De tal Palo, peor Astilla Jueces 8:1–9:57

“El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. La primera parte de este refrán se cumplió con Gedeón (Jueces 8), y la segunda, con Abimelec, uno de sus hijos (Jueces 9).

HUMILDAD Y NOBLEZA DE GEDEÓN 8:1–3

Cuando los madianitas huyeron, Gedeón convocó a las tribus del norte para que ayudaran en la persecución (7:23–24). Desde el valle de Jezreel (ver 6:33), los opresores iban en retirada hacia el sureste. El libertador llamó a Efraín a tomar los vados del Jordán para así cerrar el paso al enemigo (7:24a).

Los efrateos respondieron (7:24b) y lograron capturar y ejecutar a dos jefes de los madianitas (7:25a). Orgullosos de su hazaña, llevaron las cabezas de Oreb y Zeeb a Gedeón, que estaba al lado oriental del Jordán (7:25b).

Juntamente con sus trofeos sangrientos, presentaron un fuerte reclamo (8:1). Efraín era la tribu más fuerte del norte de Israel, y estaba muy celosa de su preeminencia. Una vez que Gedeón había logrado lo que ellos no pudieron o no se atrevieron a hacer, protestaron por no haber sido convocados a la lucha. Les dolía que la gloria de la victoria fuera para Manasés, la tribu de Gedeón, y para su clan, Abiezer (comp. 6:11, 34).

¿Acaso Efraín necesitaba una invitación para pelear contra los madianitas? En vez de criticar al libertador, debían agradecerle los riesgos que corrió por ellos. Lo más natural para Gedeón habría sido defenderse, así como haría Jefté en circunstancias muy similares (ver 12:1–3).

Sin embargo, el héroe noblemente sacrificó sus propios derechos en aras de la paz. Empleando una figura de la vinicultura, magnificó lo que Efraín había logrado y minimizó su propia actuación (8:2–3a). La vendimia es la plena cosecha de la uva (comp. 9:27); el rebusco consistía en recoger el poco fruto que queda después de levantarla (ver Deuteronomio 24:21; Miqueas 7:1). Fue en esta etapa que Efraín “cosechó” a Oreb y Zeeb (7:24–25). Gedeón adujo que esta hazaña era mayor que todo lo que él y su clan habían logrado durante la batalla misma. Esta “blanda respuesta” quitó la ira de los efrateos (8:3b; comp. Proverbios 15:1).

¡PENSEMOS!
¿Cómo responde usted cuando alguien le hace un reclamo infundado, como el que Efraín hizo a Gedeón? ¿Debemos siempre ceder ante tales quejas? ¿Cuándo debemos ceder? ¿Qué se logra cediendo? ¿Cuándo no debemos ceder? ¿Qué se logra no cediendo?
Al fin de cuentas, quién recibió más honra, ¿la tribu que buscaba su propia gloria, o el líder que estuvo dispuesto a sacrificar la suya? ¿Ha conocido usted algún caso semejante? ¿Qué lección aprende usted de esto?

PREPOTENCIA DE GEDEÓN 8:4–32

Con Sucot y Peniel 8:4–9, 13–17

Después de incluir el incidente con Efraín, el autor retoma la narración y sigue hablando de la persecución a los madianitas. Retrocede al momento en que Gedeón y su banda de 300 hombres cruzan al lado oriental del río Jordán (8:4). Por supuesto que llegaron cansados y hambrientos a la ciudad israelita de Sucot, que se encontraba en la frontera entre Manasés y Gad (8:5).

Allí Gedeón pidió provisiones, pero los gobernantes de la ciudad se las negaron (8:5–6). Habiendo visto a los madianitas cuando pasaron por allí, sabían que todavía eran muchos más que el pequeño ejército israelita (ver 8:10). Se rehusaron a darles comida por temor a sufrir represalias de los madianitas.

Esta vez Gedeón no reaccionó con una respuesta blanda y humilde. Más bien, amenazó con torturar a los dirigentes de Sucot cuando retornara victorioso (8:7). Les dijo que arrastraría sobre ellos las espinas grandes y duras del desierto, como se pasaba sobre la mies con trillos provistos de puntas de piedra o metal (Isaías 28:28; 41:15; ver la explicación de 6:11 en el capítulo 4).

