Huir del estancamiento

por Bob Moeller

Cuando una iglesia languidece, las causas no siempre están a la vista

 En la antigüedad, los marineros le temían al estancamiento. Podían llegar a morir de sed o de hambre si quedaban estancados durante mucho tiempo en una latitud equivocada, sin un suspiro de viento. A las iglesias les ocurre lo mismo si quedan estancadas sin ningún espíritu de motivación.

 

Una vez conversaba con un hermano de una iglesia que no abrigaba ninguna esperanza de que la iglesia siguiera adelante: «Ya no quedan personas que quieran congregarse aquí» —me explicaba.

 

Me resultó muy extraño su comentario porque la iglesia estaba ubicada en una de las zonas más pobladas de una gran ciudad. Lo que en realidad manifestaba era: «El motivo por el cual las personas venían a congregarse aquí ya no existe, por eso ya nadie asiste». En ese sentido estaba en lo cierto. El problema no tenía que ver con una cantidad insuficiente de personas sino con la incapacidad de conectar el propósito de la iglesia con las personas.

 

La iglesia que cierta vez marchó a todo vapor con un claro y definido sentido de misión, la iglesia que casi sin esfuerzo contagiaba a sus miembros la vida espiritual, esa misma iglesia hoy busca y lucha por una razón para existir. Pero, ¿cómo llega a ocurrir algo semejante?

 

Atrapados por el cambio cultural

 

Algunas iglesias se encuentran abatidas porque han dejado de ocuparse de las necesidades de los miembros de la comunidad.

 

Cierta vez escuché que un hermano de la iglesia bien intencionado sugirió que las luces de la iglesia debían permanecer encendidas los domingos por la noche cuando no había ningún servicio, para ser testigos frente a la comunidad. Aparte del problema ético de crear falsas apariencias, me costó entender el valor evangelístico de su testimonio luminoso.

 

Sin embargo, en mi propia congregación, recibí una llamada telefónica de un vecino molesto para protestar porque en la iglesia carecíamos de conciencia social, porque derrochábamos energía al dejar encendidas las luces de las oficinas durante toda la noche. Me sorprendió el contraste de actitudes con un tema menor como la iluminación del edificio.

 

Lo que movilizaba a las personas en los años cuarentas o cincuentas, e incluso en los setentas ha perdido relevancia en la segunda década del siglo xxi. ¿Recuerda las cafeterías? Se fueron por el mismo camino que los pantalones de campana y los hippies.

 

Mientras que el evangelio nunca cambia, las actitudes culturales que modifican la forma en que se presenta su mensaje sí cambian. Nuestro desafío es buscar de manera constante nuevas formas de presentarle el evangelio a la generación actual, un desafío que muchas veces le inyecta vida nueva a una congregación.

 

Una manera de lograrlo es desarrollar una perspectiva «de afuera hacia adentro», para observar los programas, las facilidades y al personal de la iglesia como lo haría alguien de afuera. Siempre asoma la tentación de evaluar las necesidades de nuestra comunidad con una perspectiva «de adentro hacia fuera», lo cual resulta muy arriesgado para la salud y la vitalidad de la iglesia. Un enfoque de afuera hacia adentro nos ayuda a evitar que perdamos contacto con las necesidades de la sociedad actual.

 

Si los líderes de la iglesia no se dedican al mundo, que cambia de manera constante, lo que una vez fue una iglesia vital se convertirá, en la próxima generación, en el equivalente a una sociedad religiosa histórica. Conseguiremos preservar el pasado, en vez de construir el futuro.

 

Un conflicto sin resolver, un pecado sin tratar

 

El capitán del Titanic se negó a creer que el barco enfrentaba problemas hasta que el agua había inundado la sala de correo. Justo para ese momento ya resultaba indiscutible que el casco reforzado se había perforado, y que el barco que «no podía hundirse» en verdad se hundiría. A los barcos que podrían haber llegado antes de que el gran trasatlántico se hundiera los convocaron cuando ya era demasiado tarde.

 

Muchas veces «ha entrado agua en la sala de correo» de la iglesia durante algún tiempo, pero nadie quiso reconocer su significado. Quizás una disputa familiar en la congregación se gestó durante varios meses, pero el pastor no siente que su posición sea suficientemente segura como para involucrarse. La asistencia, las donaciones, y las tendencias de los visitantes han sido desatendidas durante muchos años, pero nadie quiere admitir que la iglesia encara sufrimiento. O talvez se ha mantenido en secreto una relación amorosa ilícita entre un hombre y una mujer del ministerio de alabanza, pero nadie quiere encargarse de la situación potencialmente explosiva.

