¡Homosexuales en la iglesia!
por John Burke
La respuesta de la comunidad de fe a un tema polémico revelará el concepto de amor que abrazan sus integrantes.
Les aseguro que […] las prostitutas van delante
de ustedes hacia el reino de Dios.
Jesús, Mateo 21.31
Una de las preguntas más frecuentes con las que me aborda la gente que no asiste a la iglesia es: «¿Qué piensas de los homosexuales?». Todo tipo de persona quiere una respuesta al respecto, no solo las personas que son homosexuales o con un amigo cercano que lo sea. ¿Por qué razón esta inquietud por lo que piensa la iglesia se ha convertido en una cuestión decisiva en nuestra cultura? Tal vez porque la falta de misericordia —por no decir, de descarado odio— que nuestra sociedad percibe por parte de la comunidad cristiana hacia los homosexuales. Entonces, ¿cómo debería responder a esta pregunta la iglesia emergente?
Antes de intentarlo, permítame admitir que yo no quería escribir este artículo. Al luchar contra la razón que me frenaba, me di cuenta de que es porque yo no tengo todas las respuestas, y nuestra iglesia no ha descifrado el código para ministrar a la comunidad homosexual.
Sentí una tensión sobre este tema que no me gustó, y si esta hubiera sido solo hacia mí, hubiera elegido no vivir la tensión. Decidí sobre algo más en lo personal. Pero estoy convencido de que esa no es la tarea que Dios me llama a cumplir; las Escrituras me empujan, si es que las tomo en serio, a vivir en tensión. Existe una tensión en las Escrituras que afirma que todas y cada una de las personas son importantes para Dios, poseen la esperanza de la gracia y perdón de Dios, la adopción eterna en la familia de Dios, y debería tratarlos con amor, como mis prójimos; y eso incluye a los homosexuales. Del otro lado de la moneda encontramos que las Escrituras indican que las relaciones íntimas homosexuales son algo incorrecto.1 Entonces, ¿cuáles son las preguntas y las respuestas que crean esta tensión y cómo debería responder la iglesia?
En este primer artículo abordaremos la pregunta: ¿La iglesia debería abrir sus puertas a los homosexuales?
De hecho, la verdadera pregunta no es si se debe dejar entrar a los homosexuales a la iglesia: ya están en medio de nosotros. La pregunta legítima es si les dejamos hablar acerca de esto, de modo que puedan hallar esperanza y apoyo para crecer espiritualmente, permitiendo que Dios cumpla su voluntad en ellos.
Durante un servicio de fin de semana, Teodoro leyó la carta de un homosexual encubierto entre nosotros. Antes de que te anticipes a sacar conclusiones acerca de esta persona, me gustaría contarte qué es lo más importante para él. Pasó una buena parte de su vida tratando de cambiar su orientación sexual. Ha amado a Jesús y ha buscado seguirlo con todo su corazón desde temprana edad. Él cree que las relaciones íntimas homosexuales son algo incorrecto y, durante años, rogó a Dios que cambiara su orientación sexual. Luego de exponerse a burlas, y a que lo llamaran «marica», decidió ocultar su lucha en lo exterior. Pero el dolor de su secreto y la culpabilidad de sus pensamientos lo desgarraban por dentro.
Por fin, una noche, desesperado por tanta soledad en que vivía, sintiendo odio por sí mismo y llevando una vida secreta en una universidad cristiana, buscó la manera de cortar su vida. Un amigo lo halló en una tina llena de sangre. Físicamente sobrevivió, pero el trauma emocional permaneció. Esto fue lo que escribió a Gateway2:
Querida iglesia:
Debo contarles mi secreto. Soy homosexual. Realmente siento no haberles confesado esto antes, pero temía la forma en la que reaccionarían. He visto antes lo que ocurre. He sido objeto de discusiones entre personas a las que consideré amigas cercanas. Debido a esto, perdí a algunos de esos amigos. Unos lloraron al escuchar la noticia, me abrazaron y han sido una fuente de apoyo y de amor incondicional. Otros lloraron y se alejaron, sin saber qué decirme, o al menos no en mi cara. Solo dos palabras… «soy homosexual», y, repentinamente, las personas que he conocido durante años —con los que hablé casi a diario, que reían y lloraban conmigo, y quienes eran objeto de mi apoyo y yo del suyo en los tiempos difíciles— me dieron la espalda. Así que aprendí a adaptarme. Abracé la filosofía del ejército: «No preguntes, no digas». ¿Podrían perdonar mi falta de autenticidad?
He estado con Gateway desde el principio, sentado a su lado, compartiendo sus alimentos y sus anécdotas. Me he reído con ustedes (normalmente muchísimo). La mayor parte del tiempo me he sentido en paz por permanecer callado… A pesar de que algunos de ustedes (normalmente hombres, pero no siempre) hacían bromas acerca de los homosexuales, sin darse cuenta de que había uno sentado a su lado. Con tal de estar cerca de otros creyentes en Cristo, tuve que soportar y escuchar a personas realmente tontas, que doblaban la muñeca y ceceaban a la perfección. Estas personas creen, al igual que yo, que Dios es el creador del universo y que su Hijo es la salvación de la humanidad, que la Biblia es su Palabra y su mensaje para las personas de todos los tiempos… y por encima de todo eso, que debemos amar a Dios y, de igual forma, amar a su pueblo… A TODO SU PUEBLO.
