Callos en el alma
por Lidia de Masalyka
«Mira, ya tengo el alma encallecida, nada me sorprende, y no me afecta ¡he pasado por tantas!» ¿Claro que están afectadas por el sufrimiento! Tal vez por un tiempo funcionen, pero el roce continuo con situaciones duras hará que su corazón amoroso y tierno se transforme en un corazón de piedra. ¿Cómo pueden las mujeres en el liderazgo manejar esas situaciones dolorosas y no caer en el endurecimiento de corazón?
Dolor
¡Oh, dolor! buen amigo, buen maestro de escuela,gran artífice de almas,incomparable espuelapara el rebelde corcel Hiere, hiere hasta el fin.A ver si de ese modo con un poco de lodo forjas un serafín.
Amado Nervo
Estos últimos años he viajado mucho, y eso me ha brindado la oportunidad de hablar más íntimamente con esposas de pastores y mujeres líderes, que entre lágrimas que asoman detrás de una sonrisa forzada dicen: «Mira, ya tengo el alma encallecida, nada me sorprende, y no me afecta ¡he pasado por tantas!»
Puedo descubrir la raíz venenosa de la amargura escondiéndose sutilmente. ¡Sí, están afectadas! Sólo se han puesto un escudo de insensibilidad para no sufrir demasiado. Saben que deben seguir al lado de su esposo, cumplir con sus responsabilidades en la iglesia, en su hogar y donde las necesiten. Tal vez por un tiempo funcionen, pero el roce continuo con situaciones duras hará que su corazón amoroso y tierno se transforme en un corazón de piedra.
¿Cómo manejar esas situaciones dolorosas?
Veo en mi propia vida que puedo sobrellevar muchas aflicciones de la gente que me rodea: pasar tiempo con una hermana antes de que entre al quirófano con diagnóstico de cáncer; llorar a su lado; permanecer horas en velatorios y sepelios; compartir momentos críticos de las familias; dar consejos; organizar colectas para ayudar a los necesitados, etcétera.
Sin embargo, tuve que aprender por medio de la Palabra de Dios a superar las heridas infligidas a mis sentimientos a través de críticas injustas, malos entendidos y envidias (especialmente las provenientes de otros líderes). He aplicado sus principios para ser capaz de morir mil veces y agachar la cabeza pidiendo perdón. Puedo testificar que eso me ha permitido seguir «cuerda» al frente de la misma Iglesia. (¡Ya casi 25 años!)
No obstante, debo pedir al Espíritu Santo que cubra mi mente cuando se producen algunos hechos. Valgan estos ejemplos:
- El abandono por ingratitud.
- Personas que causan conflictos porque no quieren cambiar.
- Los que le dan la espalda a Dios por amor al mundo (aunque tengan una buena relación con nosotros).
1. El abandono por ingratitud.
Recuerdo a una señorita poseída por demonios en un estado de locura total. Si no la llevábamos a nuestra casa, su familia la iba a internar en un manicomio. Dios nos llenó de misericordia para tenerla con nosotros casi cuatro meses, en una lucha sin descanso. Muchos me advertían que podía ser dañino para mis niños, pero teníamos la seguridad de que Dios aprobaba lo que estábamos haciendo. Tanto mi esposo como yo nos desgastamos cuidándola noches enteras, orando y leyendo la Biblia. Logró ir saliendo del abismo, y fue maravilloso observar cómo el poder de Jesús la iba transformando.
