El camino correcto Levítico 26:1–13
Se cuenta que una vez, siendo Jorge Washington presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, se organizó una cena para dar la bienvenida a los embajadores de diversas naciones. Uno de los invitados, el embajador de Francia, quedó muy impresionado por la sencillez, buen trato y don de servicio del presidente. El diplomático galo, estando sentado al lado de la madre de Washington, le preguntó: “¿Cómo le hizo para tener un hijo tan espléndido?” La señora Washington, sin titubear un instante, le contestó: “simplemente le enseñé a obedecer”.
De la misma forma, las leyes levíticas eran exigencias que tenían una doble función: exponían el carácter de un Dios santo y definían la manera en que el creyente debía responder a él: viviendo en obediencia a su palabra. En una frase: eran para enseñar al pueblo a obedecer.
El factor clave del discipulado y la buena mayordomía en el cristiano es la obediencia a la palabra de Dios. Por tanto, el creyente debe también aprender a obedecer.
¡PENSEMOS! |
La obediencia es también factor clave para determinar la vida y futuro de los creyentes mientras están en el mundo. Más aún, de ello depende cómo pasaremos la eternidad y qué recompensas recibiremos por nuestro proceder durante esta vida (2 Corintios 5:10; véase también 1 Corintios 3:14; 9:25; 1 Tesalonicenses 2:19; 2 Timoteo 4:8; Santiago 1:12; 1 Pedro 5:4; Apocalipsis 2:10; 3:11; 4:4, 10). Por eso, es importance poner atención a los posibles efectos de nuestros actos. Este reconocimiento nos permitirá hacer los ajustes necesarios en nuestra vida y llevar a cabo todo aquello que agrada al Señor. |
LA OBEDIENCIA ES LA ASIGNATURA
MÁS IMPORTANTE EN LA ESCUELA DE DIOS.
En esta sección (26:1–46) se presentan las consecuencias que se manifiestan en la vida cuando andamos con Dios, obedeciéndole en todo (26:1–13), así como las maldiciones (26:14–46) que caen sobre los que son rebeldes a la voluntad del Señor. Pasajes similares son Éxodo 23:22–23; Deuteronomio 28 y Josué 1:8; 24:20. En este capítulo nos referiremos al primer aspecto: la bendición que acompaña a la vida de obediencia del creyente.
LA OBEDIENCIA ES EL SECRETO
DE LA FUERZA QUE TIENEN LOS SIERVOS DE
DIOS:
“VOSOTROS SUS ÁNGELES,
PODEROSOS EN FORTALEZA
QUE EJECUTÁIS SU PALABRA
OBEDECIENDO A LA VOZ DE SU PRECEPTO”
(SALMOS 103:20).
ES TAMBIÉN LA PRUEBA CONTUNDENTE
DE LA FE DEL CREYENTE:
“POR LA FE ABRAHAM,
SIENDO LLAMADO, OBEDECIÓ…”
(HEBREOS 11:8)
CONSECUENCIAS DE LA OBEDIENCIA 26:1–13
Introducción 26:1–2
Esta sección expone tres requisitos básicos que todo israelita debía cumplir. Tales exigencias se basan en la obligación del pueblo de cumplir su parte en la relación pactada con el Todopoderoso. Se advierte fuertemente que no caigan en el error de la idolatría, la cual es la máxima expresión de infidelidad al pacto establecido. Las bendiciones y maldiciones (que se comentan en el último capítulo de esta guía) se basan en la fidelidad de la nación al pacto.
El lenguaje utilizado en esta sección es el que se usaba en los pactos que se concertaban en el antiguo cercano oriente. Las palabras claves: “Si anduviereis…”, “si guardareis…” son de tipo condicional y expresan la idea de que Israel debía cumplir su parte en el pacto si quería ser bendecido por Dios (compárese con Deuteronomio 28:1 “si oyeres…”). Si no lo hacía, el pacto estipulaba diversas maldiciones que en su caso recibiría el pueblo por su deslealtad (26:14–46).
- No practicar la idolatría (v. 1). Según Éxodo 20:4, uno de los mandamientos del decálogo prohibía absolutamente hacer imágenes de la deidad e inclinarse ante ellas. La idolatría es un intento de manipular al Señor. Esto es así, porque el que fabrica una imagen supone que por haberla hecho e inclinarse ante ella, Dios está obligado a responder sus peticiones y deseos. Podemos notar también que en la historia de muchos pueblos, la idolatría ha sido usada para manipular a la gente y hacerle creer en doctrinas antibíblicas.
