Claves para la formación de líderes
por Enrique Zapata
Se comparten las lecciones aprendidas por un pastor latino en la lenta y apasionante tarea de desarrollar a hombres y a mujeres fieles que sean capaces de cumplir con eficacia la obra de Dios.
Mucho me temo que la falta de líderes buenos que tenemos es un resultado de nuestra falta pastoral. No hemos cumplido con diligencia el mandamiento pastoral (2Ti. 2.2) de preparar hombres fieles e idóneos para el ministerio. No le hemos dado la prioridad que Jesús le dio en formar sus 12 apóstoles. Después de 3 años pudo dejar su lugar con hombres que pudieran cumplir y aun extender su ministerio.
Nosotros culpamos a los seminarios e institutos por no preparar los hombres que necesitamos y ellos nos culpan a nosotros. Es muy probable que la situación fuera muy diferente si nosotros tomásemos con gran diligencia y perseverancia la tarea de producir pastores hijos y nietos.
Pablo, cuando habló a Timoteo, estaba hablando a un pastor hijo, sin embargo lo estaba guiando a tener a sus propios hombres que también serían pastores (II Tim. 2.2). Timoteo había sido formado por Pablo y lo había visto formar también a otros. Ahora es alentado a cumplir la misma tarea.
Tal vez este mandamiento a pastores es uno de los menos obedecidos de las Escrituras. Nosotros predicamos, oramos, evangelizamos, etc., pero hay pocos pastores que se han reproducido pastoralmente; sólo algunos pueden nombrar a sus Timoteos y Titos.
Sin embargo, en el Nuevo Testamento encontramos que era una parte misma del ministerio. No sólo Jesús fue quien formó a sus hombres, sino Juan a sus discípulos, Bernabé con Pablo y Juan Marcos, Pablo con Timoteo y Tito y cuántos más.
«El que no llora, no mama», dice una música popular y es una gran verdad en relación a la formación de ministros. En toda iglesia hay gente que siempre está llorando por una cosa u otra. Pastoralmente vamos corriendo para ayudarlos, aconsejar los y «darles de mamar». El problema es que rara vez esa clase de creyente llega a algo. Los llorones, los «eternos» bebés espirituales no llegan a reproducirse casi nunca. Mueren llorando, siempre con algún problema u otro.
Los hombres que van a llegar a ser soldados militantes para el Señor no son los que más «lloran», entonces «no maman». Sin» embargo, necesitamos entender que son estos hombres, idóneos y fieles que no están en un lío tras otro, a quienes debemos estar formando en forma especial.
Ellos son los que en el día de mañana deberán ser capaces de ministrar eficazmente. Ellos no demandarán de nosotros tiempo, no andarán tras nosotros «llorando», sin embargo son una inversión para la eternidad. Debemos tomar la decisión a obedecer la orden de 2 Timoteo 2.2, buscar hombres fieles e idóneos y prepararlos para el ministerio. Esa decisión significa apartar tiempo para invertir en sus vidas y no perder todo el tiempo, las fuerzas y ser «ahogados» por las lágrimas de los llorones.
«Nadie viene a mi clase de capacitación», se quejaba un pastor. «Mi gente no quiere capacitarse en una forma seria». «¿Cuántas clases tuvo Jesús de manera formal?», le pregunté. «¿Cómo los formó Jesús?» Muchos, como este pastor, nos desilusionamos porque la gente no viene corriendo a nuestra clase de formación. ¿Por qué es eso?
He entendido una verdad muy sencilla pero vital. En el seminario, mis alumnos están siempre mirando el reloj para ver cuándo termina la clase. Sin embargo, si los invito a casa para charlar juntos, pasan horas preguntando y escuchando, sin mirar el reloj. ¿Cuál es la diferencia? Las personas buscan más que información, buscan una relación, el compartir. Jesús no invitó a sus hombres a tomar unos cursillos o materias para prepararlos. El los invitó a seguirlo, a caminar con El, a observarlo y ser compañeros. No encontramos un currículo formal sino a ellos día tras día experimentando el ministerio y la vida misma junto a El. Ellos aprendieron porque, primero, vio a Jesús hacer el ministerio; después preguntaban lo que no entendían.
