Biblia

¡Bendecid el nombre de Dios! Levítico 24:10–23

¡Bendecid el nombre de Dios! Levítico 24:10–23

El nombre de Dios representa la suma de sus atributos y excelencias, que se manifiestan en portentosas obras. Por toda la Escritura se invita a los creyentes a exaltar y publicar el nombre de Dios, bendecirlo y darle la gloria que merece (Éxodo 9:16; 33:19; 2 Crónicas 6:33; 16:29; Salmos 8:1, 9; 23:3; 34:3; 103:1; Isaías 43:7; Hechos 4:12; Apocalipsis 2:3, 13). El cristiano que vive en comunión con él, comprende lo que significa su nombre y las implicaciones que tiene para su vida.

En el caso de Israel, Dios les dio a conocer su nombre a través de la ley. Las normas levíticas fueron dadas al pueblo escogido para hacer posible el acercamiento del hombre con Dios y enseñarle cómo podía vivir en santidad. En el caso del pueblo hebreo, cada uno de sus integrantes era responsable de alcanzar estos objetivos.

Los seres humanos frecuentemente nos rebelamos contra la clara enseñanza de la palabra de Dios a pesar de saber que es para nuestro bien. En ella se advierte que el conocimiento de Dios no es un ejercicio religioso o contemplativo y nada más. Es más bien el resultado de la obediencia. Conocer a Dios, por lo tanto es una experiencia y un saber vivencial y práctico.

Un claro ejemplo de lo anterior es el relato que aparece en este pasaje de Levítico. Desde el cap. 10 no se había presentado otro relato histórico. En aquel caso se usó para dar un ejemplo de cómo, a pesar de contar con una muy detallada enseñanza sobre el sistema sacrificial y la preparación de los siervos de Dios (caps. 1–9), dos hijos de Aarón (ministros oficiales) quebrantaron la ley ofreciendo fuego extraño (10:1).

De igual forma, a pesar de contar con las leyes de santidad (caps. 11–27) tenemos un ejemplo de un joven (civil) que quebrantó la ley blasfemando (el significado de “blasfemó” está definido por la palabra que sigue: “maldijo”, v. 11) el Nombre (de Dios). Esta era una falta grave. Por lo tanto, el joven también murió (como los hijos de Aarón), pero esta vez por lapidación a manos del pueblo (v. 23).

Al igual que en Levítico 10, esta historia es una advertencia para enseñarnos la importancia de cumplir la palabra de Dios o atenernos a las consecuencias por no hacerlo. Asimismo, nos presenta un ejemplo de obediencia. Al castigar al culpable en esa ocasión, Israel sí supo discernir bien la preeminencia que tiene ésta sobre la religiosidad (1 Samuel 15:22; Oseas 6:6; Mateo 12:7). La vida y testimonio del cristiano también deben caracterizarse por acatar incondicionalmente los mandamientos de Dios.

Por otro lado, este pasaje define la base legal que determinaba el castigo a los infractores de la ley de santidad (24:17–22): se les aplicaba la ley del talión.

CASTIGOS PARA EL INFRACTOR 24:1–23

El joven blasfemo 24:10–16, 23

De este relato aprendemos las siguientes lecciones, tanto positivas como negativas:

Inconveniencia de los matrimonios mixtos. Este tipo de matrimonios por lo regular tienen graves problemas y terminan desintegrándose. No en vano se dan detalles sobre el hogar del joven blasfemo (v. 10a), quien provenía de la unión (quizá sus padres no estaban realmente casados, sino que vivían en amasiato por la descripción del v. 10) de un egipcio y Selomit, una israelita.

Es explicable que habiendo estado en Egipto, los israelitas emparentaran con paganos, pero esto no era aprobado delante de Dios. La frase “era hijo de un egipcio” parece dar a entender que su padre ya no vivía en el conflictivo hogar. Aunque no se dice la edad del blasfemo, es posible que fuera muy joven, pues se le asocia directamente con el hogar materno.

La palabra de Dios es muy clara en cuanto al peligro de unirse con inconversos (Deuteronomio 7:1–4; 2 Corintios 6:14–18) porque ese tipo de relación frecuentemente provoca que el creyente se aleje de Dios y abandone su fe. A pesar de ello, es alarmante la cantidad de creyentes que caen en la trampa y terminan destruyendo su futuro y vida espiritual por no reflexionar en las implicaciones de esto antes de tomar las decisiones trascendentales de su vida.

