Biblia

Sincretismo en la Evangelización

Sincretismo en la Evangelización

Santiago Nguema es un africano todavía joven, pero que ya se está preocupando por su salvación pues sabe que en Guinea Ecuatorial la

esperanza de vida no alcanza a los 54 años. El catolicismo que le fue

inculcado en el Colegio por sus maestros españoles jamás llenó su

necesidad espiritual, pero la instrucción adquirida alcanzó para desechar

las creencias y prácticas animistas de su pueblo.

Su casa en la capital, Malabo, es lo suficientemente grande para acomodar a toda su familia y a algunos vecinos que expresamente ha invitado para la noche. Tres misioneros del otro lado del Atlántico,

con los que logró contactarse, están pasando el video de la película JESÚS. Algunas bananas y tazas de café que se consumen ayudan a

mantenerse atentos al mensaje, doblado al español.

Cuando las visitas se retiran, agradecidas y bien impresionadas, Santiago pide a los misioneros que permanezcan un rato más, para conversar de lo

que ha visto y oído. Ellos le ayudan usando el Plan Sencillo para la Salvación en Cuatro Pasos. Expresando su deseo de creer en Cristo para

ser salvo, antes de hacer su oración de entrega todavía quiere hacerles

algunas preguntas, motivadas por viejos prejuicios:

– Si yo ahora oro a Dios pidiéndole que perdone toda mi vida de

pecado, nada más que por creer en Jesucristo su Hijo, ¿querrá Él

ser mi Señor y Salvador desde ahora y para siempre?

– ¡Sí! – gritaron alegremente a coro los tres misioneros.

– En el colegio los curas me enseñaron que aunque estuviese bautizado

y confirmado, si moría en pecado mortal me iba derecho al infierno.

Si la salvación es por gracia, por la fe, ¿podré estar seguro de que soy efectivamente salvo?

– ¡Sí! – gritaron una vez más los misioneros con mayor alegría todavía.

– Y una vez salvo, ¿lo soy para siempre?

Esta vez los misioneros entrecruzaron miradas de inteligencia, como si hubiese un tácito acuerdo entre ellos de no responder a ese tipo de preguntas. Pero el africano supuso que el argentino, el colombiano y el mejicano no habrían entendido su castellano, por lo

que procuró explicarse mejor:

– Quise decir, si tras salvarme, ¿podría perder esa salvación? Y en tal

caso, ¿podría recuperarla? Y de recuperarla y volver a perderla, ¿cuántas oportunidades me daría Dios para volverme a encontrar con

esa salvación perdida? ¿O sería ya otra salvación distinta a la primera? ¿Cuántas veces podré salvarme o cuántas salvaciones hay?

Ahora los misioneros sacudieron la cabeza y bajaron sus ojos. Bajo

la oscura piel de Santiago palpitaba un corazón ansioso; sus vivaces ojos negros reflejaban una aguda inteligencia, a la que los americanos no imaginaron que debían enfrentar. Ya era obvio que no había problema de comprensión, pues los misioneros ni siquiera se atrevían

a mirarse el uno al otro. Tras suspirar hondo, y algo tenso, el guineano finalmente volvió a romper el silencio:

– Disculpad, pero aunque mis preguntas os puedan parecer tontas,

para mí son muy importantes; pues yo he sido un hombre muy pecador, y aunque no quiero volver a serlo, temo que en caso de

reincidir en alguno de aquellos pecados que no quiero más cometer,

pueda perder esa salvación, y nuevamente me aflija la desesperación

y la angustia. ¿Qué me decís vosotros?

Esta vez sí los misioneros volvieron a mirarse, algo desconcertados

y ya como resignados. El porteño, asumió la iniciativa, como si no

hubiese oído nada de lo anterior.

– ¿Y qué es lo que querés saber?

– Como no me habéis negado la posibilidad de perder la salvación, he

de pensar que tal riesgo existe; por lo que os pregunto: ¿cuántos pecados debo cometer o cuán graves deben ser para perderla?

