Comunicación integral: mucho más que sólo hablar a otros
por C. M. Ward
El orador debería preguntarse: «¿Quiero que esta audiencia reciba el mensaje o simplemente quiero dejar una buena impresión?» El lenguaje es el don supremo del Creador a la humanidad: La habilidad de comunicarse. La tarea del predicador es usar este don con efectividad.
Importantes personalidades del pulpito y del escenario han aprendido a emplear un lenguaje totalizador. Eso les ha facilitado el éxito en la comunicación verbal de sus mensajes.
La voz puede ser variada en el timbre y el ritmo, la velocidad y el tono. Puede retumbar o reducirse a un murmullo. Guillermo Jennings Bryan poseía tal control de la voz que podía hacerse oír sin dificultad en medio de una gran audiencia, sin ayuda de sistemas de amplificadores o micrófono.
Es un placer para la audiencia escuchar una gramática correcta, una buena composición y diferenciación de palabras. Le doy una sugerencia que aprendí en mis años de radiofonía: Comience como si condujera un auto (lentamente), luego cambie a la velocidad y ritmo en que usted y su audiencia se sientan cómodos. Si intenta comenzar de otra manera podría «ahogar el motor», tropezar y cometer un error.
La voz es un instrumento maravilloso; puede ser considerada como un valioso órgano. El diafragma debe usarse como fuelle de modo que siempre exista un flujo constante de aire. Las notas son conformadas por la boca y los labios. Existe una considerable variedad de tonos: Seductor, imponente, interrogante, suplicante, abrasivo o despectivo. La voz debe ser el principal agente para interpretar y transmitir el mensaje a la audiencia.
Jesús habló a grandes multitudes y empleó transmisores naturales.
Utilizó el agua de la ladera de la montaña para amplificar su voz. La reacción de la audiencia era de que «hablaba como alguien con autoridad». Usaba frases y párrafos cortos colocando el verbo hacia el comienzo de la oración.
Cuando usted está en el pulpito, lo que dice debe ser oído y entendido.
Por otra parte, el orador posee mucho más lenguaje bajo su control que sólo su voz. Está, por ejemplo, el lenguaje de la mirada. Pedro lo poseía, como todos los líderes: «Y Pedro fijando en él los ojos.-.dijo: Míranos.» (Hch. 3.4). La comunicación visual es muy importante y gozará de gran ventaja cuando aprenda a mirar a los ojos de cada sector de su audiencia.
En este aspecto, el mejor que he conocido fue Jorge Jeffrys. El era capaz de atraer la atención de miles de personas en el Albert Hall de Londres por su poderoso lenguaje visual. Los ojos pueden hablar Pueden reír, pestañar, sugerir malicia, interrogar. Su versatilidad es magnífica.
El ojo tiene poder para guiar. Una audiencia seguirá la dirección que indique los ojos del orador. La intensidad actúa como los focos de un automóvil; comunican sentimiento y convicción.
Todos aquellos que deben estar sobre la plataforma, incluyendo a los músicos, deben estar entrenados para acentuar la atención sobre el orador. La mirada perdida o cualquier señal de indiferencia de parte de cualquier auxiliar puede resultar fatal para el mensaje y los resultados esperados.
También está el lenguaje de la apariencia. Desde el brillo de los zapatos al corte de pelo pueden impresionar a la audiencia. ¿La ropa está bien elegida? ¿Coordinan los colores? Una corbata inadecuada puede atraer demasiado la atención. La ropa sport nunca va bien en el pulpito. Un traje arrugado, un botón que falta o un cuello flojo puede «apagar» al auditorio.
El caminar confiado hacia el pulpito, con la cabeza y los hombros erguidos, comunica que alguien viene a «hacerse cargo». Por otro lado, cuando un orador no avanza con paso firme provoca la sensación de nerviosismo; comunica ansiedad, desazón o indecisión.
También está el lenguaje de la mano. Ella es el «miembro suplente» por excelencia. Cuando el ojo falla, la mano, puede reemplazarlo; cuando la voz se corta, puede reemplazarla. El lenguaje de los gestos es probablemente el más difícil de dominar.
Dwight L. Moody era el mejor en este sentido, nadie lo superaba. Las manos, usadas con propiedad, pueden expresar un amplio vocabulario. Ellas pueden decir: «Deténgase», «Deme», Tenga piedad», «¿Está escuchando?».
La habilidad de usar las manos con propiedad separa al veterano del principiante. Este, a menudo, no sabe qué hacer con ellas; las pone y las saca de los bolsillos. Aparentemente, no puede encontrar un lugar donde ponerlas de modo que transmite a la audiencia una impresión de torpeza.
Las flores desempeñan un importante papel de apoyo. Martín Lulero predicaba con un geranio frente a él; ayudaba a suavizar su duro mensaje de reforma y hacerlo más accesible a la audiencia. El lenguaje de la luz, el color, la ventilación, el orden, son todos de gran ayuda al orador.
Finalmente, pocos oradores adquieren el lenguaje de la pausa. El intervalo de la pausa puede ser tan importante para el orador como un silencio de negra o de corchea para el músico. Atrae la atención. Pablo Harvey ha hecho una fortuna usándolo. El volumen y la ininterrupción pueden resultar hipnóticos, pero «en quietud y confianza hay fortaleza».
El orador debería preguntarse: «¿Quiero que esta audiencia reciba el mensaje o simplemente quiero dejar una buena impresión?» El lenguaje es el don supremo del Creador a la humanidad: La habilidad de comunicarse. La tarea del predicador es usar este don con efectividad.
Sobre todas las cosas está el lenguaje «santificado» y es cuando el orador está revestido del Gran Comunicador, el Espíritu Santo. Esta es la máxima excelencia, pero cuántas veces el Señor se apenas porque no cultivamos el talento, esperando que sea el Espíritu el único que hace su parte.
Perfeccione sus dones y pondrá al Servicio del Señor una herramienta más pertinente: comunicará más y mejor.
Apuntes Pastorales
Volumen V Número 1