Dios es fuego consumidor Levítico 10:1–20
Hay ciertas cosas en la vida que si no manejamos con el debido cuidado pueden causarnos más mal que bien. El fuego es una de ellas. Bien empleado, tiene miles de usos útiles. Pero, cuando no se toman las precauciones del caso, sus efectos pueden ser dañosos y, a veces, irreversibles.
Lo mismo es cierto con respecto a la vida espiritual. Para disfrutarla al máximo y recibir sus múltiples beneficios, tenemos que conducirnos en ella de la manera que el Señor lo indica. No hacerlo puede causarnos muchas frustraciones, pérdida y derrota espiritual. Jugar con Dios puede ser más peligroso que jugar con fuego.
El vínculo de este pasaje (10:1-20) con el anterior (8:1–9:24) está dado por la palabra “fuego” (vv. 1–2). Cuando Aarón como jefe de la casta sacerdotal presentó todos los sacrificios por él mismo, su familia y el pueblo, como Jehová lo había mandado, la presencia de Dios para bendición se manifestó a través del fuego que consumió enteramente la ofrenda del altar (9:24). Mediante el anterior hecho, quedó demostrada la aprobación que el Señor estaba dando a la ofrenda de Aarón. Este es un ejemplo también del tipo de ofrenda que Dios acepta.
No obstante, sus dos hijos mayores Nadab y Abiú, vinieron a la presencia de Dios ofreciendo un “fuego extraño, que él nunca les mandó” (v. 1). Una llama venida del cielo consumió la ofrenda, pero también la vida de los dos hijos mayores de Aarón cuyo proceder Dios reprobó clara y definitivamente.
LA OFRENDA DE AARÓN
FUE APROBADA (9:24)
LA OFRENDA DE NADAB Y ABIÚ
FUE REPROBADA (10:2).
¡PENSEMOS! |
¿Qué tipo de error cometieron Nadab y Abiú? ¿Podemos cometer errores semejantes los cristianos? ¿Cómo podemos evitarlo? ¿En qué consistió la diferencia entre la ofrenda de Aarón (9:24) y la de sus dos hijos? (10:2) ¿Entre la de Caín y Abel? (Hebreos 11:4) ¿Por qué será tan importante presentar una ofrenda a Dios como él lo requiere? ¿Necesita Dios de nuestras ofrendas? (vea Hechos 7:47–50; 17:24–25) ¿Qué es lo que él ve en el ofrendante? ¿Qué motivos acompañan frecuentemente a lo que presentamos como ofrenda al Señor? ¿Con qué actitud se va a presentar usted ante Dios la próxima vez que le dé algo? |
Lo que hicieron Nadab y Abiú fue algo que el Señor nunca pidió. Dejaron de hacer lo que Dios mandó por hacer lo que ellos querían. Este es un problema que los cristianos también afrontamos con frecuencia. A menudo, nuestro problema no es que ignoramos la voluntad de Dios, sino que no queremos hacerla. Pretendemos que el Rey de gloria se humille y sujete a nuestros caprichos y deseos egoístas.
Hay quienes creen que lo que hicieron Nadab y Abiú fue por ignorancia. Pero eso es imposible por la detallada preparación a la que fueron expuestos durante su consagración como sacerdotes (caps. 8–9). Más parece que su actuación fue totalmente premeditada, voluntaria e intencional.
Lo que es cierto es que lo que hicieron era algo que Dios, por su carácter santo, no podía aceptar. Este hecho nos enseña varias lecciones positivas y negativas fundamentales acerca de la santidad de Dios y la vida cristiana.
APRENDEMOS CUÁNTO VALE PARA DIOS LA SANTIDAD DE SU MORADA
Como una manera de enseñar al pueblo la importancia de conocer su carácter santo, el Señor mantuvo intacta la santidad de su tabernáculo. El santuario era el lugar específico en donde se manifestaba la presencia de Dios (si bien lo trascendía por mucho, pues el Creador no limita su presencia a un solo lugar, Hechos 17:24) en forma de nube o resplandor. Por lo tanto, era una falta grave tratar de introducir y mucho menos presentar, cualquier cosa que no hubiere sido previamente purificada o presentada de acuerdo con sus instrucciones precisas.