Luego de unos meses llegó al final de un culto para decirme: «Vengo a despedirme, ya que visité una iglesia que me gustó mucho más. Allí Dios se mueve de una forma especial, qué sé yo ES MÁS ALEGRE (¡¡en realidad tenía música más estrepitosa!!) Yo necesito más alegría, aquí se llora demasiado »
Si algo he aprendido es a no tratar de retener a nadie. Tal como lo había decidido se fue a esa gozosa congregación, donde sería un ser anónimo entre miles y en la que nadie la asistiría personalmente. Entonces, ¿a quién llamaba cada vez que tenía problemas o dudas? Amigo lector, adivinó: ¡a mí! En esos momentos venían a mis pensamientos las frases siguientes: «¿Por qué no le dices que la atienda la otra pastora?» o «Perdón, ahora estoy muy ocupada » Pero podía escuchar al Señor diciendo: «El amor olvida los errores » «Si hacéis bien a los que hacen bien, ¿qué recompensa tenéis? Porque los pecadores hacen lo mismo» «Amad, haced bien no esperando nada y vuestra recompensa será grande y seréis Hijos del Altísimo».
Cuando me hieren tan ingratamente recuerdo el proverbio: «El hombre saciado y harto desprecia el panal de miel» (Pr. 27:7).
Uno invierte tiempo, energía y dinero. Y el comprobar no sólo la infidelidad, sino también el intento de algunos de desprestigiar «la colmena» que los alimentó duele y mucho.
«En sus pastos se saciaron y una vez repletos se ensoberbeció su corazón. Por esta causa se olvidaron de mí, dice el Señor» (Os. 13:6).
«Engordó Jesurún y dio coces a su Creador, entonces abandonó a Dios que lo hizo y menospreció la Roca de su Salvación» (Dt. 32:15).
Yo percibo que a Dios le duele como a mí. Pero Él me obliga a ser benigna y misericordiosa, porque soy su hija.
2. Personas que causan conflictos porque no quieren cambiar.
Años atrás, una familia muy querida y trabajadora, ligada al liderazgo de la iglesia, comenzó a entrar en una crisis económica y de integridad. A pesar de nuestros consejos no solucionaron su problema, y éste estalló en un hecho grave que afectó a la congregación. Se siguieron todos los pasos conocidos, incluyendo una asamblea disciplinaria donde se mezclaron el amor, el dolor y el perdón de todos. Sin embargo, el orgullo herido y la vergüenza ganaron terreno, y rechazaron la gracia salvadora. Recuerdo que no podía librarme de los sentimientos de culpa: ¿Habré hecho todo lo que estaba a mi alcance? ¿Las enseñanzas habrán sido suficientemente claras? Hasta que recordé el texto: «Al que cause problemas después de una y otra amonestación, deséchalo; sabiendo que el tal se ha pervertido y que peca y está condenado por su propio juicio» (Tit. 3:10, 11) (Porque pecó a sabiendas).
Esta instrucción me ha dado descanso espiritual. Si yo cumplo con mi deber de enseñar correctamente la Palabra y advertir con claridad las consecuencias de apartarse de ella, soy libre y la persona debe responder sólo a Dios.
Cada tanto predico sobre Juan 12:48: «El que me rechaza y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue, la Palabra que he hablado ella lo juzgará en el día final».
«El que desprecia estas enseñanzas no desprecia a ningún hombre sino a Dios que les ha dado a ustedes su Espíritu Santo» (1 Ts. 4:8 VP).
3. Los que le dan la espalda a Dios por amor al mundo.
«Ya sabes esto, que me abandonaron todos los que están en Asia. Demas me ha abandonado amando este mundo» (San Pablo a Timoteo).
Muchas veces esa fue la experiencia de los santos: el olvido, la soledad. Sin embargo, nada entristece más al alma que ver a los miembros desertar de las filas del evangelio. Me imagino la angustia de Josué al percibir la apostasía de su pueblo y despedirse advirtiendo: «Si no erradican a los enemigos ellos serán por látigo, azotes y espinas». Los obligó a tomar una decisión, poniéndose él y su familia como ejemplo de que en ellos primaba el Señor.
Cuánta pena da encontrarse con algunas mujeres jóvenes que fueron niñas preciosas y especiales, pero que al crecer quisieron probar el mundo y hoy se ven envejecidas, arrastrando miserias y hogares destruidos.
