por Henry Clay
Los innumerables beneficios de vivir acompañado
justifican la inversión necesaria para cultivar
relaciones significativas con otros
El libro de Eclesiastés señala que «es mejor ser
dos que uno, porque ambos pueden ayudarse
mutuamente a lograr el éxito. Si uno cae, el otro
puede darle la mano y ayudarle; pero el que cae
y está solo, ese sí que está en problemas. Del
mismo modo, si dos personas se recuestan juntas,
pueden brindarse calor mutuamente; pero ¿cómo
hace uno solo para entrar en calor? Alguien que
está solo, puede ser atacado y vencido, pero si son
dos, se ponen de espalda con espalda y vencen;
mejor todavía si son tres, porque una cuerda triple
no se corta fácilmente» (4.9–12 – NTV).
En la vida espiritual, terminar la carrera es
mucho más importante que empezarla. Una de
las claves para terminar bien es evitar la tentación
de caminar solo, pues así podemos cultivar
amistades significativas con otras personas que
nos pueden acompañar. Lamentablemente, mucha
gente termina su vida mucho más sola de lo
necesario. Este aislamiento resulta de patrones
en la vida que nunca lograron corregir.
Comenzar jóvenes
La etapa de la juventud es la más propicia para
formar amistades, porque es en la que menos
nos sentimos presionados por la vida. Además
poseemos una especial flexibilidad para sobrellevar las injusticias, las incomprensiones y
las traiciones que en otras etapas de la vida no
gozamos. Si aprendemos a cultivar verdaderas
amistades durante la juventud conseguiremos
también desarrollar los hábitos que nos permitirán
disfrutar un círculo de amigos a lo largo de
toda la vida.
Lamentablemente la iglesia no siempre
provee el mejor ambiente para formar amistades.
Son frecuentes los celos, las contiendas y
la competencia entre hermanos, actitudes que
opacan la transparencia, la cual es esencial para
construir una amistad sana. A esto se suma la
costumbre, en el ámbito de la congregación, a
relacionarnos más por medio de reuniones que
en contextos informales. Con frecuencia un concepto
errado del liderazgo adiciona complicaciones
al desafío de formar amistades: se cree que
cierta distancia entre el líder y sus seguidores es
siempre necesaria.
Amistad con Dios
Desde el contexto de la amistad recibimos el
ejemplo de algunos de los grandes héroes de la
fe. En Isaías 41.8, por ejemplo, Dios se refiere a
Abraham como su amigo, expresión que llama
la atención porque Isaías vivió más de mil años
después del patriarca. El autor de Éxodo 33.11
afirma que «el Señor hablaba con Moisés cara a
cara, como cuando alguien habla con un amigo».
Del mismo modo, en el Nuevo Testamento, Jesús
les declara a los Doce: «ya no los llamo esclavos,
porque el amo no confía sus asuntos a los esclavos.
Ustedes ahora son mis amigos, porque les he contado
todo lo que el Padre me dijo» (Jn 15.15 – NTV).
Los conceptos más profundos de la amistad
nacen de la relación que cultivamos con Dios.
Solemos afirmar que Dios es nuestro amigo, que
nos escucha, ayuda y protege, y esto es así. Pero es
digno de notar, en los ejemplos mencionados, que
Dios llama a estos varones sus amigos.
Representa todo un desafío para nosotros relacionarnos
de tal manera con el Señor a fin de que
él nos considere sus amigos. Es evidente que para
que esto ocurra se requerirá buscar no solamente
la mano del Señor, por lo que podamos recibir de
él, sino también su rostro, por el compañerismo
que logremos disfrutar con él.
Amistad con un «Jonatán»
Este nivel de amistad es poco común, pero vital
para el crecimiento de las personas. El historiador
nos relata, en 1 Samuel 18, que «después de que
David terminó de hablar con Saúl, conoció a Jonatán,
el hijo del rey. De inmediato se creó un vínculo
entre ellos, pues Jonatán amó a David como a sí
mismo» (1 – NTV).
El encuentro ocurrió después de la victoria de
David sobre Goliat. Es interesante notar que Jonatán
no alimentó celos hacia David, lo cual es una
de las cualidades más atractivas de una verdadera
amistad: la persona se regocija en los logros de la
otra persona, como si fueran los de ella misma.
Llegó un momento en que estos dos varones
debieron separarse físicamente el uno del otro.
No obstante, su amistad se prolongó hasta el
fin de su vida, porque gozaban de una unidad
espiritual, forjada en la adversidad y la aventura
compartida.
Amistades y amistades
El historiador relata que, cuando David se despidió
de Jonatán, los dos lloraron, pero David
lloró más que su amigo (1Sa 20.41). Esto podría
indicar que la amistad cobraba más importancia
para David que para Jonatán. El hijo de Saúl
volvería al palacio de su padre y permanecería
rodeado de todos los lujos propios de un hijo de
rey. Pero David sabía que al perder a Jonatán
también perdía todo, pues de ahora en más su
vida sería la de un prófugo.
No podemos alcanzar el mismo nivel de
amistad con todos, aunque hemos sido llamados
a amar a todos por igual. Con todo, el amor hacia
los demás no siempre es sinónimo de amistad.
