Las declaraciones inaugurales de la nueva comunidad (Primera Parte)
por Gilbert Bilezikian
La iglesia representa la culminación del propósito creador y redentor de Dios: una comunidad de personas que son sensibles a él y responsables la una para con la otra.
Los cambios decisivos en la historia de la redención se presentaron con declaraciones inaugurales. El llamado a Abraham se dio en el contexto de una declaración divina sobre la redención del mundo (Gn 12.1–3). El éxodo de Egipto y la organización del pueblo del antiguo pacto se iniciaron con la revelación de Dios de sí mismo como el gran «Yo soy» (Ex 3.6–22). La conquista de la tierra prometida irrumpió con la promesa resonante del respaldo permanente de Dios (Jos 1.2–9). El ministerio profético del antiguo pacto fue dominado por la comisión de Dios a Isaías (6.3–13). El Magníficat profético de María saludaba la encarnación (Lv 1.46–55). Y el ministerio de Jesús comenzó con el manifiesto real conocido como el Sermón del Monte (Mt 5–7).
La iglesia de Jesucristo celebra su cumpleaños en dos ocasiones. La primera es colectiva y abarca a todos los cristianos de todos los tiempos. Es el día de Pentecostés. La segunda es individual y tiene que ver con cada persona en el momento en que pasa a formar parte del cuerpo de Cristo mediante la confesión de fe y el bautismo. Cada vez que a un creyente se lo inicia formalmente en la iglesia mediante el bautismo, el cuerpo de Cristo celebra un nuevo nacimiento en el reino de Dios. Como es de esperarse, el Nuevo Testamento relata declaraciones inaugurales fundamentales que se formularon para cada una de estas dos ocasiones.
En el momento en que la iglesia recibe al Espíritu Santo (Pentecostés) y recibe a creyentes en la iglesia (bautismo), se articulan declaraciones constitucionales sobre la naturaleza de las relaciones dentro de la iglesia, con lo que define así la naturaleza distintiva de la nueva comunidad como un cuerpo en el que prevalecen la igualdad y la unidad. En Cristo Jesús a aquellos que permanecían alejados Dios los ha acercado. Él es su paz, habiendo derribado los muros de hostilidad que los separaba, creando en su persona un ser nuevo en vez de dos y construyendo así la paz. Han sido reconciliados en un solo cuerpo, y así le da fin a la hostilidad (Ef 2.13–16). Esas dos afirmaciones inaugurales celebran la nueva vida en ese cuerpo que es uno, la recuperación del ideal de mutualidad en igualdad.
Debido a su carácter programático, ambas afirmaciones contienen aplicaciones directas al tema de las relaciones entre hombres y mujeres en la nueva comunidad. Las examinaremos por separado, Pentecostés, en este primer artículo y el bautismo en un segundo artículo.
Pentecostés: Hechos 2.15–21
Con el fin de asegurarse de que los discípulos interpretaran correctamente que su experiencia del Espíritu Santo en Pentecostés era una extensión de Su encarnación, el Cristo resucitado les había dado una simple enseñanza como anticipo. Cuando les encargó que fueran y ejercieran el ministerio del perdón, sopló sobre ellos y declaró: «Reciban el Espíritu Santo» (Jn 20.21–23). Esta continuidad evidente entre el ministerio de Jesús y la presencia del Espíritu Santo en medio de ellos ayudó a los discípulos a aplicar en la vida de la comunidad eclesiástica las enseñanzas que él les había confiado. Como veremos más adelante, esto se dio en la forma en que los discípulos encararon el uso de la autoridad y el acceso equitativo de creyentes a la participación en la vida y el ministerio de la iglesia.