Quizá sea importante señalar que no disfruto ser homosexual. No visto mi sexualidad como un distintivo de honor en forma de «arco iris»… simplemente es parte de mí, una faceta de mi vida, aunque ciertamente no es la suma ni el total de mi ser. Tampoco estoy «dentro del armario» —¡una expresión que detesto!—. Las personas con las que trabajo saben que soy homosexual (al igual que mis amigos más cercanos), pero la mayoría de ellos no van a la iglesia. Al mundo no le importa qué etiqueta te coloques encima, siempre y cuando esté de moda. Entonces, ¿cuál es el problema? El temor. Donde hay temor, no habita el amor. Parece que no puedo hacer conexión con la gente en Gateway, o, en todo caso, en la mayoría de las iglesias. He estado en los grupos pequeños y la gente ahí se condujo genial, pero luego comenzaban a utilizar palabras como honestidad, apertura, rendición de cuentas y confianza. Yo sabía que no podría cumplir mi parte del trato.
¿Cómo puedo confiar en que me ames? ¿En que ames todo lo que soy? ¿Puedes ver por encima de eso y verme como Dios lo hace? ¿Cómo te ve a ti? En ocasiones, cuando realmente me siento débil, me pregunto si no sería mejor dejar la iglesia y buscar mi camino en el mundo. Pero la verdad es que necesito a Dios en mi vida, y sé que yo no sería nada sin él […] Pero en ocasiones es muy difícil y el mundo es un lugar muy solitario… es por eso que nos necesitamos los unos a los otros, para apoyarnos y sostenernos. Haré lo que tenga que hacer, con o sin ti, para seguir adelante. Dios simplemente no parece querer dejarme solo (y lo amo todavía más por ello, aunque a veces quiero gritar y patear). Pero estoy cansado de ocultarme… de tener temor de tu rechazo… del rechazo de las personas que supuestamente son los embajadores del amor y la gracia de Dios. Jesús vino a buscar a los perdidos, los pecadores y al tipo de personas que la mayoría de los «ciudadanos honrados» preferirían evitar y cruzarían la calle para no pasar a su lado. Soy un pecador… lo que haga (o no haga, pero pienso mucho en eso) para ganarme ese sobrenombre no debería ser más importante que el hecho de que, a pesar de ello… necesito a Jesús y es solo a través de él que yo puedo tener vida.
Rafael
Lo que me parece más asombroso es que Rafael sea célibe. De hecho, debido a su amor a Dios y a su compromiso por vivir las palabras de Dios, no es sexualmente activo en lo absoluto, ¡y jamás lo ha sido! En términos de un héroe de la fe, que sigue voluntariamente a Jesús a pesar del costo, conozco pocas personas comprometidas de este modo con Cristo, lo cual va a costa de su aceptación en todas las áreas. Lo he observado crecer como seguidor de Jesucristo, servir con humildad en la iglesia con sus dones y, a pesar de ello, él no se siente seguro en la comunidad de Cristo. ¿Qué es lo que él está haciendo mal? ¿Qué es lo que nosotros estamos haciendo mal?
La iglesia en Corinto abrió sus puertas a personas como Rafael. «¡No se dejen engañar!», dice Pablo. «Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas, ni los pervertidos sexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios» (1Co 6.9–11 – nvi).
Revisa la lista… no solo los pervertidos sexuales, sino también los avaros y los alcohólicos, los heterosexuales inmorales y los contadores corporativos «creativos» de nuestros días integran la lista. ¿Y esto qué significa? Solo lo que afirma: «Todos necesitamos ser lavados, santificados y justificados» para experimentar la vida del reino de Dios, y no podemos hacer esto por nosotros mismos. En el griego original, la construcción pasiva —«han sido lavados… han sido santificados… han sido justificados — indica que esta transformación la lleva a cabo el Espíritu de nuestro Dios.
Entonces, ¿quiénes somos nosotros para negar a los «Rafaeles» del mundo un lugar en la mesa familiar si Dios puede limpiarlos tal como lo ha hecho con el materialista que combate, el heterosexual que lucha, o conmigo? ¿Y qué pasa si la atracción sexual de Rafael no cambia? ¿Puede aún ser bienvenido como alguien que lucha? Eso hace que surja otra pregunta: ¿Ser homosexual es pecado? Trabajaremos en ella en el próximo artículo.
Busque el segundo artículos de esta serie en el próximo número de Apuntes Pastorales.
1 Aunque no profundizaré en las diversas interpretaciones de estos pasajes, los siguientes son relevantes para su estudio: Génesis 1.27–28; 2.18–24; 19.4–9; Levítico 18.22; 20.13; Romanos 1.26–27; 1 Corintios 6.9–10, 1 Timoteo 1.9–10.
2 Una iglesia emergente que ha creado en su seno la cultura de aceptar a las personas «tal como son».
Se tomó de No se admiten personas perfectas, Editorial VIDA, 2005, pp. 217–224. Se usa con permiso.