigue superar este obstáculo, la congregación terminará convirtiéndose en un espacio en el que son bienvenidos solo cierta clase de personas.
Pequeño versus grande
Cuando las personas de la ciudad visitan un pueblo rural, uno de los primeros detalles que les llama la atención es lo pequeño que es todo. Las tiendas son pequeñas, el pueblo es pequeño, las calles son cortas y las casas son más modestas. Las personas que viven en zonas rurales tienden a desconfiar de lo que es demasiado grande, pues sienten que perderán el control de aquello que posee dimensiones exageradas. Al contrario, en la ciudad, todo se orienta hacia lo grande. Los edificios son inmensos, las tiendas grandes, los centros comerciales, gigantescos. Si uno decide asistir a un evento deportivo, con toda probabilidad se encontrará con miles que optaron por lo mismo.
Cuando una iglesia en la ciudad sirve con una mentalidad pequeña, no logra sintonizar con la forma en que piensan la mayoría de los ciudadanos a los que intenta ministrar. Una iglesia grande es necesaria en la ciudad, porque la ciudad es grande. Al hablar de una iglesia grande, sin embargo, no me refiero a un edificio grande, sino a congregaciones grandes que sirven en una gran diversidad de ministerios fuera del edificio donde se reúnen.
Local versus móvil
En una zona rural las personas rara vez se ven obligadas a desplazarse muy lejos para ir a algún lado. La tienda queda a un par de cuadras. Se puede llegar a la escuela caminando. La abuela vive cerca. Asistir a las reuniones en la iglesia no requiere de un viaje de más de cinco minutos. Todo está al alcance de la población, porque el entorno en el que se mueven es modesto. La iglesia puede aprovechar esta realidad a la hora de planificar sus actividades.
En cambio, en la ciudad, la población es altamente móvil. La gente viaja cuarenta minutos o más de una hora para llegar al trabajo. Debe recorrer varios kilómetros para ir a visitar a parientes. Con frecuencia transitan extensas distancias para participar en las reuniones que la iglesia planifica. Cuando todas las actividades ocurren dentro del edificio de la misma iglesia, el impacto del ministerio irremediablemente será limitado. No es que la gente no quiera participar, pero se pasaría la vida viajando si estuvieran presentes en todas las actividades. Por esto, es vital que la iglesia urbana planifique muchas actividades dispersas por las casas, más a mano de las personas a las que pretende servir.
Conclusión
Las ciudades no son ni buenas ni malas. Sencillamente son diferentes. Para desarrollar en ellas un ministerio eficaz, resulta indispensable replantear el concepto de lo que significa ser iglesia. Muchas de las tradiciones y costumbres que la iglesia ha arrastrado por décadas llegan a ser inadecuadas por los vertiginosos cambios que se van produciendo en las grandes ciudades del mundo en este tiempo. El mensaje que la iglesia tiene para el ser humano sigue siendo necesario, ahora más que nunca. Pero, por eso, debe adaptar al entorno en que se encuentra los medios que utiliza para que las personas lleguen a escuchar las buenas nuevas de Cristo .
Preguntas para estudiar el texto en grupo
1. ¿Qué distingue a una iglesia desatada de una de fortaleza?, ¿cuáles son algunos de sus enfoques?
2. Observando estas características, ¿con cuál de estas iglesias identifica la suya?
3. ¿Cuáles son algunos cambios de perspectiva que deben darse para que su iglesia gane terreno en la ciudad?
Adaptado de The Church Unleashed, Regal Books, 1982. Todos los derechos reservados.