por Fernando Mora
La iglesia no debe pasar por alto las realidades de hoy y conformarse con una evangelización puramente proselitista, que no toma en cuenta las necesidades más urgentes y profundas de las personas.
Yo prefiero estar más cerca de la cruel necesidad, llorar con los que lloran, y ofrecerles la verdad, y aprender a ser cristiano, a la lumbre de mi hogar, y tener algún amigo que me ayude a recordar… (Marcos Vidal)
La iglesia enfrenta hoy una nueva dimensión de la evangelización, la evangelización urbana. Más de la mitad de la población mundial habita en ciudades que superan los cien mil habitantes, y varias ciudades del mundo ingresaron al nuevo milenio con poblaciones que superan los diez millones. México, San Pablo, y Buenos Aires se cuentan entre las diez ciudades más pobladas del mundo. ¡Y México crece a razón de más de mil quinientas personas por día!
La población urbana aumenta también por la migración del campo a la ciudad. Un siglo atrás, 90% de la población venezolana vivía en el campo; hoy la proporción es casi inversa.
Junto con la población, en las ciudades, se eleva en forma acelerada la pobreza, la violencia, la promiscuidad, el hacinamiento, las enfermedades y la inseguridad. Esta es la realidad cotidiana de las ciudades modernas, y frente ella sus habitantes se muestran desorientados y ansiosos.
El nuevo desafío para la iglesia
El nuevo reto para la iglesia es evangelizar a las grandes ciudades y sus suburbios; sin embargo, la evangelización masificada no responde de manera efectiva a los problemas de sus habitantes. Cuando las iglesias se centran en su propio crecimiento y grandeza, pasan por alto la despersonalización que acarrea ese enfoque y no atienden las necesidades profundas de la gente.
Algunas de las problemáticas que la evangelización urbana debe tomar en cuenta son:
Deshumanización: La pérdida de la condición humana en las grandes ciudades comienza por el aislamiento y anonimato. La soledad provoca sentimientos de precariedad, superficialidad y hostilidad en las relaciones.
Marginalidad: Las ciudades modernas son esencialmente pobres. Muchos habitantes carecen de trabajo, de vivienda apropiada, de asistencia social, de afecto; además carecen de objetivos, de convicciones y de vocación. Las enfermedades, la suciedad, la promiscuidad, la violencia y el desorden público son parte de la realidad habitual.
Tensión: Esta se produce por las contradicciones entre lo que la persona aparenta y lo que es; entre lo que quiere y lo que logra, entre lo que se esfuerza y lo que descansa. Además, los habitantes de la ciudad sufren tensión por la sobrecarga de información y por las múltiples opciones de estilos de vida. La superstición, las adicciones, el pánico y los suicidios son algunos de los síntomas que reflejan esta tensión.
Escapismo: La gente en las grandes urbes, por buscar la forma de olvidar la opresión en la que vive, se vuelca a la televisión, al cine, a las diversiones, al alcohol, a las drogas, a las relaciones ilícitas, al tabaquismo, etcétera. Las ciudades modernas las llenan personas que han emigrado de otras regiones: alejadas de sus grupos de influencia natural se sienten libres de experimentar nuevas vivencias, no importa cuán peligrosas sean estas. Los habitantes de las ciudades oyen muchas voces diferentes, y resultan vulnerables a los engaños masivos y a las falsas esperanzas depositadas en todo tipo de ídolos.
Pecado: Existe una estrecha relación entre el pecado y la ciudad. La maldad abunda en ellas, y se acumulan la injusticia y el abuso. El reino de Satanás ejerce una influencia poderosa en las ciudades. La mentira, la violencia, la promiscuidad, las relaciones ilícitas, los temores y la corrupción son estructuras destructivas presentes en las instituciones que conforman a la sociedad urbana, comenzando por las familias.
Los cristianos debemos recordar que nuestra ciudadanía está en los cielos (Fil 3.20) y que, en un sentido, aquí somos peregrinos. Pero también sabemos que Dios nos envía al mundo para que otros descubran la salvación. Cuando procuramos alcanzar a la ciudad con el evangelio, también buscamos la destrucción de los círculos de pobreza y miseria con los que el reino de Satanás ata a sus habitantes. Trabajamos por la bendición de las ciudades y sus pobladores; actuamos en forma opuesta a los deseos del «dios de este siglo», porque «por la bendición de los rectos la ciudad es engrandecida» (Pr 11.11).
¿De qué manera procura usted y su comunidad eclesiástica romper los círculos de pobreza y miseria que atan la ciudad?
El procedimiento para enfrentar la dramática situación en la que está sumido el mundo es la formación de verdaderas comunidades cristianas. Las iglesias deberán promover la intimidad entre sus integrantes y entre estos con el Señor; deberá mostrar una profunda preocupación de unos por otros y por quienes la rodean. Deben ser comunidades que practiquen la fidelidad y la sujeción entre los miembros y hacia todo el cuerpo de Cristo. Esta es la atmósfera que producirá la clase de discípulos de los cuales habló Jesús en Mateo 28.18–20, y que permitirá alcanzar a otros con el evangelio de una manera espontánea y natural.
El hogar como base de la evangelización
Las reuniones en las casas constituyeron un instrumento fundamental de la iglesia neotestamentaria: «Partiendo el pan en las casas comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo» (ver Hch 2.42–47).
