Esperanza en tiempo de crisis (Segunda Parte)
por Dale O. Wolery
La vergüenza y el temor han dejado a muchos pastores y congregaciones en riesgo de crisis.
En el primer artículo, el autor respondió a la siguiente pegunta al explicar el «paradigma del pedestal» ¿Cómo se desarrollan las crisis pastorales y los traumas en una congregación? Es importante reconocer que la vida de cualquier individuo, familia o comunidad en la iglesia, de manera constante, se debate entre la vergüenza y el temor, entre la gracia y el amor. Cuanto más arraigada esté nuestra vida (como individuos, pastores, familias o congregaciones) al temor y a la vergüenza, mayor será el riesgo de que entremos en crisis. Y cuanto más se arraigue nuestra vida al amor y a la gracia de Dios, que nunca nos falla, aún mucho más crecerá la probabilidad de que nuestros problemas y fracasos sanen antes de convertirse en una crisis.
En este segundo artículo, exploraremos las tres características que faltan del «paradigma del pedestal.
Perfeccionismo
El perfeccionismo es otra dinámica de las congregaciones y de los pastores que están atrapados en el «paradigma del pedestal». La vergüenza es el motor que conduce el perfeccionismo y que logra que sea insoportablemente doloroso reconocer los fracasos, los errores y las fallas. La vergüenza de la imperfección es intensamente dolorosa porque nos conecta de manera directa con nuestro sentido de maldad general, falta de santidad y naturaleza pecaminosa. La más mínima imperfección se convierte en una señal de un problema mucho mayor. Lo que es peor, cualquier imperfección es como un secreto oculto que no puede ser revelado. En vez de enfocarnos en la gracia, nos esforzamos por mantener un escenario que «agrade a Dios». Nos repetimos a nosotros mismos que Dios «espera» que seamos perfectos. De no ser así, no somos bienvenidos. Pensamos que nuestras congregaciones son mejor que las demás porque nuestro concepto basado en la vergüenza no nos permite vernos de otra manera que no sea la perfección. Este tipo de vergüenza nos lleva inevitablemente al «paradigma del pedestal». Obtener ayuda para bajarnos del pedestal sería asumir una deficiencia. Y eso es algo que los pastores y las congregaciones de este paradigma no se pueden dar el lujo de mostrar.
Un pastor atrapado por este paradigma, casi siempre ha interiorizado los ideales de su congregación. Una congregación que idealiza a su pastor, por ejemplo, al asumir que está más allá de las tentaciones comunes que enfrenta la gente común, puede pensar que está honrando al siervo de Dios. Pero el precio por pagar por esta ingenuidad puede ser muy alto. Si un pastor interioriza los ideales de su congregación lo llevará directamente a una vergüenza mayor y a defender el perfeccionismo. Por ejemplo, el temor y la vergüenza en el interior del pastor pueden afirmarle: «nunca serás lo suficientemente bueno como para ser amado y valorado». Si este pastor puede llevar delante de Dios el temor y la vergüenza, comenzará a entender que siempre será amado y valorado por Dios sin condición alguna. Pero cuando tratamos de cubrir el temor y la vergüenza con el perfeccionismo, la herida será cada vez más profunda hasta generar la crisis.
Bajo estas circunstancias, el vino embriagador de la aprobación idealista se convierte en una potente droga. Nos sentimos bien cuando nos reconocen como buenas personas, como ejemplos, y como líderes honorables. Nos sentimos muy bien. A partir de la experiencia personal, sabemos que los pastores que se basan en la vergüenza harán lo imposible para recibir esas frases que elevan su autoestima. «Trabajaremos duro, intentaremos ganar lo que recibimos, trataremos de ser realmente buenos». En pocas palabras, «intentaremos probar que todo lo positivo que obtengamos, realmente lo merecemos. Y haremos lo que sea para ser tan buenos, tan ejemplares, tan perfectos…» Creo que se entiende el concepto. «Intentaremos ser Dios. Intentaremos ser tan buenos como Dios». En algún punto, nos olvidaremos de que somos criaturas que necesitamos de Dios.
El instinto detrás de la perfección no es nuevo. Recordemos, la advertencia del apóstol Juan en su primera carta, que si decimos que no tenemos pecado, la verdad no está en nosotros. El engaño del perfeccionismo no se nos presenta como un producto final, es un proceso lento de seducción. Lo que realmente necesitamos es dejar de intentar ser lo suficientemente buenos, competentes o sabios. Debemos dejar de lado todas esas ilusiones, aunque nuestro propio concepto haya confiado en ellas en el pasado. En su lugar, tanto los pastores como las congregaciones necesitamos muchas dosis de gracia. Necesitamos suficiente gracia para que podamos tolerar nuestras imperfecciones, nuestros fracasos, nuestro carácter defectuoso. Sabemos que de esto trata la Buena Nueva. Jesús no vino a buscar a las personas realmente buenas, honorables, competentes, autosuficientes y religiosas. Esa no era la Buena Nueva.