Nuestro Salvador también defendió la santidad del templo cuando echó del santuario a todos los que habían desvirtuado su función original (Juan 2:13–25; Mateo 21:12–13; Marcos 11:15–18; Lucas 19:45–46) de servir como casa de oración y adoración a Dios. También condenó la falta de limpieza de los líderes (Juan 2:15–16) y del pueblo (Juan 2:23–25). Sin embargo, con su muerte (Juan 2:19), llevó a cabo una limpieza total de pecados en todos aquellos que creen en él (Juan 1:12, 29).
De igual manera, el creyente debe cuidar que no entre nada impuro en el santuario de Dios (su propio cuerpo, 1 Corintios 6:19 y la iglesia, entendida como el cuerpo de Cristo, Efesios 2:20–22). Ni presentar ningún tipo de ofrenda o sacrificio sabiendo que su corazón no está limpio delante de Dios (Mateo 5:23–24).
¿O IGNORÁIS QUE VUESTRO CUERPO
ES TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO…
Y QUE NO SOIS VUESTROS?…
GLORIFICAD, PUES, A DIOS
EN VUESTRO CUERPO
Y EN VUESTRO ESPÍRITU…
(1 CORINTIOS 6:19–20).
APRENDEMOS QUE LA FINALIDAD DE LAS LEYES SOBRE LOS SACRIFICIOS Y LA CONSAGRACIÓN DEL SACERDOCIO (CAPS. 1–10) ES CONOCER LA SANTIDAD DE DIOS.
La primera sección principal del libro (caps. 1–10) tiene la finalidad de enseñar al pueblo la santidad de Dios. Todos debían vivir a la luz de este concepto, cumpliendo con las ordenanzas y sacrificios estipulados y cuidarse de hacer algo que estuviera en contra del carácter inherentemente santo del Señor.
El Altísimo realmente no necesitaba los sacrificios (compárese con Amós 5:21–24; Hechos 17:24–25), ni le hacían falta. Dios no tiene en absoluto vacíos o carencias. Los paganos creían que “saciaban” el apetito de sus dioses con la sangre y la carne de las víctimas, especialmente si éstas eran humanas. En la actualidad existe una creencia similar en la iglesia católica romana. También se manifiesta esta creencia en la fiesta que conmemora el día de muertos.
Eran los israelitas (y nosotros) los que necesitaban conocer bien la santidad de Dios para que, a través de las lecciones objetivas (acerca de la santidad del Señor) que proveían los sacrificios, pudieran acercarse confiadamente y sin temor a Dios. Si osaren llegarse a Dios sin discernir su santidad, podían sufrir la experiencia de Nadab y Abiú.
Cuando Dios afirmó en el v. 3 “me santificaré”, se presenta un significado especial de éste término. Generalmente, el concepto de la santidad de Dios se considera en su forma pasiva, pero no siempre es así. También él se santifica cuando activamente paga a los hombres el salario de sus malas obras (Ezequiel 28:22).
Se aprecia que Nadab y Abiú no captaron este tema, lo tomaron a la ligera, o no lo entendieron en su cabal significado. Por eso, Dios afirma que: “en los que se acercan a mí me santificaré” (v. 3). Era muy seria la enseñanza y los deberes encomendados a los israelitas (y también a los cristianos), porque mediante ellos, el Señor demostraba su carácter santo y la exigencia básica de que las personas fueran como él (11:44–45; 19:2; 20:26; 1 Pedro 1:16).
Si los individuos no cumplían su mandato (como sucedió aquí), de cualquier modo Dios mantendría intacto su carácter santo. Esta es una lección muy pertinente para los cristianos también. Recordemos que somos responsables de dar cuenta de todos nuestros actos al Padre. Y que hoy, igual que siempre, él quiere que celosamente vivamos de acuerdo a su carácter. De no hacerlo, podemos llegar a lamentarlo. No podemos ir en contra de la santidad de Dios sin sufrir las consecuencias.