Casi lo mismo sucedió en Peniel, 8 kms. al sureste de Sucot, salvo que esta vez Gedeón amenazó con derribar su torre (8:8–9), que era la fortaleza de la ciudadela interior de la ciudad. Gedeón les dio a entender que ni en su último reducto estarían a salvo.

Hablaba en serio. El líder no regresó de derrotar a los madianitas con un espíritu perdonador. Cuando llegó a Sucot, les echó en cara su renuencia a proveerle alimentos (8:15). Obtuvo una lista de los 77 gobernantes (8:14) y los sometió a las torturas prometidas (8:16). Luego pasó a Peniel, donde derribó la torre y mató a sus varones (8:17).

¿Se justificaban tales castigos? El autor de Jueces no nos de una respuesta directa. No evalúa la conducta ni de Gedeón, ni de las dos ciudades, sino que nos deja a nosotros esa tarea.

No cabe duda que Sucot y Peniel hicieron mal. Siendo ciudades israelitas, debieron apoyar la lucha contra los opresores. Las victorias en el lado occidental del Jordán eran evidencia suficiente de que Jehová estaba con Gedeón.

Sin embargo, ¿merecía torturas y matanza la incredulidad de estas dos ciudades? No eran enemigos, sino hermanos pertenecientes al mismo pueblo de Dios. ¿En qué se basó Gedeón para aplicar castigos tan drásticos? En la ley de Jehová no había nada escrito que los justificara. El caudillo más bien hizo uso de su autoridad casi ilimitada como militar triunfante. Actuó con base en su propio criterio y la ley del más fuerte.

Había olvidado que él mismo tenía muchas dudas cuando el ángel de Jehová lo llamó (6:12–15), y que hubo necesidad de mostrarle una serie de señales milagrosas antes de que estuviera dispuesto a lanzarse a la batalla (6:17–22, 36–40; 7:9–15). Dios no había respondido a su falta de fe con castigos, sino con paciencia y misericordia. Debería haber imitado más al Señor en su trato con las dos ciudades.

Con Zeba y Zalmuna 8:10–12, 18–21

Cuando Gedeón alcanzó a los madianitas, lanzó un ataque sorpresivo que resultó en otra victoria contundente (8:10–12). Sin embargo, esta vez la narración no menciona la participación divina. Quien llenó de espanto al ejército enemigo no fue Jehová (8:12; comp. 7:22), sino el adalid humano. De hecho, en toda la sección de 8:4–32, sólo el v. 7 atribuye alguna obra a Dios.

Los versículos 18–19 están llenos de sorpresas. Hasta esas alturas no se había mencionado a los hombres ejecutados por los madianitas (8:18a). La manera en que Gedeón se expresó acerca de sí mismo en 6:15 no da indicios de la revelación que hace aquí diciendo que él tenía aspecto de príncipe (8:18b). Asimismo, desconocíamos el hecho de que sus hermanos habían muerto a manos de los opresores (8:19a). Sólo así se entiende que era la venganza personal la que lo motivaba a perseguir implacablemente a Zeba y Zalmuna. Además, torturó y mató a los de Sucot y Peniel por no apoyarlo en esa venganza.

Gedeón había personalizado el uso de su poder. Él mismo confesó que no ejecutaría a los reyes madianitas si no hubieran matado a sus hermanos (8:19b). No le importaba tanto cuántas injusticias habían cometido contra otras familias de Israel.

Gedeón ofreció a su hijo primogénito el honor de ajusticiar a los reyes (8:20a). Cuando éste tuvo temor de hacerlo (8:20b), su padre acabó con los dos (8:21). Jeter nos hace recordar al Gedeón humilde e inseguro de sí mismo de los capítulos 6 y 7. ¡Qué contraste con el prepotente militar de 8:4–32!

¡PENSEMOS!
¿Sobre quiénes ejerce usted autoridad en el hogar? ¿En el trabajo? ¿En otras esferas? ¿La ejerce según normas establecidas de antemano y claramente conocidas, o sobre la marcha improvisa sus propias reglas al tratar los casos? ¿Utiliza la autoridad para castigar a aquellos que no apoyan sus proyectos? ¿La usa para vengarse de quienes le han hecho algún mal? ¿La usa para sus propios intereses, los de su familia y los de sus amigos? ¿Cómo puede usted evitar estos abusos en el ejercicio del poder?

