Un espíritu limpio Levítico 16:1–34
No hay experiencia más impactante en la vida que tener un acercamiento con el Señor. Cuando Isaías tuvo la visión en que estuvo frente al Dios tres veces santo (Isaías 6:1–4), sabiendo que era un pecador vil e indigno (“hombre inmundo de labios” Isaías 6:5b), el profeta sintió en principio que no saldría vivo de esa experiencia (“¡Ay de mí!” es el grito de alguien que agoniza, Isaías 6:5a). Después de ese momento, su vida ya no fue la misma. Y es que entre más se acerca a Dios, el ser humano aprecia mejor su condición pecaminosa y su necesidad de ser purificado de todo mal (Isaías 6:6–7).
Lo que le pasó a Isaías nos enseña dos cosas: que para acercarse a Dios hay que tener una clara convicción de pecado y que tenemos que acogernos a la solución divina para resolver el problema del pecado. Sólo así podemos tener una relación correcta con el Padre celestial.
La cumbre de la enseñanza levítica acerca de la necesidad de purificarse para entablar una buena relación con Dios es el ritual del día de la expiación. Ese día era tan importante en la vida judía, que los rabinos lo llamaban “el gran día” o simplemente “el día” porque conmemoraba el momento en que se hacía la expiación (limpieza) de los pecados (vv. 16, 21, 30, 33; Números 29:7–11) del pueblo.
Los israelitas tenían que guardar el descanso sabático y ayunar desde la tarde del día nueve, hasta la puesta del sol del décimo día del mes séptimo del calendario judío. La limpieza de pecados no se podía hacer sin el derramamiento de sangre (Hebreos 9:22). De allí que cada detalle del ritual tuviera un significado especial.
El día de la expiación ilustra en forma objetiva los elementos más importantes del evangelio, así como la manera en que el Señor Jesús consiguió la salvación para todos los que confían en él. Se puede decir libremente que esa fecha presenta el evangelio ilustrado, ya que toca los temas del pecado, el derramamiento de sangre, la redención, la limpieza, el perdón de pecados y la fe en Dios. Cristo, como Cordero de Dios, se ofreció en sacrificio para limpiarnos de todo pecado (Juan 1:29). Con su propia sangre efectuó nuestra purificación y redención eternas (Hebreos 9:11–14).
Dos preguntas que frecuentemente se hacen muchos cristianos sinceros al leer la ley de Dios es: ¿era diferente la manera de salvarse en el Antiguo Testamento con respecto a la era de la iglesia? En el tiempo de la ley, ¿la salvación era por obras, y en la actual era de la gracia, es por fe? La respuesta para ambas preguntas es un rotundo no.
Tanto en el tiempo que fue dada la ley como en todas las épocas, incluyendo la nuestra, las personas se salvan de la misma manera, por fe, como expresan las sabias palabras del Dr. Pablo Lowery, profesor del Seminario Teológico Centroamericano: “la salvación se recibe por la fe en lo que Dios dijo acerca de la sangre derramada”; la fe que salva no se deposita en la sangre en sí, sino en lo que Dios dijo que la sangre puede hacer.
La ley enseña que la limpieza de pecados se lograba por la fe en el derramamiento de la sangre de un cordero (compárese Levítico 17:11 con Hebreos 9:22) y el Nuevo Testamento dice lo mismo, que la fe en la sangre derramada por Cristo, el Cordero de Dios, es eficaz para salvarnos y limpiarnos de todo pecado (Apocalipsis 1:5b–6; Hebreos 9:26). Cuando creemos de todo corazón en el mensaje del evangelio (cuyo centro es la obra sacrificial de Cristo), entonces recibimos la salvación. Dios no cambia; es consistente en todo lo que hace y ha provisto la salvación del género humano siempre de la misma forma; él siempre ha dicho que el perdón y limpieza de pecados se reciben por la fe.
En la época del Antiguo Testamento, la gente se salvaba por la fe (no por obras) igual que hoy y siempre y ésta se basaba en la palabra de Dios, como en nuestro tiempo. No hay diferencia alguna. Lo único que es distinto es que hoy contamos con el canon completo de las Escrituras, que contiene la explicación detallada de nuestra salvación por medio de Jesucristo.
“PORQUE LA VIDA DE LA CARNE EN LA
SANGRE ESTÁ, Y YO OS LA HE DADO
PARA HACER EXPIACIÓN SOBRE
EL ALTAR POR VUESTRAS ALMAS;
Y LA MISMA SANGRE
HARÁ EXPIACIÓN DE LA PERSONA
(LEVÍTICO 17:11).