¡PENSEMOS! |
Considere la exhortación de San Pedro: “sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones” (1 Pedro 3:15). Medite y conteste estas preguntas: ¿Es Cristo el Amo y Señor de su vida? ¿Sus pensamientos, palabras y hechos confirman el señorio de Cristo en usted? No permita que nada domine su ser que no sea el Señor Jesús. Santifíquelo en su corazón y no espere a que Dios se santifique en usted y tenga que separarlo de todo lo que no conviene a su crecimiento espiritual o aun lo prive de todo lo que ahora le importa, incluso su misma vida. |
ENTENDEMOS QUE ES MUY IMPORTANTE LA OBEDIENCIA EN EL CUMPLIMIENTO DE NUESTRA FUNCIÓN SACERDOTAL
Dios no puede premiar el pecado. Los seres humanos pecamos porque nos rebelamos contra la autoridad de la palabra de Dios sobre nuestra vida. A dicha conducta viciada se le llama desobediencia. Hay varias formas de desobediencia o incumplimiento de la voluntad de Dios:
La desobediencia activa: Es hacer cosas que van abierta y directamente contra la voluntad de Dios (véase el ejemplo de Acán en Josué 7).
La desobediencia pasiva: Es cuando entendemos nuestros deberes ante Dios y conscientemente los dejamos de hacer (Santiago 4:17).
La obediencia parcial: Sólo cumplimos parte de la voluntad de Dios o aquellas cosas que convienen a nuestra naturaleza pecaminosa, haciendo a un lado las esenciales (el caso de Saúl, 1 Samuel 15:10–22).
La obediencia aparente: Cuando cumplimos externamente los deberes religiosos, pero no hay en el corazón convicción genuina de agradar a Dios (el fariseísmo condenado por Jesús, Mateo 23:27).
La obediencia tardía: Hacemos lo que Dios quiere, pero fuera del tiempo idóneo (Esaú fue tardo en entender la voluntad de Dios, Hebreos 12:16–17).
La desobediencia “inocente”: Decimos que actuamos mal por ignorancia (de la ley, personas, o circunstancias, o por yerro involuntario). Aunque es posible que uno ofenda a Dios o al prójimo inconscientemente, como lo hizo Pablo en algún momento de su vida (1 Timoteo 1:12–13), normalmente no es así. Además, la ignorancia de la ley no nos exime de la responsabilidad por nuestros actos.
La desobediencia deliberada: Es cuando por falta de voluntad, fe, o por engañarse a uno mismo, se incumple la voluntad de Dios (el caso del profeta Jonás). A menudo se manifiesta cuando nos excusamos diciendo “es que no pude evitarlo” o “no me quedaba otra salida” o “era lo mejor para todos”. Una forma aún más ingrata de este tipo de desobediencia es cuando se responsabiliza a otros por algún pecado cometido (por ejemplo, cuando Adán cobardemente culpó a su mujer por su pecado, Génesis 3:12).
¡PENSEMOS! |
Reflexione e identifique las áreas de su vida en las que le cuesta más someterse a la voluntad de Dios. Considere ahora 1 Corintios 10:13. Muchas de las áreas donde fallamos en obedecer a Dios son pruebas mal manejadas o luchas con el pecado en las que no hemos salido victoriosos. Comience orando. Levántese temprano cada día y antes que nada, ore y pídale a Dios la victoria y la salida para cada una de las pruebas y tentaciones que batallan contra su alma y que le acecharán ese día. Luego escriba en una tarjeta Gálatas 5:16–25 y Efesios 4:17–22. Porte consigo esa tarjeta y leála cada vez que la tentación lo aceche e incite a pecar. Luego decida bien y aléjese del pecado. |
LA NECESIDAD DE MANTENERSE PUROS A PESAR DE QUE OTROS CAIGAN
Después de su pecado, Moisés no le pidió ni a Aarón ni a los hijos de éste que retiraran los cadáveres de los infractores, sino a sus primos Misael y Elzafán (vv. 4–5). Una de las exigencias de la ley era no tocar ningún cuerpo muerto de persona o animal, so pena de quedar contaminados y excluidos temporalmente de la congregación israelita, para lo cual debían purificarse antes de volver a ingresar a ella.
El sacar los dos cadáveres fuera del campamento era oprobioso y señal clara de que los dos individuos habían pecado (10:4–5; 24:23). Existe una semejanza de este hecho con Levítico 16:27 (Hebreos 13:11–13), donde se enseña que lo que quedaba de una víctima ofrecida en expiación (que de manera simbólica “cargaba” el pecado del pueblo), debía ser sacado del campamento y quemado.
