Biblia

Sirviendo sin sudor

Sirviendo sin sudor

“Ellos entrarán en mi santuario, y se acercarán a mi mesa para servirme, y guardarán mis ordenanzas. Y cuando entren por las puertas del atrio interior, se vestirán vestiduras de lino; no llevarán sobre ellos cosa de lana, cuando ministren en las puertas del atrio interior y dentro de la casa. Turbantes de lino tendrán sobre sus cabezas, y calzoncillos de lino sobre sus lomos; no se ceñirán cosa que los haga sudar“. Ezequiel 44:16-18

Esta es una ordenanza para los sacerdotes del Señor. En el Nuevo Pacto, todos somos sacerdotes, todos podemos entrar al santuario y ministrar a Dios. Y esta ordenanza del Señor dice que los sacerdotes deben entrar vestidos de vestiduras de lino; no llevarán sobre ellos cosa de lana. Y la razón de por qué no deben vestirse de ropa de lana, según el versículo 18, es para que la ropa no los haga sudar.«No se ceñirán cosa que los haga sudar». Esto quiere decir que Dios no quiere sudor en su casa.

¿Qué significará el sudor?

El sudor se produce cuando hacemos un gran esfuerzo. Por lo tanto, el sudor representa el esfuerzo humano. Si Dios no quiere sudor en su casa, quiere decir que Dios no quiere esfuerzo humano en su casa. Interesante, ¿no? Vamos a leer ahora en Levítico 19:19. «Mis estatutos guardarás. No harás ayuntar tu ganado con animales de otra especie; tu campo no sembrarás con mezcla de semillas, y no te pondrás vestidos con mezcla de hilos». «Tu campo no sembrarás con mezcla de semillas». Subrayemos la palabra ‘mezcla’. «…y no te pondrás vestidos con mezcla de hilos». Otra vez, subrayemos la palabra ‘mezcla’. Dios no quiere lino y lana mezclados. Dios no quiere una mezcla de lo divino con lo humano. El esfuerzo humano en su casa estorba la obra de Dios. Dios no quiere que hagamos el 50 por ciento y él hará el otro 50 por ciento, o que nosotros hagamos el 10 por ciento y él hará el 90 por ciento. Él quiere hacer el cien por ciento. Nos cuesta mucho entender que el crecimiento en el Señor es que nosotros mengüemos para que el Señor crezca.

El Señor quiere hacer espacio en nosotros, para hacer él el cien por ciento. Ustedes han leído la carta a los Gálatas. Los gálatas estaban cayendo en este error. Ellos habían sido justificados por la fe, habían sido salvados por la fe; pero ahora creían que la santificación era por las obras. Y viene Pablo a decirles: ‘No, la santificación también es por la fe’. Todo es por la fe, todo es obra de Dios. La obra de Dios es cien por ciento suya. No necesita nuestra ayuda, no necesita nuestra intromisión. Necesitamos simplemente disponernos, abrirnos, permitir que el Señor haga su obra completa. La obra de Dios es perfecta, la obra de Dios es absoluta; es una obra terminada, es una obra eterna. ¡Alabado sea el Señor! Que el Padre pueda abrir nuestros ojos para ver que contemplamos una obra que ya está acabada. El propósito de Dios.

¿Por qué Dios no quiere nuestro esfuerzo?

Para conocer la respuesta, necesitamos comprender cómo fuimos creados y para qué fuimos creados. En otras palabras, necesitamos conocer el propósito de Dios. Y cuando nos adentramos en el propósito de Dios, encontramos que tú y yo fuimos creados para contener a Cristo y para expresar a Cristo, para que la vida de Cristo fuese manifestada a través de nosotros. Por lo tanto, desde el comienzo, Dios nunca nos diseñó para que nosotros tuviésemos que ayudar a Dios. Desde el comienzo, él nos creó y nos diseñó como un vaso para contener la vida de Cristo, y para que esa vida se manifestara a través de nosotros. No es, entonces, por razón de que nosotros hayamos pecado que nosotros no podemos ofrecer nada aceptable a Dios. No es sólo el pecado – que ha manchado todas nuestras acciones – que hace que todas nuestras acciones sean híbridas o mezcladas, sino que hay una razón todavía más de fondo: Nunca fuimos creados para ayudar a Dios, sino más bien para dejar que él se manifieste a través de nosotros.