¡PENSEMOS! |
La salvación que recibimos de Dios está plenamente ilustrada en el ritual del día de la expiación. Tomemos ejemplo de la forma tan sencilla y directa en que él nos enseña la verdad acerca de nuestra redención y hagamos a un lado la indiferencia hacia el mundo pecador. Salgamos a evangelizar y a ganar personas para Cristo. Nuestro testimonio debe ser sencillo y claro; vigoroso y firme. Debemos incluir en nuestra proclamación los elementos del pecado, el sacrificio de Cristo, el perdón y la limpieza que tenemos por su sangre, así como la fe que salva. Tenemos que hablar de la obra perfecta del Señor y anunciar al mundo que en él encontramos el perdón y vida eterna cuando confiamos de todo corazón en lo que hizo por nosotros. |
EL RITUAL DEL DÍA DE LA EXPIACIÓN 16:1–34
Introducción 16:1
La fecha en que se dio la ordenanza de la expiación fue “después de la muerte de los dos hijos de Aarón” (v. 1), por lo que la mención de ese hecho (Levítico 10:1–20) lo vincula de alguna manera con el importante concepto del rito. El incidente de la muerte de Nadab y Abiú también tiene un significado especial, porque principalmente se relaciona con el tema del pecado y su limpieza, problema que ellos no pudieron discernir.
Al fin y al cabo, lo que más debía importar al pueblo era que se efectuara la limpieza del pecado, porque así se aseguraba la continuidad de la vida de la nación y la salvación de todos aquellos que creyeran. De otra manera, los israelitas podían correr la misma suerte que los hijos de Aarón que pecaron contra Dios y por lo tanto, no tuvieron descendencia o continuidad de vida (Números 3:3–4). En el mundo antiguo, no tener posteridad era visto como una tragedia mayor. Así que el día de la expiación tenía la doble función de resolver el problema del pecado y mantener la continuidad de la vida.
El evangelio también resuelve el problema del pecado cuando la persona cree de todo corazón en la obra de Cristo y da continuidad a su vida, porque recibe la vida eterna.
Los preparativos 16:2–4
Previo al momento de presentar las ofrendas expiatorias, el sacerdote debía hacer lo siguiente:
- Aarón como sumo sacerdote debía entrar sólo cuando fuere requerido por Dios en el lugar “detrás del velo” o lugar santísimo y oficiar “delante del propiciatorio que está sobre el arca” (v. 2). De hecho, debía entrar una sola vez al año (16:29, 34; 23:27; Éxodo 30:10; Hebreos 9:7).
- El sacerdote debía preparar un sacrificio para expiación y un holocausto por sí mismo y los que lo auxiliaban. Para llevar a cabo la expiación por el pueblo, él mismo debía estar limpio de pecados.
- El sacerdote debía lavarse y vestirse apropiadamente.
Las ofrendas 16:5–28
Para realizar la expiación, el sacerdote tomaba dos machos cabríos y echaba suertes sobre ellos (v. 8). Uno era sacrificado (v. 9) y con su sangre se hacía la expiación por los pecados sobre el propiciatorio (plancha superior del arca del pacto. v. 15; véase pág. 144) en el que simbólicamente se “cubrían” los pecados.
En Cristo, nuestros pecados fueron literalmente borrados, no tan sólo cubiertos (Hechos 3:19; Efesios 1:6–7; Colosenses 1:13–14, 21–22; 2:13; Hebreos 8:12; 1 Juan 2:12; Apocalipsis l:5b–6).
EN CRISTO, NUESTROS PECADOS
HAN SIDO PERDONADOS,
COMO DICE LA ESCRITURA:
“PORQUE SERÉ PROPICIO A SUS INJUSTICIAS,
Y NUNCA MÁS ME ACORDARÉ
DE SUS PECADOS Y DE SUS INIQUIDADES”
(HEBREOS 8:12).
El otro macho cabrío no se sacrificaba. A él se le designa con el enigmático nombre de “Azazel” (quizá significa “chivo de escape” o “eliminado” con referencia al pecado, pero más parece que se refiere al nombre de la suerte que se echaba por él). El sacerdote ponía ambas manos sobre la cabeza del animal, confesaba los pecados del pueblo (de este modo colocándolos o transfiriéndolos al macho cabrío) y luego lo soltaba para que saliera del campamento (vv. 10, 21). De esta forma, los pecados del pueblo eran removidos simbólicamente. Además, la persona que llevaba al animal fuera del campamento debía lavarse después de hacerlo (v. 26).