Aarón y sus hijos no debían demostrar duelo por la muerte de sus familiares (v. 6). Esto era así para confirmar que Dios estaba en lo correcto al haberlos matado. Además, puesto que no debían tener contacto con nada relacionado con el tema de la muerte (21:1), debían dejar a otros hacerse cargo del funeral. Esta reacción no debe considerarse inhumana. Una forma de mantenerse puro es apoyar todo lo que Dios hace para confirmar o proteger su santidad. Aunque no nos guste, o no estemos de acuerdo con él en un principio, con el tiempo nos daremos cuenta de lo sabias que son las decisiones del Señor. Los sacerdotes tampoco tenían autorización divina para salir del tabernáculo a endechar o mitigar la pena (v. 7). El pueblo sí debía expresar duelo (v. 6b).
De no obedecer las dos anteriores indicaciones, Aarón y los hijos que le quedaban correrían la misma suerte de Nadab y Abiú. Una razón de esta orden es “por cuanto el aceite de la unción de Jehová está sobre vosotros” (v. 7, compárese con 21:10–12). Aparentemente, si salían del tabernáculo en ese momento, estarían lesionando o invalidando en alguna manera su unción o consagración para el ministerio sacerdotal. Dios quería que permanecieran en su lugar y siguieran haciendo sus tareas habituales.
Los eventos que rodearon a la muerte de Nadab y Abiú, además de ser un ejemplo de lo que los creyentes no debemos hacer, nos deja valiosas lecciones. Muchas personas (y los mismos creyentes) pretendemos justificar nuestro mal proceder ante Dios diciendo: “errar es humano”; “todos nos equivocamos alguna vez”; “nadie es perfecto”; “al mejor cocinero se le va un tomate entero”; etc. Todas estas son excusas que de poco sirven para justificar nuestra conducta errónea delante de Dios.
El creyente sabio, que entiende el valor de mantenerse puro (2 Corintios 7:1; 1 Corintios 10:12; 1 Timoteo 5:22), no procede así. Aarón y los hijos que le sobrevivieron, entendieron bien la lección. Comprendieron lo que implicaba su servicio al Señor de los ejércitos.
Esta historia nos enseña además que pertenecer a un hogar cristiano o a una familia pastoral no nos da ninguna ventaja ante Dios. Los hijos de Aarón tenían el privilegio de pertenecer a la familia encargada del ministerio y culto israelita. No obstante ellos, igual que nosotros los cristianos, somos igualmente responsables de hacer lo que agrada a Dios, ser buenos mayordomos de nuestros deberes y portarnos como discípulos obedientes. Si no lo hacemos, podemos echar a perder nuestras vidas.
LA CARACTERÍSTICA COMÚN DE TODOS
LOS HOMBRES Y MUJERES DE FE
ES LA OBEDIENCIA A DIOS.
LA DE LOS IMPÍOS, LA DESOBEDIENCIA.
¿CUÁL LA CARACTERIZA A USTED?
NUESTROS PECADOS OFENDEN A DIOS, LESIONAN NUESTRA COMUNIÓN CON ÉL Y EL TESTIMONIO Y VIDA DEL PUEBLO DE DIOS
Es bastante claro en el relato, que el pecado es algo intolerable para el Señor. El siervo de Dios (y todo creyente) no debe dudar ni por un instante que el pecado es un atentado contra la santidad del Rey soberano y que no quedará sin consecuencias. La transgresión de Nadab y Abiú provocó que Jehová se santificara (v. 3). Esta expresión en ciertos casos se usa en la Biblia para dar a entender que el Altísimo exalta su carácter santo a través del juicio y destrucción del mal (en este caso evidenciado por la muerte de dos individuos, Ezequiel 28:22; 38:22–23).
A veces, las consecuencias del pecado pueden provocar daños irreversibles en nuestras vidas. Dios también nos enseña que el pecado es un mal comunitario. Es decir, afecta a todos los que nos rodean y especialmente a la obra del Señor y la iglesia. Además, lesiona el testimonio y vida del pueblo de Dios porque la ira divina (expresada en su justicia, Romanos 1:18) puede caer sobre toda la comunidad si no se erradica el mal (Josué 7; Apocalipsis 2:5).
LA SANTIDAD NO PROVIENE DE CUMPLIR RITOS, SINO DE MANTENERSE PURO EN LA VIDA CRISTIANA
Poco después del incidente, Moisés se acercó a los hijos de Aarón que le quedaron, Eleazar e Itamar para preguntarles por qué no habían comido la porción del sacrificio de expiación (que era la ofrenda específica por la culpa y el pecado, v. 16) como correspondía (compárese con vv. 12–15). En otras palabras les dijo: ¿Por qué no siguieron cumpliendo con sus obligaciones? ¿Por qué no siguieron haciendo el ritual establecido de comer la porción que por derecho les pertenecía?