 

Cada vez más, líderes de iglesias que no están dispuestos a enfrentar las conductas morales, éticas o financieras engañosas de sus ovejas pagan un precio muy alto: la inevitable pérdida de energía y motivación.

 

La corrección de esta práctica, claro, consiste en una confrontación sabia y valiente del pecado y del conflicto. Es maravilloso cuando el renuevo sacude a la iglesia y pareciera que los desagradables problemas de pecados o conflictos se resolvieran de una manera totalmente sobrenatural. Pero esta suele ser más la excepción que la regla. Frente a pecados o conflictos sin resolver, la mayoría de las veces, alguien debe encargarse de la difícil y poco gratificante tarea de confrontar antes de que la situación salte a la luz.

 

Pero las instrucciones acerca de la disciplina y la confrontación en la iglesia aparecen en las mismas epístolas del Nuevo Testamento que nos llaman a mostrar amor y tolerancia. Lo cierto es que solo el amor severo resolverá algunas situaciones que lentamente van marcando la vida de las iglesias durante años o incluso décadas.

 

Un esfuerzo sin recompensa

 

Un amigo de mi infancia pintó la cerca del patio de su casa durante un caluroso verano. Por su esfuerzo sus padres le pagaron diez centavos. A veces, esto también ocurre en la iglesia. Las personas de distintos ministerios dan constantemente, año tras año, y reciben casi ningún reconocimiento por su tarea. La estadística de agotamiento en este tipo de escenarios es demasiado alta.

 

Esto se observa, en particular, en escenarios con un estilo de liderazgo empresarial. Se presenta un nuevo ministerio, y enseguida la atención se centra en ese ministerio. Así quedan a la deriva los encargados de lograr que el programa funcione. La emoción del programa se desvanece y se convierte en una rutina aburrida y un esfuerzo semanal.

 

Mientras que el ministerio podría resultar productivo, el sentido de su significado se esfuma porque los líderes se han involucrado en el esfuerzo por alcanzar nuevas metas. Como resultado obtenemos obreros diligentes que tienen la impresión de que su entrega de tiempo y energía ha perdido importancia.

 

Estoy consciente de que nuestra recompensa la recibiremos del cielo, y de que nuestros obreros deberían buscar los elogios de parte de Dios y no de los hombres. Pero expresar aprecio por un trabajo bien acabado también es una virtud cristiana.

 

Cuando olvidamos elogiar todo esfuerzo, terminamos pasando por alto a los voluntarios como si fueran latitas de gaseosa en una residencia estudiantil. Con una actitud tan inclinada a lo desechable, muchas veces la motivación y la participación también las descartamos.

 

Pero así como es importante reconocer y apreciar el esfuerzo de las personas, la estrategia que llega a ser aún más valiosa es ayudarlas a descubrir que su esfuerzo marca la diferencia donde cumplen sus tareas.

 

No existe nada más desalentador que sentir que nuestro trabajo no vale la pena. Uno de los castigos más crueles que recibían los prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial era la tarea de cavar hoyos cada día y luego llenarlos con la misma tierra al terminar el día. Esa táctica psicológicamente devastadora les costó a muchos su sano juicio y voluntad de vivir.

 

Tristemente, muchas personas en la iglesia también llegan a la misma conclusión de que su tarea es insignificante. Pierden la voluntad de intentarlo porque perdieron la esperanza de marcar la diferencia.

 

La huella de años de ira, frustración, y dolor puede sanarse si animamos a las personas por su contribución a la vida de la iglesia. Es difícil sentir que no existen objetivos cuando vemos obrar a Dios en las tareas que llevamos a cabo.

 

Una cura que no podemos controlar

 

Quizás ninguna de estas situaciones cause un abatimiento particular en la iglesia. Incluso cuando no conseguimos identificar la causa, podemos levantarnos de un espíritu desanimado de varias maneras. Algunas incluso lo sorprenderán.

 

Una crisis en la iglesia. Ya sea una crisis inminente o presente es capaz de impulsar a los miembros a trabajar como un grupo de creyentes comprometidos e interesados.

 

La realidad, sin embargo, es que a veces las circunstancias difíciles y adversas consiguen desviar la atención de las personas. Las circunstancias adversas poseen el potencial de convertirse en la oportunidad para que las personas examinen su corazón y se comprometan de nuevo a servir a Cristo en la iglesia.

 

Resulta obvio que no está en nosostros controlar este tipo de crisis, pero bien podemos permanecer en estado de alerta a la manera en la que afectan a la iglesia.

 

Del mismo modo, existe un antídoto infalible contra el abatimiento en la congregación: una experiencia espiritual profunda en los líderes centrales.

