Llamados a ser santos Levítico 1:1–7:38
Intentar leer una partitura de música clásica puede ser frustrante para muchas personas, especialmente para quienes desconocen el lenguaje de la música. Sin embargo, cuando la interpreta un conocedor y la toca con un instrumento apropiado, las hermosas notas que contiene se convierten en un deleite para el oído.
Algo semejante sucede con el libro de Levítico. Una lectura superficial puede no comunicarnos mucho. Pero cuando interpretamos y entendemos correctamente su significado, llega a ser una fuente de lecciones espirituales para la vida cristiana. Así que debemos leer Levítico con sumo cuidado y con los anteojos apropiados, para captar su riqueza y pertinencia, que son esenciales para los miembros de la iglesia de Cristo.
Todo el libro contiene un llamado a la santidad, finalidad principal del pueblo elegido —Israel— y del pueblo cristiano también y es el Dios santo quien nos llama desde su santuario o tabernáculo (1:1). Levítico contiene las instrucciones divinas para alcanzar ese objetivo. Es un compendio de leyes específicas para que el pueblo (su siervo) las cumpliera y normara su vida por ellas.
La meta del creyente debe ser llevar una vida consagrada al Señor (Colosenses 1:28–29). Ahora bien, ¿por qué deben los cristianos vivir consagrados al Padre celestial? Porque esta es la única manera en que podemos lograr la plena realización de nuestro ser, tanto en esta vida como en la venidera (1 Timoteo 4:7–8).
Por ser un detallado instructivo acerca de cómo vivir una vida dedicada al Señor, este libro bien puede considerarse como un código de santidad y como un manual de discipulado. También contiene valiosas lecciones acerca de la mayordomía, o sea, la administración eficaz de la vida y las cosas que el Padre celestial nos ha encomendado.
LEVÍTICO ES UN MANUAL DE DISCIPULADO
PORQUE ENSEÑA CÓMO VIVIR UNA VIDA
CONSAGRADA A DIOS
Levítico forma parte de la ley o Pentateuco, que es el primer “tomo” de la Escritura. Por cientos de generaciones, ha sido base de la enseñanza y formación del pueblo de Dios. Asimismo, este tercer libro de Moisés es una colección de lecciones sumamente prácticas y objetivas que promueven el crecimiento espiritual de los creyentes, así como el avance en el proceso de santificación en que todos los cristianos estamos comprometidos.
A pesar de lo anterior, algunos creyentes se han formado una pobre impresión de este libro, como si se tratase de algo caduco, abstruso y rutinario, o peor aún, como una lista interminable de leyes cuyo único fin es reglamentar en forma esclavizante la vida (aunque ésta vida debe regirse por las normas divinas, porque son para nuestro bien) o volver moralista a una persona. Pero nada está más lejos de la verdad.
Es cierto que algunos aspectos ceremoniales del libro que nos ocupa se cumplieron en la persona y obra de Cristo (interpretación conocida como tipológica [que sin embargo no agota el significado del libro] Hebreos 8:5; 10:1). Pero no por eso quedaron obsoletas las grandes verdades que contiene. Por el contrario, siguen brillando con luz propia y haríamos bien en estudiarlas con cuidado y firme resolución de aplicarlas a nuestra vida.
Levítico debe leerse con el Nuevo Testamento abierto. Especialmente la carta a los Hebreos, porque con ésta es con la que guarda más correspondencia. El fin es comprobar la asombrosa y fiel concordancia y continuidad de los temas que se refieren a la fe y a la piedad en toda la Escritura.
El tercer libro de la Biblia, se cree, fue destinado a los levitas. Estos eran los encargados de ejercer el ministerio sacerdotal, atender el tabernáculo y los múltiples detalles del culto israelita, así como enseñar la ley a toda la nación (Levítico 10:11; Deuteronomio 17:9, 10; 24:8; 33:8–11). La gran cantidad de detalles que contiene acerca del culto y las ordenanzas del Señor a su pueblo escogido respaldan este hecho. No obstante, su mensaje estaba dirigido a todo el pueblo.
Debido a lo anterior, la Septuaginta, primera traducción del Antiguo Testamento al idioma griego (s. III–II a.C.), le puso el nombre por su asociación con dicha casta sacerdotal. Como de ella se inspiraron la mayoría de las versiones y traducciones posteriores de la Biblia, éstas dan el mismo nombre al tercer libro de Moisés y a los que forman el canon veterotestamentario que hoy usamos.
