Bosquejo de sermón: Renueva tu pasión
por Raymundo Pascual
La pasión en el ministerio se logra renovar mediante acciones deliberadas.
Compartido por: Raymundo Pascual, Iglesia Cristiana Evangélica, Paraguay
Texto bíblico: 2 Timoteo 1
Mensaje central: La pasión en el ministerio se logra renovar mediante acciones deliberadas.
Título del sermón: Renueva tu pasión
Contexto
Muchos opinan que esta es la última carta que escribió Pablo. Estaba en la cárcel y el desenlace de su juicio era inminente. La iglesia, que había crecido rápidamente durante los primeros veinticinco años después de Pentecostés, afrontaba serias persecuciones. La primera generación de líderes iba pasando y la nueva debía tomar la responsabilidad de cuidar las congregaciones establecidas. Muchos habían abandonado a Pablo en Roma, aunque Lucas permanecía a su lado. La preocupación del Apóstol era evitar que su discípulo Timoteo se desviara del camino al que Dios lo había llamado. En la segunda carta que Pablo le dirigió deja una especie de testamento para el joven líder, una guía de las principales verdades que debían guiar el ministerio de Timoteo.
1. Recuerde su herencia
«Doy gracias a Dios, a quien sirvo con limpia conciencia como lo hicieron mis antepasados, de que sin cesar, noche y día, me acuerdo de ti en mis oraciones, deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de alegría. Porque tengo presente la fe sincera (no fingida) que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también» (2Ti 1.3-5 – NBLH)
Todos formamos parte de una historia que comenzó antes de nuestra vida. Otros contribuyeron, con oración, amistad, perseverancia y valentía, para que nosotros llegáramos al conocimiento de la verdad. El esfuerzo y el cariño que ellos invirtieron en nosotros debe motivarnos a vivir de tal manera que sientan que su inversión no ha sido defraudada. A la misma vez, su ejemplo debe impulsarnos a convertirnos en aquellas personas que llevan a cabo una obra similar en la vida de quienes aún no llegan a ser parte de la familia.
Gran parte de los errores que cometemos en la vida encuentran sus raíces en nuestra tendencia a olvidar. Olvidamos lo que otros nos enseñaron, el ejemplo que recibimos, las lecciones que aprendimos o la familia de la que provenimos. La persona que acostumbra recordar aquello que recibió de otros con toda probabilidad observará que reduce de manera notable la cantidad de errores que comete por el camino, pues siempre lo acompañará la sabiduría de una comunidad que ha formado parte de su vida.
2. Avive su don espiritual
«Por lo cual te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Ti1.6-7).
Esa herencia espiritual, tan rica en la vida de Timoteo le exige una respuesta: ¡Que no esconda su luz debajo de la cama! Tal actitud, sin embargo, solamente puede convertirse en realidad cuando estamos dispuestos a darle la espalda a los temores que paralizan nuestra existencia. Precisamente, el temor llevó a Jonás a huir de la misión a la que Dios lo había llamado. El temor doblegó a los padres del ciego ante los fariseos. Por temor diez de los doce espías prefirieron quedarse en el desierto, y ese mismo espíritu llevó al siervo infiel a optar por enterrar el único talento que su señor le había encomendado.
Pablo anima a Timoteo a que sea esforzado y valiente, tal como Moisés exhortó a Josué. Se requiere cierta locura para emprender los proyectos de Dios, pues contradicen toda lógica humana. El Apóstol entendía que un espíritu tímido rápidamente claudicaría ante las objeciones y los obstáculos que se le presentaran en el ministerio. Por eso, como con una pequeña braza de un fuego que se ha apagado, resultaba imperativo apantallar el calor para que volviera a cobrar vigor.
Debemos tomar nota del hecho que el poder, el dominio propio y el amor que requerimos para perseverar no lo tenemos que fabricar nosotros. Ya nos lo dieron, en Cristo Jesús. La exhortación de Pablo no es a que intente construir estas cualidades, sino a que les dé espacio para que consiga expresarlas en toda su plenitud. Los primeros pasos de esta aventura pueden resultar incómodos, pero en la medida de que el discípulo persiste sentirá cómo cobra vida su corazón y avanza cada vez con mayor confianza.