El plan de Dios era el siguiente: El hombre fue creado tripartito, espíritu, alma y cuerpo. Adán fue creado con vida humana. Como dice la Escritura, fue hecho alma viviente. No obstante, fue creado para el árbol de la vida. Fue creado con una clase de vida –la vida humana– pero fue creado para otra clase de vida – la vida que estaba en el árbol de la vida. Por eso, cuando creó a Adán, lo puso en el huerto, y en el medio del huerto, Dios plantó el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Adán salió de la mano creadora de Dios con vida humana, pero fue creado para acceder a la vida que estaba en el árbol de la vida.

¿Qué vida era la que estaba para Adán en el árbol de la vida, si él ya había sido creado con vida humana?

La vida del árbol de la vida es la vida de Cristo. Y el propósito de Dios es que Adán, creado con voluntad, con intelecto y con emociones, accediera voluntariamente a comer del árbol de la vida. Cuando Adán fuese al centro del huerto, aunque allí estaba el árbol de la ciencia del bien y del mal – del cual Adán no debía comer –, no obstante, estaba también el árbol de la vida. Cuando Adán fuese al centro del huerto, debería comer de ese árbol. Si Adán lo hubiese hecho, la vida de Dios, que es la vida de Cristo, habría entrado en su espíritu, y en su espíritu habría tenido la vida de Cristo. Entonces, Adán podría, a partir de ese momento, expresar la vida del Señor.

La vida de Cristo podría comenzar a manifestarse a través de él; su alma estaría en armonía con su espíritu, y el alma, cual una esposa, sería la ayuda idónea del espíritu. El espíritu sería como el marido, y el alma como la esposa. Y el alma, que no tenía pecado, seguiría al espíritu sin resistencia y sin oposición. El hombre sería entonces una expresión de Cristo. El hombre no se expresaría a sí mismo, sino la vida de Cristo en él. Ahora, todos sabemos que esto no ocurrió. Lamentablemente, Adán desobedeció. Cuando fue al centro del huerto, él comió del árbol de la ciencia del bien y del mal. Y Dios dijo: ‘Que no alargue ahora su mano y coma también del árbol de la vida’. Su espíritu no recibió la vida de Dios, y el drama fue el siguiente: el alma, entonces, prevaleció sobre el espíritu.

En lugar de ser sierva, el alma se hizo reina; en lugar de ser esposa, se hizo marido, y comenzó a vivir por sí misma. Se volvió autosuficiente, autónoma, rebelde, súper activa. Fortaleció sus capacidades. La voluntad se volvió una voluntad férrea. Una mente que todo lo intelectualiza. Sus sentimientos se volvieron desequilibrados, que nos arrastran para uno y otro lado. El alma se descarrió, se salió de su lugar, se puso en una posición para la cual nunca fue creada. Por eso, Dios no quiere nuestro esfuerzo en su casa. Dios quería el plan original.

El espíritu del hombre vivificado con la vida divina y expresándose a través de un alma dócil, un alma que es sierva del espíritu, un alma que no resiste lo de Dios, que puede seguir en forma sensible lo que la vida de Cristo quiere expresar. Pero desde el día en que Adán cayó, el hombre se expresa a sí mismo. Lo que sale de nosotros no es la expresión de Cristo; es la expresión de nosotros mismos. Lo del hombre se introduce en Su casa, y en la casa de Dios hay mezcla. Por una parte, está lo de Cristo, que a veces fluye, que a veces se manifiesta; pero todavía hay mucho de nosotros en la casa de Dios.

El activismo del alma pero no sólo tenemos un alma fuera de lugar, en una posición para la cual nunca fue creada, sino que esta súper actividad que tiene el alma, esta autonomía que ejerce, esta fuerza con que quiere realizarse, finalmente produce cansancio, produce sudor, produce que tengamos un alma gastada, que cuando suda por agradar a Dios, por servir a Dios, no hay alegría, no hay reposo. Por el contrario, el esfuerzo humano trae consigo quejas, desánimo, frustración, depresión, insatisfacción. ¡Cuántos de los que estamos aquí estamos cansados, cuántos de los que estamos aquí estamos agotados, frustrados, desanimados! Dios no quiere sudor en su casa. Dios quiere que su servicio, el servicio a él, sea hecho con gozo, sea hecho con paz, sea hecho con reposo y con alegría.