Trabajar arduamente para demostrar que no necesitamos de un sanador no es el propósito del evangelio. Jesús vino a buscar a los pecadores que no tenían ni una sola oportunidad de ser exitosos y perfectos. El ministerio en el Reino de Dios lo construye la gente quebrantada, es para gente quebrantada, y está conformado por gente quebrantada favorecida por la gracia de Dios.
Estar en lo cierto
Algunas congregaciones, sin querer, se ven atraídas por el «paradigma del pedestal» por la necesidad de estar en lo cierto. Aquello que pensamos que es importante, estar en lo cierto, puede variar de congregación a congregación. Podemos enfocarnos en la doctrina, en la interpretación de la Escritura, en el enfoque de vida, en el énfasis, en la adoración, en la enseñanza de la Biblia o en las actitudes que tomemos frente a aquellos que están equivocados. La disfunción del enfoque «nosotros» y «ellos» nos recuerda la actitud de los líderes religiosos de la época de Jesús.
Jesús reservó sus confrontaciones más fuertes para aquellos líderes religiosos que estaban convencidos de que tenían las respuestas correctas a todas las preguntas correctas. Esta necesidad de estar en lo cierto, muchas veces se basa en el temor de que Dios castigue a aquellos «que están equivocados». ¿Quién no temería a un Dios que está listo para castigar a todos aquellos que cometen errores? A partir de ese temor viene toda clase de disfunción.
Por más de una década uno de nosotros sirvió en el grupo de una iglesia que se sentía muy orgullosa de su distinguida historia y promovía su posición entre las grandes iglesias que enseñaban la Biblia en América. Más allá de que la historia de esta iglesia estaba marcada por conflictos y renuncias del equipo de trabajo y de los pastores, por gran amargura, por falta de conducta por parte del equipo de trabajo y de los pastores, por juegos de poder y falta de confianza, asumíamos orgullosamente que estábamos en lo cierto por nuestra trayectoria de enseñanza de la Biblia. Podíamos dejar de lado nuestros comportamientos autodestructivos porque nuestra enseñanza era legendaria. Los pastores ancianos de esta congregación muchas veces interrumpían conversaciones personales y reuniones de equipo con esta expresión: «Sé que estoy en lo cierto». Su «estar en lo cierto» era una cualidad con la que la congregación y el equipo asumía, disfrutaba y animaba que debían estar en lo cierto tanto como él lo hacía. A la larga, todos los esfuerzos invertidos en «estar en lo cierto» no lograban tapar el temor y la vergüenza.
Cuando un pecado sexual obligó a renunciar a un pastor anciano, esta necesidad de estar en lo cierto convirtió en imposible que la congregación saliera de ese pedestal y los llevara a buscar la ayuda que necesitaban. La iglesia estaba tan comprometida con el pedestal como el pastor errante. No recibieron consejo de los de afuera, que podían discernir la disfunción del sistema de la iglesia, porque no eran bíblicos, no eran lo suficientemente correctos. La devastación del «paradigma del pedestal» continuó marcando la historia de esa iglesia mucho después de que se fuera aquel pastor. La iglesia asumió que contratar al pastor «correcto» sería la solución. Su enfoque en el fracaso moral del pastor anterior produjo que evitaran realizar una autoevaluación de la congregación y creó falsos filtros en su nueva búsqueda de la persona que los pastorearía.
El mensaje es claro: las congregaciones que viven bajo el «paradigma del pedestal» necesitan una reconstrucción comprensiva y sistemática, no solamente un reemplazo de personal.
El antídoto para esa necesidad de estar en lo correcto no es complicado; solo se trata de humildad. No es una cualidad fácil de desarrollar. Muchas veces se logra como resultado de fracasos de algún tipo u otro. Pero la humildad es un elemento esencial en la restauración. Por supuesto que la humildad no significa humillarse: «soy un gusano». O autodenigrarse como muchas veces podemos asociar de manera inapropiada con esta virtud. En realidad, la humildad es la capacidad de tolerar la verdad acerca de nosotros mismos, tanto lo bueno como lo malo. Es la habilidad de ser quienes realmente somos: seres humanos profundamente equivocados y a la vez amados. La manera de salirse del pedestal de «estar en lo cierto» es a través de la humildad espiritual. La humildad espiritual nos lleva a transitar el camino que nos llevará al verdadero crecimiento espiritual.