Sin embargo, estrictamente hablando, ese no era el título original del libro. Los autores israelitas acostumbraban llamar a sus escritos según las palabras con las que iniciaban. Así, el poco conocido nombre hebreo del libro wayyiqrā˒, que significa “y llamó”, marca el propósito que le quisieron dar tanto Dios, el autor divino, y Moisés, el autor humano.
LEVÍTICO ES UN LLAMADO
A LA SANTIDAD PARA TODOS LOS
CREYENTES EN CRISTO
Según la enseñanza de la ley mosaica (y de toda la Escritura), la santidad que Dios exige debe extenderse a todas las áreas de la vida. En otras palabras, el Señor procuraba instaurar un orden sagrado, que es la finalidad de la mayordomía, para su gente, mismo que le permitiera avanzar hacia el cumplimiento del mandato y promesa de Éxodo 19:6: vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa y a ser fieles al pacto que Dios había establecido con ellos en Sinaí (Éxodo 19:1–24:18). Por consiguiente, tanto Israel como la iglesia, son intermediarios entre el mundo y Dios. El propósito de esto es reflejar la santidad del Señor e impactar a la humanidad con el mensaje de salvación en Cristo.
Jehová es el rey soberano e Israel su siervo. Este es el plan y orden perfectos para la vida cristiana también. Por ser hijos de Dios, los creyentes nos debemos en cuerpo y alma al Señor. Por ello, la santidad del pueblo (y de la iglesia) debe expresarse en forma práctica, a través de los varios aspectos que encierra el tema:
1) Separación. El pueblo de Dios debe ser distinto a las demás naciones porque vive los valores bíblicos. Debe apartarse de la forma de ser y la corriente del mundo. Por lo tanto, tiene que alejarse del pecado y todo tipo de inmundicia. Sin embargo, el cristiano no debe ser diferente nada más porque sí. La base de esa distinción y separación del mundo debe ser la obediencia a la palabra santa.
Ser diferente no quiere decir tampoco que el pueblo de Dios debe ser exclusivista y abstraerse del mundo como las órdenes monásticas. Su testimonio y proclamación de la palabra divina deben atraer a los inconversos al Dios vivo para que crean y se conviertan de todo corazón, realizando así su labor misionera.
2) Consagración. Los redimidos deben dedicar sus vidas y talentos enteramente al servicio del Señor. Dios no acepta ofrendas parciales o defectuosas, hay que darle a él lo mejor. También debemos darle todo, aun nuestra propia vida.
3) Comunión. Los creyentes deben mantenerse unidos a Dios a través de una relación espiritual que se extienda y exprese en todas las áreas de la vida.
Lo anterior se logra mediante dos vías: apartando la vida para el servicio exclusivo de Dios que es santo y manteniendo una entrega constante y cotidiana al cometido de cumplir su voluntad.
4) Purificación. Esta verdad también encierra dos aspectos: los creyentes han sido limpiados por la sangre del Cordero (que se prefigura en Levítico y se cumple en el Nuevo Testamento). Pero debemos mantenernos limpios en nuestro andar diario, porque siempre existe el riesgo de que el pecado ensucie la obra del Padre celestial. Si esto ocurre, el creyente tiene la oportunidad de acercarse en arrepentimiento a Dios que es misericordioso y perdonador para que limpie su vida y testimonio.
SIETE TEMAS FUNDAMENTALES DE LEVÍTICO
- Enseña a cumplir el mandato/promesa de Éxodo 19:6: “me seréis un reino de sacerdotes y gente santa”.
- Instaura un orden sagrado en el pueblo de Dios que debe extenderse y regular todas las áreas de su vida.
- Exhibe la importancia de la separación del pecado y del mundo para servir a Dios sin obstáculo.
- Enseña la consagración de la vida a Dios. El discípulo fiel y verdadero es aquel que vive dedicado a su Señor.
- Afirma que el creyente debe mantener la comunión con Dios, que es santo.
- Señala el tema de la purificación de los pecados como requisito esencial para acercarse a Dios.
- Su enseñanza es el evangelio ilustrado, porque contiene los principales aspectos del plan de salvación.
Los creyentes debemos leer el libro de Levítico para aprender el tema de la santidad como proyecto de vida y como una meta hacia la que debemos avanzar lo más posible mientras estemos en este mundo. Nuestra vida debe conformarse a la imagen del Hijo de Dios (Romanos 8:29). Conforme vayamos consolidando la santidad en nosotros (algo que será cien por ciento posible cuando estemos en la presencia de Dios), notaremos que nuestras vidas crecen, se fortalecen y experimentan la abundancia espiritual de que habla Jesús (Juan 10:10; Apocalipsis 2:7).
