Ancla segura
por Christopher Shaw
La comunión con el Señor, que está sentado en los lugares celestes, nos provee de una firmeza inimaginable
Versículo: Hebreos 6:19-20
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6:19 Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del *santuario, 6:20 hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.
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Los que procuran refugiarse en el Señor pueden amarrarse a la confianza que inspiran sus promesas y a la entereza de su carácter. Él cumplirá indefectiblemente lo que se ha propuesto. Para ayudarnos a entender el efecto que puede tener esta postura sobre nuestras vidas, el autor emplea una de las geniales alegorías que aparecen con tanta frecuencia en las Escrituras: un ancla. La capacidad de un barco para deslizarse se ve facilitada por el fenómeno de la flotación que es particular al agua. La flotación reduce al mínimo la resistencia que experimenta la embarcación. Por esto puede navegar en la dirección que quiera con facilidad, pues no se encuentra con el tipo de obstáculos que normalmente aparecerían sobre la tierra: árboles, rocas, ríos, montañas, acantilados y otras manifestaciones de la naturaleza que pueden entorpecer grandemente el avance hacia un objetivo. La misma libertad de movimiento que tanto facilita el avance del barco en el agua, se vuelve un problema, sin embargo, a la hora de detenerse. No tiene a qué aferrarse, ni tiene modo de evitar el arrastre natural de las corrientes que son parte del mar. Aún cuando baje las velas o apague el motor, continuará deslizándose por el movimiento natural que tiene el agua. Los navegantes han resuelto este problema con la invención del ancla, que está construida de tal manera que puede clavarse en la arena o en las rocas del fondo del mar y provee un punto de fijación que no existe en la superficie. De esta manera, cuando un buque escoge detenerse en un lugar, lo primero que hace la tripulación es bajar el ancla. Esta se arrastrará por el fondo hasta lograr enterrarse lo suficiente como para sujetar el buque. No importa cuán profundo esté el ancla, porque la cadena es la que une la firmeza del ancla con la libertad del barco y, efectivamente, lo inmoviliza.Las tempestades terrenales no afectan en lo más mínimo la serenidad que reina en los lugares celestes.Es posible que se desate una fuerte tormenta sobre la superficie, con lluvias torrenciales y olas embravecidas. Lo que ocurre alrededor del barco no afecta en lo más mínimo la firmeza del ancla, pues la tormenta no penetra las profundidades del mar. Así es el discípulo que ha amarrado su vida a la persona del Sumo Sacerdote y sus incondicionales promesas. El Sumo Sacerdote es inconmovible, una roca firme que ninguna tormenta puede afectar. El discípulo, en cambio, puede encontrarse en medio de burlas, cuestionamientos, pruebas, dudas, desánimo y persecución. Todas estas condiciones podrían fácilmente disuadirlo de seguir caminando con Jesús. Una vez que se suelta de la mano de Cristo queda a la deriva, «… zarandeado por las olas y llevado de aquí para allá por todo viento de enseñanza…» (Efesios 4.14 – NVI). La confianza imperturbable en Dios es la cadena que lo sujeta al ancla, la persona de Cristo mismo. Ninguna tormenta logrará desviarlo de su cometido: seguir a Jesús donde quiera que vaya.
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