Decimos «Sí, sí, yo sé», pero ¿cuando fue la última vez que usted invitó a alguien a acompañarlo mientras usted testificaba? Y, ¿a quién invitó esa última vez? Lo sabemos pero no lo hacemos y por eso fracasamos. Tal vez tendríamos que preguntar ¿por qué no lo hacemos?
La primera excusa que usamos es la falta de tiempo. «No tengo tiempo para hacerlo». ¿Por qué no tenemos tiempo? Primero, porque no hemos formado personas, entonces tenemos que hacer todo nosotros. Segundo, porque estamos invirtiendo todo nuestro tiempo con los que lloran y no dedicando buena parte de él a la gente significativa para la eternidad. Tercero, tal vez porque tenemos miedo; miedo a ser superados o que vean nuestras debilidades. Tal vez pueda ser que nadie nos discípulo a nosotros, entonces tampoco sabemos cómo hacerlo.
El último fue mi caso: yo quería, como joven, ser discipulado y formado. El pastor predicaba sobre la importancia de testificar, sin embargo yo tenía miedo. Le pregunté si podría ir con él, para ver como lo hacía. Los meses pasaban y él nunca encontraba el tiempo. Después fui al seminario, tomé un curso en evangelismo pero nunca salimos, ni una vez con el profesor. Al fin, con algunos amigos empezamos a salir juntos y allí aprendimos la batalla. No eran los cursos, sino el proceso.
Desde ese tiempo he llevado muchas personas a testificar y a ministrar conmigo. No debemos dejar que las razones y excusas nos paralicen para hacer la buena obra, tal como Jesús dijo que la hiciéramos. Encontré que no tenía que esperar a hacer las cosas perfectas para poder llevar a otros conmigo; sí necesitaba ser honesto. Ellos ya saben que no soy perfecto y que no voy a hacerlo perfectamente, sin embargo, cuando ven que Dios aun así me puede usar, aprenden que, aun así. Dios también los puede usar a ellos. Una de las lecciones más grandes que tienen que aprender, y así lo hacen, es que Dios usa gente disponible, imperfectos pero dispuestos a El. No es por el talento ni la perfección de uno, sino por la gracia de Dios.
¿A QUIENES?
El primer paso es escoger la «materia prima», hombres que en la eternidad valdrán la pena. Encontramos a Jesús orando mucho antes de escoger a sus hombres; sin duda, tenemos que hacer lo mismo. Por otra parte, encontramos en Jesús y Pablo ciertos principios que pueden guiarnos. Uno de ellos: hay muchos que desean ser formados, pero debemos evitarlos si no están dispuestos a pagar el precio (Le. 9.57-62).
Hay jóvenes y hombres que por la gloria de ser un discípulo tuyo, querrán estar contigo, pero no quieren una cruz ni negarse a sí mismos. Cuando un hombre joven en mi iglesia viene y quiere hacer grandes cosas, lo mando a arreglar la iglesia, a realizar tareas de servicio. Si desaparece y escapa es porque no está dispuesto realmente a servir al Señor. Quiere gloria sin servicio.
Segundo, deben ser hombres dispuestos a estar con nosotros y más que todo con el Señor (Marcos 3.13-15). Cuando un hombre no está dispuesto, a hacer tiempo para estar con el Señor, nunca va a llegar a ser algo significativo en el Reino de los cielos. Debe ser un hombre que encuentre tiempo para su devocional y estudio de la Palabra. Con él hay grandes posibilidades. Ese hombre necesita no sólo querer tener tiempo con el Señor, sino también estar dispuesto a hacer el tiempo para estar, contigo. No estamos hablando de un desocupado. Al contrario, todos los hombres que Jesús llamó eran hombres activos (no busquemos ociosos para el servicio del Señor). La mayoría de los hombres que yo he formado han sido hombres ocupados aunque dispuestos a pagar un precio alto para estar juntos y crecer. Con algunos ha significado reunimos temprano a la mañana, o tarde a la noche, o todos los sábados a la mañana. Formar hombres requiere tiempo, sin él es imposible hacer mucho.
