Terminar la carrera
por James Berkley
La forma en que ejercemos el ministerio determinará la distancia que logremos recorrer.
Muchos pastores llegan a la iglesia con capacitación, talentos y dones de sobra, ataviados de todo el entusiasmo del mundo. Al poco tiempo, sin embargo, se encuentran atascados en una trituradora ministerial. Los sueños dan lugar al derrotismo, a la desesperanza, a la fatiga y a las úlceras. Cuando contemplo a los que abandonan la carrera me pregunto: «¿Resulta inevitable terminar de esta manera?»
Un reconocido evangelista inglés convirtió en célebre esta frase: «Es mejor consumirse que oxidarse». Siento admiración por semejante osadía. Suena arrojado, comprometido e inspirador. No obstante, al pensar en los que han quedado tendidos al costado del camino ministerial, la gloria de su sacrificio no me convence. ¿Acaso no existe mejor alternativa para el ministerio que este final?
En Hechos 20.24 Pablo declara: «Pero en ninguna manera estimo mi vida como valiosa para mí mismo, a fin de poder terminar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús». Este es el modelo que me gustaría escoger para mi propia vida. No quiero consumirme, ni tampoco oxidarme. Aspiro a terminar la carrera.
Mi deseo es sobrevivir esta trituradora que llamamos ministerio. Anhelo que algo permanezca de mi persona luego de veinte o treinta años de servicio. No es que me falte entrega, pero no veo cuál es la gloria de una persona desgastada y quebrantada por el ministerio. Por esto, quisiera compartir con usted mi fórmula para sobrevivir productivamente para el Señor.
Llamado, no atrapado
En mi fórmula, el llamado celestial y los dones para cumplir la tarea se encuentran en primer lugar. Si Dios no me ha ubicado en este lugar, ni me ha dado las herramientas para sobrevivir, entonces no quiero estar aquí. Mi consejo a personas que aspiran al ministerio es este: «Si existe alguna otra profesión en la que puedas alcanzar la felicidad, búscala». Animo a esto, porque los primeros en caer son aquellos que no poseen un llamado. He visto a hombres y mujeres que, literalmente, quedaron atascados en el ministerio. No son productivos, ni felices. Perseveran bajo una intolerable carga, porque permanecen en el lugar equivocado.
Pablo animaba al joven Timoteo: «aviva el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos» (2Ti 1.6). Timoteo, aun siendo tímido, podía señalar un momento y un lugar en el que fue llamado y equipado para el ministerio. Recordar ese momento debe haber sido uno de los factores que ayudaron a este joven líder a sobrevivir en medio de los embates del servicio a Dios.
Bodeguero, no bodega
Hace varios años me encontraba con un amigo que luchaba con una situación que, a mi parecer, era insostenible. Era pastor de una importante congregación, padre de una pequeña criatura y su esposa padecía una enfermedad terminal. Le pregunté cómo hacía para luchar en tantos frentes a la misma vez. Con increíble paz me respondió este varón: «Yo considero que mi llamado es a ser un bodeguero, no una bodega. Cargo con cada dificultad que me llega solamente el tiempo necesario para acomodarlo en la bodega. Dios es la bodega. Yo apenas soy el acomoda las cargas». ¡Nunca he olvidado su sencilla explicación!
¡Cuán fácil resulta hundirse bajo el peso de las cargas que el pastor va recibiendo! Un miembro de la congregación pierde su trabajo. Un matrimonio se separa. Un alcohólico pide socorro. Lentamente se van amontonando las cargas. Los pastores que no sueltan estas cargas encontrarán, en algún momento, que se desploman bajo semejante peso. Y la gran ironía es que cuanto más efectivos sean, más cargas recibirán.
¡Cuántas veces he predicado sobre Mateo 11.28: «Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y yo los haré descansar»! No obstante, continuamente me siento tentado a cargar en soledad el peso del ministerio. Es indispensable, sin embargo, que el pastor recuerde que no es una bodega, sino alguien que acomoda las cargas dentro de la bodega.
La ley de Jetro
Pasar la posta a otros es el tercer elemento en mi fórmula para el ministerio. Considere la historia de Jetro, el suegro de Moisés (Ex 18). Este hombre sabio observa a Moisés mientras este trabaja y le pregunta: «Moisés» (disculpe mi paráfrasis), «¿por qué haces perder todo el día a estas personas mientras esperan que les ayudes con sus problemas?»
«Es que ellos vienen solos» —responde Moisés.
Luego Jetro le da un sabio consejo. «No está bien lo que haces. Tú y esta gente simplemente se están desgastando. Escoge hombres capaces, nómbralos jueces, y deja que ellos se ocupen de los casos más sencillos».