El joven de esta historia refleja el carácter conflictivo de su hogar cuando riñó con un israelita (v. 10b). No se sabe por qué lo hizo ni el objeto o razón de la disputa. Sólo sabemos que en algún momento del conflicto reveló el torcido concepto de Dios que dominaba su vida porque al blasfemar contra el Señor, puso de manifiesto la formación que había recibido en su hogar y los efectos de una muy distante, si no es que inexistente (v. 11), relación con el Altísimo. Su vida y conducta (en especial su forma de hablar) eran asimismo la negación de toda la enseñanza de la ley y, por ende, del conocimiento de Dios y su verdad.

Es interesante que siempre se cumple el principio de que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). Aunque corría sangre israelita por sus venas y seguramente había recibido alguna enseñanza de las Escrituras, el corazón del blasfemo estaba todavía espiritualmente en Egipto, dominado por las fuerzas de las tinieblas y cautivo del pecado.

¡PENSEMOS!
Evalúe su vida familiar. Si tiene hijos: ¿están ellos entendidos de la importancia de conocer el nombre de Dios? ¿Son ellos discípulos del Señor? ?Cómo es su conducta? ¿Cómo se expresan de usted, de Dios, de los demás? ¿Les ha dado una buena formación mediante reglas de aseo, trabajo, horario de entrada y salida de casa, estudio y devoción a Dios? ¿Cumplen ellos gustosamente las reglas del hogar o se rebelan contra ellas? Considere la importancia de dedicar tiempo diariamente para atender a sus hijos y enseñarles las verdades bíblicas fundamentales para su formación. Así como las reglas del hogar que modelen en ellos la disciplina y el orden necesarios para ser hombres y mujeres de bien dondequiera que estén.

Ahora bien, aunque el blasfemo era responsable de sus actos (porque la ley de Dios remarca fuertemente la responsabilidad individual, véase 24:15), su conducta era una consecuencia muy común en los hogares mixtos. Todos los ejemplos de los problemas que hay en los matrimonios mixtos deben ser suficientes para convencernos de lo inconvenientes que son.

¡PENSEMOS!
A la luz de la enseñanza de este pasaje, ¿qué consejo le daría a un(a) cristiano(a) que esté considerando casarse con un inconverso(a)? ¿Qué opción le daría a cambio? ¿De qué manera afecta individual y colectivamente a la obra de Dios la formación de matrimonios mixtos? ¿Tiene en su iglesia o en su propia familia un plan de discipulado para guiar a sus hijos a conseguir una buena pareja, es decir, a una persona que comparta la misma fe? Generalmente estos temas toman desprevenidos a muchos creyentes. Tome sus precauciones. Pida a Dios y a su pastor le ayuden a formar en sus hijos una convicción de fidelidad al Señor y con la dirección de la palabra de Dios, comience a organizar su vida personal, su casa y su iglesia, de tal modo que resulte una experiencia dichosa para sus hijos. Quizá de esta manera, ellos tomen buenas decisiones en el futuro. Los hijos formados en el temor de Dios son la mayor honra que un padre puede recibir (Proverbios 10:1; 13:1; 15:20; 17:6; 27:11; 28:7; 29:17).

¿QUÉ COMUNIÓN (TIENE) LA LUZ

CON LAS TINIEBLAS?

¿O QUÉ PARTE EL CREYENTE

CON EL INCRÉDULO?

(2 CORINTIOS 6:14–15)

Aprendemos que la finalidad de la ley de santidad (caps. 11–27) es conocer el nombre de Dios. El pecado del blasfemo fue una negación y desobediencia flagrante de la ley de santidad. Dicha ley no tenía el propósito de cumplir con ritos y nada más; tampoco era una maraña de normas sin sentido para reglamentar la vida. Por encima de esto, estaba conocer el Nombre (o sea, la persona y obra de Dios); el cual es el verdadero fin de la ley para todos los creyentes de todas las épocas. Por esta razón, en la segunda sección principal de Levítico (caps. 11–27) se pone énfasis en el tema de cómo vivir en santidad de acuerdo al carácter revelado de Dios (su nombre) y de lo que a él le agrada (18:21; 19:12 [dos veces]; 20:3; 21:6; 22:2, 32; 24:11, 16 [dos veces]).

Y ELLOS SALIERON DE LA PRESENCIA

DEL CONCILIO, GOZOSOS DE HABER

SIDO TENIDOS POR DIGNOS DE PADECER

AFRENTA POR CAUSA DEL NOMBRE.

HECHOS 5:41

El Nombre representa todo lo que Dios es y hace, así como su carácter y sus acciones. Si no existía este conocimiento en el israelita, no tenía caso que intentara obedecer la ley. Eso sería un mero externalismo religioso (como el que Jesús condenó muchas veces) y no una genuina obediencia de corazón, basada en el conocimiento del Señor.

PARA UN CRISTIANO VERDADERO,

NO HAY NADA MÁS IMPORTANTE

QUE CONOCER EL NOMBRE DE DIOS

Y VIVIR POR ÉL.

