Manifestación de Amor XII
“Tenemos un tesoro maravilloso en nuestras manos,
“Se nos ha dado la bendición de poder participar de la eterna comunión que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”
¿Hace cuanto tiempo el Señor te llamó?
¿Cuánto conoces al Señor desde entonces?
Formulamos las preguntas anteriores porque sin duda nos dan un panorama de lo que realmente es nuestra vida cristiana, independiente del tiempo y el lugar donde el Señor nos ha llamado.
El haber conocido al Señor y estar conociéndole no es un proceso estático que alguna vez nos paso, sino más bien tiene que ver con toda la vida. Eso abre las puertas para que nos cuestionemos sobre porqué nuestra vida cristiana raya en lo religioso y rutinario muchas veces.
¿Cuánto conocemos a nuestro Señor?
En un momento de la vida de Jesús acontece un hecho conocido como la transfiguración. Ese día Jesús se apartó con Pedro, Juan y Jacobo. En el momento menos esperado, el velo de la humanidad se abrió y Jesús se mostró como realmente era, su rostro tomó un brillo sin igual y sus vestiduras se transformaron en un blanco resplandeciente. En ese momento trató algunos asuntos relacionados con su pronta partida al Padre con Moisés y Elías. Lo particular de este momento es que se nos revela la eternidad del Hijo, la trascendencia en el tiempo.
En un momento Pedro empieza a balbucear frente a este gran momento y Dios habla desde la realidad celestial:
“Este es mi Hijo amado; a él oíd”. Lucas 9:35
Qué impresión deben haber tenido esos hombres cuando el Jesús humano al cual conocían les mostró algo de su gloria, es más, cuando escucharon resonar la voz del Dios todopoderoso declarándolo como su Hijo amado y la orden de a El oíd.
El apóstol Juan debe haber quedado marcado en este episodio para después escribir el evangelio del San Juan, el cual revela las profundidades de aquella relación entre el Padre y el Hijo.
El evangelio de San Juan nos declara que Jesús es eterno, y que vive en el Padre y el Padre en El. Nos declara que Jesús hace la voluntad del Padre y el Padre se regocija en El. También se nos declara que el Padre ama a Jesús y el Hijo le responde de la misma forma. Toda esta relación es eterna, permanente y nunca acaba.
“A Dios nadie lo ha visto jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer” (San Juan. 1:18).
El apóstol Juan escribe que el unigénito Hijo está en el seno del Padre años después que Jesús había ascendido al los cielos.
¡Nos habla en tiempo presente¡ ¡Qué hermoso!
Jesús en el corazón de Dios, en su seno, cuánto amor, cuánta dicha. El Hijo, el que alguna vez exclamó: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? (Dios mío, Dios mío ¿porqué me has abandonado?). Ahora, y por la eternidad, en la realidad celestial se encuentra en el seno de su Padre.
El padre engendra desde toda la eternidad a su Hijo, igual a sí mismo. “El verbo estaba con Dios, y el verbo era Dios” – en uno y mismo acto, en una y misma naturaleza… El padre continúa engendrando a su Hijo de la eternidad y no de otra forma….El Padre engendra a su Hijo sin cesar, y afirmo además: me engendra como Hijo suyo y como el mismo Hijo. Y digo todavía más: me engendra no sólo como hijo suyo; me engendra como él mismo, y él mismo como yo, y yo como su ser y su naturaleza. En lo más profundo de mi ser yo procedo del Espíritu Santo; sólo existe una vida y un ser. Todo lo que Dios hace es uno; por esta razón me engendra como a su propio Hijo, sin diferencia alguna.
Mi padre carnal no es realmente mi padre, sino sólo con una pequeña parte de su naturaleza, y yo existo separado de él: él puede estar muerto y yo seguir viviendo. Por esta razón el Padre celestial es en realidad mi Padre. Yo soy hijo suyo, y todo lo que tengo viene de él, y yo soy el mismo hijo y no otro. Porque el Padre realiza sólo una obra, en consecuencia él me engendra como su hijo unigénito, sin diferencia alguna. (Maestro Eckhart)
Si por algún momento nos dejáramos de desconcentrar y dar importancia suprema a los regalos que Dios nos ha dado, y nos dedicáramos a conocer a Cristo, quedaríamos extasiados con la realidad divina, la cual, por medio del Espíritu Santo nos hace conocer los misterios y la relación eterna de Cristo y el Padre. Si bien la salvación es importante porque cambió nuestro destino, lo más eterno y glorioso es que pasamos a ser parte de Cristo, cada uno de nosotros, los que alguna vez Dios llamó a su reino. Tenemos la oportunidad gloriosa y muy poco explorada de experimentar estar en el seno del Padre, conocer a Cristo, conocer al Espíritu Santo, el experimentar momentos en que el velo se corre y vemos cual ínfima, pasajera y volátil es la realidad humana y cual gloriosa, pura y santa es la realidad celestial.
Cuando meditamos y nos introducimos en lo anterior caemos postrados por el amor de Dios. El cómo se propuso con nosotros tener eterna comunión, pudiendo ser de cualquier otra forma, Dios, el que imparte vida a todo ser, nos llamó para estar con Él eternamente.
¡Qué gloria!. Qué inexplicable se hace seguir escribiendo.