Aislamiento
El aislamiento es otra característica de los pastores y de las congregaciones que están atrapados en el «paradigma del pedestal». El aislamiento que viven los pastores puede ser tal que terminan aceptando su soledad como una parte esencial del ministerio. En vez de ver el aislamiento como un problema destructivo, lo ven como algo deseable e inevitable. Muchos pastores aprendieron en el seminario que es peligroso cultivar amistades dentro de la congregación porque se pueden prestar a confundirse por favoritismos. Con el pasar del tiempo, los miembros de la congregación aprenden que está bien que sus pastores se encuentren aislados. La gran mayoría de los miembros de las congregaciones, no se imaginan como mejores amigos del ministro. Como resultado, los ministros suelen padecer una grave carencia de amistades.
Como ocurre con cada uno de nosotros, las raíces más profundas del aislamiento que sufren los pastores se encuentran en sus familias de origen. Cada pastor puede tener un pasado con la misma exposición a traumas y abusos que enfrenta cualquier otro niño. Si la niñez de un pastor produjo que tienda a aislarse en las relaciones cercanas, su iglesia se convertirá fácilmente en una extensión de su disfunción familiar. Si no busca ayuda, se relacionará en su iglesia de la misma forma que en su hogar. Las relaciones serán superficiales, evitará confrontaciones honestas y escapará de relaciones profundas. Su necesidad, diseñada por Dios, de establecer relaciones íntimas le resulta desconocida y entonces crea un intenso dolor emocional progresivo.
Una extensión lógica del aislamiento son los secretos. Aislado de relaciones significativas en la iglesia, desconectado de amigos y distante de su esposa, el pastor se encuentra con muchos espacios secretos en los cuales fallará. ¿Quién pasa más tiempo en soledad detrás de puertas cerradas que un clérigo?
El aislamiento también produce que le resulte extremadamente difícil pedir ayuda. El pastor solitario asume que «nadie lo entiende» o cree que nadie es confiable para confesar ciertas cosas. Por el contrario, concluye con dolor: «Si supieran lo que estoy metido, no me amarían».
Este ciclo descendente y progresivo muy rara vez culmina sin enfrentar una crisis. La combinación de vergüenza y aislamiento ha llevado a muchos pastores a sumirse en adicciones letales. El camino exacto de las lágrimas de este pastor es difícil de predecir. Se puede automedicar con sustancias adictivas o comportamientos que no son aceptados socialmente (alcohol, drogas, apuestas, sexo). Por otro lado, puede canalizar sus instintos adictivos a la adicción ministerial; la ambición de crear una megaiglesia, encontrar progresivamente en los logros y reconocimientos el bálsamo para sanar sus heridas. Otros pueden simplemente distraerse con deportes, televisión, comida y otros procesos «socialmente aceptables» que alteran el humor.
El antídoto para el aislamiento no es otro que la comunidad. La Biblia es muy clara con respecto a esto. Desde siempre Dios ha establecido que su pueblo viva en comunidad, y no en aislamiento. No es bueno que estemos solos. Dios nunca planeó que su pueblo funcionara como personas individuales. El uso bíblico de la metáfora del «cuerpo» cuando habla de la familia de Dios, nos lo demuestra. Si debemos librarnos de la esclavitud de la vergüenza y del temor necesitaremos hacer de nuestra comunidad, un lugar seguro en el que el amor y la gracia de Dios logren prosperar.
Busque en el número marzo-abril de Apuntes Pastorales el primer artículo de esta serie, en él se expuso la primera de las cuatro características clave del «paradigma del pedestal»: «Aparentar».
Preguntas para estudiar el texto en grupo
1. ¿Cuál es la relación entre la vergüenza y el perfeccionismo?
2. ¿Cuál es la mayor carencia que se manifiesta al dejarse guiar por la vergüenza?
3. ¿Qué empuja a pastores e iglesias a buscar la necesidad de estar en los cierto? ¿Cuáles son los riesgos que corren con esta necesidad? ¿Cuál es el antídoto contra ella? Explique.
4. ¿Cómo define el autor la humildad? ¿Cómo puede cultivarse en la vida del pastor y de la iglesia?
5. ¿En qué consiste el aislamiento y cómo se puede salir de él?
Se tomó de Clergy Recovery Network: Where Ministry Professionals Find Grace and Hope. Todos los derechos reservados. Se usa con permiso del autor.