Biblia

Comunicación en la familia pastoral

Comunicación en la familia pastoral

por Elisa Morgan

Escuché abrirse la puerta del garaje, ¡Estaba en casa, por fin!

Esperé hasta oír la puerta del automóvil cerrarse; en cualquier momento mi marido estaría aquí para hacerse cargo.Cuando entró, en nada se parecía a la persona que había estado esperando todo el día. Se encontraba agotado, exhausto, como si hubiera tenido uno de esos «problemas-dolores de cabeza» otra vez. Después de los saludos acostumbrados, intercambiados «historias de terror» de lo que había sucedido durante el día. Ya había comenzado nuestra lucha por la atención y la consideración.Cuando un pastor o consejero entra en su casa, muta, cambia. Dejando de lado el rol de oyente», «sanador» o «fuente de esperanza», se conviene en un miembro de la familia. Nosotras, aquellas que estamos casadas con un consejero, muchas veces no somos quienes mejor escuchamos en el hogar. La comunicación es difícil en cualquier relación, pero en la familia hay una “bendimaldición” difícil de vencer: la familiaridad. Podremos actuar para el mundo usar distintos ropajes o máscaras, pero en casa no somos ni más ni menos que nosotras mismas. La familiaridad disminuye nuestra energía, consume nuestra fuerza y ninguna nuestra compasión; precisamente, los elementos esenciales para escuchar. Si estoy en medio de una discusión familiar y suena el teléfono, inmediatamente cambio el tono de voz cuando atiendo. La falta de familiaridad con quien llamó me exige que ponga atención y que la excluya de la intimidad que estábamos teniendo hasta el llamado. En cuanto reconozco la voz de mi madre, mi marido o mi mejor amiga, mi tono de voz vuelve a su estado normal. Si suena el timbre de la puerta durante la preparación de una comida complicada, pongo mi mejor sonrisa mientras voy a abrir la puerta. Cuando veo un miembro de la familia en la entrada, dejo de sonreír mientras le doy la bienvenida al caos del hogar, al tiempo que corro a seguir con lo que estaba haciendo. Nuestros hogares y su intimidad nos sirven de refugio ante las tormentas de la vida. Allí todos nuestros autocontroles descansan y gracias a Dios por ese lugar de reposo. Pero cuando esto se excede, la familiaridad, que debía ser una ayuda, se vuelve una fuente de dolor. Cuando dejo de prestar atención porque «solamente es una conversación de familia», debo recordar lo que es escuchar atentamente. En su libro El arte de escuchar con amor, Abraham Schmitt escribe: «Cada persona es un individuo única y por lo tanto experimenta cada situación en forma diferente. “Debemos tratar de escuchar a las personas, oír su experiencia. Cada individuo es único, aunque mucho de su mensaje nos suene familiar. Escucha importa en la familia. Al aprender a oír lo que dicen sus miembros podemos quebrar la parte nefasta de la familiaridad. Tres analogías me han ayudado a ser una mejor oyente: Escuchando desde el asiento de atrás Cuando pienso en los hábitos de escuchar trato de ubicarme en la posición de un pasajero en un automóvil. Por ejemplo, cuando «escucho desde el asiento de atrás» le permito al otro descubrirse y revelar lo que piensa, mientras le doy la libertad de expresar sus pensamientos. Esto implica permitirles a los miembros de la familia (marido, esposa, padres, hijos) expresar sus sentimientos en un ambiente abierto, de aceptación. Quien escucha desde el asiento trasero lo hace sin corregir, evaluar o juzgar, generalmente escucha sin participar activamente. Diferente es la actitud de quien conduce o está en el asiento del acompañante, quien siente la necesidad de comentar (y sugerir) sobre lo que otro dice o hace. Generalmente solemos responder a lo primero que dice la otra persona. Si nuestro marido comienza a hablar negativamente sobre la iglesia, la ciudad, o el cuerpo pastoral, inmediatamente pensamos que nos mudaremos a otra congregación. Como recién nos adaptamos al