“El nacimiento espiritual que tiene lugar en mí es uno con aquel por el que el Padre engendra al Hijo. La alegría y el placer supremo que Dios me puede conceder es que quiere engendrarme eternamente como hijo suyo. La obra que más complace a Dios es engendrar a su Hijo en ti” (Angel Silesio)
El evangelio de San Juan, como también la carta a los Filipenses nos relata que en la eternidad Jesús era el verbo de Dios, pero tomó forma de hombre, se hizo carne para cumplir el mandato del Padre.
En la eternidad Jesús es eterno, para estar entre nosotros toma forma de hombre y el verbo de Dios vuelve al padre en forma de hombre.
¿Qué me están diciendo?
El verbo, el eterno, el Hijo, vuelve al padre en forma de hombre, glorificado por siempre como primicia de la nueva creación restaurada y sin pecado. Todos los hombres y mujeres representados en Cristo, escondidos en El con la oportunidad gloriosa de tener comunión con el Padre, con Cristo y a través del Espíritu Santo.
Hermano, hermana, ¿Has descubierto este maravilloso tesoro?
Este tesoro esta escondido como nos relata la parábola en San Mateo 13:44. El hombre anda por el campo y encuentra aquello que puede cambiar su existencia y no esta visible, el hombre no lo buscó, ni estaba a pedir de boca, estaba escondido y lo encontró, pero no bastaba con esta experiencia, tuvo que vender todo lo que tiene para empezar a experimentar las riquezas de este tesoro y el cambio maravilloso de este descubrimiento. ¡Hay que dejarlo todo!
Parece tan simple, pero la demanda del Señor choca con una generación que tiene toda su vida proyectada y afincada en este mundo, navegando en la comodidad del presente siglo donde todo nos aleja del guardar tiempo para el Señor y su obra.
Es por eso que el experimentar al Señor como lo estamos describiendo se ve como algo increíble.
¿Qué es el evangelio para nosotros?
Para cuantos el evangelio sólo es un salvavidas del infierno por años y años, una manda por algún favor concedido, un eterno caminar entre actividades y actividades o una terapia que los libró de algún vicio o conflicto diverso.
Para cuantos el evangelio es un escudo de defensa para enfrentar este mundo hostil, mientras esperamos el cielo que tarda en llegar para ser arrebatados y disfrutar de los placeres del cielo.
Para cuantos el evangelio es un eterno subir y bajar , cuyo autoestima se basa en los cargos religiosos que otorgan poder al que muchas veces nunca ha tenido nada.
Para cuantos el evangelio tiene al hombre como el centro inamovible y donde Dios está al servicio de su causa.
¡Cuánta frustración¡ ¡Cuánta apariencia¡
Cuantos hemos encontrado nuestro tesoro, a Cristo, pero no hemos querido dejar todo para poder experimentar aquello que hace olvidar cualquier realidad pasada.
Cuantos ha recibido revelación de la palabra, sin embargo, esto mas que llevarlos a Cristo, han acentuado los revanchismos, las divisiones, el creerse mayor, el desprecio hacia otros hermanos y la apatía por los perdidos. Para que mencionar la apropiación y manipulación de lo que pertenece sólo a Cristo: Su Iglesia
Cuantos hemos recibido el Espíritu Santo y nos hemos divertido con los dones, las lenguas y las grandes manifestaciones pero hemos olvidado lo fundamental:
“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre¡.
El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” Romanos 8:15-16
¡Abba Padre¡
¡Conocer al Padre!
¡Conocer a Cristo!
¡Conocer al Espíritu Santo!
Aquel Espíritu vino para llevarnos y guiarnos al seno del Padre, a aquella realidad y vivencia única en la vida, la cual ninguna religión puede imitar.
Es tiempo de escuchar la sentencia de Dios:
“Este es mi Hijo amado; a él oíd”
Si el Señor no viene por su Iglesia antes, nos moriremos, y puede ser la desgracia más grande: Haber tenido la oportunidad de experimentar a Cristo, de experimentar la vida divina invadiendo nuestro ser y no ser sensibles al Señor y ser salvos como por fuego.
¿Quién estuvo en el secreto del Señor, y vio,
y oyó su palabra?
¿Quién estuvo atento a su palabra y la oyó? Jeremías 23:18
Reaccionemos al Señor en este tiempo, entremos a su lugar secreto para escuchar su dulce voz
¿A cuantos de los que leemos estas líneas se nos ha revelado el eterno, el verbo de vida?
La eterna comunión a la que somos invitados hay que buscarla para encontrarla, pues no está no oferta.
El Señor nos dice:
Yo soy la imagen del Dios invisible,
El primogénito de toda la creación.
Porque en mi fueron creadas todas las cosas,
Las que hay en los cielos y las que hay en la tierra,
visibles e invisibles;
Sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades;
todo fue creado por medio mí y para mí.
Yo soy antes de todas las cosas, y todas las cosas en mí subsisten;
Yo soy la cabeza del cuerpo que es la Iglesia,
yo soy el principio, el primogénito de entre los muertos,
para que en todo tenga la preeminencia;
Por cuanto agradó a mi Padre que
En mí habitase toda plenitud,
Y por medio de mi reconciliar todas las cosas,
así las que están en la tierra como las que están en los cielos,
haciendo las paz mediante mi sangre en la cruz.
Colosenses 1:15-20
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Comunidades Cristianas Enero 2003
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