El confesionario
por Christopher Shaw
Una innovación interesante de un concepto gastado.
La reacción de los reformadores a los abusos de la Iglesia llevó a que se descartaran elementos de la fe que ya no cumplían ninguna función en la tarea de edificar al pueblo de Dios. Entre ellos, quedó descartado el impersonal y, muchas veces, inefectivo confesionario.
Como suele ocurrir en cualquier reforma, corremos peligro de desechar lo bueno junto con lo malo. En el afán de distanciarnos de ese mueble donde se confesaban los deslices morales, perdimos de vista que la práctica nació de una exhortación de la Palabra: «La oración de fe restaurará al enfermo, y el Señor lo levantará. Si ha cometido pecados le serán perdonados. Por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados» (Stg 5.15–16).
Hace poco me topé con un artículo que describía cómo un grupo de cristianos montaron, en una universidad, un confesionario. Echando mano de una idea sorprendentemente creativa le dieron un conveniente giro al asunto. Un cartel, fuera del habitáculo, extendía una curiosa invitación: «Pase, y escuche nuestra confesión». Resulta que los que permanecían dentro del confesionario asumieron la responsabilidad de pedir perdón, en nombre de la Iglesia, por la multitud de pecados y abusos que esta institución ha perpetuado contra la sociedad.
Muchos, intrigados por la invitación, comenzaron a pasar al confesionario (que en este caso consistía en una especie de carpa). La actitud de humildad y remordimiento por la participación de la Iglesia en las sangrientas cruzadas, la inquisición, el comercio de esclavos, el enriquecimiento ilícito, el abuso de niños, la indiferencia y el egoísmo de gran parte del pueblo de Dios a los males de la sociedad, llamó tanto la atención que una buena cantidad de personas se convirtieron a Cristo durante esos días.
Me gusta la creatividad de los protagonistas de este proyecto. Sin lugar a duda han descolocado por lo inesperado de su propuesta. La sociedad no está acostumbrada a una Iglesia que pide perdón por sus errores. Más bien espera de la Iglesia la condenación que ha sido, en ocasiones, su más triste aporte al mundo.
En el ejemplo de este osado grupo de personas encontramos algo más parecido al espíritu con que debemos trabajar. La Palabra claramente indica que no debemos nunca perder de vista nuestra propia fragilidad humana. En Gálatas el apóstol Pablo exhorta: « Hermanos, aun si alguien es sorprendido en alguna falta, ustedes que son espirituales, restáurenlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado» (6.1).
Jesús mismo encarnó de tal manera el mensaje de amor que, sin avalar un estilo de vida pecaminoso en los demás, logró impactar sus vidas de manera inusual. Cuando nos vestimos de humildad, de misericordia y de compasión nuestros actos llaman la atención, porque la auto-crítica escasea notablemente en nuestra cultura.
¿Será que existen otros caminos que, quizás en apariencia gastados, podríamos emplearlos para extender el Reino? Lo que ocupamos es una óptica diferente, y él único que puede proveernos esa visión es el Señor.
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