¿Qué es la verdadera adoración?
por Joseph Carroll
Las escenas celestiales contienen valiosa información acerca de la más sagrada vocación del ser humano.
¿En qué consiste la adoración? El vocablo en nuestro idioma moderno significa reverenciar con mucho honor o respeto a un ser; reconocer o atribuir valor a una persona. Adorar a Jesucristo es atribuirle valor a él.
Los veinticuatro ancianos
Puesto que, sobre todos los libros, el Apocalipsis es la clave de adoración a Jesucristo, vamos a considerar ahora Apocalipsis 4.10–11.
Los veinticuatro ancianos se postran delante de Aquél que está sentado en el trono, y adoran a Aquél que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: «Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas.» [nblh]
He aquí la verdadera adoración, y su orden es significativo. Lo primero que observamos en el versículo 10 es que todos se postran: «Los veinticuatro ancianos se postran delante de Aquél que está sentado en el trono». Esto es lo primero y siempre viene en primer término. La postración nos habla de sumisión hacia aquel a quien se adora.
Es imperioso observar que primeramente tiene lugar la sumisión y en segundo término echar las coronas delante del trono. En los tiempos en que Juan escribió el Apocalipsis, cuando las legiones romanas vencían a un rey, lo conducían a Roma para que se postrara a los pies del emperador, o bien lo ubicaban delante de una gran imagen del César. Ahí lo obligaban a postrarse delante de ella y a echar su corona a sus pies. Este era un acto de sumisión total, de abdicación ante el emperador. De modo que Juan, en capítulo 4, nos revela las dos primeras condiciones básicas de la adoración. La primera es la postración, la sumisión total a aquel a quien se adora. La segunda es echar la corona a los pies del adorado.
¿Cuál es el propósito de la corona? Atrae la atención hacia quien la porta; lo enaltece. El adorador sincero de Cristo, al echar su corona a los pies del Señor, declara: «Yo deseo que solo tú seas exaltado, que solo tú seas glorificado». El segundo motivo, pues, es el deseo de vivir para la gloria de Cristo y solo la de él.
La primera condición esencial para la adoración sincera es la sumisión total. La segunda es que solo Cristo sea glorificado. Debemos cumplir con estas dos condiciones sometiéndonos por completo, sin reserva, a Jesucristo como Señor.
En 4.11 encontramos a los adoradores atribuyendo valor a aquel que está sobre el trono, manifestándoles que él es digno. Esta es la adoración: la atribución de valor a Aquel a quien se adora.
Señor, digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder; porque Tú creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas.
¿Qué han hecho ellos? Han renunciado y echado sus coronas delante del trono, despojándose de su gloria y declarando: «tú eres digno de recibir la gloria, y solo tú». La honra y el poder vienen a continuación. Estos son los tres tesoros que los hombres procuran: ser glorificados, exaltados y honrados. Por lo tanto, al adorar a Jesucristo debemos despojarnos de toda aspiración de gloria, de honor y de poder, pues él y solo él es digno de ellas.
Entrega absoluta
En toda la Biblia, Apocalipsis 5 es uno de los grandes capítulos —si no el más grande— sobre la adoración. De nuevo observemos el orden, esta vez en el versículo 8. En primer lugar ellos se postran.
Cuando tomó el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos.
En el versículo 9, nuevamente le adjudican valor a Jesucristo. Esto es la adoración.
Y cantaban un cántico nuevo, diciendo: «Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque Tú fuiste inmolado, y con Tu sangre compraste (redimiste) para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación.
Es evidente, pues, que no podemos adorar a menos que entreguemos por completo nuestro corazón.
Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios. Apocalipsis 7.11
Impedimentos para la oración
¡Adorar no es fácil, pero es glorioso! Yo he descubierto, en todos estos años, que la adoración es aquello a lo cual el enemigo se opone más que a ninguna otra causa, más aún que a la intercesión y a las peticiones. Lo que más le desagrada es que alguien adore a Jesucristo.
Desarrollar los sentidos espirituales
La adoración no es fácil porque la recompensa es enorme. Cuando hemos aprendido a entregarnos a la adoración de nuestro Señor Jesucristo, él está más cerca y es más real que nuestro mejor amigo o nuestro ser más querido. La recompensa, en efecto, es formidable, pero el hecho más sorprendente es que son tan pocos los que lo adoran. Por lo tanto, los sentidos espirituales no advierten su presencia.
Sabemos que nuestro cuerpo posee sentidos, pero el espíritu también, pues, solo a través de los sentidos de nuestro espíritu, tomamos conciencia de la presencia de Cristo. «Dios es un espíritu» que solo puede ser adorado por lo espiritual que haya en nosotros, por nuestro espíritu. Esto resulta difícil para muchos de nosotros, porque no podemos verlo con nuestros ojos físicos ni tocarlo con nuestras manos físicas, pero lo logramos verlo y tocarlo con los sentidos de nuestro espíritu.