Necesitamos el descanso del Señor, necesitamos aquietar nuestra alma, y dejar que el Señor obre a través de nosotros. Vamos a leer en Isaías 57:10. «En la multitud de tus caminos te cansaste, pero no dijiste: No hay remedio; hallaste nuevo vigor en tu mano, por tanto, no te desalentaste». Esta es la situación de nuestra alma. En muchos caminos, buscando participar, buscando realizarse, buscando colaborar, buscando ayudar a Dios. O sea, nuestros caminos nos cansan, pero no hasta el punto de decir: ‘Ya no hay más esperanza’. Nuestra alma vuelve a tomar vigor, vuelve a llenarse de esperanza, y no se desalienta, y continúa. Y volvemos a cansarnos, y volvemos a frustrarnos, pero no hasta el punto de decir: ‘No hay remedio’, sino que tomamos nuevamente energía, y dejamos de desalentarnos. Eso no es lo que quiere el Señor.

El Señor quiere que lleguemos al punto de la rendición total. Versículo 20: «Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto». Así es el alma del hombre, como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto. Y el versículo 21 dice: «No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos».Descanso para el alma Jeremías 6:16. «Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma». «Paraos en los caminos…». La palabra caminos está en plural. Isaías había dicho: «En la multitud de tus caminos te cansaste». Ese es el problema del alma: transita por una multitud de caminos. Y el profeta Jeremías dice: «Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino…». En singular, uno solo es el camino. No hay muchos caminos, hay un solo camino, el buen camino. Y el profeta dice que cuando lo encuentren, anden por él, «…y hallaréis descanso para vuestra alma». Cuando miramos en el Nuevo Testamento el cumplimiento de esto, Mateo 11:28-30, leemos: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga».

¿Hay alguien aquí que está trabajado y que está oprimido? «Venid a mí», dice Cristo, «los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar». ¿Cómo nos hace descansar el Señor? «Llevad mi yugo sobre vosotros…». Es decir, que nuestra alma vuelva a la posición original, deje de ser autosuficiente, deje de ser autónoma. Nuestra alma vuelva a sujetarse al espíritu. El yugo de Cristo sobre nosotros es su espíritu. Y dice el Señor: «…y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas». Él tomó la cita de Jeremías capítulo 6. Por lo tanto, según el propio Señor, ¿quién es el buen camino? Él mismo era el buen camino.

Cristo es el buen camino. Y llevando su yugo, hallamos descanso para nuestra alma, porque el yugo de Cristo es fácil, y ligera su carga. Hallamos descanso y reposo, recuperamos el gozo y la alegría, desaparece el sudor, cuando nos enyugamos con Cristo, cuando aprendemos a caminar con él, cuando dejamos que él vaya delante de nosotros, cuando le permitimos que él haga el cien por ciento, cuando nosotros menguamos para que él pueda crecer, para que él lo pueda llenar todo en su casa, para que nosotros volvamos a ser sus siervos, volvamos a ser dóciles a su Espíritu. Y por último, 2ª Timoteo 2:1. «Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús». Aquí pareciera que hay una contradicción. Pablo le dice a Timoteo: «Esfuérzate».

¿En qué quedamos? ¿Hay que esforzarse o no hay que esforzarse? Si miramos bien, Pablo le dice a Timoteo: «Esfuérzate en la gracia». Y esto es una paradoja, porque la gracia es lo opuesto a las obras. Entonces, el verbo ‘esforzarse’, pareciera que no tiene relación con la gracia. Y Pablo le dice a Timoteo: «Esfuérzate…», pero «…en la gracia que es en Cristo Jesús». Parafraseando este texto, sería más o menos así: «Esfuérzate en no hacer nada; esfuérzate en que todo lo haga Dios». Y, ¿por qué requiere esfuerzo el no hacer nada? Porque nuestra alma siempre está presta a hacer algo, nuestra alma siempre está dispuesta a tomar la iniciativa; nuestra alma no puede estar quieta.

¿Cuál es nuestro mayor problema al momento de orar?

Que tenemos un alma que no puede estar quieta ni en silencio. Es así. Apenas queremos estar en la presencia de Dios, sentimos y experimentamos que nuestra alma está activa, llena de ideas, llena de buenas intenciones. Y apenas tratamos de estar quietos, descubrimos que no podemos. Necesitamos un esfuerzo para no hacer nada, porque nuestra tendencia natural es siempre hacer algo. Así que este texto no contradice lo que hemos dicho, sino que es una paradoja. Esfuérzate en no hacer nada tú; esfuérzate en que todo lo haga Dios. Dios es poderoso para hacer el cien por ciento, y quiere hacerlo a través de ti, sin sudor, sin cansancio, sin quejas, sin frustración, sin desánimo, sino con gozo, con alegría, y en el reposo del Señor.

1) Por la atrocidad de nuestra propia culpa.