Con Israel 8:22–32

Gedeón había llegado a ser sumamente popular, a tal grado que los israelitas le invitaron a ser su rey y a establecer una dinastía (8:22a). Esto hicieron porque, según ellos, él los había librado del enemigo (8:22b). Fue exactamente esta conclusión la que Dios había intentado evitar (ver 7:2). Como resultado de la autosuficiencia del caudillo mencionada en 8:4–21, el pueblo atribuyó a él la que era obra de Jehová.

Gedeón todavía tenía suficiente cordura y piedad para rechazar tal invitación (8:23). Reconocía que Jehová era el verdadero libertador, y por lo tanto, tenía derecho de reinar sobre Israel.

No obstante, pidió los zarcillos de oro del botín para hacer un efod (8:24–27). Este no era un vestido de tela fina como el que se describe en Éxodo 28:5–14, pues aquel contenía 1,700 siclos de oro (8:26), o sea, unos 20–30 kgs. Probablemente era una especie de imagen que representaba el ropaje de Jehová.

Gedeón no colocó el efod en el tabernáculo en Silo, sino en su ciudad (8:27). Probablemente, como muchos gobernantes que han hecho obras religiosas con fines políticos, Gedeón esperaba consolidar su poder a través del efod de oro (comp. 1 Reyes 12:26–30).

Sin duda, él también creía que el efod traería honra a Jehová. Sin embargo, como suele suceder con los objetos cúlticos, el efod se convirtió en ídolo para Israel y para la familia del libertador (8:27b).

¡PENSEMOS!
¿Qué objetos en nuestro medio se han convertido en ídolos aunque supuestamente se utilizan para estimular la adoración a Dios? ¿Qué cosas o actividades en nuestra iglesia pueden convertirse en ídolos? ¿En qué maneras pueden el culto o las actividades de la iglesia ser usados para aumentar el poder de alguien? ¿Cómo podemos evitar estos peligros?

Los versículos 29–32 resumen el resto de la vida de Gedeón. A pesar de su negativa del v. 23, aparentemente ejerció autoridad sobre alguna parte de Israel, pues se esperaba que sus hijos gobernaran después de su muerte (ver 9:2). Como los reyes, se casó con muchas mujeres (8:30–31; comp. 2 Reyes 10:1). Según la costumbre del mundo antiguo, estos matrimonios servían para concertar alianzas entre familias poderosas, (ver la influencia política de la familia de la concubina en Siquem, 9:1–3; comp. 2 Samuel 3:3; 1 Reyes 3:1; 16:31; 2 Reyes 8:18, 26).

En fin, aunque Gedeón había rechazado la invitación de gobernar y después de él sus hijos (8:22), sus acciones condujeron precisamente a ese resultado. ¿Será que el nombre que él puso a Abimelec, “mi padre es rey” (8:31), expresaba su verdadero deseo?

PREPOTENCIA DE GEDEÓN

  1. Torturó y mató a los que no le apoyaron (8:16–17).
  2. Tomó venganzas personales (8:19).
  3. Estableció un santuario ilegítimo (8:27).
  4. Adoptó el estilo de vida de un rey (8:30–31).
¡PENSEMOS!
¿Ahora es usted más humilde que cuando era joven, o menos? ¿Ha podido manejar el éxito y la autoridad sin ser prepotente? ¿Cómo se puede ejercer autoridad sin ser autoritario? ¿Puede alguien volverse prepotente aun en el servicio de Dios?

EGOÍSMO CRUEL DE ABIMELEC 8:33–9:57

La masacre de sus hermanos 8:33–9:21

Después de la muerte de Gedeón, Israel de nuevo se apartó de Dios (8:33–35). Sin embargo, esta vez no se dio el ciclo completo, salvo en forma modificada. La opresión del pueblo no fue de extranjeros, sino de un rey de Israel. Lo más cercano a un clamor es la maldición de Jotam (9:20). En ese caso, Dios no levantó a un libertador; más bien, la liberación vino gracias a la muerte “fortuita” de Abimelec.

Abimelec siguió los pasos del Gedeón prepotente de 8:4–32. No obstante, al hijo le faltó lo que salvó al padre de convertirse en un monstruo: la fe en Jehová.

Dejando Ofra, la ciudad de su padre difunto, Abimelec se trasladó a Siquem, la ciudad de su madre (9:1a). Se dirigió a ese lugar buscando respaldo para sus aspiraciones políticas (9:1–2). Los siquemitas aceptaron apoyarlo, ya que sería un gobernante más autóctono que los otros hijos de Gedeón (9:3). Le proporcionaron dinero del templo pagano para contratar a asesinos (9:4), quienes, dirigidos por él, mataron a todos sus hermanos, excepto a Jotam (9:4–5).