AL QUE NO CONOCIÓ PECADO,
POR NOSOTROS LO HIZO PECADO,
PARA QUE NOSOTROS FUÉSEMOS
HECHOS JUSTICIA DE DIOS EN ÉL
(2 CORINTIOS 5:21).
La parte del pueblo en todo esto era demostrar aflicción por el pecado mediante el ayuno y confesión (Salmos 35:13; Esdras 8:21; Isaías 58:3, 5). El santuario también debía ser purificado (vv. 16–20). Se cree que esto era así porque el tabernáculo estaba en medio de un pueblo pecador (v. 16b). La última ofrenda presentada por el sacerdote era un holocausto por él mismo y otro por el pueblo (esto lo hacía en el altar localizado en el atrio exterior del tabernáculo, v. 23–28) como una manera de consagrar sus vidas a Jehová.
Los restos de los animales sacrificados eran llevados fuera del campamento (v. 27). Quien realizaba esta labor debía lavarse después de hacerlo (v. 28).
El ritual del día de expiación, por ser provisional y repetitivo, era limitado en su eficacia real (Hebreos 8:5; 9:9–10, 25; 10:1–4, 11). El día de expiación es una figura de lo que se realizaría plenamente en Cristo. Sólo el sacrificio del Señor Jesús “hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14).
¡PENSEMOS! |
Lo que Cristo hizo por nosotros al limpiarnos de todos nuestros pecados y reconciliarnos con el Padre jamás hubiéramos podido lograrlo por nosotros mismos. Es tiempo de salir del letargo espiritual y vivir una vida consagrada al Señor. Tenemos una gran deuda de gratitud y de servicio hacia nuestro Salvador. Lea Gálatas 2:20 y Lucas 9:23 ¿Cómo debemos reaccionar ante el hecho de que Cristo ya vive en nosotros? ¿Qué pide él de los creyentes? ¿Si él se entregó por nosotros, por qué no nos entregamos a él? |
Significancia del día de expiación 16:29–34
En este pasaje se expone diáfanamente el significado que tenía ese día especial: “porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová” (v. 30; compárese con 17:11).
El día de expiación era la corona de las leyes mosaicas tocante a la purificación y la provisión adecuada para preservar la pureza espiritual del pueblo. Todos podían beneficiarse de los efectos espirituales de ese acto (vv. 17b, 30a) porque en ese día se definían los temas más importantes para la nación: perdón y limpieza de pecados, reconciliación con Dios y vida. Toda la atención se concentraba en la purificación, tan necesaria para tener una relación normal con el Señor.
CADA ASPECTO DEL DÍA DE EXPIACIÓN
SE CUMPLIÓ DE UNA VEZ Y
PARA SIEMPRE EN CRISTO.
¡ALABADO SEA EL SEÑOR!
Cada detalle del ritual del día de expiación se cumplió plenamente en Jesucristo. Él fue inmolado como el Cordero de Dios en expiación vicaria por todos nosotros. Expiación vicaria significa que él murió no sólo por nosotros, sino también en lugar de nosotros. En él, los creyentes hemos recibido el perdón de todos nuestros pecados (Efesios 1:6–7; Colosenses 2:13), porque él fue inmolado por todos nosotros (Apocalipsis 5:9). Con su propia sangre vertida en la cruz del Calvario, nos redimió (compró) para Dios (Tito 2:13–14; Hebreos 9:11–28).
Dios “echó” sobre su Hijo todos nuestros pecados para reconciliarnos con él (2 Corintios 5:19–21). También Cristo padeció “fuera de la puerta”, salió del campamento (a la manera que era sacado el macho cabrío “Azazel”) sufriendo el oprobio y llevando nuestros pecados (Hebreos 13:11–13).
AL QUE NOS AMÓ, Y NOS LAVÓ
DE NUESTROS PECADOS CON SU SANGRE,
Y NOS HIZO REYES Y SACERDOTES
PARA DIOS, SU PADRE;
A ÉL SEA GLORIA E IMPERIO
POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS. AMÉN.
(APOCALIPSIS 1:5B–6)
¡PENSEMOS! |
¡Qué maravilloso es saber cada detalle de la manera en que Dios nos salvó! El sacrificio de Cristo fue la ofrenda perfecta por la que somos salvos y gozamos del perdón de pecados y vida eterna. Las palabras no bastarían para exaltar la obra que Dios hizo en nuestra vida. Con razón dijo el salmista: “mejor es tu misericordia que la vida” (Salmos 63:3). |
Vazquez, B. (1997). Estudios Bı́blicos ELA: Cómo vivir en santidad (Levı́tico) (70). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.