Comunicación sin barreras
por Wayne Mack
Una profunda unidad en la pareja solo puede lograrse cuando existe una buena comunicación, por eso, es fundamental que un matrimonio reconozca la importancia de fomentarla y los principios que conducen a ella. Este es el primer artículo de la serie «Hablar, callar y escuchar: Principios para la comunicación que conduce a la unidad en el matrimonio». La serie reflexiona sobre tres principios básicos de la buena comunicación aplicados a la vida conyugal. El primer artículo cubre el principio de franqueza y sinceridad.
Primera parte de:
Hablar, callar y escuchar: Principios para la comunicación que conduce a la unidad en el matrimonio
Una profunda unidad solo puede lograrse cuando existe una buena comunicación, por eso, es fundamental que un matrimonio reconozca la importancia de fomentarla y los principios que conducen a ella.
Dos personas no pueden caminar, trabajar o vivir juntas sin un buen sistema de comunicación. Las Escrituras preguntan: «¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?» (Am 3.3). Dos personas que andan juntas continuamente y en armonía, luchan por los mismos objetivos, conducen sus vidas de acuerdo a los mismos principios, se ayudan mutuamente, y disfrutan de una dulce comunión, sin duda están de acuerdo.
Y si están de acuerdo, podemos afirmar que han aprendido a tener una buena comunicación que no sería posible si no existe antes una armonía continua y progresiva. Las relaciones interpersonales sanas requieren una buena comunicación.
Aparte de nuestra relación con Dios, él quiere que la relación matrimonial sea la más estrecha de todas las relaciones interpersonales. Dios ha dicho acerca de esta relación: «Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn 2.24).
¿Es posible que dos personas lleguen a ser una sola carne sin un buen sistema de comunicación? ¡Claro que no! El sistema de comunicación será determinante para experimentar una verdadera unidad matrimonial. La unión, comunión y comunicación con Dios, por medio de Jesucristo, debe ser lo más importante en su vida, pero después de esa relación, usted debe desarrollar una genuina unidad matrimonial.
En su libro Vida cristiana en el hogar, Jay Adams afirma que la comunicación tiene prioridad. Señala que es «la habilidad básica que se necesita para establecer y mantener relaciones sanas. Una sólida relación entre marido y mujer es imposible sin una buena comunicación» (pp. 27, 28).
Dwight Hervey Small declara el mismo argumento en su libro After You´ve Said I Do (Después del «sí quiero»), que «el corazón del matrimonio es su sistema de comunicación. Puede decirse que el éxito y la felicidad de todo matrimonio se miden por la profundización del diálogo que caracteriza su unión» (Lea el cuarto artículo de esta serie).
En todo fracaso matrimonial uno encontrará barreras en la comunicación; sin embargo, en los matrimonios exitosos, sin lugar a duda, existe un buen sistema de comunicación. Por lo antedicho, entonces, es esencial estudiar los principios bíblicos o los requisitos para una buena comunicación para así desarrollar una genuina unidad. En este artículo nos ocuparemos solamente de la franqueza y la sinceridad.
Sin franqueza y sinceridad los corazones se cierran
Indudablemente, uno de los requisitos básicos para una buena comunicación es la franqueza y sinceridad mutuas (Ef 4.25; 1 Jn 1.710). Cuando Pablo escribió la Segunda epístola a los Corintios tenía un problema en su relación con ellos. Aparentemente algunos miembros de la iglesia murmuraban acerca de Pablo. Sugerían que Pablo era un estafador en quien no se podía confiar (2 Co 1.1324; 2.17; 4.12) e insinuaban que no se preocupaba por ellos en lo absoluto. Por supuesto que estos acusadores no habían enfrentado a Pablo personalmente. Cuando Pablo estaba allí probablemente fingían que todo estaba bien entre ellos; en cambio, cuando se iba, sembraban libremente sus semillas de difamación e insinuaciones.
De alguna manera, Pablo se enteró de lo que ocurría y le escribió a la iglesia para corregir el asunto y restablecer sus buenas relaciones con ellos. Por un lado negó la validez de las acusaciones. Dijo: «Nuestra boca se ha abierto a vosotros, oh corintios; nuestro corazón se ha ensanchado. No estáis estrechos en nosotros a nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado estáis en nuestro corazón.» (2 Co 6.11, 12; 7.23). Por otra parte, consideró a los corintios como culpables. Les dijo: « sois estrechos en vuestros afectos. les hablo como a hijos ensanchaos también vosotros (abridnos de nuevo el corazón). admitidnos.» (2 Co 6.1213; 7.23).
Aparentemente los corintios habían cerrado sus corazones a Pablo. En este contexto significa que su afecto por Pablo había disminuido y que no habían sido francos ni honestos con él. En efecto, les está diciendo: «Nosotros no escondemos nada. Hemos sido francos y honestos con ustedes, pero en cambio, ustedes han estado ocultando algo. No han sido totalmente francos y sinceros con nosotros». Como resultado se levantó una barrera entre Pablo y los corintios.
La franqueza y la sinceridad propician el conocimiento íntimo
La sinceridad y la franqueza en la comunicación son esenciales para una buena relación. Las Escrituras indican que la verdad acerca de Dios se recibe solo por revelación (Mt 11.25; 16.17; 1 Co 2.615). Si Dios no nos hubiese dado las Escrituras, si no iluminara nuestras mentes para entenderlas, si no se comunicara con nosotros, jamás podríamos conocerlo verdaderamente ni tener una relación íntima con él.
Del mismo modo, las Escrituras señalan que si en verdad queremos conocernos unos a otros, debemos sincerarnos y revelarnos el uno al otro.