Cuando los escritores del Nuevo Testamento hablan de familia, se refieren a ella desde el contexto del sistema social grecorromano, cuyos hogares se conformaban por una serie de lazos de sangre, laborales y geográficos. La familia (oikos) era el centro de la organización social, y llegó a ser un espacio de crecimiento y expansión de la nueva iglesia cristiana. Sin embargo, lentamente se fue trasladando el énfasis desde la vida diaria hacia lo ritual, y el lugar central de los hogares en la enseñanza y práctica bíblicas perdió fuerza. Con el tiempo, la iglesia llegó incluso a prohibir la lectura individual de las Escrituras, lo cual redujo mucho más la posibilidad de usar los hogares como centros de oración, instrucción y compañerismo.
Hemos vivido muchos cambios sociológicos en los últimos siglos; ya no podemos hablar de la familia en el mismo sentido y dimensión de la sociedad grecorromana. Las ciudades modernas están formadas por grandes cantidades de habitantes provenientes de otras regiones del país y aun de diferentes naciones. Muchas de estas personas no siguen arraigadas a un grupo familiar específico. Sus parientes han quedado lejos. Prácticamente no conocen a sus vecinos. Quienes trabajan desarrollan casi todas sus relaciones amistosas en el ámbito laboral, aunque mantienen siempre cierta distancia. Los niños crecen en familias donde ambos padres trabajan; los divorcios son frecuentes; los jóvenes ya no valoran la familia en el sentido tradicional, sino más bien por la calidad de las relaciones que pueden establecer. Las nuevas formas de trabajo, las crisis económicas, las migraciones y los cambios en los patrones y conceptos morales han marcado de manera profunda la familia. En las grandes ciudades, las personas marginadas han comenzado a asociarse y a encerrarse en un cascarón protector. Sucede, por ejemplo, con las redes de homosexuales y lesbianas.
La situación actual presenta grandes posibilidades para la expansión del reino de Dios, pero también muestra mayor apertura a la obra del reino de las tinieblas, lo cual puede llevar a muchas vidas a la perdición.
La iglesia no debe pasar por alto estas realidades y conformarse con una evangelización puramente proselitista, que no toma en cuenta las necesidades más urgentes y profundas de las personas. Podemos afirmar que los habitantes de estas ciudades son los huérfanos y las viudas de hoy, que necesitan de un Dios que los haga «habitar en familia» (Sal 68.6).
Las relaciones como estrategia de evangelización
Es en este contexto social donde cobra fuerza el concepto de células, grupos pequeños o grupos de apoyo, grupos familiares, racimos, grupos de afinidad, o cualquier otro nombre que les dé la iglesia o denominación que intenta aplicar esta estrategia.
Muchas congregaciones adoptaron las células con un sentido estrictamente utilitario, como un instrumento eficiente para el crecimiento numérico. Esta manera de pensar resultó trágica, porque se perdió de vista la razón fundamental de su aplicación en el mundo contemporáneo. El grupo celular es una forma apropiada de evangelización no tanto porque sea técnicamente eficiente, sino porque satisface una necesidad y un anhelo profundo de la sufriente sociedad actual, y por eso Dios bendice con el crecimiento numérico, espiritual, intelectual y social de la iglesia. Los autores John White y Ken Blue lo plantean así:
Los seres humanos actuamos en dos escenarios: en la intimidad de nuestra vida familiar, y en la vida pública y social. En el segundo sólo tenemos un pequeño papel, mientras que en el primero somos los actores principales. Sin embargo, ambos papeles son necesarios para nuestro crecimiento. En el primero reafirmamos nuestra necesidad de intimidad, mientras que en el segundo nos identificamos con algo grande y poderosos. En la vida cristiana necesitamos de la intimidad y del compromiso mutuo de un grupo pequeño, así como del compañerismo y la seguridad de la iglesia en conjunto.
¿Cuál es nuestra visión de la expansión del reino de Dios? Algunos cristianos siguen una visión sectorizada de la vida cristiana, en la que la iglesia y los demás ámbitos de la vida: familia, política, cultura, deporte y economía no se tocan. Otros piensan que la meta es formar «islas» cristianas en cada sector: «colegios cristianos», «partidos cristianos», «clubes cristianos». Cada una de estas perspectivas concibe su propia manera de llevar a cabo la evangelización. Nuestra visión es la de una penetración progresiva en la comunidad, como la levadura que va fermentando la masa. De esa manera, esperamos llevar el evangelio con naturalidad y espontaneidad a todos los rincones de la sociedad.
Estamos convencidos de que en los contextos urbanos la adecuada evangelización es relacional. Es decir, los cristianos evangelizan y sirven en sus respectivos mundos de relaciones: familiar, geográfico, recreativo, vocacional, de apoyo mutuo. En un marco tan variado, no se puede diseñar un solo tipo de célula o grupo pequeño. Cada congregación debe estar preparada para ver surgir una gran variedad de grupos, y para aceptarlos en su funcionamiento y estrategia. La tabla siguiente presenta los tipos de redes relacionales que deben ser activados en el ministerio de grupos celulares.
En cada red es preciso identificar las necesidades básicas, profundizar las relaciones, servir a las personas y compartir a Cristo con ellas. En las redes de ayuda mutua, compartir las maneras en las que Dios ha provisto la solución a los problemas, acompañar y ayudar en tiempo de crisis, y servir de comunidad terapéutica.
Existe una renovación espiritual en marcha dentro del cuerpo de Cristo y se va profundizando cada día. El Espíritu Santo estimula de manera continua al pueblo de Dios a revisar las estructuras de la iglesia para que consiga alcanzar a toda la humanidad con el mensaje del evangelio.
Se tomó de Manual para Iglesias que crecen, Editorial Certeza, 2005. Se usa con permiso. Todos los derechos reservados.