Aconsejando en el sufrimiento

por Howard E. Dial

Toda confrontación involucra sufrimiento y el consejero debe conocer las clases, los propósitos, y cómo responder a los sufrimientos a fin de ofrecer una consejería bíblica. El consejero bíblico no ignora el sufrimiento y no «canta canciones» al corazón afligido (Pr. 25.20), sino que lo encara en el contexto de la Palabra de Dios.

El sufrimiento es una experiencia universal; pero en la vida del cristiano tiene un sentido especial y el consejero eficaz debe conocer lo que la Biblia enseña al respecto. Prácticamente todas las situaciones que requieren consejo involucran un cierto grado de sufrimiento por parte del que lo necesita, ya sea físico (ej.: pérdida de la salud) o mental (ej.: conciencia herida). Tanto problemas económicos, desilusiones, pérdida de un ser querido, vivir con un cónyuge no cristiano, así como las presiones en el trabajo entran en la categoría de sufrimiento.También se puede sufrir como consecuencia de un errónea búsqueda de la felicidad. La experiencia de Salomón tal como la describe Eclesiastés, es un buen ejemplo de la tristeza que resulta de ir por las «calles sin salida» de la vida. Una vida sin Dios es «fatigosa» (Ec. 1.8), «molesta» (1.18), «vanidad y aflicción de espíritu» (2.26). De modo que resulta importante ayudar a la persona que sufre a hacer el ajuste bíblico necesario.


Una ayuda inadecuada ocasionará el problema de que los conflictos no resueltos continúen e impidan cualquier progreso. Por ejemplo, si Marta está casada con un hombre desamorado e incomprensible y tiene la responsabilidad de criar los hijos y administrar el hogar, debe interpretar su experiencia como sufrimiento (lo cual seguramente sabe muy bien). Marta debe conocer la diferencia entre el sufrimiento disciplinario y el que no lo es; debe saber por qué uno sufre y cómo debe ajustarse al sufrimiento de un modo digno de Cristo. Debe poner su aflicción en perspectiva bíblica antes de empezar a trabajar en su matrimonio. En síntesis, toda confrontación involucra sufrimiento y el consejero debe conocer su suferología.


¿POR QUE SUFRE EL CRISTIANO?


La Biblia da algunas respuestas: el cristiano sufre porque vive en un mundo contaminado por el pecado (Ro. 8.22; Ge. 3), porque posee naturaleza pecadora (que no mejora con los años) (Ro. 7.7-25), porque al identificarse con Cristo, Satanás y el mundo son sus adversarios (Jn. 15.18-19; 1 Pe. 5.8; Col. 1.24) y porque el creyente se identifica con otros miembros del cuerpo de Cristo (1 Co. 12.26).


El sufrimiento en la vida del cristiano entra en una de dos categorías: disciplinario o no disciplinario.


Sufrimiento disciplinario


En un sentido, todo sufrimiento puede ser considerado disciplinario, puesto que disciplina en su sentido más amplio es «entrenamiento en la escuela de Dios», pero empleo esta palabra aquí en su sentido más restringido de «castigo». A veces resulta necesario que Dios aplique disciplina correctiva por causa del pecado en la vida del creyente (1 Co. 11.28-34; He. 12.4-11). Es necesario que el consejero llame la atención sobre el reconocimiento y reacción a este tipo de sufrimiento, el que puede diagnosticarse con un cuidadoso autoexamen buscando pecados inconfesos de comisión u omisión. ¿Hay hábitos pecaminosos que han sido ignorados? ¿He pecado contra otro creyente?


Una vez hecho el diagnóstico debe aplicarse el tratamiento. La respuesta bíblica a la disciplina divina incluye:


1. Reconocimiento de su fuente. Es una afirmación de mi estado de hijo. Dios me trata como hijo por amor (He. 12.5-6).


2. Arrepentimiento (1 Jn. 1.9; Stg. 5.15). No hay tratamiento adecuado para el sufrimiento, sea físico o mental, mientras que el pecado no ha sido reconocido (Sal. 32.5,1).


3. Entendimiento de su propósito. Dios aplica la presión necesaria sobre el pecado inconfeso para producir santidad (He. 12.10), un espíritu obediente (He. 12.9) y frutos de justicia (He. 12.11) y para evitar mayores consecuencias por causa del pecado.


Para tener una adecuada imagen de la disciplina divina es necesario tener in mente los siguientes principios: El pecado siempre trae consecuencias, que pueden considerarse como parte del castigo de Dios. Cuanto mayor es el tiempo que transcurre sin que el pecado sea reconocido más severa se torna la disciplina (1 Co. 12.29-30, 1 Jn. 5.15-16). Dios puede usar la autoridad del gobierno, hogar, escuela o iglesia para disciplinar al creyente (1 Pe. 3.17, 4.15; Ef. 6.14; 1 Co. 5.1-8). Dios no disciplina a sus hijos por pecados cometidos antes de su conversión (aunque las consecuencias pueden aún experimentarse); tampoco los disciplina por pecados que han sido confesados y encarados bíblicamente (1 Jn. 1.8). El es justo. Por último, el sufrimiento disciplinario se torna no disciplinario cuando el pecado es confesado.