El colombiano y el mejicano se miraron encogiéndose de hombros,

y el rioplatense finalmente como que al fin se decidió:

– “No temas, cree solamente”.

– Es que yo quiero creer, y de hecho estoy creyendo en Jesús, sus

palabras, hechos y sacrificio a mi favor. Pero no puedo ocultar mi

temor de que después que os vayáis, o quizás mañana, o el mes que viene, ya no sienta lo mismo que ahora siento, y la fe se me vaya y yo peque, poco o mucho, y al fin me sienta tan inseguro y temeroso de la condenación eterna como cuando era católico romano.

No queriendo incomodar a sus compañeros, el argentino optó por

citar las Escrituras, safándose así de dar su propia opinión:

– Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y

cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación,

mas ha pasado de muerte a vida”.

– Yo creo que el Padre ha enviado al Hijo para ser el Salvador del

mundo, y mi propio Salvador. Eso me hace poseedor de la vida

eterna, y si es vida, y es eterna, entonces ya no corro riesgo de la

muerte eterna en la condenación.

El mejicano acarició su bigote de mariache, y aspirando una bocanada de aire como si fuese un sorbo de tequila, finalmente se

animó:

– Bueno, bueno, chamaco, ¡que no cunda el pánico! Que tú ahora

tengas la salvación y la vida eterna, tal como nosotros también la

tenemos, aumenta nuestro gozo. Pero si descuidamos la salvación y

caemos de la gracia, ¡pues ni modo, la perdemos! No porque Dios

la quite, sino porque nosotros mismos nos desentendemos de ella.

– Sin embargo –repuso el porteño-, fiel es el que nos ha llamado, el

cual también guardará irreprensible todo nuestro ser, espíritu, alma

y cuerpo para la venida de nuestro Señor Jesucristo.

– Pero sin olvidarnos –ahora se desperezó el colombiano-, que

debemos cuidar nuestra salvación con temor y temblor, porque únicamente el que perseverare hasta el fin será salvo.

– Gracias, señores, ahora entiendo por qué callabais; es que parece

que dos de vosotros concordáis en que se pierde, y el otro con que

no se pierde. Mas no quiero que os incomodéis por mi causa. Pero

decidme al menos: después de ser salvo, ¿hay algo que deba hacer?

– Pues el Señor nos mandó a hacer discípulos suyos también en Guinea

Ecuatorial –comenzó a decir el argentino-, bautizándoles en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Si vos creíste de

todo corazón, tenés que bautizarte.

– Es que a poco de nacer se me aplicó el sacramento en la pila

bautismal de nuestra iglesia catedral, en nombre de la Santa

Trinidad, y allí se me dio el cristianísimo nombre de Santiago.

– Es que ese rito que se te practicó siendo un infante inconsciente es

lo mismo que la nada. Recién después de convertido, y sobre tu

propia confesión de fe, es que tu cuerpo debe ser sumergido

totalmente en el agua, en figura de sepultura de haber muerto con

Cristo y resucitado con Él como una nueva criatura.

– ¡Amén! ¡Aleluya! – se apresuró a atestiguar el colombiano.

Ahora a dos manos el mejicano trabajó las puntas de su mostacho, y recién cuando pudo componerlo comenzó a decir lentamente como

mascullando las palabras:

– Bueno, bueno, tampoco tenemos por qué ser tan radicales. Según

cuentan mis padres, ellos me bautizaron por aspersión en la Iglesia

Metodista Episcopal de la Ciudad de México, cuando apenas contaba

un par de meses. Muchos protestantes admitimos el bautismo católico, así como ellos también aceptan el que nosotros con toda la

formalidad del sacramento, administramos a nuestros infantes.

