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Confesiones de un líder de grupo pequeño

Confesiones de un líder de grupo pequeño

por Joe Higginbotham

¿Cuándo debería iniciar un grupo de estudio bíblico, célula, o discipulado? ¿Cómo debería liderarlo? ¿Cuándo debería suspenderlo? Estas y otras preguntas surgen en la cabeza de una persona que desea empezar o que ya está involucrado un grupo pequeño. El siguiente artículo narra las experiencias de un hombre que inicio un grupo y que durante ese tiempo cometió muchos errores. Conózcalos y ¡evítelos!

Mi primera experiencia en un ministerio de grupos pequeños ha terminado —más pronto de lo que esperaba. Pero todavía creo en el concepto. A pesar de que cometí muchos errores, deseo salir e intentarlo de nuevo. De hecho, ya estoy involucrado en un segundo grupo, y he tomado ciertas precauciones para cuidarme de los problemas que describiré a continuación.

El primer grupo inició ya que mi clase de escuela dominical se quejaba de que cuarenta y cinco minutos no eran suficientes para recibir doctrina. Por eso, sugerí que, además del domingo, nos reuniéramos una noche entre semana.

Una pareja ofreció su casa y, en poco tiempo, jóvenes adultos (personas que nunca hubiéramos podido sacar de la cama un domingo) abarrotaban la sala de estar. Aún más importante, se disfrutaba de la enseñanza entre papas tostadas y refrescos, esto en cierta forma era un gancho. La iglesia me había autorizado para predicar, pero este grupo me había dado licencia para ministrar.

No obstante, cometimos algunos errores serios. ¿Cuáles fueron? Aquí hay algunos.



Propenso a clonar

Como nunca antes había sido líder de un grupo pequeño, no tenía ni idea de que uno puede abusar fácilmente de su prominente posición y clonar a otros a su imagen. Nuestro grupo me otorgó las posiciones de líder de discusión, maestro, investigador e intérprete de las Santas Escrituras —y yo las acepté gustosamente.

Al inicio le di gracias a Dios por un grupo tan receptivo a mi discipulado, pero empecé a escuchar comentarios que me asustaron. Las personas empezaron a citar mis frases de la misma forma en que yo citaba a C. S. Lewis y C. H. Spurgeon. No sólo escuchaba que repetían mis palabras, ilustraciones, anécdotas, frases, y posiciones doctrinales, sino también mis actitudes y prejuicios. No era algo tan malo el hecho de que adoptaran mi soteriología e incluso mi escatología, sino que ¡estaban adoptando mi personalidad! Me pregunto si Jim Jones empezó de esta forma. (Jim Jones fue el líder de una secta durante los años setenta. Más de novecientas personas fallecieron en dicha secta ya que se suicidaron para viajar a otro planeta).

¿Cuáles precauciones debí haber tomado?

Debí haber insistido que otros en el grupo dirigieran los estudios más frecuentemente y en forma gradual. Debí haber hecho menos preguntas con respuestas «correctas». Debí haberme separado gradualmente y forzarlos a seguir adelante sin mí como su modelo a seguir.



Resistir mi tendencia natural

Cuando permití convertirme en el líder a largo plazo, jugué con mis fuerzas naturales. Soy un iniciador, no un sustentador. Para mí, el plan original era iniciar el grupo, dejarlo en las manos del líder que Dios levantara, y continuar adelante para empezar un nuevo grupo. Pero me desvié de mi mejor decisión.

Sí, iniciamos un grupo adicional para aquellos que no podían asistir los martes, pero realmente nunca llegó a desarrollarse. En lugar de dirigir ese grupo por mi propia cuenta, delegué la tarea misionera a dos hombres jóvenes con los que me estaba reuniendo individualmente. Eran buenos estudiantes, «misioneros» dispuestos, pero el detalle era que yo era el más dotado para realizar esa tarea. El grupo principal hubiera estado bien bajo el liderazgo de estos hombres; el segundo grupo hubiera estado mejor bajo el mío.

Dirigir un grupo durante un largo trayecto es como pastorear —usted se convierte en un consejero matrimonial, un experto en demonología, y psicoterapeuta. Mi sala de estar se convirtió en un refugio para los románticamente perturbados. Debido a que mis dones son más proféticos que pastorales, estaba jugando un papel que Dios no había planeado para mí. Terminé cansado, frustrado e impaciente.

Esto no hubiera sucedido si me hubiera apegado a mi plan inicial y dejar que otros mantuvieran el grupo.



Personas que no esperábamos

Cuando se propaga la noticia de que algo importante esta ocurriendo en la sala de estar de alguien, usted atraerá a dos tipos de personas que pueden representar dificultades: (1) aquellas con problemas emocionales o psicológicos que ven su grupo como un centro de intervención de crisis, y (2) nómadas de teologías extrañas que buscan un grupo para tomarlo.

Nuestro grupo no lo hizo tan bien con aquellas personas que buscaban psicoanálisis. Leí Gary Collins, Jay Adams, y todos los expertos en consejería que pude encontrar; sin embargo, terminé refiriendo a las almas atribuladas a ministros locales que sí tenían doctorados en consejería. Las almas atribuladas estaban a la deriva en su búsqueda por un sofá.

Nos fue mejor con los herejes ambulantes. Si usted mide el éxito por la habilidad para ahogar voces discordantes, éramos bastante impresionantes.