«¿Quién entre los hombres puede saber lo que hay en el corazón del hombre, sino sólo el espíritu que está dentro del hombre?» (1 Co 2.11, Versión Dios habla hoy)
«Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él.» (Pr 23.7)
No puedo conocer verdaderamente a mi esposa ni ella a mí, si no somos francos y sinceros el uno con el otro. Ella puede creer que me conoce; es posible que yo considere que la conozco por observarla, y en cierta medida es así. Pero no podemos conocernos ni relacionarnos profundamente el uno con el otro a menos que abramos bien nuestros corazones. No lo que mi esposa pretenda ser, no lo que yo creo que es ella, no lo que otros creen que es, sino lo que ella piensa en su corazón así es ella. Y si yo no me relaciono con lo que ella es en su corazón, me estoy relacionando con un fantasma, un espejismo, y no con la verdadera persona.
Sin franqueza y sinceridad se levantan barreras
A menudo el consejero matrimonial oirá frases como estas: «No sabía que pensabas así», o «No sabía que te molestaba lo que yo hacía», o «No sabía que tal cosa era importante para ti», «No sabía que querías que yo hiciera eso». Por ejemplo, una pareja que ha estado casada por muchos años sabe que falta algo en sus relaciones. Tienen dificultad en relacionarse el uno con el otro, y no saben dónde radica el problema. Ambos se reprenden mutuamente por pequeñeces. Son creyentes y saben que no es correcto, no es bueno para su testimonio ni tampoco para sus hijos. De modo que finalmente dejan de lado su orgullo y consultan a su pastor sobre el problema. Él sondea a la pareja para tratar de detectar la raíz del problema y, luego, pide a la esposa que describa qué es lo que le molesta de su esposo. Ella traga saliva, toma coraje y comienza a compartir las pequeñeces que la han estado molestando por años. Cuando termina, su esposo responde: «Querida, ¿por qué no me dijiste esto antes? No sabía que esto era lo que te molestaba. Yo creía que ». Aquí el pastor, al saber que toda moneda tiene dos caras, se dirige al esposo y le pide que describa lo que le ha estado molestando. El esposo se sincera y cuenta lo que le ha estado molestando y su esposa responde: «¿Eso era lo que te molestaba? No lo sabía. ¿Por qué no me lo dijiste?»
En esta ilustración de la vida real, los esposos no podían tener una buena relación el uno con el otro porque no se conocían ya que habían encubierto algo, y se negaban a ser totalmente sinceros. Quizá comenzaron a hacer esto con buenas razones: no querían armar un escándalo; no querían herir al otro; era algo tan insignificante; la Biblia dice que debemos poner la otra mejilla; el otro puede enojarse y rechazarme. Al final, habían encubierto lo que realmente pensaban y se negaron a hablar de sus desacuerdos o diferencias de opinión, y esto se hizo costumbre. Pero eso permitió que las pequeñeces se amontonaran. Los pequeños problemas no resueltos tomaban proporciones irreales y al acumularse se formó entre ellos una enorme barrera invisible.
Las Escrituras nos mandan: «Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo» (Ef 4.2627). Aplicado a la relación matrimonial esto significa que lo que produce irritación entre los esposos debe tratarse de inmediato y en forma concluyente
Por otro lado, hay ocasiones cuando es correcto tratar el problema encubriéndolo, no tomándolo en cuenta, perdonando u olvidando la falta o el enojo de la otra persona (1 Pe 4.8; Pr 10.12; 1 Co 13.5, 7).
Sin embargo, si esto no puede y no debe hacerse (porque traería vergüenza sobre el Señor Jesucristo, o dañaría al cónyuge) el problema debe encararse enérgicamente pero con amor, deben dialogar y si es posible resolverlo.
Conclusión
Es muy evidente, entonces, que las relaciones íntimas, genuinas, solo pueden prosperar en un marco de franqueza y sinceridad. Con esto no quiero decir que una pareja deba exponer absolutamente todo. Las Escrituras nos advierten que es una vergüenza hablar o siquiera pensar de algunas cosas (Ef 4.29; 5.3, 4; Mt 5.2728; Fil 4.8).
Varios principios bíblicos deben guiarnos, aún con nuestras parejas, al ser francos y sinceros. Enumeraré estos principios en forma de preguntas y espero que las memoricemos y las utilicemos como guías en nuestros esfuerzos por comunicarnos.
¿Es realmente cierto? ¿Conozco bien los hechos? (Ef 4.29; Pr 18.13).
¿Lo que deseo decir es de provecho? ¿Ayudará o causará dolor? ¿Será constructivo o destructivo? (Pr 20.15; Ef 4.29; Ro 15.13).
¿Es este el mejor momento para decirlo o sería mejor esperar? (Pr 15.23, 28; 25.1112).
¿Es correcta mi actitud? (Ef 4.15, 23; 1 Co 16.14; Tit 3.1, 2)
¿Las palabras que usaré son las mejores? (Pr 12.25; 15.1, 23; 16.23; Ecl 12.10).
¿He orado por este asunto y confío en la ayuda de Dios? (Pr 3.5, 6; Col 4.26; Sal 19.14).
Ninguna pareja puede llegar verdaderamente a ser una sola carne si no existe la franqueza y sinceridad en su comunicación. Al mismo tiempo, la franqueza y sinceridad deben ser las correctas; de otro modo, destruirá las relaciones en lugar de fortalecerlas. Estas seis preguntas le servirán de guía para ejercer correctamente la franqueza en las comunicaciones. De lo antedicho se desprende claramente que el auto-control es un requisito para la buena comunicación. Ese será el tema de la segunda parte de esta serie.
Consulte los otros artículos afines de esta serie:
Comunicación sin heridas
Comunicación sin sordera
Comunicación con esfuerzo
Tomado y adaptado del libro Fortaleciendo el matrimonio, Wayne Mack, Hebrón. Todos los derechos reservados.