Levítico es una muy adecuada ilustración del evangelio de Cristo porque contiene sus elementos principales: a) el pecado; b) derramamiento de sangre; c) limpieza y perdón de pecados; d) fe en la palabra de Dios y e) redención (Levítico 16:1–34 y 17:11). Esto nos demuestra que la enseñanza de la ley no es en ningún modo contraria al evangelio.
Es cierto que la observancia de las obras y ritos de la ley no salva al pecador (Gálatas 2:16–21 compárese con Romanos 7:12 donde Pablo afirma que la ley es santa, justa y buena). Pero también es verdad que el principal propósito de la ley es proporcionar un conocimiento completo de Dios. Ese conocimiento es salvífico (véase el comentario de Levítico 16:1–34 y 17:11), porque nos enseña cómo acercarnos a Dios (quien da la vida, la salvación y la santificación) y separarnos del pecado (que produce la muerte y condenación). Además, es en la ley donde Pablo basa principalmente su discurso para explicar la forma en que Abraham recibió la salvación. Éste es el padre de todos los creyentes de todas las épocas (Génesis 15:6; Romanos 4:1–12, 16; compárese con Santiago 2:20–26 donde se enseña que la fe de Abraham fue demostrada o confirmada por sus obras). La ley bien entendida nos lleva a Cristo como dice Romanos 10:4 “porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”. La ley mal entendida nos lleva al legalismo y al falso moralismo.
De manera que Levítico y toda la literatura legal (el Pentateuco) deben ser interpretados tomando en cuenta los principios establecidos anteriormente.
CINCO PRINCIPIOS O PAUTAS PARA INTERPRETAR LEVÍTICO Y EL PENTATEUCO:
- SU PROPÓSITO CENTRAL ES PROVEERNOS UN COMPLETO CONOCIMIENTO DE DIOS.
- LOS MANDATOS LEVÍTICOS, ANTES QUE LEYES RITUALES, SON LECCIONES OBJETIVAS PARA CONOCER EL CÁRACTER DE DIOS Y LA MANERA DE ESTAR EN CORRECTA RELACIÓN CON ÉL.
- DICHO CONOCIMIENTO DE DIOS ES SALVÍFICO (LEVÍTICO 16:1–34 Y 17:11).
- EN LA LEY SE PRESENTA EL EJEMPLO DE LA SALVACIÓN DE ABRAHAM, QUE ES LA NORMA PARA TODOS LOS CREYENTES (GÉNESIS 15:6; ROMANOS 4:2).
- SEGÚN EL NUEVO TESTAMENTO, EL FIN DE LA LEY ES CRISTO, GUIARNOS AL SALVADOR (ROMANOS 10:4).
¡PENSEMOS! |
Considere la importancia del llamado que el Señor nos hace a los cristianos para ser santos. ¿Por qué será importante para Dios que este aspecto de su carácter se refleje en nuestra vida? ¿Qué repercusiones tendrá la respuesta del creyente a ese llamado para su vida presente y futura? Lea los siguientes pasajes para contestar estas preguntas. Anote sus respuestas: 2 Corintios 7:1; Hebreos 12:12–14; 1 Pedro 1:13–22. |
ASUNTOS INTRODUCTORIOS
El autor
El mismo libro sugiere que Moisés fue quien lo escribió (4:1; 6:1; 8:1; 11:1; 12:1). Asimismo, el Señor Jesucristo avaló la autoría mosaica del documento (Marcos 1:44 compárese con Levítico 13–14).
Los receptores
Moisés escribió al pueblo de Israel para orientarlo tocante a las prescripciones e instrucciones para celebrar correctamente el culto que Dios exigía. Pero también para enseñar a los israelitas a vivir delante de él. Por ser parte de la literatura legal de la Biblia, este libro contiene disposiciones para regular la vida de los individuos y de la nación hebrea de acuerdo con el pacto mosaico establecido entre Dios y su pueblo.
La época
El libro del Éxodo culmina con la descripción del establecimiento del tabernáculo en el desierto mientras Israel avanzaba hacia la tierra prometida. Por su lado, Levítico contiene instrucciones acerca del uso del santuario, los deberes del pueblo hacia Dios y mandamientos relacionados con la vida y misión de la recién formada nación.