Primeramente pues vemos que la redención de Cristo solo con medirla por nuestros pecados no fue algo simplemente insignificante. Tan solo póngase a pensar de donde Dios lo ha sacado, donde estaríamos actualmente sino fuésemos cristianos – tal vez sumergidos en el alcohol, drogadicción, fornicación, etc. – pero ante todo te invito a pensar donde estarías en el futuro, cuando venga el juicio eterno.

Vosotros que habéis sido lavados, purificados y santificados, pensad un momento y recordar nuestro primitivo estado de ignorancia; los pecados a los que os entregábamos, los delitos en los que nos precipitábamos, y la continua rebelión contra Dios que teníamos como forma ordinaria de vida.

2) Justicia Divina.

Dios es severamente justo, inflexiblemente riguroso en su trato con el hombre. El Dios de la Biblia no es la clase de dios que algunos imaginan, que tiene tan en poco el pecado que lo pasa por alto sin exigir el castigo debido. No es el dios de aquellos que creen que nuestras transgresiones son minucias, simples pecadillos a los que el Dios  el
cielo hace la vista gorda y tolera hasta que mueran marchitos por el olvido. No, Jehová, el Dios de Israel, ha dicho de sí mismo “El es Dios celoso”. Y he aquí su propia declaración: “De ningún modo justificaré al culpable”. “El alma que pecaré, esa morirá.”

Debemos saber que nunca podremos comprender la plenitud de la expiación, si antes no hemos entendido la verdad bíblica de la inmensa justicia de Dios.

3) El precio que el Pago.

Es imposible para nosotros saber cuán grandes fueron los tormentos de nuestro Salvador; pero el contemplarlos nos dará una pequeña idea de la magnitud del precio que pagó por nosotros.

Les leeré una narración de Charles Spurgeon de lo que él cree que fue la Pasión de Cristo.

¡Oh, Jesús!, Tú fuiste víctima desde tu nacimiento, varón de dolores, experimentado en quebranto. Los sufrimientos cayeron sobre ti en llovizna perpetua, hasta la última pavorosa hora de tinieblas; y entonces, no como nube, mas como torrente, como catarata de aflicción, tus agonías se precipitaron sobre ti. ¡Vedle allá! Es noche de frío y escarcha, pero Él está en el campo. Es de noche; no duerme, sino que está en oración. ¡Oíd en el silencio sus gemidos! ¿Ha tenido nunca ningún hombre lucha como la suya? ¡Acercaos y mirad su faz! ¿Habéis visto alguna vez sobre rostro mortal semejante sufrimiento como podéis contemplar en ella? ¿Oís sus palabras? “Mi alma está muy triste, hasta la muerte.” Se levanta; es agarrado y prendido por los traidores. Avancemos hacia el sitio en que ha estado en agonía. ¡Oh, Dios!, ¿qué es lo que ven nuestros ojos? ¿Qué es esto que mancha la tierra? ¡Sangre! ¿De dónde? ¿Quizás de alguna herida que se ha abierto de nuevo por su espantosa lucha? ¡Ah!, no. “Fue su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.” ¡Oh, agonías que las palabras no bastan para describir! ¡Oh, sufrimientos que el lenguaje es pobre para narrar! ¡Cuán terribles debisteis ser que excitasteis el bendito ser del Salvador hasta hacer brotar sudor de sangre de todo su cuerpo! Y este es el principio, el comienzo de la tragedia. Seguidle tristemente, Iglesia afligida, para dar testimonio de la consumación. Es acuciado en tropel por las calles, arrastrado de un tribunal a otro, desechado y condenado ante el Sanedrín, escarnecido por Herodes, juzgado por Pilato. Su sentencia es pronunciada: “¡Sea crucificado!” Y ahora la tragedia llega a su momento culminante. Su espalda es desnudada, es amarrado a la columna romana del suplicio.

El sangriento látigo levanta tiras de piel, y como por un río de sangre sus lomos se tintan de grana; vestidura carmesí que le proclama emperador de aflicción. Es metido en el cuerpo de guardia; sus ojos son vendados, y la soldadesca le abofetea y le dice: “Profetiza quién es el que te hirió”. Escupen sobre su rostro, tejen una corona de espinas y la clavan sobre sus sienes, le visten con un manto de grana, hincan la rodilla delante de Él burlándose. Enmudece, no abre su boca. “Cuando le maldecían, no retornaba maldición”, sino que encomendó su causa a Aquel a quien vino a servir. Y ahora lo asen, y entre burlas y desprecio lo sacan del palacio y lo llevan en tropel por las calles. Desfallecido por los continuos ayunos y abatido por su agonía de espíritu, tropieza bajo el peso de su cruz. ¡Hijas de Jerusalén!, Él desmaya en vuestras calles. Lo vuelven a levantar, ponen su cruz sobre otros hombros, y lo empujan, quizás a punta de lanza, hasta que llega al monte de la ejecución. Groseros soldados caen sobre Él y lo tumban sobre su espalda; el leño cruzado queda bajo Él, sus brazos son distendidos cuanto el cruel suplicio requiere, los clavos son preparados; cuatro martillos los clavan a una en las partes más tiernas de su cuerpo, y helo allí, acostado sobre el madero, muriendo en su cruz. Todavía no se ha terminado. El leño es alzado por los rudos soldados. El agujero ya está preparado. La cruz es soltada bruscamente en él, lo rellenan con tierra, y allí queda.

