Agua amarga
por Autora desconocida
Una misionera en Ucrania comparte sus reflexiones de uno de sus días ordinarios. ¿Cómo se aplica la cruz de Cristo a las situaciones que hacen que la vida sea difícil de digerir?
Vivir en Ucrania tiene algo que hace que salir de la cama sea más trabajoso cada mañana. Antes de venir aquí me habían dicho que la vida en este lugar era difícil para las mujeres, pero las dificultades que he encontrado son aun mayores de lo que esperaba. Esta mañana me desperté pensando en nada. Al instante el Señor puso esta pregunta en mi mente: «Cuando el pueblo de Israel llegó a las aguas amargas, Moisés hizo algo para que ellos pudieran beber de esa agua. ¿Qué fue lo que hizo Moisés?»
Por un momento me quedé en la cama tratando de recordar: «¿La golpeó con una vara? ¿le lanzó sal o una rama?» Lamentablemente, no tuve tiempo para buscar la cita bíblica y mientras hacía el desayuno, iba al mercado y envasaba cerezas, no dejé de preguntármelo. Comencé a pensar en las circunstancias que no me gustan, las situaciones que hacen que la vida sea difícil de digerir. ¿Qué es lo que Dios está tratando de decir? ¿Puede todavía cambiar el agua amarga en agua dulce?
Más tarde ese día tuve la oportunidad de buscar la cita bíblica: Éxodo 15.25. «Entonces clamó al Señor, y el Señor le mostró un árbol; y él lo lanzó a las aguas y las aguas se convirtieron en dulces». Entonces clamé al Señor y Él me mostró un árbol: la cruz de Cristo. Escribí todo lo que no me gusta de vivir aquí y pensé: «¿Cómo se aplica la cruz de Cristo a todo esto? ¿Puede esa cruz convertir las aguas amargas en dulces?». Pensé en respuestas para algunos de mis problemas:
Las conveniencias: para Jesús no era conveniente dejar el cielo y morir por nosotros.
La escasez de agua: Jesús dijo Estoy sediento.
El cargar bolsas pesadas del mercado a la casa: Jesús cargó una cruz.
Las barreras del idioma: Jesús dejó una posición de poder para convertirse en un bebé indefenso.
La suciedad y los olores: Jesús dejó la belleza por un mundo ruin y pecador. Anduvo por caminos de tierra y vivió en ciudades que no tenían agua corriente ni obras sanitarias.
La separación del resto de la familia: Jesús fue separado del Padre para que nosotros podamos tener comunión con Él.
El trabajo hogareño: Jesús no tenía hogar.
El frío del invierno: Jesús durmió en la tierra y probablemente tuvo frío en varias ocasiones.
La forma en que descargo mis frustraciones sobre las personas que me rodean: Jesús murió por mi perdón.
Nosotros hemos sido llamados a tomar nuestra cruz y seguir a Jesús… tal vez yo necesite enfocarme más en la cruz de Cristo y no tanto en la mía. Ciertamente Jesús sufrió más de lo que yo jamás habré de experimentar.
Jesús debía beber una copa amarga: soportar la cruz. Sin embargo, no se enfocó en esta sino en la razón por la que debía llevarla: su amor por las personas. «Señor, dame más amor por las personas».
Veo ambos lados de la cruz: el sufrimiento a causa de la justicia de Dios sobre mi pecado, y el amor mediante la entrega total a mi favor. Dios ama a todas las personas, pero lo que más me conmueve es que me ama a mí en particular.
Romanos 8.32 dice: «Aquel que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, ¿cómo no nos dará junto con Él todas las cosas?» Los versículos 35 a 39 afirman que nada puede separarnos del amor de Dios: ni persecución, ni angustia, ni tribulación, ¡nada! Sólo porque la vida es dura no significa que Dios nos ame menos.
Al dar una nueva lectura al versículo 37 de Romanos 8 recibo una fuerte motivación: «Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó». Esto suena como agua dulce para mí. ¡Cristo me hace más que vencedora!
© Apuntes Mujer Líder, edición abril junio de 2004/ Volumen II Número 1