Un sábado entré a la cárcel para predicar en la escuela de la penitenciaría. Caminaba con cierta aprensión por esa extraña «ciudad» cuando escuché que me llamaban por un pasillo. Enseguida reconocí a un hermano que había estado en la congregación por un par de años. Me acordé de qué manera por intercesión de su madre y de la iglesia el Señor había hecho el milagro de liberarlo del alcoholismo y sanarlo de su cirrosis. Tocaba el cielo con las manos, consiguió un trabajo digno. Se veía rejuvenecido, un hombre hermoso Pero un día nos enteramos de que había participado en un robo.
Allí en la cárcel le pregunté: «¿Qué pasó?» Bajó su mirada sin brillo, las lágrimas corrían por sus ojeras «Mi error fue no cortar con mis amigos de antes. Ustedes me enseñaron que tarde o temprano me arrastrarían al mal. Acepté salir y tomar de nuevo. Lo único que recuerdo es que aparecí en un vehículo con un arma en la mano. Después me enteré de que habían asaltado una empresa y matado al sereno. Sé que voy a morir aquí».
¿Sabe que su mamá está agonizando de cáncer? le comenté.
Sí, dígale cuando la vea que por favor me perdone contestó entre sollozos.
Debía seguir mi camino, pero añadí: «Vuélvase al Señor, él es amplio en perdonar». Pero él negó con su cabeza y respondió: «No, yo estoy condenado».
Llegamos al aula donde ya estaban reunidos casi 40 reclusos, quienes alababan al Señor acompañados de una guitarra. Celebramos una Santa Cena muy singular. Un envase de plástico por cáliz nos recordaba la gracia salvadora de Jesús.
Al terminar un joven me abrazó mientras me decía: «Usted no se acuerda de mí pero yo fui al Centro Cristiano con mi mamá cuando era adolescente. Después nos cambiamos de barrio, pero me acuerdo de (me nombró a algunos maestros)».
Asombrada le pregunté: «¿Y qué pasó?».
Me gustó la calle fue su respuesta.
Yo sabía que era la verdad, pero quería un poco de emoción.
Veo que la encontraste, ¿no?
Es muy difícil aquí. Estoy tratando de volver pero me cuesta mucho.
Mientras regresaba a casa no podía dejar de pensar en todos estos casos.
¿Habíamos fallado como pastores? Entonces se hizo vívida la parábola del sembrador: diferentes terrenos, distintas actitudes y respuestas. La semilla es buena; si halla cabida en un corazón recto dará fruto con perseverancia. Luché contra los pensamientos derrotistas. Satanás magnifica lo negativo o nos lleva a generalizar: si alguien nos desilusiona, imaginaremos que todos los creyentes son iguales. Si vemos con atención, entre los que defraudaron al apóstol encontramos que la familia de Onesíforo «muchas veces me buscó, me confortó, y no se avergonzó de mis cadenas». «Aunque todos me desampararon el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas; así fui librado de la boca del león, y el Señor me librará de toda obra mala y me preservará para su reino celestial».
Hay que valorar a la gente fiel que nos acompaña. Esa ayuda está hoy a nuestro alcance para que terminemos la misión con un corazón tierno. Y el dolor o la soledad serán para asemejarnos más al Maestro.
Soledad, yo conozco tus amarguras, también tus amarguras en cuyo fondohay siempre inesperadas gotas de miel.Soledad, yo he bebido todos tus goces. Soledad, muda y sabia, tú a Dios conoces.¡Llévame a Él!
Amado Nervo
Lidia de Masalyka y su esposo se encuentran al frente del Centro Cristiano de Córdoba, Argentina, desde hace 23 años. Durante este tiempo la iglesia ha fundado 17 iglesias anexos y enviado 17 familias al campo misionero en distintas naciones; además, ambos pertenecen a la Comisión Nacional de Misiones de la Unión de las Asambleas de Dios, ayudando a cubrir la necesidad espiritual y práctica de más de 120 misioneros. Como miembro del movimiento AD 2000 Mujeres, la autora imparte también conferencias sobre misiones y educación cristiana.
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Apuntes Pastorales. Volumen XVII, número 2 / enero marzo 2000