Jotam, el único sobreviviente, no tenía poder suficiente para vengar personalmente la muerte de sus hermanos. Así que encomendó a Dios la venganza, utilizando una fábula profética que pronunció ante los siquemitas cuando interrumpió el acto de ungimiento de Abimelec como rey (9:6–7).

Según la fábula, los árboles buscaban rey (9:8a). Sin embargo, ninguno de los árboles de renombre aceptó porque estaban demasiado ocupados en su servicio a Dios y a los hombres (9:8b–13). Solamente la zarza quería reinar (9:14–15), pero no ofrecía ningún beneficio a su pueblo. Para recompensar su fidelidad (la expresión traducida “en verdad” significa “con lealtad”), la zarza prometió darles la protección de su sombra. ¡¿Cómo iban los árboles a abrigarse bajo la sombra de la zarza?! Sin embargo, debían tomar muy en serio la amenaza que les hizo. Como se encendía fácilmente (ver Éxodo 3:2–3; 22:6; Salmos 118:12), la zarza podía poner en peligro a todo un bosque.

Los árboles representaban a los siquemitas, y Abimelec era el rey zarza. Ambos habían demostrado ya su falta de lealtad, al matar a los hijos de su libertador Gedeón (9:16–19). Seguro que esa infidelidad se manifestaría de nuevo. Jotam pronunció una maldición de mutua destrucción entre el rey y sus súbditos (9:20), y luego huyó como exiliado político (9:21).

Masacre de sus súbditos 9:22–57

En efecto, tres años después, los siquemitas traicionaron a su rey (9:22–25). La palabra traducida como “se levantaron” en 9:23 literalmente significa “traicionaron”. Entre tanto, éste había trasladado la sede de su gobierno a otra ciudad. Cuando Gaal llegó a Siquem, fomentó aun más el descontento (9:26–27). Usando la demagogia como la que Abimelec mismo había empleado, se propuso a sí mismo como cabecilla (comp. 9:28–29 con 9:2).

Cuando Abimelec supo de la rebelión (9:30–33), atacó en forma sorpresiva a Siquem (9:34–38). Después, propinó una derrota contundente a Gaal (9:39–40), eliminándolo como amenaza a su poder (9:41).

Sin embargo, siguió enfurecido por la traición de la ciudad. Al día siguiente, sorprendió a los siquemitas con otro ataque. Esta vez atrapó a los ciudadanos indefensos fuera de los muros y los mató sin compasión (9:42–44). Luego tomó la ciudad y exterminó a los que estaban adentro (9:45). A los mil habitantes, incluyendo mujeres, que se refugiaron en la fortaleza del templo (9:46), los quemó vivos (9:47–49). Estaba en el proceso de hacer lo mismo en otra ciudad, cuando una mujer le lanzó a la cabeza, desde la azotea, la piedra superior de un molino manual (9:50–53). El proyectil, de unos 30–45 cms. de diámetro y 5–8 cms. de espesor, le provocó la muerte instantánea (9:54), terminando así con el conflicto (9:55).

En medio de toda esta injusticia, Dios estuvo impartiendo justicia. Al ejecutar la maldición de Jotam, retribuyó tanto a Abimelec como a los siquemitas por su violencia contra los hijos de Gedeón (9:23–24, 56–57).

Gedeón: humilde y noble 8:1–3 Gedeón: prepotente 8:4–32 Abimelec: egoísta y cruel 8:33–9:57 Usted ¿?
¡PENSEMOS!
¿Usted ha pasado por encima de alguien para llegar al poder? ¿Para mantenerse en él? ¿Se ha visto tentado a hacer semejante cosa? ¿En qué sentido se cumplió en Siquem el dicho de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece? ¿Se cumple también en la ciudad donde usted vive? ¿En su nación? ¿En su iglesia?
Explique cómo Dios obró justicia en medio de y a través de las injusticias que se narran en Jueces 9. ¿Obra justicia en medio de y a través de las injusticias hoy día también? ¿Cuáles son algunos ejemplos?

Williams, G. (1995). Estudios Bı́blicos ELA: Dios permanece fiel (Jueces y Rut) (42). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.