Una noche varias personas cultas asistieron a la reunión y quisieron desafiarme con dos o tres preguntas básicas de ortodoxia. Por una vez en mi vida me sentí agradecido de que me había clonado entre los miembros del grupo. Sencillamente me senté y escuché como dos de los muchachos con los que había ido a desayunar para hablar acerca de un texto de teología asistemático debatieron con los extranjeros. Defendieron muy bien los aspectos de la ortodoxia no negociables sin necesidad de que yo abriera la boca. Si no había hecho mucho de la mejor manera, al menos había desarrollado una pareja de apologistas bastante buenos en la fe.



Una institución informal

El atractivo más básico de nuestro grupo fue su atmósfera espontánea y tan diferente a la iglesia. Fue mi culpa perder esa atmósfera. En un esfuerzo para desarrollar cohesión e identidad, caímos en muchos adornos institucionales.

Uno de mis primeros errores fue traer oradores de afuera una vez al mes. Pensé que nos iba a dar acceso a la mejor enseñanza posible pero la asistencia disminuía en esas noches. Las ausencias era la forma en que el grupo mostraba su desaprobación. Aquellos que asistían dudaban en hacer preguntas o comentarios.

Otro error fue tratar de darle al grupo un nombre. Creí que identificarnos con un nombre atrayente y un logotipo nos acercaría, pero el grupo vio la innovación como algo de iglesia. Ellos continuaron llamando a nuestro célula simplemente como «grupo de estudio bíblico».

El grupo entero era culpable de otra característica: nos comportamos como amantes celosos cuando uno de los nuestros nos dejaba por otra actividad o ministerio. El corazón del institucionalismo demanda lealtad egoísta, la cual nunca debe caracterizar a los cristianos cuya única lealtad justificable es su fidelidad a Cristo. Nunca diríamos esto, pero empezamos a sentir que nuestro grupo era el mejor, incluso el único en todo el pueblo. Olvidamos nuestros propósitos de discipulado, evangelización, y conocimiento bíblico. Solo queríamos mantener nuestro grupo.

Incluso teníamos una liturgia de orden. Comíamos comida chatarra a cierto tiempo, orábamos en otro momento, compartíamos y por supuesto, yo enseñaba —todo en el orden apropiado. Perdimos nuestra espontaneidad inicial y éramos tan rígidos que las visitas se sentían como extranjeros y por eso no regresaban. Ya no ofrecíamos el suplemento acogedor para la iglesia; nos habíamos convertido en nuestra propia iglesia.



El fin de nuestro principio

Una vez escuché a J. Vernon McGee decir que la mayoría de las organizaciones surgen porque existe una necesidad real que debe ser suplida, pero muchos grupos alargan su existencia incluso después de haber alcanzado sus metas. Viven más allá de su utilidad.

Desde el inicio consideré el grupo como un trabajo temporal que supliría algunas necesidades, llenaría una brecha y luego pasaría a la historia porque ya no me iban a necesitar. A menudo pensaba en Amós el profeta, quien surgió de la oscuridad para hablar las palabras que Dios le dio y luego, completada su misión, tuvo el suficiente sentido para callar y regresar a sus rebaños. Me había comprometido a ser como Amós y terminar con el grupo de estudio cuando mi misión profética fuera alcanzada.

Eventualmente llegó el día en que sentí que el grupo de estudio había sobrepasado su vida y su propósito. Muchos estaban en iglesias que, en la mayoría, suplían sus necesidades, y los pocos que aún no se habían unido a congregaciones organizadas estaban espiritualmente firmes como para sobrevivir sin la cuchara de alimento semanal. Por supuesto, hubo algunos que dependían del grupo —demasiado a mi parecer. Sospechaba que crecerían más si hacía que se valieran por sí mismos.

La primera vez que sugerí que dejáramos de reunirnos, el grupo protestó. Le di más tiempo pero los exhorté a orar para pedir la dirección de Dios y para examinar sus motivos para que el grupo siguiera. La próxima vez que sugerí la desintegración, hubo quienes estuvieron de acuerdo. Nos reunimos una vez más, y luego lo dimos por terminado.



Dos palabras de advertencia

Ministrar a un grupo pequeño tiene su ciencia. Sin ella, dos trampas se convierten en peligros reales para los líderes de grupos pequeños.

Primero, las personas pueden hacerlo sentir que usted tiene que empezar una iglesia, si no formalmente, al menos informalmente, completa con políticas, clérigo y otras costumbres. El peligro está en perder de vista el propósito original; el grupo puede empezar a existir por su propia cuenta.

Recuerde a Amós. Dios tal vez podría estar levantando una célula o un grupo de estudio bíblico en el vecindario solo por cierto tiempo. Reúnanse mientras observe frutos. Renuncie cuando se han alcanzado los propósitos.

Una segunda trampa es pensar que por no estar en la iglesia, usted puede estar menos comprometido y preparado. La diferencia entre una iglesia organizada y un grupo de estudio bíblico en el hogar es a menudo tan pequeña que se centra sólo en el hecho de que las personas están sentadas en sofás en lugar de bancas. El cuerpo de Cristo es anatómicamente idéntico si está en una sala de estar o en una catedral, por eso, requiere nuestro mejor esfuerzo.

No cofunda los odres con el vino. Si el odre es una iglesia organizada con bancas y una nómina de pago o estudios bíblicos en una casa con café y preguntas, el vino es el mismo.

Las células o los grupos pequeños a veces son cargas con peligros —mayormente la tentación para hacerlos algo que no son o no respetarlos por lo que son. Pero no permita que los riesgos lo hagan disuadir. A pesar de que mi experiencia no fue perfecta, todavía creo que los grupos pequeños son el mejor vehículo disponible para el empleo total de los dones espirituales y bendiciones en la iglesia.

Este artículo se publicó por primera vez en Building Church Leaders de Christianity Today, usado con permiso. Título del original: Confessions of a Small Group Leader