EL TABERNÁCULO DE REUNIÓN (Ver esquema del tabernáculo pág. 144) |
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Sección | Mobiliario | Referencias |
En el atrio | Altar del holocausto | Éxodo 27:1–8; 38:1–7 Levítico 1:5; 4:18; 16:20 |
Lavacro (fuente de bronce) | Éxodo 30:17–21 Levítico 8:11 |
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En el lugar santo | Mesa con el pon de la proposición | Éxodo 25:23–30 Lavítico 24:5–6 |
Candelero de oro | Éxodo 25:31–40 Levítico 24:3–4 |
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Altar del incienso | Éxodo 30:1–10 Levítico 4:7 |
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En el lugar santísimo | Arca del testimonio (propiciatorio) | Éxodo 25:10–22 Levítico 16:2 |
Por lo tanto, Levítico tuvo que ser escrito aproximadamente por la misma época de Éxodo. La fecha más probable es 1440 a.C.; es muy posible que haya sido redactado durante los cincuenta días que transcurrieron entre el establecimiento del tabernáculo (Éxodo 40:17) y la salida del pueblo de Sinaí hacia Cades Barnea (Números 10:11–12).
Tema y propósito
La finalidad principal de Levítico es enseñarnos cómo es el carácter de Dios y para aprender a estar en correcta relación con él. Es decir, la buena relación con el Señor se deriva directamente del conocimiento de su persona.
El lenguaje cúltico se usa profusamente en el libro, la palabra “sacrificio” aparece 52 veces, “sacerdote” 169, “sangre” aparece unas 67 veces, “santo, santidad o santificar” 80, y “expiación” 87. El Nuevo Testamento hace casi un centenar de referencias a esta obra.
Como ya se dijo, el tema clave de Levítico es la santidad en que deben vivir los creyentes delante de Dios. Textualmente se pueden reconocer dos partes o secciones en las que el libro expone el tema principal. Dicha división encaja bien con el propósito de Dios para su pueblo expresado en Éxodo 19:6 “Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa”:
- La primera sección del libro se enfoca principalmente en dar instrucciones acerca de cómo presentar un culto santo a Dios, cumpliendo de esta manera con la función de ser un reino de sacerdotes (caps. 1–10).
- La segunda parte se concentra en explicar cómo andar en santidad delante de Dios; cómo vivir y aplicar las disposiciones divinas en lo que se refiere a lo que el Señor considera que es una vida consagrada, para que los israelitas (y los creyentes de todos los tiempos) llegasen a ser gente santa (caps. 11–27).
Pero no se puede hacer una distinción tajante entre estos dos aspectos del tema principal porque ambos pueden aparecer en cada una de las secciones principales arriba descritas.
El versículo central del libro es 19:2 (11:44–45; 20:26) que pone énfasis en la exigencia fundamental de Dios para su pueblo. Dios quiere que su gente entienda el significado de la santidad y disponga de todos los instrumentos educativos, jurídicos, morales, dietéticos, médicos, religiosos y espirituales para alcanzarla.
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pedro también estimó necesario exhortar a los cristianos del primer siglo y de todos los tiempos. En su epístola, nos hace un llamado a la santidad (1 Pedro 1:15).
El tema del amor está también presente en Levítico. Cuando Cristo preguntó al intérprete de la ley cuál era el gran mandamiento de la Escritura, citó Deuteronomio 6:5 para referirse al amor a Dios y Levítico 19:18 para hacer lo propio con relación al prójimo. El amor y la ley no son antagónicos. El cumplimiento de la ley es el amor (Romanos 13:9–10; Gálatas 5:14; Santiago 2:8). Esto significa que quien ama de verdad cumple en su vida todas las exigencias del Señor. El amor genuino es una evidencia segura de que una persona ha consagrado su vida a Dios.
UNA EVIDENCIA SEGURA DE LA SANTIDAD
DEL CRISTIANO ES QUE PRACTICA EL AMOR
HACIA DIOS Y EL PRÓJIMO.
Por otro lado, Levítico sirve para “encarnar” en tareas objetivas y prácticas el espíritu y normatividad de los diez mandamientos. Las ordenanzas que contiene este libro “aterrizan” y dan sentido práctico al decálogo y lo expresan en minuciosas instrucciones y responsabilidades que, al ser cumplidas por los miembros del pueblo de Dios, exhiben la inherente bondad de la ley divina (Romanos 7:12–16) y el carácter santo de Dios.
En la estructura del libro aparecen dos secciones narrativas (10:1–20 y 24:10–23); el lenguaje usado en ellas es diferente al resto del documento. Describen dos episodios históricos que son fundamentales para entender el mensaje de Levítico, ya que son dos reportes o estudios de casos que dan la pauta para interpretar el libro. El contenido de ellas expone y resume todo el mensaje de esta obra (y quizá de toda la literatura legal de la Biblia). También da a conocer cuál es la finalidad práctica de la enseñanza del libro. Es decir, lo que Dios quería lograr en los lectores al revelarse en Levítico.
