Nuestra salvación proviene de un Dios que nos ama tanto que no escatima esfuerzo alguno a fin de ganarnos de nuevo para él.
El registro de su actividad salvadora en la lucha entre el bien y el mal es la historia más grande jamás contada. Es ciertamente el drama de las edades.
En esta historia, dos jardines aportan el escenario para acontecimientos cruciales.
Del primer jardín provienen el pecado, la pérdida, la vergüenza y la muerte. Del segundo, fluyen la esperanza, el gozo y la vida.
Dios plantó el primer jardín. Era hermoso, perfecto; era el Edén. y en este ambiente sin mácula Dios colocó a los primeros seres humanos, creados además por su propia mano (Génesis 2:8,9), y se comunicaba con ellos.
El Edén era el paraíso, el paraíso de la inocencia. Adán y Eva eran impecables, pero eran como niños. Aún no habían desarrollado caracteres, todavía no habían tomado decisiones. Y pronto tendrían delante de ellos decisiones que tomar.
LA ENTRADA DEL MAL
Detrás de la tranquilidad del jardín, acechaba una figura siniestra. El mal, algo totalmente ajeno a la experiencia de Adán y Eva no estaba lejos (¡Nunca lo está!). Un ángel caído, una vez conocido como Lucifer (el lucero), pero ahora como Satanás (el engañador) aguardaba su oportunidad.
No sabemos cuanto tiempo vivieron nuestros primeros padres en el Jardín, pero un día cayó la sombra sobre el paraíso. Satanás, usando a la bella serpiente como médium, colocó delante de ellos el señuelo de una experiencia nueva que los haría como Dios mismo.
Dios había establecido una sencilla prueba de obediencia: <<De todo árbol del huerto podrás comer, mas del árbol de la ciencia del bien del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás>> (Génesis 2:16-17). Pero la serpiente dijo <<No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comiereis de él, serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal>> (Génesis 3:4-5).
Muchos años han pasado, pero el tentador hoy se aproxima a la gente de la misma manera. Muestra la desobediencia como encantadora, haciendo que parezca atractiva. Retrata la adhesión a los mandamientos de Dios como aburrida. Promete emociones, experiencias nuevas. Recubre el sendero de la ruina al cual nos invita a entrar, un sendero donde están esparcidos borrachos en la cuneta y cuerpos consumidos.
El diablo siempre procura introducir dudas. Le atribuye su propio carácter a Dios y pretende apropiarse del verdadero carácter divino. El Señor solamente desea lo que es mejor para nosotros; no nos rehúsa nada que nos conduzca a la salud y a la felicidad. Satanás, por el contrario, nos ofrece un paquete de veneno que parece atractivo, pero que finalmente nos degrada y nos corrompe.
Satanás es <<mentiroso, y padre de mentira>>(Juan 8:44). <<No moriréis>>, convenció a Adán y a Eva. Pero era una gran mentira. Ellos sí murieron, y su descendencia ha seguido muriendo desde entonces.
<<Seréis como Dios>>, prometió; pero era una promesa que no podría cumplir. Había procurado ser como Dios en las cortes celestiales (Isaías 14:13, Ezequiel 28:2-5), pero su autoengaño terminó con su expulsión del cielo.
Únicamente Dios puede ser Dios. Él es el creador de todos, tanto ángeles como seres humanos. La criatura nunca puede llegar a ser el Creador. Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen para que vivieran en él y le rindiesen amorosa obediencia. Solamente en Dios podemos hallar nuestra verdadera identidad. <<Tú nos has hecho para ti, oh Señor, y nuestro corazón no tiene reposo hasta que encuentra su reposo en ti>>, como tan bien lo expresó Agustín de Hipona.
El pecado es irracional: es la demencia fundamental. Se aferra a lo imposible (ser como Dios). Desecha el hecho de que nuestra existencia proviene de Dios y depende de él para cada respiración.
Sin embargo, ¡cuántos hombres y mujeres siguen hoy las pisadas de nuestros primeros padres!. La gran mayoría de la gente sucumbe a la seducción del tentador «Seréis como Dios», al quitar a Dios de su pensamiento, negando que exista o rechazándolo totalmente.
RESULTADOS DE LA CAÍDA
Las consecuencias de la caída comenzaron a manifestarse casi inmediatamente. Después del torrente inicial de placer, nuestros primeros padres empezaron a sentir vergüenza (Génesis 3:7).
