“Andad, reconoced la tierra, y a Jericó” Josué 2:1b. Esa no fue ni la primera ni la última vez que el pueblo de Israel tuvo que hacer un reconocimiento de la tierra de promisión. Los libros de Números y Deuteronomio hablan de los doce investigadores que salieron de Cades, y Josué 7:2 comenta los preparativos que hicieron para atacar la ciudad de Hai después de enviar otros espías.
Sin embargo, cuando se habla de espías, la mente del estudiante bíblico siempre regresa a los doce enviados desde Cades. Por una u otra razón, para bien o para mal, ese capítulo de la historia de Israel es el que siempre surge y casi siempre con resultados negativos. Para dar perspectiva al presente estudio de Josué 2, hagamos un pequeño repaso y análisis del primer episodio.
LOS DOCE ESPÍAS DE CADES
El contexto
El pueblo de aquel entonces gozaba de una situación muy privilegiada, pues contaba con una promesa segura: “Mira, Jehová tu Dios te ha entregado la tierra” (Deuteronomio 1:21a). El momento era propicio. “Sube y toma posesión de ella, como Jehová el Dios de tus padres te ha dicho” (Deuteronomio 1:21b). Además, debían mantener el ánimo muy en alto, por lo que añadió: “No temas ni desmayes” (Deuteronomio 1:21c).
Motivo para enviar espías
En Números 13, que hace la presentación cronológica del evento, el autor dice que fue idea de Dios enviar a los espías: “Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Envía tú hombres que reconozcan la tierra de Canaán, la cual yo doy a los hijos de Israel” (Números 13:1, 2a).
Por otra parte, cuando la pluma de Moisés incluyó en Deuteronomio un repaso final de algunos eventos históricos y religiosos, añadió otros detalles relacionados con los espías: “Y vinisteis a mí todos vosotros, y dijisteis: Enviemos varones delante de nosotros que nos reconozcan la tierra, y a su regreso nos traigan razón del camino por donde hemos de subir, y de las ciudades adonde hemos de llegar” (Deuteronomio 1:22). Es de sumo interés observar que según el siguiente versículo, Moisés estuvo de acuerdo con el plan: “Y el dicho me pareció bien” (Deuteronomio 1:23a).
Considerando lo que ambos pasajes presentan, es obvio que la idea de enviar a los espías no nació de la incredulidad rebelde del pueblo; aunque tal vez sí surgió de una fe no muy firme. Sin embargo, debido a su bondad, Dios permitió que su pueblo buscara la mejor opción y Moisés la aprobó.
El problema no consistía tanto en enviar a los espías, sino en la incredulidad de la mayoría de ellos y el informe desalentador que trajeron. Aquellos diez no tomaron en cuenta a Dios, su promesa, o su poder para hacerlos alcanzar sus propósitos. Tampoco recordaron el ejemplo de ese poder que se manifestó en todo el trayecto del éxodo. Sólo consideraron el tamaño formidable de los obstáculos.
Por unanimidad, los hijos de Israel rechazaron la exhortación de los dos espías fieles y se dejaron influir por el pánico incrédulo de los otros diez. Por eso dijeron: “Nuestros hermanos han atemorizado nuestro corazón” (Deuteronomio 1:28b). Tanto fue así, que Moisés, conmovido, tuvo que dar un diagnóstico de ellos, que resultó en un mal augurio: “no creísteis a Jehová vuestro Dios” (Deuteronomio 1:32). El resultado de esa incredulidad se reflejó en cuarenta años de peregrinación y en la muerte de miles de personas.
LOS ESPÍAS DE SITIM Y RAHAB DE JERICÓ 2:1–24
Los espías y su tarea 2:1
En cuanto a geografía, la distancia entre Cades y Sitim era relativamente corta, aproximadamente de 170 kilómetros. Israel estaba acampado a escasos 11 días de marcha para llegar a la tierra. Infortunadamente, su ruta los llevó por Cades. El viaje les tomó 40 años y murieron miles de personas, todo por haber aceptado la falsa interpretación de la situación que ofrecieron los diez espías. En otras palabras, aceptaron el punto de vista de ellos en vez de confiar en Dios, lo cual es ¡incredulidad!
Cuarenta años después, en vísperas de iniciar una campaña conquistadora, la nueva generación estaba situada a pocos kilómetros de una importantísima ciudad cananea y a menor distancia de la ribera del río fronterizo, el Jordán. En esa situación, fue Josué quien ordenó que dos espías reconocieran específicamente la ciudad fortificada de Jericó.