Sufrimiento no disciplinario


Todo sufrimiento es no disciplinario por naturaleza. La filosofía de que donde hay sufrimiento hay pecado domina la actitud de muchos cristianos. Job recibió este tipo de consejo de sus amigos, como muchos otros desde entonces. Aunque exista la tendencia a sospechar de la presencia de pecado donde hay sufrimiento, no debemos permitir que ésta eclipse otras razones.


En cualquier tipo de sufrimiento puede estar presente alguno o todos de los siguientes propósitos divinos:


1. Producir madurez espiritual (Stg. 1.2-4).


2. Producir capacidad de transformar la adversidad en prosperidad espiritual (Stg. 1.2-4).


3. Producir sabiduría: la habilidad de relacionar la verdad con la experiencia.


4. Producir humildad (Stg. 1.9-11).


5. Dar la oportunidad de recibir recompensas (Stg. 1.12).


6. Probar nuestra fe (1 Pe. 1.6-8).


7. Manifestar los frutos del Espíritu (2 Co. 4-11; Ga. 5.22,23).


8. Proveer oportunidades para testificar de Cristo (1 Pe. 3.15; Fil. 1.12).


9. Aprender contentamiento (Fil. 4.11).


10. Ayudar a otros que sufren (2 Co. 1.3-24).


11. Amonestar a creyentes culpables de orgullo y cobardía espiritual (1 Co. 4.9-16).


12. Demostrar el poder de Dios en nuestras vidas (2 Co. 11.24-33; Jn. 9.2).


13. Aprender a obedecer la voluntad de Dios (He. 5.8).


14. Vindicar el carácter de Dios ante Satanás (Job 1.6-12).


15. Instruir al creyente en la santidad del carácter de Dios (Job 42.5-6).


Estas realidades espirituales ayudarán a poner la aflicción en la perspectiva correcta, para luego poder aprender cómo ajustarse al sufrimiento, de modo que los propósitos de Dios puedan ser cumplidos en su vida.


CÓMO AJUSTARSE AL SUFRIMIENTO


Primeramente, he aquí como no responder al sufrimiento:

  • No arribar a conclusiones rápidas. Las ideas basadas solamente en observaciones o experiencias personales pueden ser peligrosas (recordar a los tres amigos de Job).
  • No aplicar las Escrituras erróneamente (por ejemplo: tratando de encontrar un versículo con el cual «reclamar» para que el Señor «me saque de la aflicción»).
  • No caer en enojo o autocompasión.
  • No ser pasivo pensando que se es paciente.
  • No pensar que Dios está obligado a quitar el sufrimiento si se le pide.
  • No pensar que el dolor es algo ajeno a la vida del cristiano. Nuestra cultura hedonista puede influir en nosotros erróneamente. La esencia de la vida cristiana no es la eliminación del sufrimiento sino el desarrollo de nuestra semejanza a Cristo.

  • La primera epístola de Pedro fue escrita a iglesias que sufrían en Asia Menor, a fin de ayudarlas a enfrentar la adversidad. Es semejante a volar por instrumentos: las inclemencias del tiempo y la oscuridad exigen direcciones basadas en factores objetivos como el altímetro, indicador de la velocidad del aire, etc. No se puede confiar en «pálpitos». Lo mismo resulta cierto con la adversidad. El hijo de Dios debe enfrentarla al modo de Dios o sufrir las consecuencias.


    Después de estas consideraciones sobre lo que no debemos hacer, quisiera apuntar algunas pautas positivas:

  • El cristiano debe tener la misma actitud hacia el sufrimiento que tuvo Cristo ( 1 Pe. 4.1). El dice «armaos» (oplixo: prepararse para la batalla). El imperativo aoristo acentúa la urgencia de la orden. Por lo menos dos cualidades fueron parte de la actitud de Cristo hacia el sufrimiento: aceptación (Mt. 26.39) y paciencia (He.12.2), ejemplificada en su espíritu perdonador, interés por los que sufrían a su alrededor y un claro sentido de propósito.
  • El cristiano debe poner su sufrimiento en la perspectiva correcta (1 Pe. 4.7). esto implica «ser sobrios y velar». Tener estabilidad y dominio propio significan que el creyente hará juicios bien fundamentados y no caerá víctima de la intoxicación mental (por falsos valores). La aflicción puede traer profunda pena pero no debe sacrificarse la objetividad bíblica por causa de ello. El escapismo no es la respuesta al sufrimiento. El modo de salir de él es atravesarlo (1 Co. 10.13).
  • El cristiano debe hacer uso del privilegio de la oración en tiempos de sufrimiento ( 1 Pe. 4.7). La actitud mental adecuada hacia el sufrimiento hace posible la oración inteligente. Un gran incentivo para ello es saber que tenemos un sumo sacerdote capaz de compadecerse de nuestras debilidades (He. 4.15-16). El pastor debe enseñar a su pueblo cómo debe orar en tiempos de sufrimiento. Esto ayudará a evitar el tipo de oración emocional y poco bíblica que a menudo surge ante las pruebas.
  • El cristiano debe demostrar su amor hacia otros en tiempos de sufrimiento ( 1 Pe. 4.8). Esto es prioritario. El «darse» a otros evita aquellos pecados a los que uno es especialmente vulnerable en la aflicción (resentimiento, celos, enojo, autocompasión).
  • El cristiano debe demostrar hospitalidad en tiempos de sufrimiento (1 Pe. 4.9). Esta es una de las evidencias del amor en acción. El deseo de ayudar a otros mientras uno está sufriendo es una indicación de paciencia. El sufrimiento personal no debe convertirse en la ocasión de una malsana preocupación por uno mismo sino en la de ser más sensible a las necesidades de otros.
  • Los dones espirituales del cristiano deben seguir beneficiando al cuerpo de Cristo (1 Pe. 4.10-11). Ya sea que los dones entren en la categoría de predicar o de servir, deben florecer en la aflicción. Resulta provechoso relacionar los dones del Espíritu con el contexto de la situación (por ejemplo: misericordia: ¿cómo puedo ayudar?; fe: ¿confiamos en Dios?).
  • El cristiano debe regocijarse en tiempos de sufrimiento (1 Pe. 4.12-13). El sufrimiento no debe ser tomado como algo ajeno a la vida del cristiano («no os asombréis»). No es un intruso ni un accidente. «Gozaos cuando os halléis en diversas pruebas» (Stg. 1.2). ¿Qué significa gozarse en el sufrimiento? Por cierto no se trata de estar «emocionalmente bien»: el verdadero gozo debe tener fundamento bíblico, de lo contrario no va a ser más que una sublimación emocional. Uno puede tratar de estar «feliz» para tapar la miseria que lo embarga (Pr. 14.13); pero gozo no es sinónimo de risa. Es primeramente una actitud de satisfacción en Dios y su bondad. En consecuencia, al gozarse en el sufrimiento uno se complace con lo que Dios está haciendo en su vida. Se puede estar dolorido y triste y a la vez gozoso. Solamente el pecado puede perturbar esta armonía.
  • El cristiano debe identificar la razón de su sufrimiento (1 Pe. 4.15-16). Debe reflexionar seriamente para determinar posibles razones. ¿Estoy sufriendo por causa de algún pecado inconfeso? ¿He violado alguna ley humana o divina? ¿Tengo algún hábito que desagrada a Dios? ¿Me he preparado para la aflicción?
  • El cristiano debe glorificar a Dios en su sufrimiento (1 Pe. 4.16). Dios es glorificado cuando su perfecto carácter es reconocido por otros. El sufrimiento ha sido diseñado como ocasión para manifestar el amor de Dios y su justicia. El hecho de no quejarse sino ser paciente habla de la obra de Dios en nuestras vidas. El santo debe aprender a responder a la adversidad preguntándose: «¿Cómo puede Dios ser glorificado a través de esto?».
  • El cristiano debe someterse a Dios en tiempos de sufrimiento (1 Pe. 4.19). «Los que padezcan según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador y hagan el bien». El verbo «encomendar» (paratitheni) es un término bancario e indica el acto de depositar algo para que esté seguro. Esto sucede cuando el creyente pone sus pruebas en Dios, confiando en que El hará lo correcto y permitiéndole producir dividendos espirituales en su vida. Dios, como creador, es responsable por la operación efectiva de su creación a través de su dominio. Es el deseo de Dios hacer que la adversidad obre para bien en aquellos que aman a Dios (Ro. 8.28).
  • El cristiano debe buscar el aliento de una iglesia local para prepararse para el sufrimiento (1 Pe. 5.1-3). Dios ha diseñado a la Iglesia para edificar a sus hijos. Es la responsabilidad del anciano (obispo, pastor) cuidar del rebaño que le ha sido confiado. Tanto de manera privada como pública tiene que prepararlo para la aflicción mediante la enseñanza y el ejemplo. Los cristianos deben saber de antemano el porqué y el cómo del sufrimiento para que cuando éste se presente esté listo para aprovechar sus enseñanzas.

  • Un párrafo final


    El deseo de ver el propósito de Dios cumplido en nuestras vidas hace posible transformar la adversidad en provecho espiritual. Mientras un cristiano adolescente me mira a los ojos y describe las dificultades de vivir en un hogar con un padre insensible y una madre nerviosa, sumadas a las presiones del crecimiento, yo puedo y debo señalarle que la respuesta no está en «escapar» sino en enfrentar la adversidad, explicándole cómo usar el «escudo de la fe» y la «espada del Espíritu» (Ef. 6.11-17). Solamente este enfoque va a permitirle manejar la aflicción correctamente y entender su significado.


    De lo contrario se puede caer en un aconsejar continuo que provea alguna ayuda inmediata pero que deje a la persona pensando que la solución está en salir del sufrimiento. El consejero bíblico no ignora el sufrimiento y no «canta canciones» al corazón afligido (Pr. 25.20), sino que lo encara en el contexto de la Palabra de Dios.


    © Pastoral Practice. Usado con permiso. Apuntes Pastorales. Vol. III, número 3. Todos los derechos reservados.