Para más detalles sobre la importancia de las secciones narrativas y su mensaje, véase los caps. 3 y 8 de esta guía de estudio.
LEYES SOBRE LOS SACRIFICIOS Y OFRENDAS 1:1–7:38
La Biblia establece que por fe llegamos a Dios y conocemos a Jesucristo como nuestro Salvador. Pero también dice que todo aquél que ya es salvo debe acercarse continuamente a él para poder avanzar en su crecimiento y promover la santidad en su vida. Dios nos instruye a través de su palabra en cuanto a cómo realizar este acercamiento. La enseñanza del libro de Levítico es fundamental para tener el cuadro completo de lo que el Señor quiere decirnos sobre el particular.
El israelita que se acercaba a Dios tenía que presentar algo, pagar un costo: “…ninguno se presentará ante mí con las manos vacías” (Éxodo 23:15). Esta es la indicación que el Altísimo dio a Moisés poco antes de iniciar la construcción y puesta en funcionamiento del tabernáculo. Lo mismo es cierto con respecto al cristiano. Tenemos que acercarnos a Dios con algo. Nuestras vidas deben estar dedicadas a ofrecer un fruto cada vez mejor al Señor.
El Todopoderoso se agrada cuando le entregamos primero nuestras vidas en sacrificio y después, lo mejor que tenemos. Esta entrega debe partir del reconocimiento de que todo lo que somos y poseemos es de Dios; así, el sistema sacrificial fue el medio práctico por el cual enseñó a su pueblo cómo debía acercarse a él. Las disposiciones específicas para llevar a cabo los sacrificios que era menester presentar nos ayudan a entender el minucioso cuidado con que Jehová quería y siempre ha querido que los suyos hagan lo que él exige.
También se ve en estas leyes que el Señor es comprensivo y condescendiente con el ser humano, porque permitía que se le ofrecieran diversos tipos de sacrificios de acuerdo a la capacidad económica de los ofrendantes (5:7, 11; 12:8; 25:28). A nadie se le vedaba presentar algo a Dios, no importaba cuán pobre fuera.
¡NADIE ES TAN POBRE
QUE NO PUEDA DAS ALGO A DIOS!
Además, el sistema sacrificial era una forma de aprender la mayordomía, porque se debía ofrecer al Señor lo mejor que se tenía. Dios pedía ni más ni menos que lo mejor.
Cada animal o bien sacrificado debía ser perfecto y sin defecto (22:20–22). El mismo siervo de Dios debía ser sin defecto (21:17–21). El israelita debía esmerarse almáximo para ofrecerle a Dios sacrificios aceptables (1:4; 19:5; 22:19). Igual responsabilidad tenemos los cristianos (Hebreos 13:15–16; 1 Pedro 2:4–5; Salmos 51:17–19).
Otro aspecto de la buena mayordomía es que la vida misma debía organizarse alrededor de la ley de Dios. El tiempo, los dones, las posesiones, el trabajo, la vida familiar, social, sexual y, por supuesto, la relación con el Señor debían ser reguladas por los preceptos revelados en la legislación mosaica.
Los sacrificios pueden clasificarse por su propósito en tres tipos que, a su vez, abarcan cinco diferentes clases de ofrendas:
SACRIFICIOS EN LEVÍTICO | |||
Propósito | Tipo | Ofrenda | Citas |
Consagración | Holocausto | Becerro, carnero o ave sin defecto (el animal se escogía de acuerdo con la situación económica del ofrendante). | 1:1–17 6:8–13 8:18–21 16:24 |
Oblación (Ofrenda de cereales) | Granos, flor de harina, incienso, pan sin levadura, sal. Prohibidas la miel y la levadura. | 2:1–16 6:14–23 |
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Comunión | Ofrenda de paz | Cualquier animal del ganado sin defecto, panes (tortas, hojuelas, etc.). | 3:1–17 7:11–34 |
Expiación | Por el pecado | Becerro, macho cabrío, cabra, oveja, 2 tórtolas o 2 pichones de paloma, la décima parte de un efa de flor de harina. (La ofrenda dependía de la situación económica del ofrendante). | 4:1–5:13 6:24–30 8:14–17 16:3–22 |
Por la culpa | Carnero sin defecto. (En lugar de la víctima se podía ofrendar dinero). | 5:14–6:7 7:1–6 14:12,21 |
Como ya se mencionó, el sistema sacrificial es un hermoso compendio de lecciones acerca de la mayordomía que enseñan en detalle qué, cuándo, cómo, dónde y para qué debían presentarse las ofrendas del culto que Dios exigía con el fin de acercarse él. A continuación, se analizan detalladamente la función y significado de cada una.