En el relato de Pentecostés se enfatiza de manera significativa el poder unificador del Espíritu Santo. Hombres y mujeres, «que eran unas ciento veinte personas» (Hch 1.14–15), estaban todos «reunidos juntos» (redundancia deliberada en el texto griego, Hch 2.1). El sonido del huracán los envolvió a todos, y todos recibieron individualmente el Espíritu Santo en la forma de una lengua viva de fuego. Todos quedaron llenos del Espíritu y comenzaron a hablar una decena de lenguas extranjeras. El significado de esta capacitación no era solo que el Espíritu estaba dándoles nuevos poderes para proclamar el evangelio en todo el mundo, sino que también y, más importante, estaba unificando nuevamente a la raza humana en un solo cuerpo. La dispersión y el fraccionamiento étnico y lingüístico que había ocurrido en la torre de Babel (Gn 11.8–9) se revirtieron mediante el ministerio de Cristo. Las divisiones y las fragmentaciones que habían resultado de la caída finalmente fueron vencidas en la nueva comunidad. El Edén renacía.
Versículo 16. Pedro da una explicación adecuada de la conducta ruidosa de los creyentes. No están borrachos. Están celebrando el cumplimiento esperado por tanto tiempo de la excepcional profecía del Antiguo Testamento con relación al Espíritu Santo (Jl 2.28–32). Pedro exclama: «¡Aquí está!».
Versículos 17–18. El profeta Joel había anticipado una nueva era en la que la presencia de Dios llegaría a estar a disposición de todos en la intimidad de la vida de cada creyente. Pedro define esta época como «los últimos días». La venida del Espíritu Santo inaugura el comienzo del período de los «últimos días». Las palabras de Joel citadas en esta ocasión llevan el peso tanto de una explicación por la ocasión tan alegre como de un programa para la iglesia recién nacida. Al apropiarse de ellas, Pedro les da el sentido de un discurso inaugural.
«Derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad». Durante el período del antiguo pacto, el Espíritu Santo se había extendido de manera ocasional y esporádica a individuos selectos para que cumplieran tareas específicas (profetas, reyes, artesanos, etc.). Pero en la nueva era, el Espíritu se hará él mismo disponible abundantemente («derramaré») y universalmente («sobre toda la humanidad»). «Toda la humanidad» —personas de todas las razas y trasfondos étnicos, judíos y gentiles— se beneficiará de la presencia interior del Espíritu Santo.
Enseñanza: En la iglesia las diferencias raciales pierden importancia.
«Los hijos e hijas de ustedes hablarán de mi parte [profetizarán]». Ya que el Espíritu se derramará sobre «toda la humanidad», tanto hombres como mujeres lo recibirán. Pero la noticia impactante es que los unos y las otras accederán al ministerio profético. En el tiempo del antiguo pacto, aunque había profetisas, su número era muy limitado en comparación al de sus pares masculinos. El cambio que se producirá en la era del Espíritu es que hombres y mujeres recibirán el llamado profético sin discriminación alguna. Las disparidades entre hombres y mujeres se anularán a tal punto que todos modelarán el impacto vigoroso del Espíritu Santo como lo simboliza el ministerio profético. Ya que el don de la profecía se ejercita por sanción divina, representa la actividad divina en la vida humana y autentifica a la persona a quien Dios está usando como su portavoz. En la era del Espíritu los niveles de ministerio más elevados se han abierto a los creyentes sin tomar en cuenta su sexo.
Enseñanza: En la iglesia las diferencias sexuales no tienen importancia.
«Los jóvenes tendrán visiones, y los viejos tendrán sueños.» En la nueva comunidad se eliminarán las distinciones de grado que se basan en la edad y cualquiera, sea joven o viejo, Dios lo usará como canal para proveer dirección divina. Las visiones de un hombre joven tendrán tanta validez como los sueños de un abuelo venerable. El Espíritu Santo cerrará la brecha generacional.
Enseñanza: En la iglesia las diferencias de grado no tienen importancia.
«También sobre mis siervos y siervos derramaré mi Espíritu en aquellos días, y hablarán de mi parte.» Los siervos que ocupaban las posiciones más bajas en la escala social serán promovidos a las posiciones más altas en la nueva era. No solo recibirán la plenitud del Espíritu al igual que sus superiores en la carne sino que en la nueva comunidad también tendrán acceso a las mismas funciones. Profetizarán de la misma manera que los hijos y las hijas de sus dueños. Los hombres siervos serán así honrados y también lo será la única categoría de seres humanos inferior a ellos, las humildes sirvientas en la posición más baja de la escala social.