lugar nuevo y estamos comenzando a hacemos amigos un poco menos superficiales, nos sobreviene el pánico y nos ponemos a la defensiva. El simple hecho de que nuestro marido esté expresando sus pensamientos despierta nuestros incomprensibles sentimientos relacionados con el comenzar otra vez. Entonces comenzamos a discutir sobre la mudanza y sus contratiempos, cuando lo único que él está naciendo es expresar sus frustraciones. Hacemos la misma cosa cuando nuestra hija adolescente comienza a investigar si es bueno o malo el sexo prematrimonial y sentimos la necesidad de «encaminarla». Entonces, igual que un abogado defensor que debe recalcar su posición, analizamos cada una de sus palabras, esperando una pausa donde podamos interrumpirla con las nuestras. Debo admitir, sin embargo, que esta forma de escuchar va en contra de mi deseo natural de «arreglarlo todo». Pero si puedo controlarme y escuchar, logro tremendos beneficios. Escuchar desde el asiento trasero provee una reciprocidad de «oasis», donde los miembros de la familia pueden ser ellos mismos y sentirse aceptados, y no buscar eso sólo para mí. En nuestro mundo, donde hay tanta aceptación condicionada y tanta competencia (donde la búsqueda y preeminencia de los resultados dominan las actitudes) tal ambiente es crucial. Si no nos podemos escuchar bien en casa, ¿dónde irán los miembros de nuestra familia a que se los escuche? Escuchando desde el asiento de al lado Hay otra forma de escuchar «desde el asiento del acompañante», compartiendo la charla, no meramente recibiéndola. Hace un tiempo habíamos asistido con mi marido a una reunión social en casa de amigos. A la vuelta, como él se sentía algo cansado, me pidió que conduciera yo el automóvil. Mientras andábamos -ese camino de regreso a casa, él hizo un comentario sobre la forma en que yo había conversado con las otras personas esa noche. Y tenía razón; yo había ido de persona en persona toda la noche, preguntándoles cómo estaban, cómo se sentían, etcétera, pero no más que eso. Faltaba contenido en mi diálogo, lo que es aceptable en una anfitriona que debe darse a todos por igual, pero no es necesario que un invitado caiga en esa superficialidad. Mientras volvíamos a casa, mi marido me escuchaba mientras le contaba acerca de todas las personas con quienes había estado. Cuándo paré para tomar aliento, me preguntó, «¿Qué estabas buscando mientras conversabas?» Frené de golpe el automóvil. No me había dado cuenta de que buscaba algo en las conversaciones; sólo pensé que estaba siendo amigable. Pero la pregunta de mi marido me motivó a reflexionar sobre mis pláticas con más atención. Me di cuenta de que había habido momentos cuando, en vez de estar realmente interesada en alguien, me había estado preocupando por «lo que estarían pensando de mí», como si estuviera compitiendo por popularidad. Mi esposo me había escuchado, pero había participado desde el asiento de al lado, haciéndome «escuchar mis propias palabras». Veo muchos paralelos entre esta forma de escuchar y lo que sucede cuando estoy en el asiento de al lado de mi esposo mientras él conduce. Cuando estamos paseando, muchas veces veo cosas que él no percibe, debido a que está ocupando manejando. Le muestro lugares interesantes, personas diferentes, y carteles descriptivos. Mientras que el solamente ve el camino que tiene delante yo le puedo mostrar un mundo nuevo, el que está al lado del camino. Escuchar desde el asiento del pasajero es muy parecido; es explorador. Busca ofrecer nuevos puntos de vista, proveer alternativa y ampliar la perspectiva del otro. Es ser un oyente que provee una repuesta útil. Cuando mi esposo lucha con su eficiencia en el ministerio, mi forma de escuchar puede mostrarle sus propios temores para que él los considere. Un par de preguntas bien hechas puede mostrarle lo que está por debajo del problema. “¿Cuándo te empezaste a sentir así, querido? ¿Con quiénes te encontraste? ¿Te