¡PENSEMOS!
¿Cómo está su comunión con Dios? ¿Pasa usted un buen tiempo devocional diario con el Señor, orando y leyendo su palabra? ¿Se goza usted en conocer más y más acerca del Nombre? Explique su respuesta. ¿Qué medida práctica va a tomar para mejorar su comunión con Dios y su conocimiento del Nombre? ¿Cuándo va a comenzar a hacerlo?

Así como la finalidad de los mandatos del sistema de sacrificios (Levítico 1–10) era conocer la santidad de Dios (véase el cap. 3 de esta obra), el objetivo de la ley de santidad (caps. 11–27) era conocer el Nombre. Es por eso que los únicos dos pasajes narrativos del libro son importantes, porque representan una transición entre las dos secciones principales de Levítico y dan un ejemplo de cuál era la finalidad de la enseñanza de cada una de ellas.

En cada uno de los dos ejemplos (10:1–20 y 24:10–23) hay algo negativo y algo positivo. Lo negativo es lo que hicieron tanto Nadab y Abiú (que ofrecieron fuego extraño) y el joven (que blasfemó el Nombre). En el registro de ambos casos el problema básico que se da es de tipo espiritual. Lo positivo está representado por lo que hizo Dios (al vindicar su santidad) y lo que hizo el pueblo con el joven blasfemo (cumplir la ley de santidad y vindicar el Nombre). También se ve algo del trasfondo familiar en ambos casos. Uno de ellos era un hogar dedicado al ministerio y el otro, un matrimonio o unión entre creyente e inconverso.

Para entender esto gráficamente, vea el siguiente cuadro:

Comparación entre las dos
narraciones de Levítico
10:1–20 24:10–23
Finalidad de la enseñanza Conocer la santidad de Dios (caps. 1–10) Conocer el Nombre (caps. 11–27)
Problema (lo negativo) Nadad y Abiú ofrecieron fuego extraño contraviniendo la santidad de Dios expresada en el sistema sacrificial. El joven blasfemó (maldijo) el Nombre contraviniendo la ley de santidad.
Infractor Nadad y Abiú (ministros oficiales) El joven blasfemo (civil)
Hogar Familia de Leví (hogar piadoso) Mixto (creyente e inconverso)
La solución (Lo positivo) Dios castigó (“se santificó”) en Nadad y Abiú “en preséncia (para la enseñanza) de todo el pueblo” (10:3). De esta manera él mismo vindicó su santidad. El pueblo castigó al blasfemo en cumplimiento de la ley de santidad (“hicieron según Jehová había mandado a Moisés”, 24:23). De esta forma, vindicó el Nombre.
La iglesia debe conocer la santidad
y el nombre de Dios y vivir a la luz de ellos.

Las consecuencias que pueden acarrear nuestros actos y palabras. Resulta obvio que al blasfemar el Nombre (v. 11a), el muchacho no sólo expresó algo mal dicho, sino que reveló lo que había en su corazón (Mateo 15:19; Lucas 6:45). Por eso fue llamado a rendir cuentas (v. 11b). La palabra de Dios afirma que de toda palabra y obra hemos de dar cuenta (Mateo 12:36; 2 Corintios 5:10). Por eso, es muy importante tener un control estricto sobre nuestras acciones y palabras.

El joven fue puesto en la cárcel (v. 12) hasta que Dios revelara qué hacer con él. No hay enseñanza en la ley mosaica sobre la necesidad de las cárceles, porque los castigos al infractor debían ser inmediatos. Sin embargo, aquí y en Números 15:34 se menciona que sí existía algún tipo de privación de libertad. En este caso, quizá se esperaba que el joven recapacitara y se arrepintiera, pero no fue así

La sentencia para el blasfemo era la muerte (vv. 15–16). Según las costumbres del mundo antiguo, incluso los mismos familiares debían participar en la lapidación. No sabemos si este fue el caso. Una cosa de verdad difícil para los padres es sufrir la muerte de un hijo porque duele más que si les sucediera a ellos mismos.

La necesidad de la disciplina en el pueblo de Dios. Muchos cristianos se engañan creyendo que a Dios no le importa que pequen o que no los va a disciplinar aunque lo hagan. Otros ven la disciplina como algo desagradable; hasta llegan a considerar que es una injusticia o que Dios la aplica para mal. Sin embargo, él usa la disciplina con varios propósitos y todos ellos para nuestro bien:

  1. Mediante ella, el Padre celestial confirma nuestra filiación de hijos suyos (Hebreos 12:6–7).
  2. Demuestra también que nos ama (Hebreos 12:6).
  3. El fin de la disciplina no es castigar, sino restaurar al pecador a la comunión con Dios (Hebreos 12:12–13).
  4. Produce en nosotros la madurez y el carácter santo para vivir una vida justa (Hebreos 12:11), alejada del pecado.