No sabemos cómo fue que los doce espías de Números 13 y Deuteronomio 1 lograron trasladarse de arriba a abajo en territorio hostil pasando aparentemente desapercibidos. En Josué 2, la situación fue más peligrosa. La tarea de los dos investigadores se centraba en una ciudad enemiga, bien fortificada, y lo que es peor, cuyos habitantes estaban aterrados por la cercanía de quienes eran reconocidos como los invasores victoriosos del otro lado del río (Josué 2:10). Quiere decir que probablemente la población entera padecía, no sólo de miedo, sino de una psicosis masiva.
¡PENSEMOS! |
El texto no da muchos detalles, pero podemos especular que Josué escogió muy bien a los espías. No eligió a los que tenían temor de las defensas de Jericó, sino a los que tenían su fe firmemente depositada en Dios y su promesa. El propósito era recoger datos, o más bien, tomar medidas para apreciar la grandeza de lá proeza divina que se avecinaba. |
EL QUE EN VERDAD SIRVE A DIOS,
CONTEMPLA LAS DIFICULTADES A TRAVÉS
DE LO QUE DIOS DICE, NO AL CONTRARIO.
Carecemos de detalles acerca del viaje que realizaron los espías, aunque sin duda, aun el cruce del río fue una aventura, porque en esa época del año el Jordán solía “desbordarse por todas sus orillas” (Josué 3:15).
Lo que sí se sabe es que entraron en la ciudad y se “escondieron” en un lugar público, frecuentado por habitantes y visitantes por igual, probablemente pensando que su mejor protección era mezclarse con la gente. Sin embargo, según el texto (Josué 2:2), fueron descubiertos y se informó al rey que eran “hombres de los hijos de Israel”. No se sabe qué factores los evidenciaron. ¿Sería su ropa, su forma hablar, su fisonomía (la nariz o los ojos), o su estatura? Se supone que se disfrazaron, pero obviamente eso no fue suficiente, en especial porque el pueblo de Jericó era presa de las sospechas y del pánico.
Los espías y Rahab
El lugar público donde los espías pensaban esconderse y mezclarse con quienes lo frecuentaban, era un mesón o posada situada sobre el muro (Josué 2:15b). La mesonera era Rahab, sólo que las Escrituras no la llaman por ese nombre, sino que la definen como “ramera”. No se cree que haya sido de las prostitutas religiosas, de las cuales había bastantes en Canaán, sino sencillamente que aquella mujer, al menos en algún tiempo pasado de su vida, se había dedicado a esa inmoral y degradante actividad.
La mujer se identifica como “ramera” en Josué y también en el Nuevo Testamento (Hebreos 11:31; Santiago 2:25). Su reputación pasada le ganó ese apelativo, el cual la siguió a través de todas las páginas bíblicas. No obstante, no hay ninguna indicación de que los espías se hayan enzarzado en algún acto inmoral con ella.
Debemos recordar que la mujer venía de un trasfondo completamente pagano, de una cultura que Jehová estaba por destruir debido a su iniquidad. Anteriormente, Dios había dicho a Abraham que la maldad de los habitantes de la tierra de promisión todavía no había llegado a su colmo (Génesis 15:16). Obviamente, en tiempos de Josué esa maldad llegó al tope, y la paciencia de Dios se había agotado.
Esto se puede apreciar porque Dios mandó a su pueblo a que echase fuera de la tierra al pueblo pagano, destruyéndolo y acabando con su cultura y religión abominables (Deuteronomio 7:1–6).
A pesar de su trasfondo idólatra y del pésimo ambiente moral de Jericó, Rahab demostró un fascinante conocimiento de algunos detalles teológicos y hasta una fe que la hubiera podido colocar a la par de Josué y Caleb cuando salieron de Cades cuarenta años antes. Esto no quiere decir que sea aceptable la mentira que usó Rahab para engañar a los mensajeros del rey y facilitar así el escape de los espías.
Dios no justifica la mentira ni aprueba en la actualidad esa clase de comportamiento (porque ¡tampoco aprobó el engaño de Jacob!). Además, sabemos que pudo proteger a los espías de otra manera, pero de todos modos, Dios decidió usar a Rahab. En su plan eterno, infinita misericordia y sublime gracia, Dios se dignó usar un instrumento imperfecto. A Rahab le faltaba el desarrollo moral y madurez espiritual que con seguridad vinieron después, pero Dios honró su fe creciente y su elemental aceptación de él y su plan.