- Guardar los días de reposo. Como se dijo en el capítulo anterior de esta obra, el día de reposo era una celebración periódica que conmemoraba la creación que Dios hizo en seis días. Guardar el sábado implicaba reconocer que Jehová y no otro Dios, era el hacedor y dueño de todo lo creado y el único digno de adoración (compárese con 19:30; 23:3; Génesis 2:2; Éxodo 20:8–11; Deuteronomio 5:12–15).
- Tener en reverencia su santuario. En un mundo lleno de creencias y mitos religiosos, abundaban los santuarios y lugares altos (v. 30). La exclusividad del tabernáculo entre los israelitas aseguraría que la nación estuviera siempre expuesta a oir la verdad y no la mentira de la idolatría (compárese con 17:1–9; Deuteronomio 12).
¡PENSEMOS! |
Muchas personas, a veces creyentes, caemos en la idolatría. Tenemos nuestro(s) propio(s) dios(es) (dinero, posición, posesiones, orgullo, etc.) que adoramos en el altar de nuestro credo particular. La Biblia nos motiva a acercarnos al único Dios verdadero para adorarlo y obedecerlo. |
Bendiciones 26:3–13
La relación de la nación con Dios y los frutos derivados de ella dependían del apego que los israelitas tuvieran en cumplir la voluntad divina. Como ya se mencionó, la bendición de lo alto estaba condicionada a la obediencia de Israel. El pueblo no recibiría estas promesas de balde (v. 3). Era indispensable que cumpliera su parte.
Prosperidad. Cuando los israelitas estuvieron en Egipto, el sustento de agua que racibían provenía de la inundación del río Nilo. Por las condiciones del suelo árido de todo el territorio egipcio tenía que ser así, ya que las lluvias eran poco frecuentes. Además, siendo esclavos, tenían que cultivar y cosechar los productos del campo que en su mayor parte iban a parar a las mesas de sus opresores.
Sin embargo, estando ya libres por la mano de Dios y con la oportunidad de decidir su destino, los hebreos podían cambiar por completo esa situación de su pasado. La obediencia a la ley divina traería resultados extraordinarios para todo Israel y además, ellos mismos podrían constatarlo. La lluvia oportuna sería una prueba fehaciente de bendición divina. La tierra y los árboles darían su fruto a su tiempo (v. 4; Ezequiel 34:26–27).
NO HAY DICHA MÁS GRANDE
PARA EL CRISTIANO QUE COSECHAR
LOS FRUTOS DE SU OBEDIENCIA AL SEÑOR.
Los tiempos de siembra y de cosecha en la tierra de Canaán se traslaparían. De manera que no faltaría el sustento diario en toda la nación. La abundancia y el abasto constante de bienes de todo tipo llegaría a ser un anhelo cumplido para el pueblo (v. 5a; compárese con las promesas mesiánicas de Amós 9:13–15). Habría tal abundancia, que comerían de lo añejo y lo nuevo (v. 10). Las alacenas siempre estarían llenas de provisiones (Deuteronomio 11:15; Joel 2:19, 26).
Seguridad. La prosperidad enviada por Dios produciría seguridad en la población. Al tener garantizadas sus necesidades básicas, no debían tener temor del futuro ni de muchos de los problemas comunes de la vida (v 5b). Tampoco debían buscar en otras fuentes su seguridad. En tiempos antiguos, la idolatría tenía el atractivo de dar prosperidad a quien la practicara. La mayoría de los ritos paganos se asociaban con la prosperidad agrícola, obtención de riquezas, etc.
Al contar con la bendición divina, los israelitas debían volver su rostro a Dios en agradecimiento y dedicar sus vidas a aprender de él, servirlo, adorarlo y nada más (Salmos 34:8; 119). Los cristianos debemos tener fincada la seguridad de nuestra vida en la relación y comunión diaria con el Salvador (Romanos 8:38–39; Filipenses 1:21; 4:13; Colosenses 3:3).
¡PENSEMOS! |
Nada de lo que existe en el mundo puede darnos la seguridad y protección que brinda la obediencia a Dios. No importa dónde andemos (en peligros, sombra de muerte, etc.) ni de qué carezcamos. Si caminamos en obediencia, el Señor nos acompañará, cuidará y dará todo lo que nos haga falta, sin importar qué tan difícil sea. Para él no hay nada imposible (Lucas 1:37). Como dice David “no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Salmos 23:4), y “porque tú has sido mi refugio y torre fuerte” (Salmos 61:3). |
Paz. Otro resultado sería la paz (v. 6; Isaías 45:7; Salmos 29:11). En tiempos antiguos eran muy comunes en Israel las guerras con otras naciones o los asaltos de bandas armadas. Por eso, muchas ciudades edificaban murallas para resguardarse y defenderse de esas invasiones. Dios promete a su pueblo eliminar los peligros naturales “malas bestias”, así como los provocados por el hombre “la espada” (v. 6). La paz sería una condición esencial para el progreso y desarrollo de la nación. La guerra, en cambio, lo destruiría todo.