Pero mirad los miembros del Salvador, ¡cómo tiemblan! ¡Todos sus huesos se han descoyuntado por el golpe cruel del madero contra el suelo! ¡Cómo llora! ¡Cómo gime! ¡Cómo solloza! Y aún más; oíd su último grito de agonía: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” ¡Oh, sol, no me pasma que cerraras tus ojos para no contemplar por más tiempo un hecho tan cruel! ¡Oh, rocas, no me maravilla que la compasión ablandara y rompiera vuestros corazones cuando vuestro Creador murió! Nunca sufrió nadie como Él. Aun la muerte se enterneció, y muchos de los que estaban retenidos en sus tumbas salieron y bajaron a la ciudad. Pero estas fueron todas las señales externas; y creedme, hermanos, lo que no se vio fue muchísimo peor.

4) El precio que el Pago.

Sé que en este medio que actualmente nos movemos se comenta sobre la redención o salvación del ser humano que si fue una limitada o una ilimitada; ese ha sido la discusión por los siglos entre los arminianos y los calvinianos.

Y aunque nuestra posición es calvinista – y mi interés no es darte clases sobre esto ahora – quisiera que respondieras dentro de ti ¿Por quién murió Cristo? Respóndeme a un par de preguntas y te diré si Cristo murió por ti. ¿Quieres un Salvador? ¿Sientes necesidad de Él? ¿Tienes conciencia de pecado esta mañana? ¿Te ha enseñado el Espíritu Santo que estás perdido? Si es así, Cristo murió por ti y serás salvo. ¿Tienes conciencia de que Cristo es tu única esperanza en este mundo? ¿Comprendes que no puedes ofrecer por ti mismo una expiación que satisfaga la justicia de Dios? ¿Has abandonado toda confianza en ti mismo? ¿Y puedes decir de rodillas: “Señor, sálvame, o perezco? Cristo murió por ti. Pero si dices: “Soy tan bueno como debo ser; puedo ir al cielo por mis propias obras”, entonces, recuerda lo que la Escritura dice de Jesús: “No he venido a llamar justos, sino pecadores a arrepentimiento”. Mientras permanezcas en estas condiciones no hay expiación para ti. Pero si, por el contrario, esta mañana te sientes culpable, miserable, digno del castigo, y estás dispuesto a aceptar a Cristo como tu único Salvador, no solamente te diré que puedes ser salvado, sino, lo que es mejor, que lo serás. Cuando estés desnudo y no tengas nada excepto la esperanza en Cristo, cuando estés preparado para venir con las manos vacías para que sea tu todo, y tu nada, entonces podrás mirar a Cristo y decirle: “¡Tú bendito, Tú inmolado Cordero de Dios! Tú sufriste mis aflicciones; por tus llagas fui sanado, y por tus sufrimientos fui perdonado.” Y cuando hayas hablado así, sentirás que la paz inunda tu conciencia; porque si Cristo murió por ti, no puedes perderte. Dios no castiga dos veces la misma falta. Y si Cristo fue castigado por ti, jamás te castigara.

La única pregunta que debe preocuparos es: “¿Murió Cristo por mí?” Y la única respuesta que puedo daros: “Palabra fiel y digna de ser recibida de todos, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”. ¿Podéis escribir vuestros nombres detrás de esta frase, entre los pecadores; no entre los pecadores de compromiso, sino entre los pecadores que se sienten como tales, entre los que lloran su culpa, entre los que la lamentan, entre los que buscan misericordia para la misma? ¿Eres pecador? Si así lo sientes, si así lo reconoces, si así lo confiesas, estás invitado a creer que Cristo murió por ti, porque tú eres pecador; y eres instado a caer sobre esta grande e inamovible roca, y a encontrar seguridad eterna en el Señor Jesucristo.

Fuente: www.centraldesermones.com