Jesús amó por igual a todos, pero escogió
a Doce para que estuvieran con él durante su
peregrinaje terrenal, y aun de entre esos Doce
apartó a tres para cultivar una intimidad sin
igual. Esto no quiere decir que Jesús valoraba a
unos por encima de otros; pero parte de nuestra
limitación como seres humanos es que somos
incapaces de tener miles de amigos. Aun intentando
amar a todos, el compromiso de la amistad
nos permitirá entablar relaciones profundas
con unos pocos, porque nuestros recursos son
limitados.
Amistades con inconversos
En Mateo 11.19 el evangelista señala: «El Hijo
del Hombre, por su parte, festeja y bebe, y
ustedes dicen: “¡Es un glotón y un borracho y
es amigo de cobradores de impuestos y de otros
pecadores!”. Pero la sabiduría demuestra estar
en lo cierto por medio de sus resultados» (NTV).
La capacidad de Jesús de construir amistades
con personas que no eran del mundo religioso
siempre fue una piedra de tropiezo para los
líderes de la época. No obstante, este atributo
fue el que mayor entrada le dio entre los que necesitaban
escuchar las buenas nuevas del Reino.
La amistad con una persona inconversa es
factible cuando compartimos algo en común. Lo
compartido puede ser una necesidad, una relación
familiar o un lugar en común. El 90% de las
amistades se originan en un espacio compartido
con estas personas, tal como el trabajo, la escuela
o el vecindario. Ocurre así por el simple hecho
de que esta es la gente con la que compartimos
la mayor parte de nuestro tiempo. Aunque estas
relaciones resultan más limitadas, dan lugar a
experiencias muy gratificantes.
El mayor obstáculo que muchos creyentes
encuentran para formar esta clase de amistades
es el miedo a ser vistos como personas que aprobamos
el estilo de vida de los que no han creído.
Un concepto errado acerca de la vida espiritual
también lleva a muchos a evitar estas amistades
por miedo a «contagiarse» de actitudes y convicciones
contrarias a los valores del Reino. En Mateo 15,
sin embargo, Jesús claramente señaló que lo que
contamina al hombre procede del corazón.
Ingredientes clave
1. Sacrificio por el otro
«Pero Dios mostró el gran amor que nos tiene al
enviar a Cristo a morir por nosotros cuando todavía
éramos pecadores» (Ro 5.8). La mayor definición del servicio es trabajar para que la otra persona
logre éxito. Y lo que más mata la amistad es el
hábito de exigirle a la otra persona que nos sirva.
2. Revelación mutua
Los discípulos se convirtieron en amigos de Jesús
porque él escogió revelarles todo lo que el Padre
le había dicho (Jn 15.14–15). No es posible
cultivar una amistad si no alimentamos la disposición
de abrir nuestro corazón a la otra persona,
aun cuando corramos el riesgo de ser rechazados,
porque lo que revelamos no siempre será
atractivo. La confianza y la transparencia fueron
los primeros elementos que se perdieron cuando
cayeron Adán y Eva.
3. Exhortación mutua
El autor de Proverbios expresa sin rodeos este
desafío: «Las heridas de un amigo sincero son
mejores que muchos besos de un enemigo. El
perfume y el incienso alegran el corazón, y el dulce
consejo de un amigo es mejor que la confianza
propia» (27.6 y 9). Las correcciones de otros son
las que nos salvan de nuestras propias locuras y
engaños. Necesitamos el amigo fiel, que está dispuesto a decirnos lo que no queremos escuchar.
4. Perseverancia
Solo con esfuerzo y paciencia conseguiremos
cultivar una valiosa amistad. El amor nos desafía a
estar cerca del otro, aun cuando las circunstancias
nos persuaden a alejarnos. «Un amigo es siempre
leal, y un hermano nace para ayudar en tiempo de
necesidad» (Pr 17.1). La presencia de un amigo en
tiempos de angustia es un regalo que no tiene precio.
«Hay quienes parecen amigos pero se destruyen
unos a otros; el amigo verdadero se mantiene
más leal que un hermano» (Pr 18.24).
5. Valores compartidos
Para entrar a los niveles más profundos de la
amistad es imprescindible compartir las mismas
convicciones y la misma visión. «¿Pueden
dos caminar juntos sin estar de acuerdo adonde
van?» (Am 3.3). Es esta necesidad la que impulsó
al apóstol Pablo a escribir: «No se asocien
íntimamente con los que son incrédulos. ¿Cómo
puede la justicia asociarse con la maldad? ¿Cómo
puede la luz vivir con las tinieblas? ¿Qué armonía
puede haber entre Cristo y el diablo? ¿Cómo
puede un creyente asociarse con un incrédulo?»
(1Co 6.13–14).
A P
El autor (henrywclay@gmail.com) fue misionero en
Argentina durante veinte años, sirviendo con Los Navegantes.
En la actualidad es el director de Cuidado
y Desarrollo de Personal en la misma organización.
Vive, con su esposa Wendy, en Colorado Springs,
EE.UU.