– Pero tu experiencia –se aventuró a decir el colombiano reanimado

ahora con la taza de café que le recordaba la patria lejana-, así como

los acuerdos interconfesionales en cuanto a bautismos y casamientos

mixtos, no son avalados por la doctrina y práctica que observamos en el Nuevo Testamento, y por lo tanto no podemos regirnos por ellos sino por lo que la Sagrada Escritura…

– ¡Por favor, señores! –interrumpió Santiago- No quiero enfrentaros

nuevamente con un asunto que quizás no sea importante…

– ¡Pero es importante! –gritaron a una los tres.

– Bueno, pero sí coincidís en que sí es importante, se me ocurre que

también deberíais coincidir cuándo, cómo y a quien administrarlo.

– Es que coincidimos en lo esencial, y toleramos la diversidad de

opiniones en lo no esencial –explicó el bigotudo.

– ¡Pero el bautismo es esencial! –clamaron a dúo porteño y bogotano.

– Perdonad nuevamente que mi ignorancia os provocara otro sofocón;

pero quiero saber qué es lo que hay que hacer después de bautizarse.

– Pues hay que congregarse en una iglesia local –comenzó a explicar el

argentino- para tener comunión con sus hermanos en la fe, participar con ellos de la Cena del Señor, orar, alabar y adorar juntos a nuestro Dios, estudiar la Biblia, testificar de Cristo a otras personas, servir y ofrendar alegre y voluntariamente para el sostén de la…

– ¡Y pagar puntualmente su diezmo! –acotó el colombiano.

– Bueno, eso si quiere y puede –intentó aclarar el mejicano-, caso que

haya elegido esa forma porcentual de ofrendar…

– ¡Pues si no lo hace le está robando a Dios! ¡Malaquías lo dice claro!

– Pero Malaquías no lo dice a los cristianos sino a los hijos de Jacob, o

sea, al pueblo de Israel –repuso el argentino.

– Perdonadme aún por esta tercera vez y no porfiéis en esta discusión,

pues seguramente que en la forma de contribuir no está en juego vuestra salvación…

– ¡Pero sí nuestro sostén! Gracias a los fieles diezmeros es que

nosotros somos misioneros. Si fuera por las ofrendas voluntarias ya

estaría yo sudando la gota gorda en alguna plantación de café, o

colgado de un bananero bajando plátanos.

– Decidme mejor, por favor, por qué me exhortáis a leer la Biblia.

– Ella es la Palabra de Dios, lámpara a tus pies, y lumbrera a tu camino –explicó nuevamente el argentino-, y debés estudiarla con oración, para que el mismo Espíritu Santo que la inspiró totalmente te guíe también a vos a toda verdad.

– Y vosotros tres, ¿también tenéis al Espíritu Santo?

– ¡ Of course! -soltó la gringada de frontera el mejicano.

– Y siendo así –prosiguió inquisitivo, Santiago-, ¿cómo es que el mismo Espíritu que inspiró las Escrituras os ha guiado a vosotros a

verdades diferentes?

– Bueno, bueno, chamaco, -intentó alegar el mejicano-, es que

nosotros pertenecemos a tres denominaciones que históricamente

sustentan algunos puntos de vista diferentes, y en los Institutos

Bíblicos que hemos estudiado se nos dieron los argumentos en que se basan nuestras respectivas posiciones, pero respetamos el distinto

criterio que los demás sostienen. Como ves: unidad en lo esencial.

– Perdonadme nuevamente, pero dais la impresión de que ni siquiera

estáis de acuerdo en qué es esencial y qué no lo es. Si la salvación se

pierde o no; si el bautismo es válido únicamente por inmersión del

creyente convertido, o vale también por aspersión en los pequeños

inocentes; si el diezmo es una forma opcional del ofrendante, o es un requisito exigido que debe pagarse para no estar en infracción; parece como que son todos aspectos teológicos y prácticos del Evangelio, que a la luz de la Biblia debíais haber aclarado y definido

antes de venir a evangelizar a África. Idos pues en paz, y cuando os

pongáis de acuerdo entre vosotros mismos, ¡entonces volved!

Ricardo Estévez Carmona Noviembre 30 de 2001