Biblia

Allí donde estás

Allí donde estás

por Luisa M. Craig

Su hijo ha muerto, señora.

-¡No!-, gritaba silenciosamente mi corazón, mientras esperaba a mi marido en la de emergencia del hospital.

Nuestro hijo. David, había sido arrollado cuando se encontraba ayudando a sacar un camión que se había atascado en las vías del tren. Y ahí estaba este médico, tratando de explicarme el esfuerzo que habían realizado para salvarlo.

En un mundo que está en constante movimiento, nuestras estadísticas declaran que una persona muere, aproximadamente, cada 12 minutos en algún tipo de accidente de transito. Cuando, más allá de esas estadísticas, nos enteramos de casos específicos, nuestros corazones se conmueven de pena por aquellos que se encuentran envueltos en una situación de ese tipo. Pero cuán diferente y doloroso es cuando se trata de su propio y único hijo.

Cuando Ricardo llegó y el shock inicial del anuncio del médico sobre la muerte de David fue amainando, caímos de rodillas, derramando nuestra angustia ante Dios. Lloramos juntos en oración allí por largos minutos, y terminamos pidiéndole a Dios su fortaleza y su guía. Queríamos que la muerte de David fuese un testimonio.

Durante los meses siguientes traté de ordenar mis emociones y encontrar algún significado en esa tragedia. Pensé en Esteban, el joven discípulo cristiano que fue apedreado en el primer siglo por creer en un Señor resucitado.

Esteban no era conocido, sin embargo fue escogido para servir en la comisión de ayuda social en la congregación. Cuando los apóstoles precisaron más tiempo para dedicarse a la predicación y la enseñanza, buscaron a discípulos jóvenes que pudieran dedicarse a las viudas judías tanto nativas como griegas, para que ninguna de ellas quedara desamparada. Esteban fue seleccionado por su buena reputación, por ser lleno del Espíritu Santo y de fe.

-Mientras Esteban ministraba en el anonimato a los necesitados también hacía maravillas públicamente, hablando con gran fervor y sabiduría. A pesar de que algunos discípulos vivieron y sirvieron por mucho más tiempo, sólo la muerte de Esteban queda registrada en detalle por Lucas. Dos capítulos del libro de los Hechos destacan su testimonio, tan inspirador y tan breve. El poder de su fe, mientras se defendía, incitó a la muchedumbre a la violencia, la que lo apedreó hasta morir. Y aun en su martirio Esteban fue victorioso, porque a través de Cristo pudo perdonar.

Mi testimonio me llevará a través de experiencias gloriosas y penosas. Tal vez mi muerte no sea violenta como la de Esteban o la de mi hijo David. Tal vez mi testimonio constante sobre el Señor y mi obediencia a él me lleven a la pobreza, al aislamiento, a la separación, a renunciar a mí misma, o a experimentar la injusticia que el mundo o la comunidad infligen. Sin embargo, al igual que el joven Esteban, Dios me llama a estar firme, mis ojos fijos en El;

Dios habrá de proveer el poder para superar la prueba aun en medio de ella.Pensando en la muerte de mi hijo, me pregunté qué habría sentido la mamá de Esteban. ¿Estaría orgullosa de su hijo, el cual había demostrado amor, compasión y servicio? ¿Habría captado la visión del testimonio magnífico de Esteban a través del martirio? ¿Habría caminado más cerca del Señor resucitado, dedicándose más a su servicio a través de su dolor?

Es en este sentido que oro por mi familia y por mí. David no murió como un gran mártir de la iglesia, pero perdió su vida mientras trataba de salvar la propiedad ajena.

El Apóstol Pablo nos dice: «No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar» (1 Co. 10.13). La salida es el poder que nos capacita para soportar la prueba o la tentación.

Aun cuando experimentaba dolor por la muerte de mi hijo David, Dios me protegía y cubría con su poder. El dolor no desapareció. El poder protector del Espíritu Santo me dio la capacidad para soportar el dolor y la pérdida sin amargura, sabiendo que el Señor había obrado el dolor para bien y había hecho de la pérdida algo que valía la pena. La experiencia se convirtió en un testimonio para los Romanos: «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados»^. 8.28).

Nunca sabemos cómo la acción más pequeña puede influir en otros. Al cumplirse un año de la muerte de David, planeamos un picnic para todos sus amigos y compañeros de colegio. Más de cincuenta jóvenes vinieron al picnic. ¡Qué tiempo tan lindo que pasamos juntos recordando nuestras experiencias y hablando de sus futuros. Cuando los jóvenes estaban a punto de partir, pude pasar unos pocos minutos en privado con cada uno de ellos. Aproveché ese tiempo para entregarles un versículo de las Escrituras, la fotografía de graduación de David y un pequeño Nuevo Testamento.

Partieron con una buena sensación en sus corazones, algo de las Escrituras en sus mentes y la Palabra de Dios para leer mientras el Espíritu Santo preparaba sus corazones. La relación con ellos permanece abierta aun hoy, cuando ya han pasado más de tres años de aquel picnic. De esa forma hemos podido continuar con el testimonio y el servicio.

Dios nos llama a ser testigos, así como llamó a Esteban. Al igual que Esteban, tenemos que ser llenos de fe, gracia, poder, luz, sabiduría, valor, amor y la Palabra preciosa de Dios. Tal testimonio no puede ser alcanzado en nuestro propio poder, pero continuamente podemos invocar el poder del Espíritu Santo mientras colocamos nuestra voluntad en su control a través de la obediencia y el compromiso.

A través de la tragedia de haber perdido a David, encontré que no había poder mayor disponible en el mundo. Sufrir no es algo que yo escoja hacer, pero doy gracias a Dios que me da la salida mediante la cual puedo soportar ese sufrimiento. Es mi oración que todas las experiencias de la vida me lleven a estar más cerca de la Fuente de Poder y que sea llena del Espíritu.

El «id por todo el mundo» no necesariamente significa el viajar por los continentes donde anduvo Pablo, sino demostrar el poder de Dios fluyendo a través de mí, en el lugar donde estoy, en mi hogar, en mi comunidad y en mi debilidad. Este es mi sentir. Esta es mi oración.

Apuntes PastoralesVolumen VIII Número 5