De consagración
El holocausto 1:1–17; 6:8–13. Este sacrificio era ofrecido por el israelita a Jehová como un acto de adoración y consagración, principalmente de sí mismo o de algún hijo o propiedad (1 Crónicas 29:20–21).
El holocausto era una especie de presente dado a Dios en reconocimiento de su soberanía y de que él es el dueño de todo (Salmos 50:8–14). En segundo término, esa ofrenda podía servir también como expiación por el pecado (1:4).
Según el ritual del holocausto, la víctima era ofrecida completa, totalmente quemada (1:13; 6:9). El ofrendante colocaba previamente la mano sobre la cabeza del animal, simbolizando con ello que la persona se identificaba con la ofrenda, y por medio de ella, se ofrecía a sí misma en forma sustitutoria (1:4; compárese con 8:22; 16:21).
Los sacrificios en la antigüedad se consideraban en cierta forma como un banquete regio ofrecido a los dioses. Es por eso que muchas naciones los practicaban e inmolaban inclusive a niños y doncellas, pues creían que sus ídolos se saciaban con la sangre y carne humanas.
Sin embargo, en ninguna parte de la Escritura pide Dios a su pueblo que ofrezca sacrificios humanos. Para él, la vida tiene un valor inmenso y por eso la preserva y bendice. Con la única excepción del caso de la hija de Jefté en Jueces 10 (que obviamente el Señor no aprobó) en Israel no se efectuaban sacrificios humanos con la finalidad de propiciar u obtener el favor de Jehová.
La oblación 2:1–16; 6:14–23. Era una forma de sacrificio incruento, es decir sin derramamiento de sangre. Dicha ofrenda consistía principalmente de cereales y otros productos del campo. Este sacrificio debía ofrecerse sin levadura y miel porque ambas se fermentan y por esa razón eran consideradas inmundas.
En cambio, los sacrificios debían ofrecerse con sal (2:13) porque esa sustancia preserva las cosas de la corrupción o descomposición. Además, se usaba para confirmar o cerrar pactos, de acuerdo con Números 18:19; Marcos 9:49–50 y 2 Crónicas 13:5. Junto con ella debía quemarse también incienso, el cual era agregado para producir un olor agradable (o sahumerio, véase Salmos 66:15; Oseas 11:2; Habacuc 1:16) como para que—permita el lector esta expresión— “abriera el apetito de Dios”, concepto que se manejaba en los tiempos antiguos. En Apocalipsis 5:8, el incienso representa las oraciones de los santos.
Algunos elementos que aparecen en esta ceremonia deben definirse. La flor de harina se refiere al trigo recién molido. Es decir, a la harina nueva, fresca. El aceite se añadía como sazonador o quizá también para ungir la víctima dedicada al Señor.
Dentro de este rito se podían ofrecer las primicias o primeros frutos del campo que, al igual que los hijos primogénitos y primeras crías del ganado, pertenecían únicamente a Dios (Éxodo 13:12; Deuteronomio 26:1–15).
De comunión
La ofrenda de paz 3:1–17; 7:11–34. Sacrificio de convivencia entre Dios y el hombre. Se califica como de olor grato a Jehová (3:16), es decir, que le complacía. Era la única ofrenda en la que el ofrendante participaba al comer una porción del sacrificio (7:15; 19:5–6). La grosura conformada por los riñones, el hígado y las membranas de la cavidad abdominal eran quemadas y ofrecidas enteramente al Señor.
La sangre de la víctima se salpicaba o rociaba “sobre el altar alrededor” (3:8). Ni la grosura ni la sangre se podían comer, porque eran exclusivamente para Jehová (3:17; 17:11, 12).
Este rito ilustraba la comunión entre Dios y el hombre con base en el sacrificio y derramamiento de sangre. La única forma en que el individuo puede iniciar una relación y comunión con Dios es por medio de la sangre derramada por Cristo en la cruz. Mediante su sacrificio, podemos tener paz con el Señor, y participar de todos los beneficios que él tiene para los que son suyos.
De expiación
Había dos tipos de ofrenda: por el pecado y por la culpa. La distinción entre ellas no es clara. Lo que sí se sabe es que ambas eran un canal para perdonar el pecado y que el ofrendante pudiera quedar limpio de sus transgresiones.