¡PENSEMOS! |
No debe causar gran sorpresa que Dios haya usado a una persona espiritualmente falible. El hombre común y corriente, incluso el que ha sido salvo por la gracia de Dios, también es un instrumento incompleto, no muy apto para servir a Dios. Sin embargo, a través de la Biblia podemos observar que al Señor le ha placido usar instrumentos humanos, frágiles, débiles, de barro, pero dispuestos a creer en él como Rahab. ¡Qué milagro que Dios use a personas como nosotros! Podríamos decir como el apóstol Pablo: “Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio” (1 Timoteo 1:12). Y en otra parte dijo: “A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio” (Efesios 3:8). |
La teología de Rahab 2:9–13
Ningún individuo se ha acercado a Dios a menos que el Espíritu Santo le atraiga a él. No cabe duda que lo que Rahab contó a los espías en estos versículos fue producto del Espíritu Santo obrando en ella. Su credo constaba de cuatro puntos básicos, que reflejaban su conocimiento y convicción:
- “Sé que Jehová tiene un plan”. Ella dijo: “Sé que Jehová os ha dado esta tierra” (Josué 2:9a). Sin duda, esa fue una gran confesión por venir de labios de una mujer que vivía rodeada y, en muchos sentidos, sumergida en una cultura totalmente pagana. Es interesante que ni los mismos israelitas dieron tanta evidencia de su fe cuarenta años antes en Cades, aunque muy poco tiempo antes habían prometido cumplir con todo lo que Dios dijo cuando estaban frente al monte. ¡Qué milagrosa confesión de aquella mujer de Jericó! Proclamó que ¡Dios es soberano!
- Sé que Jehová tiene poder para realizar su plan. “Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo… y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos” (Josué 2:10). El hombre moderno, erudito, escéptico y humanista, niega que Dios intervenga en los asuntos del hombre. Pretende explicar los fenómenos sólo con base en su razón y en las fuerzas naturales. Rahab reconoció que Jehová estaba detrás del milagro, y que de hecho tiene el poder para llevar a cabo sus planes. Proclamó que ¡Dios es omnipotente!
- Sé que Jehová está presente. “Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra” (Josué 2:11). En una cultura que creía que había dioses de los montes y de los valles, de los ríos y del mar, esa mujer estuvo dispuesta a admitir la singularidad de Jehová. A lo mejor no supo cómo decirlo bien, pero proclamó al Dios trascendente e inmanente. Declaró que ¡Dios es omnipresente!
- Sé que Jehová es la autoridad máxima. “Os ruego pues, ahora, que me juréis por Jehová” (Josué 2:12). Jehová, ante quien ella quería que juraran los espías, no era sólo un dios del río o del bosque, sino el que ostenta la máxima autoridad.
¡QUÉ CREDO! ¡QUÉ MARA VILLOSO ES
VER LA GRACIA DE DIOS EN ACCIÓN!
¡PENSEMOS! |
Sería oportuno que al repasar los puntos del “credo” de Rahab examináramos el nuestro, pero mejor todavía que analizáramos si nuestro credo afecta nuestra vida, y si estamos dispuestos a arriesgarla por proclamarlo como hizo Rahab. Ella creía que Dios tiene el control de todas las cosas y el poder absoluto para llevar a cabo sus designios. Dios no está limitado y es la autoridad máxima de la vida. |
El capítulo termina diciendo que los espías prometieron a Rahab darle protección por haberlos ayudado. Los detalles finales incluyen el escape por la ventana de la casa de la mujer (porque la casa estaba situada sobre el muro), la provisión de una señal especial que identificaría la casa de Rahab cuando entraran los conquistadores, y el informe positivo por parte de los espías a Josué y el pueblo.
Es interesante comentar acerca de la mencionada señal, que consistió en colgar un cordón rojo en la ventana por la que escaparon los israelitas. Se dice que no era raro que en un hogar de aquellos tiempos y región colgara un cordón de esa naturaleza, porque era costumbre que el pigmento rojo se vendiera y distribuyera mediante un pedazo de lazo impregnado en esa tintura. Esa impregnación se lograba hirviendo el lazo en agua con colorante. Entonces, el cliente compraba un pedacito del cordón y lo metía en agua hirviendo junto con la ropa que se quería teñir.
Pero es más interesante todavía que el Nuevo Testamento, cuando hace referencia a Rahab, no mencione el cordón rojo. Esto se debe a que el factor sobresaliente fue la fe de la mujer, cuyo nombre se incluye en la lista de los héroes de la fe que aparece en Hebreos 11. ¡Qué milagro tan maravilloso!
LA FE VERDADERA CONFÍA EN DIOS.
CONTEMPLA LOS PROBLEMAS
Y PROCLAMA VICTORIOSA:
“¡DIOS HARÁ!” Y “¡NUESTRO DIOS CUMPLIRÁ!”
LA FE VERDADERA CONFÍA EN DIOS.
Platt, A. T. (1999). Estudios Bı́blicos ELA: Promesas y proezas de Dios (Josué) (26). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.