Su padre Aarón contestó por sus hijos diciendo: “Hoy han ofrecido su expiación… delante de Jehová; pero a mí me han sucedido estas cosas, y si hubiera yo comido hoy del sacrificio de expiación, ¿sería esto grato a Jehová?” (v. 19) En otras palabras: Aarón y su hijos voluntariamente dejaron de comer la parte del sacrificio que les correspondía, lo cual no era penado. Además, entendieron que Dios no se agradaba tanto de cumplir el ritual (en este caso comer de la ofrenda de expiación) como de que mantuvieran intacta la santidad en sus vidas (1 Samuel 15:22). De la misma forma, el creyente debe mantenerse fiel a Dios, alejándose de todo tipo de contaminación física y espiritual; promoviendo así la santidad en su vida (2 Corintios 7:1).
EL PROPÓSITO PRINCIPAL DE ESTA HISTORIA ES ENSEÑAR AL PUEBLO DE DIOS LA DIFERENCIA ENTRE LO QUE AGRADA AL SEÑOR Y LO QUE NO (ENTRE LO SANTO Y LO PROFANO)
Los vv. 10 y 11 contienen la enseñanza medular de este pasaje. Es evidente que al ofrecer fuego extraño, Nadab y Abiú no solamente cometieron un error técnico en la observancia del ritual que eran responsables de llevar a cabo. Habían cometido un fallo en distinguir entre “lo santo y lo profano, entre lo limpio y lo inmundo”. En otras palabras, habían perdido de vista “los estatutos que Jehová les había dicho por medio de Moisés” (compárese con 11:46–47; 20:24–25). Esta fue pues, la causa básica, la raíz de su problema; no supieron o no quisieron distinguir entre lo santo y lo profano. Había un conflicto espiritual no resuelto en ellos, conflicto que los llevó a la tumba. Y es que, al fin y al cabo, lo que a Dios más le interesa, es la condición espiritual de los suyos. La buena o mala, saludable o enferma vida espiritual del hijo de Dios, determina todo lo demás. Incluso su misma existencia.
NADAB Y ABIÚ OFRECIERON “FUEGO
EXTRAÑO” PORQUE HABÍA ALGO “EXTRAÑO”
EN SUS CORAZONES.
No obstante, debe entenderse que para el israelita los sacrificios eran sólo un medio conducente hacia el fin principal, que es conocer la santidad de Dios. Muchas veces, los cristianos llegamos a creer que los ritos o costumbres son el fin de la vida espiritual, pero debemos darnos cuenta de que solamente son caminos alternos para llegar a la finalidad principal de nuestras vidas: ser agradables a Dios.
El error de Nadab y Abiú resultó trágico en sus vidas. A pesar de que ellos eran responsables de enseñar la ley al pueblo (v. 11; Deuteronomio 33:8–11) y de dar ejemplo vivo de obediencia a la nación, habían fallado. Por eso, Dios los juzgó. ¿Qué podemos esperar los cristianos si no damos un ejemplo diáfano de obediencia a nuestro Padre celestial?
El mensaje para el pueblo era delicado, pero muy claro, Dios había castigado a dos de sus siervos por no cumplir sus ordenanzas. El pueblo también era responsable de agradar a Dios observando sus mandamientos por su propio bien. De no hacerlo, sufriría las mismas consecuencias que Nadab y Abiú. Este tema de saber distinguir entre lo santo y lo profano, entre lo que agrada y lo que no agrada a Dios, es la diferencia entre vivir una vida de santidad y felicidad o quedar expuesto a las dañosas consecuencias del pecado.
¡PENSEMOS! |
Haga una breve autoevaluación de su vida; luego responda: ¿cómo está su conocimiento da aquello que agrada o desagrada a Dios? ¿Distingue siempre la diferencia entre esos dos temas? ¿Tiene falta de sabiduría para tomar decisiones o hacer cosas que afectan su vida espiritual? Pida a Dios sabiduría para que le enseñe a agradarlo cumpliendo su santa voluntad (Santiago 1:5; Salmos 1; Proverbios 4:5–6). |
Vazquez, B. (1997). Estudios Bı́blicos ELA: Cómo vivir en santidad (Levı́tico) (37). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.