Siempre pensé, ¿donde voy a encontrar hombres así?, pero siempre estoy orando y cada año el Señor me da dos o tres que puedo formar. No debemos pretender tener grandes números porque Jesús tuvo sólo 12 y El trabajaba tiempo completo en ese ministerio. Muchos de nosotros no trabajamos tiempo completo en un ministerio, entonces no debemos pretender poder hacer lo mismo.
Tercero, encontramos que eran hombres con potencia para ministrar. (Mr 3.14,15). No buscamos hombres que sólo quieran aprender, sino dispuestos y aptos para ministrar. El apóstol Pablo lo pone en otra forma: «hombres fieles que sean idóneos para enseñar». Mi oración, año tras año, ha sido: «Señor, tráeme los hombres que son fieles e idóneos que debo preparar». Puedo mirar atrás por casi 20 años de ministerio y alabar a Dios por los hombres que he tenido el privilegio de formal y que hoy son pastores o líderes. Necesitamos hombres fieles, hombres que no van a se! fabricantes de la verdad, sino que van a ser fieles a ella, «la fe ha sido una vez dada a los santos» (Judas 3). Pablo dice a Timoteo que debe encargar o depositar en ellos ese mensaje que está bien atestiguado delante de muchos (2 Tim 2.2), en estos hombres que van a enseñarlo también a otros. En otras palabras, no estamos buscando «picos de oro», grandes oradores que van a inventar y fabricar sus propios mensajes para su propia honra y gloria. Buscamos hombres dispuestos a ser un eslabón más en la cadena de comunicación de Dios, repitiendo con idoneidad y fidelidad los grandes tesoros del mensaje de Jesucristo y las obras de Dios.
APRENDE A MIRAR AL FUTURO
Al comienzo, después de mi primer año de intento, me sentí bastante desilusionado con mi tarea de tratar de formar hombres. No veía el progreso que yo esperaba y en ocasión hacía cosas que me hacían dudar de mi selección. Fui de vacaciones y volví a los evangelios para tratar de entender mis errores, qué era lo que estaba haciendo mal o qué no estaba haciendo. Mientras más leía los evangelios, más me daba cuenta que Jesús, el maestro perfecto, tuvo los mismos problemas con sus discípulos que yo, sólo que El miraba al futuro y sus posibilidades. Cómo me gozé al encontrar que ellos también lo habían abandonado en ocasiones, que peleaban entre ellos, discutían con Jesús y no entendían la primera vez. Requirió tres años de tiempo y la obra del Espíritu para lograr una preparación buena. Estuve desalentado porque pretendía que en meses llegaran a ser supersantos y campeones de la fe. La formación de hombres requiere tiempo, perseverancia y paciencia. Entendí que si insumió tres años al Señor, el gran Maestro, es lógico pensar que a mí me va a requerir, cuanto menos, igual que a El. Hay que aprender a tener paciencia y mirar el fruto anticipadamente.
CADA PROBLEMA, UNA OPORTUNIDAD
También entendí que los problemas son las oportunidades para formar el carácter y desarrollar comprensión. Jesús usaba cada uno de los problemas como oportunidades para ayudar a los discípulos a entender verdades espirituales profundas. No es la lección en el aula la que es recordada, sino la aclaración en el campo de batalla, el consejo en el momento de la pelea. Jesús había terminado una de sus grandes clases en Marcos 4.1-34, sin embargo en vs. 35-38 los discípulos estaban con pánico, habiendo olvidado toda la clase previa. Era en la tormenta donde aprendieron la verdad de la fe, no en la clase. La clase los preparó para aprender en la tormenta.