EN CRISTO DISFRUTAMOS LA PRESENCIA
DEL DIOS DE PAZ
Y TENEMOS TAMBIÉN LA PAZ DE DIOS.
(FILIPENSES 4:6–9)
Victoria sobre los enemigos. Israel iba a vivir rodeado de enemigos cuando entrara en la tierra prometida. Los pueblos cananeos entre los que habitaría eran muy fuertes y muchos de ellos tenían superioridad numérica y militar. Sin embargo, esto no debía preocupar a los hebreos ni tenían que organizar una gran maquinaria militar, acumular armamento, o formar alianzas con otras naciones para hacer frente al enemigo. Su principal enemigo era la incredulidad en el Señor de los ejércitos.
CRISTO DERROTÓ A SATANÁS A TRAVÉS
DE SU OBEDIENCIA A LA PALABRA
(VÉASE MATEO 4:1–11).
NOSOTROS TAMBIÉN PODEMOS
VENCER EL ENEMIGO
ESPIRITUAL SI HACEMOS LO MISMO.
La fuerza del pueblo residía en su obediencia. Si fueren fieles a Dios, él los libraría de todo mal (Isaías 37; Zacarías 4:6). De esta manera, ninguna nación podría dominar al pueblo de Dios si éste se mantenía fiel y obediente a su Señor (vv. 7–8). Esta promesa llenaría una necesidad fundamental en una época en la que Israel iba a tener muchos conflictos armados por la posesión de la tierra, como se ve claramente en los libros de Josué y Jueces.
Crecimiento de la nación. El crecimiento de la población a menudo es figura de la bendición y favor divinos hacia el pueblo de Dios (v. 9; véase también Génesis 17:5–6; Oseas 1:10). El crecimiento quizá puede referirse también al poder y predominio que podría adquirir Israel entre las naciones (Deuteronomio 28:9–10, 12b–13). Lo contrario, la disminución y cautiverio de la población por conflictos con otras naciones sería señal segura de la remoción de la bendición divina.
La presencia de Dios. Aunque el Todopoderoso estaba siempre entre su pueblo, en alguna manera su presencia sería muy especial cuando el pueblo anduviere con él. Si la nación fuere obediente, el Señor promete: “y andaré entre vosotros” (v. 12).
La figura de Dios caminando entre su pueblo tiene el significado de aprobación de la relación que hay entre ambos. La implicación es clara: el Padre Celestial reacciona de similar forma a la respuesta que su pueblo da a su santa palabra (vv. 11–13). La obediencia de la nación al pacto era la base de la respuesta divina y de todas las bendiciones que recibirían del Altísimo.
Los creyentes debemos vivir de tal modo que la presencia de Cristo (que es una realidad permanente) se manifieste de manera especial en nosotros (Efesios 3:17). Cuando logremos esto, seremos capaces de comprender y dar a manos llenas el amor de Dios; podremos experimentar a plenitud el poder del Espíritu Santo en nuestra vida y todo esto redundará en bendiciones para la iglesia y nosotros mismos (Efesios 3:18–21; 5:18–6:9; 1 Timoteo 4:12–16).
¡PENSEMOS! |
Los cristianos estamos en proceso de formación. Debemos mantenernos atentos y dispuestos a captar todas las enseñanzas de la palabra santa. En nuestro aprendizaje de Dios y de la vida, el tema más importante es la obediencia. Aun el mismo Señor Jesucristo, siendo perfecto, aprendió a obedecer. Esto significa que experimentó en carne propia y llevó a cabo en su vida aquí en la tierra, la sumisión al Padre y el cumplimiento detallado de su voluntad (Hebreos 5:8; Filipenses 2:5–8). ¡Cuánto más nosotros, siendo débiles y dependientes, debemos aprender a obedecer al Padre! |
EL SABER OBEDECER
ES LA MÁS PERFECTA CIENCIA
Tirso de Molina
Vazquez, B. (1997). Estudios Bı́blicos ELA: Cómo vivir en santidad (Levı́tico) (124). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.