El pecado es algo serio y el creyente no debe tener ninguna comunión con él. Si permitimos que nos controle el pecado, ponemos en grave riesgo nuestro crecimiento espiritual y aún la continuidad de nuestra vida terrenal (1 Corintios 11:29–32). La advertencia de Dios en este sentido es muy seria y debemos tomarla muy en cuenta.

LA DISCIPLINA DEBE COMENZAR

POR LA CASA DE DIOS

(1 PEDRO 4:16–17).

¡PENSEMOS!
Tenemos un Padre amoroso que nos guía positivamente hacia la santidad y nos previene de caer en el pecado con toda su secuela de sufrimientos y amarguras. Cúrese en salud. Mantenga una disciplina personal de oración, estudio de la palabra, comunión con la iglesia y testimonio a los inconversos para que el pecado no tenga oportunidad de destruirlo. Si ha pecado, haga uso del jabón espiritual que se encuentra en 1 Juan 1:9 para lavar sus pecados.

La ley del talión 24:17–22

La experiencia con el blasfemo fue la ocasión para que Dios revelara la base de los castigos que debían aplicarse a todos aquellos que quebrantaran la ley. Esta base es la ley del talión o de la compensación.

Dicha ley se deriva del principio de que los castigos deben ser simétricos o equiparables a los delitos cometidos. La mejor manera de honrar o reparar (cuando es posible) el daño a las víctimas es por medio de la ley de compensación. La ley del talión es de aplicación nacional. Sólo el estado debe tener la autoridad para aplicarla y ningún individuo o grupo puede tomar la justicia en sus manos.

Este pasaje también enseña la responsabilidad individual del infractor. Cada quien debe llevar “su iniquidad” (v. 15; compárese con Ezequiel 33:10–20). No deben pagar justos por pecadores, ni delegar en otros la responsabilidad de nuestros malos actos.

Muchas naciones han eliminado de sus códigos legales la ley del talión, especialmente en los casos de homicidio, en los que se aplicaría la ejecución del delincuente o pena capital. Sin embargo, en los países donde las leyes aplican castigos blandos, es donde hay mayor incidencia de actos criminales y una inequitativa impartición de justicia. Los que se oponen a la aplicación de la pena capital argumentan que:

  1. La ley de la compensación en los casos de homicidio es inhumana, porque se castiga a un crimen con otro crimen.
  2. Que no permite la regeneración del delincuente (porque muere).
  3. Que no previene ni extingue la conducta homicida en la sociedad

A pesar de estos argumentos, hay mucha información que señala que sí se puede disminuir considerablemente la incidencia de muchos delitos cuando se aplican castigos ejemplares, como los que se describen en la ley del talión.

Hay otro aspecto de la ley del talión que se relaciona con el creyente. En Gálatas 6:8 aparece esta ley en relación con la vida del creyente. La ley de compensación funciona en nosotros los cristianos en el sentido de que, de acuerdo a nuestra dedicación y esfuerzo de cultivar el crecimiento en todas las áreas de la vida y sobre todo en la espiritual (siembra), así obtendremos resultados (siega).

Aunque no exista la ley del talión en las leyes del mundo (debido a que el conocimiento del Nombre se ha atrofiado), ésta sí funciona actualmente. Dios lleva el control de nuestros actos y muchas veces permite que cosechemos las consecuencias de éstos. Cuando no es así, es porque el Señor prolonga su misericordia sobre nuestra vida. Pero la paciencia del Señor debe servirnos para modificar nuestra conducta (pensamientos, palabras y acciones) y fortalecer nuestro compromiso con él.

Los cristianos debemos reforzar el aprendizaje de las reglas (de Dios, civiles, de urbanidad, escolares) en nuestros hijos y no solapar sus actos, o detener el castigo por sus malos actos. No debemos pensar que le hacemos un bien a nuestros hijos cuando les privamos del dolor o de padecer las consecuencias de sus errores (Proverbios 13:24; 19:18). La conducta ejemplar del individuo se debe basar en la observancia de leyes y, cuando transgreda éstas, también de la aplicación de castigos ejemplares.

¡PENSEMOS!
Los cristianos podemos provocar que el Nombre sea blasfemado cuando descuidamos nuestro testimonio (1 Timoteo 6:1). Además, cuando nos apartamos de la sana doctrina (el conocimiento del Nombre), podemos caer en blasfemia (la negación del Nombre; 1 Timoteo 6:3–5). Cuidemos nuestro testimonio y sigamos la sana doctrina para que el Nombre divino sea alabado.

Vazquez, B. (1997). Estudios Bı́blicos ELA: Cómo vivir en santidad (Levı́tico) (93). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.