De las tareas que yo llevo a cabo pocas son las que otros no pueden realizar. Por cuatro años yo editaba el boletín de la iglesia. Cada artículo, cada nota, cada anuncio pasaba por mis manos. Luego encontré a una mujer en la congregación con experiencia editorial. Ella se encargó del proyecto y yo ya llevo una carga menos. ¿Por qué tardé tanto en ejecutar el cambio? Porque a todos nos gusta hacer el papel de Moisés, que nos vean como importantes, atareados e indispensables.
Según el apóstol Pablo en 2 Timoteo 2.2, debemos pasar a otros nuestras habilidades y experiencia, para que ellos también lleven a cabo nuestro trabajo. La ley de Jetro no solamente es una forma eficaz de trabajar, sino que es la correcta. Jesús trabajó de esa manera, eventualmente encargaba la obra a un grupo de amateurs, que acabaron cambiando el rumbo del mundo.
Descuido deliberado
Quizás usted haya practicado este ejercicio con sus líderes. Si no ha trabajado con él, se lo recomiendo. Reúnalos y pídales que elaboren una lista de las responsabilidad que en opinión de ellos son las que corresponden al pastor. Luego pida que asignen una cantidad de horas semanales para realizar cada una de estas responsabilidades. Tome su lista y sume las horas. Probablemente encontrará que usted cuenta con más horas de trabajo ¡que las que posee la semana! Aun cuando usted nunca duerma, coma o pase tiempo con su familia, igualmente no le alcanzarán las horas para efectuar todo lo que esperan de usted.
Con el tiempo me he dado cuenta de que algunas tareas nunca se cumplirán. Para sobrevivir con esta realidad, he cultivado la fina habilidad del «descuido deliberado». Quizás sea esta mi mejor técnica para sobrevivir. Aquellos que no la aprenden viven atormentados por la culpa o luchan con la fatiga crónica.
El apóstol se sintió en la necesidad de defenderse ante la iglesia de Corinto. Les escribió: «Pues Cristo no me envió a bautizar, sino a predicar el evangelio» (1Co 1.17). Este hombre sí entendía lo que es el descuido deliberado. Sabía cual era su misión —predicar— y no tenía intención de permitir a los corintios que modificaran sus prioridades. Mientras se dedicaba a predicar Pablo no encontró la necesidad de pedir disculpas por no bautizar, pues no era parte de su llamado.
No se trata aquí de ser descuidado, sino de identificar, por medio de la oración, el consejo y la meditación, cuál es la esencia de nuestra tarea pastoral. Una vez que hemos establecido claras prioridades para nuestro trabajo alcanzaremos a entender, como los apóstoles en Hechos 6, cuáles tareas no nos corresponden. Ellos no servían las mesas, porque su llamado era a la Palabra y la oración.
Sentido de humor santificado
El sentido de humor me permite seguir cuando otros quedan varados. En cierta ocasión ¡olvidé de que tenía que oficiar una ceremonia de casamiento! Mi peor pesadilla se había convertido en realidad. Me cambié a las apuradas y llegué quince minutos tarde a la iglesia. No se imagina el alivio que sentí cuando vi que la gente no estaba preocupada. Y qué agradecido estoy por el regalo que Dios me ha dado de aprender a reírme de mis propias metidas de pata.
Por cierto, usted habrá notado que yo aclaro que este sentido de humor debe ser santificado. No me causa gracia la amargura, el cinismo, o la humillación que a veces se intenta disfrazar de humor. La falta de sensibilidad en el humor muchas veces empeora la situación. El sano humor, sin embargo, puede traer alivio en una situación tensa o una sensación de culpa innecesaria.
Conclusión
El llamado a administrar bien mi vida es algo que recibí del mismo Señor. No pretendo ser mezquino en su uso, ni tampoco derrocharla, pero sí quiero usarla con sabiduría. Aquellos que consumen todo su capital en poco tiempo no recogerán ningún fruto en la cosecha a largo plazo. Los genuinos mártires son preciosos, pero los necios derrochones no darán grandes aportes al Reino.
No deseo terminar mis días como una chatarra ministerial. Deseo que mis dones y mi servicio traigan, a lo largo de muchos años, mucha gloria para Dios. Lejos de consumirme u oxidarme, mi anhelo es concluir exitosamente la carrera.
Preguntas para estudiar el texto en grupo:
1. ¿En que consiste la fórmula del autor para sobrevivir productivamente para el Señor en medio de las presiones del ministerio?
2. ¿Qué elemento añadiría usted a la fórmula del autor?, ¿por qué?
3. El autor ha creado una estrategia y desarrollado una habilidad para no caer en la fatiga crónica y la culpabilidad, ¿cuál podría ser la suya? Coméntela con el grupo.
Se adaptó de When it´s time to move. Christianity Today 1985. Todos los derechos reservados. Se usa con permiso.