Jesús no los abandonó cuando ellos fracasaron; al contrario, usó cada situación positivamente. Así también necesitamos hacer nosotros. Nuestra tendencia natural es que cuando han fracasado, les damos un palo para remachar la lección en su vida; lo que estamos realmente remachando es el fracaso, no la lección.
CLAVES
Ahora han pasado los años y no estoy desalentado sino entusiasmado con la gran tarea de formar hombres fieles e idóneos. Si alguien me preguntara: «Enrique, ¿Cuáles son las claves para cumplir esta tarea en forma exitosa?», yo le diría lo siguiente:
1. No puedes elevar un hombre más alto que tu propia espiritualidad. Concentra tiempo en crecer espiritualmente, ir profundo y amplio en tu propia devoción y conocimiento del Señor.
2. Invertir horas regularmente con los hombres que Dios te da; varios meses y años. No hay atajos en el discipulado.
3. Llévalos, varias veces, por todas las áreas del ministerio que tú deseas que después puedan hacer ellos solos.
4. Aliéntales aun cuando fracasen; los buenos hombres espirituales no tienen una actitud centrada en su propia grandeza y capacidad, necesitan el aliento.
5. Corrige las actitudes incorrectas con amor y perseverancia. Las actitudes hacia Dios y el prójimo determinarán el valor de su servicio.
6. Encarga y deposita en ellos, con toda seriedad y responsabilidad, la Palabra de Dios. Deben aprender a temblar delante de ella reconociendo su autoridad y la responsabilidad sagrada de comunicarla fielmente.
7. Las habilidades son el resultado del conocimiento más la práctica. Muchas veces se cree que alguien puede hacer determinada cosa porque conoce la teoría, sin embargo no es así. La práctica del conocimiento lleva a la habilidad. Da oportunidades crecientes para practicar lo que están aprendiendo.
8. Trabaja en grupo con ellos, la iglesia necesita hombres que sepan trabajar en equipo, siendo que la iglesia es un cuerpo. El que no puede trabajar en equipo tendrá dificultad de trabajar en el cuerpo del Señor.
9. Recuerda que ninguno de nosotros tenemos todos los dones y conocimientos (sólo Jesús los tuvo); estos hombres necesitan recibir también de otras personas para llegar a la madurez. Preséntalos a otros hombres de Dios que también los enriquecerán, lo mismo que a los escritos de los grandes hombres de Dios a través de los siglos.
10. Dales oportunidades para servir, dales autoridad y responsabilidad. Nunca olvides que las personas aprenden más por sus fracasos que por sus éxitos. No temas que cometan errores; todos nosotros hemos llegado a donde estamos a través de muchos errores.
11. Nunca les digas que van a ser grandes. Eso estimula su orgullo y motivación pecaminosa. He aprendido dolorosa-mente el error de estimular la carne; la carne logra grandes cosas pero no para el Señor.
12. Reconoce tus errores y pecados, y ayúdales a ellos también a ser honestos con sus errores y pecados. Tenemos que humillamos para ser exaltados.
13. Estimula el amor a Dios y a todo el cuerpo de Cristo. Es fácil en el discipulado desarrollar un sentido de élite y superioridad que sólo proviene de la carne.
14. Mantén a Cristo como el Señor y la persona de quien dependemos. No queremos discípulos de Enrique ni de Pablo ni tuyos sino del Señor Jesucristo.
El desafío delante nuestro es grande: formar los siervos del Señor de Señores que harán avanzar el Reino eterno de nuestro Señor Jesucristo. Aceptemos el desafío de formar hombres fieles e idóneos. Terminemos con las excusas. Adelante, consiervo.
Apuntes Pastorales
Volumen V Número 5