Parece que la primera tenía que ver principalmente con los pecados cometidos sin intención. Por su parte, la ofrenda por la culpa trataba con los pecados consumados con o sin intención y además, exigía una restitución del transgresor.
Ofrenda por el pecado 4:1–5:13; 6:24–30. Esta ofrenda era la provisión, como se dijo, por pecados cometidos en forma involuntaria y que transgredían alguno de los mandamientos divinos (5:2). Con este sacrificio uno de los beneficiados (además del pueblo), podía ser el sacerdote que hubiera pecado en el ejercicio de su labor o en su vida personal. Al presentar la víctima, el ofrendante debía realizar el simbolismo de poner la mano sobre la cabeza del animal, cuyo significado se explicó ya en 1:4 (8:22; 16:21).
El procedimiento de este sacrificio es diferente al de los demás. El sacerdote debía mojar su dedo con la sangre del animal para rociar siete veces el velo del santuario y poner algo de ella sobre los cuernos del altar del holocausto. El resto, tenía que verterlo bajo el altar. Acto seguido, en el mismo lugar quemaba la grosura. Lo que restaba, la cabeza, carne, piernas, intestinos y estiércol, los sacaba del campamento (4:11–12; compárese con 4:21) para quemarlos en su totalidad en el lugar donde se echaban las cenizas.
El sacrificio por un pecado cometido por todo el pueblo tenía que hacerse de manera similar al anterior, con la diferencia de que tenían que estar presentes los ancianos o jefes de la nación. Esto se pedía con el fin de realizar el acto simbólico de poner sus manos sobre la víctima en representación de todo el pueblo (4:15).
Se estipularon instrucciones semejantes para el pecado cometido por un jefe o líder de la nación, de un determinado clan o tribu (4:22), o por algún miembro del pueblo (4:27). En tales casos, no aparece la indicación de llevar fuera del campamento los restos de la víctima, ni rociar parte de la sangre en el interior del tabernáculo.
Ciertos actos malos no comprobables como ocultar evidencia ante las autoridades (5:1), contaminarse con algo inmundo inconscientemente (5:2-3), o hacer juramentos a la ligera (5:4), requerían la presentación de la ofrenda por el pecado. El sujeto que cayere en alguna de estas situaciones debía confesar su pecado (pues en este caso era imprescindible hacerlo) debido a que afectaba directamente a terceras personas o a la obra de Dios.
El ofrendante tenía la opción, en tal caso, de presentar una cordera, una cabra (5:6) o, en su defecto, dos tórtolas o dos palominos (5:7, privilegio de los pobres). En este último caso, uno era ofrecido en holocausto y otro en expiación (5:7). Si no fuera posible por su pobreza ofrecer tales víctimas, la persona tenía la opción de presentar una ofrenda vegetal (5:11, compárese con la oblación del cap. 2).
Ofrenda por la culpa 5:14–6:7; 7:1–6. En este caso se señalan los requerimientos para presentar sacrificios por pecados voluntarios o involuntarios en los que el transgresor debía restituir algo a quien resultase afectado. No se dan instrucciones muy detalladas sobre el procedimiento de la ofrenda. Pero sí se explican con bastante detalle los delitos que quedaban comprendidos en esta categoría.
- Fraude contra las cosas santas de Dios. En este caso, tenía que restituir lo defraudado más una quinta parte (el 20% o doble diezmo) de su valor (5:15–16). Este “impuesto” agregado al valor de las cosas es importante en la enseñanza de otras secciones del libro (véase por ejemplo Levítico 25 y 27).
- No devolver algo encomendado a su cuidado (6:2a).
- Robo o hurto simple (6:2b).
- La calumnia. Este pecado es diferente a los otros cuatro porque no se considera la pérdida o despojo de alguna posesión material. Su significado es especial: robar o minar la buena reputación del prójimo (6:2c).
- No devolver algo encontrado (6:3). Algo que obviamente podría reconocer al dueño original, pero en lugar de eso, el delincuente se lo quedaba jurando que era suyo.
¡PENSEMOS! |
Tome unos minutos para dar gracias a Dios por la bendición de ser uno de sus redimidos por la sangre de Cristo. La obra de Cristo también es la base de su comunión con el Señor y la inspiración necesaria para consagrar su vida en servicio y adoración a él. |
Hasta ahora, hemos visto la importancia que tenían los sacrificios para el culto y la fe israelitas. Sin embargo, muchos otros aspectos de la vida cristiana están relacionados con este tema. He aquí algunos:
- El amor genuino es de tipo sacrificial, Juan 3:16; 15:13; Romanos 5:8; 1 Juan 3:16. Dios no escatimó ni a su propio Hijo para darnos la salvación. Jesús se dio a sí mismo por amor.
