Abraham, adorador de Dios
por Esteban Donato
La adoración es mucho más que las actividades que realizamos juntos en nuestras reuniones semanales
IntroducciónCuando solemos comentar si nos gustó o no una reunión revelamos cuánto desconocemos sobre lo que es la adoración. Pocos cristianos parecen entender lo que es adorar. Asistimos a reuniones, pero no adoramos. Cantamos canciones, pero no adoramos. Escuchamos mensajes, pero no adoramos. Todas estas actividades podemos usarlas en la adoración, pero no constituyen la adoración en sí misma. Esto quiere decir que pudimos haber participado en todas estas actividades sin haber, en ningún momento, adorado al Señor. Muchas veces confundimos los medios de la adoración con la adoración misma. La pregunta que deberíamos plantearnos, luego de cada encuentro, es si a Dios le agradó lo que le ofrecimos.El contextoLa palabra adoración se menciona por primera vez en la Biblia en el texto de hoy. Abraham esperó noventa y nueve años para engendrar a este hijo. Imaginamos que la llegada de Isaac fue una de las alegrías más profundas que experimentó. No obstante, unos años más tarde, ocurrió algo absolutamente impensado: el Señor le pidió al anciano patriarca que le ofreciera a su hijo en holocausto. A pesar de la confusión que puede haber experimentado, Abraham se dispuso a obedecer el pedido de Dios. Caminó tres días hasta el lugar que el Señor había designado. Allí dejó a los criados que le habían acompañado, ordenándoles: «Quédense aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y volveremos a ustedes» (v. 5). Observemos, entonces, los ingredientes presentes en este intenso acto de adoración.Desarrollo
Este incidente en la vida del patriarca comienza con la revelación de Dios; el Señor mismo habla con él. La verdadera adoración siempre encuentra sus orígenes en la revelación de Dios. No se basa en mis gustos o disgustos, ni tampoco en mis preferencias o prioridades. El libro en el que, con más claridad, observamos este principio es Salmos. En él, cada declaración acerca de la grandeza o intervención de Dios siempre se ve acompañada de exhortaciones a responder a esta revelación.¿Por qué resulta tan importante que la adoración encuentre sus raíces en la verdad? La adoración termina afectando lo que somos, pues nos volvemos parecidos a aquello que adoramos. Cuando dirigimos nuestra adoración hacia un objeto que no es Dios, aquello termina cautivando nuestro corazón y desviando nuestra vida de la fe a la que se nos ha llamado.
La revelación que recibió Abraham le resultó muy dura. Sin embargo, el patriarca inmediatamente se dispuso a alistar los preparativos necesarios para obedecer. Junto a sus criados, cortó la leña, ensilló el asno, tomó a su hijo y partió por el camino señalado.Al igual que Abraham, la verdadera adoración requiere de una preparación previa. Cuando los jugadores de futbol se preparan para entrar a la cancha, pasan por un tiempo de preparación en la que mental y físicamente se disponen para enfrentar el desafío que tienen por delante. La falta de preparación puede resultar en lesiones físicas o en una dura derrota en el ánimo. Para los creyentes nos resulta mucho más fácil prepararnos para una reunión que para la adoración. Nos vestimos apropiadamente, tomamos nuestras Biblias y estamos listos para la reunión. Pero la adoración requiere de una preparación interna, una atención al estado de nuestros corazones y nuestras mentes, de manera que evitemos ejecutar los movimientos físicos de la adoración sin que los acompañe el espíritu.
En cierto momento del viaje Abraham dejó atrás a sus criados. Es muy probable que hubieran intervenido para evitar lo que había decidido cumplir con su hijo, y Abraham no estaba dispuesto a permitir que ningún estorbo le impidiera adorar a Dios.Nosotros también necesitamos separarnos de todo aquello que nos distrae del llamado a entrar en la presencia de Dios. No me refiero aquí a asuntos de pecado, sino a asuntos que pertenecen a la vida normal y cotidiana, tales como la familia, el trabajo, las finanzas y los compromisos. Son factores que sencillamente no deberíamos eliminar de nuestra vida, pero sí estamos urgidos a tomar los pasos importantes para que no atrapen nuestra mente a la hora de conectarnos con Dios. Incluso, debemos asegurarnos de que los músicos, el predicador, la gente de la congregación o los niños tampoco se vuelvan fuente de distracción. El desafío es mantener los ojos fijos en el Señor, separándonos de todo lo que está ocurriendo alrededor de nosotros.
Abraham dedicó su hijo al Señor. No es como si tuviera doce hijos. Isaac era su único hijo, el que Dios le había prometido casi treinta años antes de que naciera. Isaac era su único heredero. No obstante, Abraham había entregado a Dios su posesión completa, incluyendo su propia vida. Se sintió capaz de levantar el cuchillo contra su propio hijo porque él ya había muerto a los intereses de este mundo. La verdadera adoración siempre conlleva un costo. Requiere de la disposición de entregar a Dios lo mejor de nuestras posesiones. Muchas veces, sin embargo, le entregamos al Señor lo que tenemos a mano. Repetimos la letra de una canción, pero nuestro corazón no participa. Damos una ofrenda de dinero, pero es el fruto de haber escogido el primer billete que vimos en la billetera. Agachamos la cabeza para orar, pero nuestras frases carecen de significado porque ya las hemos repetido demasiadas veces. Para adorar verdaderamente al Señor resulta impresindible un sacrificio. Es precisamente por esto que la Palabra usa la intrigante frase «sacrificio de alabanza». El costo de la adoración que Cristo ofreció al Padre fue tan inmenso que perdió su propia vida.
Abraham nombró al lugar de su sacrificio Jehová Jiré (el Señor proveerá). Con este nombre proclamaba la naturaleza de su relación con Dios. Declaraba lo que el Señor es y hace. En esta combinación encontramos los dos elementos de una verdadera entrega. La alabanza se basa en proclamar lo que Dios ha hecho, mientras que la adoración gira en torno a lo que el Señor es. La verdadera adoración debe contener también la oportunidad de proclamar las grandezas de las obras que Dios ha cumplido a favor de los suyos. Recordar cómo, vez tras vez, ha intervenido en nuestra vida para salvarnos de situaciones, que bien podrían habernos conducido hacia la ruina, despierta en nosotros un espíritu de gratitud.Conclusión¿Cómo podremos saber que verdaderamente hemos adorado a nuestro Dios? El Señor restituyó a Isaac a Abraham. Del mismo modo, la adoración restaura en nosotros lo que el enemigo ha dañado o estropeado. La adoración también trae confirmación de bendición, pues Abraham recibió aprobación por su adoración. En la vida del adorador, la adoración siempre repercute en bendición. De esta manera, la adoración engrandece la vida de quienes la practican, a la vez que alegra el corazón de Dios.Publicado en Apuntes Pastorales Vol. XXIX-6, edición de julio-agosto de 2012.