 

Es posible restaurar y sanar a las iglesias sin ninguna advertencia cuando el Espíritu Santo elige actuar de una manera poderosa. Aunque no podemos depender de ella porque esta no es la norma, tampoco nos conviene descartarla. En una pequeña iglesia rural aprendí cuán grande es Dios y cuán pequeño soy yo.

 

Lo que nosotros podemos hacer

 

Hemos mencionado varias estrategias que podemos llevar a cabo para devolverle la vida a una congregación que va a la deriva: reconectar el ministerio de la iglesia con las necesidades de la comunidad, dirigirnos con valentía y amor a los conflictos y pecados que no se han abordado, dedicar tiempo para reconocer el esfuerzo de los miembros de la iglesia y ayudarlos a ver que su trabajo marca una diferencia en la vida de los demás.

 

Pero lo más importante que debemos hacer es mantenernos en constante oración.

 

Los estudiantes describen a los compañeros que exhiben hábitos de estudio más allá de lo que deben con esta etiqueta: «Black and Deckers». La expresión se refiere a la marca de herramientas de acero inoxidable que se destaca por su durabilidad y fortaleza.

 

Las iglesias despertaron luego de dormir durante años; aquellos que califican como «Black and Deckers» tuvieron el poder de influir contra la apatía y la ineficiencia. Oraron sin cesar por todo ese tiempo. Este tipo de intercesión difiere de la breve invocación que balbuceamos al comienzo de la reunión del directorio o antes de aceptar una oferta. Este tipo de oración se extiende a través de los años y, a veces, durante décadas; y no con poca frecuencia, se elevan bien temprano a la mañana o a última hora de la noche.

 

Es muy posible que el resultado se alcance a ver en los años posteriores. Quizá por eso sean tan pocas las personas que llevan a cabo este ministerio en la iglesia. La paciencia, la fe, y la persistencia que requiere nos desaniman con rapidez.

 

Sin embargo, como Dios, en su soberanía, le asigna a cada iglesia uno o dos «Black and Deckers», y hasta incluso más, la esperanza de que se produzca un renuevo espiritual permanece.

 

He conocido a estas personas de oración. En general, no son personas que critican. Tienden a guardarse sus quejas para elevarlas delante del trono de la Gracia, donde vierten todas sus preocupaciones. No publicitan su ministerio. Es demasiado privado e importante como para discutirlo en un momento casual. Por el contrario, suelen ser personas que saben discernir y que pueden juzgar las necesidades en cualquier situación con muy poca información externa. Quizás sea su don de discernimiento el que transforma la oración que elevan en un instrumento tan poderoso.

 

Cuando todo se ha dicho y hecho, es la oración la que transforma a las iglesias y las situaciones. Pero, de nuevo, no se trata de la oración rápida y fácil. No. Este tipo de oración es tan ardua y tan vital que a veces causa dolor. Pero los resultados son muy elocuentes.

 

Poco después de la muerte de Franklin Roosevelt, en 1945, un columnista de un periódico observó la ironía de la influencia posterior del presidente en la nación. Aunque él mismo nunca recuperó por completo la movilidad de sus piernas, luego de contraer polio, y aunque estuvo la mayor parte de su vida adulta sujeto a una silla de ruedas, fue él quien le enseñó a aquella sociedad inválida a caminar de nuevo. Impulsado a ocupar la presidencia durante el peor tiempo de la Depresión, inspiró esperanza y visión a una nación inmovilizada por la desesperación y el pesimismo.

 

Incluso los pastores cuando se encuentran débiles, pueden ayudar a la congregación incapacitada por la apatía y el malestar espiritual no solo a caminar de nuevo, sino a correr. No es fácil, pero es posible lograrse; requiere del aliento del Espíritu Santo y de una tripulación que mantenga la navegación del barco.

 

 

Preguntas para estudiar el texto en grupo

1.     ¿Cuáles son las tres estrategias que el autor menciona que conseguirían devolverle la vitalidad a una iglesia que va a la deriva?

2.     Según el autor, ¿qué lleva a una iglesia a perder su vitalidad?

3.     ¿Cuál es la alternativa para construir el futuro de la iglesia local?

4.     ¿Qué perspectiva propone el autor que desarrollemos para no caer en el estancamiento?

5.     ¿Cómo se logramos convertirnos en una iglesia que aplica el «amor severo»?

6.     Frente a las tres estrategias mencionadas por el autor, ¿cuál es el ministerio primordial que no debería faltar para levantar a una iglesia en declive?

 

Se tomó de Leadership Journal, 1989. © Christianity Today. Se usa con permiso. Todos los derechos reservados.