Fijar la voluntad
No se trata de afirmar: «Veo que esta es una gran verdad y yo deseo ser un verdadero adorador». No, puesto que no somos lo que deseamos ser, sino aquello que nuestra voluntad se propone que seamos. Por lo tanto, debes tomar la resolución de transformarte en un adorador de Cristo. Nunca llegarás a ser un adorador de Cristo si no media un acto resuelto de tu propia voluntad.
Cuando comiences a adorar, puede ser que le atribuyas valor a él y luego termines pensando: «No sé. Yo puse todo de mi parte, pero nada sucedió». Persevera.
Cierta vez, un cristiano valeroso, quedó atrapado en el incendio de un hotel y sufrió graves quemaduras, incluso llegando a punto de morir. Al recuperar el conocimiento y descubrir que había quedado ciego, de lo único por lo que se lamentaba era de que ya no podría leer la Biblia, de modo que solicitó que se le enseñara el sistema Braille. Cuando le examinaron las yemas de los dedos, que estaban con cicatrices por las quemaduras, se descubrió que habían perdido toda la sensibilidad. Se le revisaron los dedos del pie, los labios, y finalmente la lengua; ¡y por medio de su lengua consiguió leer la Biblia entera tres veces! Los sentidos logran agudizarse mediante el uso.
Mantener las prioridades
Los pasajes sobre la tentación de nuestro Señor en el desierto nos presentan el intento sutil del enemigo de someter a nuestro Señor bajo su control:
Otra vez el diablo lo llevó a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y e dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras.»
Observen que Satanás utiliza el orden adecuado. Ofrece: «Yo te daré todos los reinos y la gloria de ellos. Todo lo que deseo es que tú te postres y me adores. Esto es todo lo que yo deseo».
¡Muy hábil!, puesto que se sirve a aquel a quien se adora. ¿Qué provecho obtengo si poseo todos los reinos del mundo y su gloria, si Satanás es mi dueño? El Señor hubiera podido recibir todos aquellos reinos, pero Satanás lo hubiera tenido a él. Resulta sencillo: la persona que recibe nuestra adoración tendrá el control sobre nosotros. Hasta los hombres del mundo saben esto. ¿No ha oído alguna vez estas palabras: «ella adora a su marido», «él adora a su esposa» o «ellos adoran a sus hijos»? Tales personas indican que viven para aquel a quien adoran. Somos los servidores de aquel a quien adoramos, no hará falta de que nos motiven ni obliguen.
Notemos la importancia de la manifestación reveladora de nuestro Señor: «Adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él servirás». Nos presenta el orden de importancia adecuado: adorar primero, luego servir. La adoración siempre precede al servicio.
Luego observamos: «A Él solo servirás».
Usted podría comentar: «Pero yo sirvo a mi iglesia». No es así. Primeramente sirve al Señor en su iglesia. Tal vez estará disconforme con ciertas situaciones que ocurren en su iglesia; sin embargo, no por eso estará en desacuerdo con el Señor. Él lo ha ubicado allí para servirle a él.
Contemplarle a él
Cuanto más adoramos al Señor amándolo, sirviéndole y expresándole ese amor en el servicio a los demás, como sus esclavos voluntarios, más desearemos adorarlo y servirle.
En 2 Corintios 3.17 y 18, encontramos una de las claves para servir con eficiencia:
Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad. Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu.
El deseo del Espíritu Santo es que contemplemos a Jesús, a fin de que seamos elevados con él para adorarlo. ¿Qué sucede mientras lo adoramos? El Espíritu de Dios nos transforma a la semejanza de aquel a quien adoramos.
Una médica cristiana sobresaliente, que vive en el Japón, observó a un misionero en quien Cristo habitaba de manera innegable, y ese encuentro fue el inicio de su sed por conocer a Cristo.
El relato bíblico dice que el año en que el rey Uzías murió, Isaías vio al Señor sentado sobre un trono alto y sublime. También vio serafines adorando al Señor. Cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban para cumplir la voluntad de aquel a quien adoraban. Me pregunto: ¿por qué no usaban las seis alas para volar? Si los cristianos de hoy en día recibieran seis alas, ¿cómo las usarían? ¡Volar tan rápido como pudieran! Pero, ¿a dónde? Por eso, cuatro son las que se deben utilizar para adorar y solo dos para servir.
Adorar a aquel que estaba en el trono preparaba a los serafines para servir y obedecer con prontitud. El orden es siempre el mismo: primero adorar y luego servir.
Preguntas para estudiar el texto en grupo
1. ¿Cuál es el orden significativo de la verdadera adoración, según Apocalipsis 4.10–11?
2. ¿Cuáles son las dos condiciones para la adoración sincera? Explique cada una.
3. Explique por qué, en opinión del autor, la adoración no resulta fácil.
¿Cuál es la causa por la que los sentidos espirituales de la mayoría de las personas no advierten la presencia del Señor? Entonces, ¿qué posibilita la sensibilidad de los sentidos espirituales? ¿Cómo llograría agudizar los suyos?
Se tomó y adaptó de Cómo adorar a Cristo Jesús, Libros DCI. Todos los derechos reservados por Desarrollo Cristiano Internacional.