- La amistad genuina es de tipo sacrificial, Juan 15:13.
- La ofrenda en la iglesia debe ser sacrificial, 2 Corintios 8:1–5. Los creyentes de Macedonia hicieron dos ofrendas, se dieron primero a sí mismos y dieron de sus bienes más allá de sus fuerzas.
- El testimonio ante otros creyentes es de tipo sacrificial, 1 Corintios 8:13. Debemos abstenernos de hacer cualquier cosa que ofenda a nuestro hermano.
- El testimonio al mundo muchas veces nos demanda algún sacrificio, Hechos 5:40–42; Hebreos 11:32–39. Es honroso sufrir afrentas y aun la muerte por causa del nombre de Jesús.
- La obediencia genuina llega al sacrificio. Debemos privarnos de cualquier cosa con tal de agradar a Dios, 1 Corintios 9:25. Si el Señor lo quisiera, debemos estar dispuestos a imitar la obediencia de Cristo (“obediente hasta la muerte”, Filipenses 2:8).
- El ministerio pastoral es de tipo sacrificial, Juan 10:11; Filipenses 2:17; 2 Timoteo 2:3; 4:5–6. El buen pastor da su vida por el rebaño.
- El servicio es de tipo sacrificial Marcos 10:45; Hebreos 13:16. Estamos para servir y no para ser servidos.
- El discipulado es de tipo sacrificial Lucas 9:23; 57–62; 14:26. Hay que estar dispuesto a renunciar a todo lo que compone nuestra vida: posición, posesiones, intereses, proyectos y aún relaciones familiares por seguir al Señor.
- La adoración a Dios es sacrificial, Apocalipsis 4:9–12. Los veinticuatro ancianos que adoran a Dios se despojan de sus coronas y las echan delante del trono así como haremos nosotros cuando estemos ante nuestro Padre celestial. Los cristianos debemos despojarnos de lo mejor que tenemos para adorar a Dios. Debemos adorar a nuestro Señor no sólo de labios, sino con la entrega sacrificial de nuestras vidas y posesiones. Algún día, en la corte celestial, tendremos el privilegio de adorar al Cordero.
LA VIDA CRISTIANA NORMAL
ES DE TIPO SACRIFICIAL
Versículos clave que hablan del servicio sacrificial
Romanos 12:1: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios…”
Hebreos 13:15: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios…sacrificio de alabanza…”
Hebreos 13:16: “Y de hacer el bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios”.
1 Pedro 2:5: “Vosotros también… Sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios…”
El mensaje de la Biblia está expresado y resumido en la obra del Hijo de Dios, quien se ofreció a sí mismo para salvarnos. El sacrificio de Cristo cambió nuestras vidas; la verdad nos cambió; la verdad nos exige un sacrificio.
Cuando se comprende lo que hizo Cristo en su dimensión, importancia y efectos, la única respuesta posible del cristiano es la entrega total a Dios, expresada en la adoración y servicio humilde en su obra.
EL SACRIFICIO DE CRISTO
CAMBIÓ MI VIDA.
LA VERDAD ME CAMBIÓ.
LA VERDAD ME EXIGE UN SACRIFICIO
(ROMANOS 12:1–2);
¿ESTOY DISPUESTO A HACERLO?
Vale la pena exponer todo lo que somos y tenemos y aun nuestras propias vidas en la obra de Dios y por la causa de Cristo. Si él se entregó por nosotros, es razonable que nosotros nos entreguemos a él sin reservas. El Señor no se merece que estemos regateando nuestra obediencia y entrega. Él se merece todo lo que somos y tenemos y que estemos dispuestos a servirle incansablemente y aun estar preparados para padecer por él (Filipenses 1:29–30).
¡PENSEMOS! |
¿Qué actitud caracterizó la vida y ministerio de nuestro Señor Jesucristo? Lea Marcos 10:45; Filipenses 2:5–8. ¿La de Pablo? Lea Filipenses 2:17. ¿La suya…? Dios espera de nosotros una entrega incondicional a cumplir su voluntad y servirle. Medite en este pensamiento. ¿De verdad ha rendido su vida en sacrificio vivo a Dios para hacer su voluntad? (Romanos 12:1–2) ¿Qué le impide hacerlo? |
Vazquez, B. (1997). Estudios Bı́blicos ELA: Cómo vivir en santidad (Levı́tico) (5). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.