Al oír en el jardín que Dios se aproximaba, se sobrecogieron con sentimientos de culpa, y trataron de esconderse (versículo 8). Pero, no pudieron ocultarse de Dios, así como nosotros tampoco podemos escondernos de él hoy. Comenzaron a culparse el uno al otro por su desobediencia: <<La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí>> gimió Adán (Versículo 12).
¿Te suena familiar? echar la culpa a cualquiera, hasta culpar a Dios, pero no admitir tu propia falta. Lo mismo sucedió con Eva: <<La serpiente me engañó, y comí>>, trató de defenderse (versículo 13).
Estos intentos de poner la culpa en algún otro lugar y justificar así sus acciones fueron tan endebles como los delantales de hojas de higuera que se cosieron para cubrir su desnudez. Y todavía hoy abundan los pretextos de hojas de higuera y la justificación propia.
Entonces, el Señor esbozó a grandes rasgos el futuro que les aguardaba. Serían desterrados del paraíso para atravesar una vida de penosos afanes. En adelante, la naturaleza produciría espinos y cardos. Eva con dolor daría a luz a los hijos; y al final, después de una vida entera de lucha para obtener el pan con el sudor de su frente, volverían al polvo del cual Dios los había formado (Versículos 16-20).
El poeta John Milton, en el epílogo de su épica obra «El paraíso perdido2, describe emotivamente sus momentos finales en el Edén: <<El mundo entero estaba frente a ellos, donde escoger su lugar para reposar, con la Providencia como su guía: Ellos, tomados de la mano, con pasos errantes y lentos, atravesaron el Edén hacia su camino solitario>>.
DIOS AL RESCATE
Pero Dios no dejó sin esperanza a Adán y a Eva. aunque desterrados del Edén, no fueron privados de su presencia. Doquiera los llevara su nueva vida, Dios estaría allí.
Más aún, Dios les dejó una promesa para el futuro. Cuando todavía estaban en el jardín, le declaró a la serpiente: <<Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tu le herirás en el calcañar>> (Versículo 15).
Esta «enemistad» no es una reacción humana natural. Es algo colocado dentro de nosotros por Dios; es la gracia en acción.
Elena White escribió: <<La gracia que Cristo derrama en el alma es la que crea en el hombre enemistad contra Satanás. Sin esta gracia transformadora y este poder renovador, el hombre seguiría siendo esclavo de Satanás, siempre listo para ejecutar sus órdenes. Pero el nuevo principio introducido en el alma crea un conflicto allí donde hasta entonces reinó la paz. El poder que Cristo comunica habilita al hombre a resistir al tirano y usurpador. Cualquiera que aborrezca el pecado en vez de amarlo, que resista y venza las pasiones que hayan reinado en su corazón, prueba que en él obra un principio que viene enteramente de lo alto>> (El conflicto de los siglos, pág. 560).
La obra de la gracia llegó a su clímax en la Simiente de la mujer, Jesucristo. Hacia el final de su vida impecable, y su amante ministerio, fue a orar a un Jardín, el jardín del Getsemaní.
Este jardín fue plantado por el hombre, no por Dios. Era un lugar de retiro favorito para el Maestro. La noche del último jueves de su vida terrenal, con la cruz a la vista, Jesús fue allí para luchar en oración con el Padre.
al sentir el enorme peso de los pecados del mundo sobre sí, Jesús imploró: <<Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú>> (Mateo 26:39). <<Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra>> (Lucas 22:44)
En ese jardín estaba en juego el destino de la raza humana. Jesús anhelaba el apoyo de sus amigos más cercanos, pero se durmieron. Él bebió la copa solo. Otro ser estaba allí, el mismo engañador que había estado en el Edén. Ahora tentó a Jesús a abandonar su misión de salvar al mundo: «Ellos no lo merecen. A ninguno de ellos le importa. ¡Míralos, todos duermen!«.
A diferencia de nuestros primeros padres, Jesús rehusó prestar atención a la malévola voz, rehusó albergar dudas. Aceptando la amarga copa de la mano de su Padre, avanzó hacia el Calvario.
Los dos Jardines nos invitan a contemplar con oración el precio de nuestra salvación. Allí vemos cuánto se perdió, pero también cuán grande es la gracia de nuestro maravilloso Señor. Elena White nos urge a estudiar y comparar cuidadosamente <<el jardín del Edén con su detestable mancha de desobediencia […] con el jardín del Getsemaní, donde el Redentor del mundo sufrió sobrehumana agonía cuando sobre él se acumularon los pecados de todo el mundo>>. (manuscrito 1, 1892)
¡Aleluya!¡Qué Salvador!
Autor: William G. Johnsson (Director de la revista «Adventist Review» y «Adventist World»)