empezaste a sentir así antes o después de la reunión?” Revelar sus propias reflexiones pude darle la perspectiva que necesita para comprender sus sentimientos o su situación. Pero hay que tener cuidado. Esta forma de escuchar no debe ser una oportunidad para destruir a la persona querida con la verdad crudamente expresada. Su propósito es simplemente ayudarle al otro a ver más claramente lo que de otra forma no hubiera percibido. Le deja a la otra persona la responsabilidad de cambiar. Escuchar desde la butaca del conductor Probablemente escuchar es más difícil que nunca cuando estoy a cargo de la situación. Al conductor que cree saber hacia dónde va y cómo es el camino le cuesta que los demás opinen dónde y cuando cambiar de dirección, acelerar o frenar. Es más fácil y llevadero el dar órdenes y no recibir sugerencias u opiniones; hay momentos en que la democracia se torna tediosa y la dictadura aparece como la más sabia y dulce de las soluciones, pero ¿es lo que debo hacer si voy a oír lo que me dice? Es especialmente difícil si a quien debo escuchar son mis hijos. Una amiga mía tiene una hija muy observadora. Un día, mientras mi amiga y su hija entraban al auto, mi amiga tiró un pequeño pedazo de papel a la calle. Mientras viajaban, su hija le preguntó: -¿Ensuciaste la calle. Mamá? Concentrada en el camino, mi amiga contestó: – No, querida. En un par de cuadras, la pequeña insistió: -¿Por qué ensuciaste la calle en la playa de estacionamiento, Mamá? Dándose cuenta de que no podía eludirse, mi amiga admitió: – Tienes razón, querida. Tiré un pequeño pedazo de papel a la calle. Entonces, mi amiga recibió una corrección. – No, Mami, ensuciaste la calle. Con su suspiro de alivio, mi amiga dijo: -Si, ensucié la calle, -y pensó: «¡por lo menos ya terminamos con eso!». Pocos momentos más tarde, la pequeña preguntó: -Mami, ¿por qué mentiste sobre ensuciar la calle? Fue allí donde mi amiga paró el vehículo y pidió perdón a su hija en forma sincera. Cuando me contó esto me di cuenta que realmente quería aprender de su hija. El hecho de haber escuchado y haber admitido su error probablemente será recordado más tiempo que el haber ensuciado la calle y haber mentido. Ella estaba desde atrás del volante, pero su propia hija fue quien le enseñó. Escuchar desde el asiento del conductor implica estar dispuesto a recibir información. Requiere estar abierta a los mensajes que recibo de otros miembros de la familia. Un matrimonio que conozco se para una noche de cada mes para «salir solos”. Generalmente planean algo divertido y entretenido para esas noches. Sin planearlo, sin embargo, han visto que muchas veces hablan de su relación, entrando a veces en asuntos sobre los que tienen diferencias en asuntos porque esta noche ha sido separada para fortalecer su relación, se sienten seguros cuando dan mensajes difíciles de oír. El ambiente es de confianza. Algunos de nosotros escuchamos mejor de una forma que de otras. Para mí es fácil escuchar desde el asiento trasero por mi experiencia en a conseguimiento. Es mucho más difícil escuchar desde el asiento del conductor, porque me gusta sentirme que estoy en control. Pero me he dado cuenta de que, si pretendo que mi comunicación sea sana, debo aprender a escuchar de las tres maneras. De una sola me puede hacer sentir segura pero no me permitirá ayudar mucho a mis seres queridos. La familia es terreno conocido. Si quiere sobrevivir esta época donde las familias son destruidas casi tan rápido como son insumidas, debemos aprender a luchar contra la tentación de no escuchar en casa. El abrir nuestros oídos y escuchar las voces de los nuestros enriquecerá nuestro hogar y a quienes lo habitan. Aunque la buena comunicación por sí sola no puede curar un mal matrimonio, sí puede establecer una diferencia. Paúl Tillich dijo una vez: «El primer acto de amor es escuchar». Y si vamos a amar bien a quienes amamos más, aprendamos a escuchar.