Enseñanza: En la iglesia las diferencias de clase no tienen importancia.
La apropiación de Pedro a la afirmación profética de Joel como declaración inaugural de la iglesia tiene consecuencias decisivas. Une a la iglesia naciente con las expectativas del antiguo pacto al mostrar que la iglesia es el resultado anunciado de la preparación descrita en «la ley y los profetas». Así, los sucesos que acontecieron en la comunidad de Pentecostés reciben una garantía histórica de la promesa que Dios había hecho a la antigua comunidad. Con la inauguración de la iglesia el plan de Dios para todas las edades ha alcanzado su cumplimiento.
La elección que hace Pedro de este pasaje también sirve para mostrar que la nueva comunidad produce algo radicalmente nuevo. El derramamiento del Espíritu Santo ejerce un impacto ennoblecedor sobre cada individuo que lo recibe. Casualidades de nacimiento, suerte y posición se superan por el poder exaltador del Espíritu Santo. Los miembros de la nueva comunidad se encuentran ahora ligados unos a otros en una relación de mutualidad en igualdad efectuada por el poder del mismo Espíritu. Como resultado, las antiguas distinciones de raza, sexo, grado y clase social palidecen hasta ser insignificantes. Lo que cobra importancia es la identidad compartida y el ministerio compartido de los creyentes del nuevo pacto.
Debido al gran alcance de sus consecuencias, debemos permitir que la reafirmación que hace Pedro de la profecía de Joel gobierne nuestra comprensión de las relaciones dentro de la iglesia. Por ser un documento constitucional clave de la iglesia, debemos permitir que esta declaración adopte un papel determinante en la definición de relaciones y ministerios en la nueva comunidad.1 Como veremos en la próxima sección, «El bautismo», la práctica de la iglesia apostólica se conformaba a las expectativas presentadas en el discurso inaugural de la iglesia. Hoy en día, ¿se caracterizan nuestras iglesias por esta misma obediencia a los mandamientos de Dios?
Busque la segunda sección de «Las declaraciones inaugurales de la nueva comunidad», «El bautismo: Gálatas 6.26–29» en el número de julio-agosto de Apuntes Pastorales.
Se tomó de El lugar de la mujer en la iglesia y la familia, lo que la Biblia dice, 1985, segunda edición, Nueva Creación. Se publica con permiso del autor.
Preguntas para estudiar el texto en grupo
1. ¿En que consiste la importancia de las declaraciones inaugurales en la historia de la redención?
2. Según el autor, ¿cuáles son las dos declaraciones inaugurales de la nueva comunidad, la Iglesia?
3. Siguiendo usted su propio examen de Hechos 2.15–21, ¿qué aplicaciones directas contiene esta declaración sobre el tema de las relaciones entre hombres y mujeres en la nueva comunidad? Explique.
4. ¿Cuáles son las cuatro enseñanzas de la declaración inaugural de Pentecostés?
5. ¿Qué movió a Pedro a elegir ese pasaje de Joel para formular la declaración inaugural en Pentecosté?
1 Aunque no es el procedimiento que se sigue en este estudio, se puede concebir que, debido a la posición dominante de este texto en la economía de la redención, debe considerárselo un parámetro hermenéutico para la interpretación de otros textos del Nuevo Testamento que hablan de las relaciones entre hombres y mujeres, para que las evidencias de desviaciones posteriores de las normas fijadas en Hechos 2.17-18 se entiendan como acomodaciones temporarias a situaciones adversas.
El autor, nacido y criado en Francia, se doctoró en estudios bíblicos por la Universidad de Boston, por siete años se integró a un programa de posdoctorado en la Sorbona de París bajo la mentoría del profesor Oscar Cullmann. Es autor de varios libros e innumerables artículos. Fue líder fundador de Willow Creek Community Church, una iglesia cerca de Chicago. Está casado con María. Tienen cuatro hijos adultos y dos nietos.