3. No se deje intimidar
«Por tanto, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, prisionero Suyo, sino participa conmigo en las aflicciones por el evangelio (las buenas nuevas), según el poder de Dios» (2Ti 1.8).
Si continúa leyendo en el pasaje observará que Pablo exhorta a Timoteo a que imite su propio ejemplo. En el verso 12 el Apóstol declara: «Por lo cual también sufro estas cosas, pero no me avergüenzo. Porque yo sé en quién he creído, y estoy convencido de que El es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día».
La vergüenza envuelve con facilidad al hombre caído, pero no por las razones correctas. La vergüenza que proviene del pecado nos lleva a disculparnos por aquello de lo que deberíamos sentirnos orgullosos, y a enorgullecernos de aquello por lo que deberíamos sentir vergüenza. Esta distorsión lleva al hijo de Dios a que, en una diversidad de situaciones, prefiera esconder su identidad de aquellos que no andan en luz. Quizás en el trabajo uno no quiera quedar de lado con sus compañeros, o entre los parientes. En el afán por integrarse acaba borroneando aquellas características que nos distinguen como pueblo de Dios.
La exhortación del Apóstol para el joven Timoteo es que nunca arribe a ese punto en la vida donde termina pidiendo disculpas por ser discípulo de Jesús, porque la perspectiva celestial del pueblo de Dios es que siempre somos mayoría. En esta experiencia particular que pasaba Pablo, sin embargo, se veía con toda claridad que seguir a Jesús implicaba pagar un precio. En el caso del Apóstol, yacía en cadenas en una cárcel en Roma. A muchos otros también los perseguían por su fe, y seguramente, en algún momento, Timoteo se habría preguntado si valía la pena el testimonio que daban de ser cristianos.
Pablo deseaba dejar en claro que el seguidor de Jesús no puede nunca perder algo ante el mundo, aun cuando le quitaran la vida. La victoria, a la que se nos ha permitido participar nos convierte en intocables. Nuestra herencia está asegurada, porque Dios la compró con la sangre de Jesús y ningún ser humano logrará arrebatárnosla. Una postura de orgullo y confianza es uno de los factores que traen ese renuevo a la vida, factor esencial para avanzar firmes en el camino de la fe.
4. Guarde el buen depósito
«Retén la norma de las sanas palabras que has oído de mí, en la fe y el amor en Cristo Jesús. Guarda, mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros, el tesoro que te ha sido encomendado» (2Ti 1.13-14).
La continuidad de la iglesia, de una generación a otra, depende mucho del compromiso que la misma asuma con mantener la fidelidad a la Palabra de Dios. Pablo advierte a Timoteo que se resista a la tentación de modificar, adaptar o diluir la Verdad por tratar de acomodarla mejor a los antojos y las modas de quienes la escuchan.
Su advertencia no resulta innecesaria. A lo largo de los siglos, la iglesia ha transitado una y otra vez por este mismo camino. Al descubrir que los oyentes encuentra dura la Palabra de Verdad, intentan suavizarla adaptándola al momento que vive la gente. Los resultados siempre han sido nefastos. En lugar de atraer a más personas, acaba perdiendo terreno y su eficacia como instrumento de transformación se ve seriamente afectada. De ser una comunidad en proceso de redención pasa a una sociedad de personas que comparten una misma religión.
Nunca en el cumplimiento de su deber, se le ha extendido al ministro una licencia para que modifique la Palabra de Dios. Su responsabilidad es servir como vocero fiel y limpio, a fin de que la Verdad fluya sin impedimentos en su vida completa, no solamente como instrumento verbal, sino también mostrándose como ejemplo en todo lugar y momento.
Es importante que entendamos que no hemos recibido el llamado a defender la Palabra de Dios, ni a tratar de ajustarla a los razonamientos que encuentra aceptables la sociedad. Nuestra función es proclamarla. La tarea de respaldar la Palabra y demostrar que es confiable corresponde por entero al Señor. El buen ministro de la Palabra puede descansar en el hecho de que su función no está desvinculada del accionar de Dios, que se da en todos los planos de la existencia del ser humano.