Crisis: Asignatura inevitable
por Adriana Garibotti
En general, asociamos las crisis con situaciones negativas e indeseables. Sin embargo, es importante recordar que esos momentos difíciles nos permiten crecer en todos los niveles de nuestra vida.
En general, asociamos las crisis con situaciones negativas e indeseables. Sin embargo, es importante recordar que esos momentos difíciles nos permiten crecer en todos los niveles de nuestra vida (personal, familiar, social y espiritual). Tan ineludibles son estas dificultades, que incluso la psicología evolutiva define la crisis del ciclo vital como el modo normal de ir madurando por medio de los sucesivos estadios de desarrollo.
A continuación, pueden leerse diversas opiniones sobre este tema, todas distintas pero convergentes a la vez:
Según el diccionario, la crisis puede entenderse como un cambio grave que sobreviene en una enfermedad, para mejoría o empeoramiento; momento decisivo en un asunto de importancia (del griego krisis decisión, derivado de krinó yo decido, separo, juzgo).
La lengua china la define como peligro y a la vez oportunidad.
Por su parte, en el contexto de las etapas del ciclo vital, la crisis se entiende como la falta de recursos, aquello que nos era útil en el estadio anterior de crecimiento y evolución y ya no (o no lo es tanto) pero necesitamos reemplazarlo o integrarlo a nuevos modos -más adecuados y productivos- de ver, pensar, sentir y actuar en la vida.
Estos enfoques son congruentes con el mandato del apóstol Pablo en Romanos 12. 2b. Observemos tres versiones del mismo texto: …transformaos mediante la renovación de vuestro entendimiento Reina Valera l960-; Cambien la manera de pensar, para que así cambien la manera de vivir V. Popular-; …sean transformados mediante la renovación de su mente N. Versión Internacional-. De esta manera, vemos que desde el punto de vista bíblico, enfrentar y resolver la crisis es un imperativo, ni siquiera una elección. También podemos notar que el lenguaje utilizado en la Palabra de Dios nos obliga a cumplir con el mandato de enfrentar las crisis pero poniendo antes la mirada de Dios sobre el asunto.
La mirada interiorCuando la crisis golpea nuestra puerta, es bueno preguntarnos a nosotros mismos con qué ojos la estamos viendo. A veces, nos evaluamos según el criterio de otras personas: familiares, amigos y hasta conceptos que nos inculcaron desde niños. Otras veces imaginamos lo que dirían o hubieran hecho aquellos a quienes consideramos superiores a nosotros, quienes parecieran (al menos exteriormente) estar muy lejos de lo que sentimos. De pronto, entonces, nuestro valor personal se ve amenazado, y el susurro del enemigo nos tienta a pensar que todo es igual, que nada vale la pena. ¡No olvidemos siempre cuidarnos cuando pensamos en términos de todo-nada!
Ese momento de crisis, tal vez el más amargo de nuestra vida, nos invita también a dar un salto de fe. Así, lo que aparece como mayor obstáculo en las manos de Dios puede convertirse en un trampolín hacia una nueva y más fructífera etapa de crecimiento espiritual.
La mirada de Dios: una escena emblemáticaQuisiera analizar un pasaje bíblico pero en una forma imaginativa. De esta manera puedes intentar ubicarte en el lugar y situación que se describe, y hasta captar la imagen de cada uno de los allí presentes, tratando de encontrar la voz y la mirada de Jesús, presentes tanto en esa escena como aquí y ahora contigo:
Ofrenda rota: Marcos 14.3-6En Betania, mientras estaba él sentado a la mesa en casa de Simón llamado el leproso, llegó una mujer con un frasco de alabastro lleno de perfume muy costoso, hecho de nardo puro. Rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.
Algunos de los presentes comentaban indignados:
-¿Para qué este desperdicio de perfume? Podría haberse vendido por muchísimo dinero para darlo a los pobres. -Y la reprendían con severidad.
– Déjenla en paz -dijo Jesús- ¿Por qué la molestan? Ella ha hecho una obra hermosa conmigo….
Te pareces en algo a esa mujerLa acción de la mujer hacia Jesús estaba teñida por su estilo de vida, tal vez, demasiado común. Común como cualquiera de nosotros pero también porque alguien con un alto nivel social posiblemente no tendría una actitud tan arriesgada, mucho menos ante semejante grupo de curiosos.
Te pareces a ella porque, de una u otra forma, te animaste a ofrecer tu servicio, tu regalo, a Jesús delante de otros, que ya sea como parte del ministerio o simples observadores, evalúan tu tarea.
Te pareces a ella también porque tu ofrenda está teñida de matices personales, demasiado humanos, pero también impregnada de amor por Él y de amor por las personas.
Mucho tiempo a solas conversando con Dios, a veces en paz, a veces con reclamos… horas de trabajo, visitas, conversaciones, desvelos, esperas e ilusiones. Proyectos realizados, proyectos inconclusos.
Pero también te pareces a aquel frasco de alabastroSobrevino la crisis y sientes que te rompiste. No puedes encontrar tus distintos pedazos… estás herida. Te fuiste quebrando en el trato con los otros, y en el trato de Dios con tu propio corazón. Empezaste con mucha fuerza, convencida de que podías contenerlo casi todo… hasta ese último tiempo en que, tal vez, recién comience a brotar el perfume verdadero. El olor de la ofrenda quemada en el altar.
La fragancia que emana sólo cuando una mano compasiva decide que romperá el frasco. Aunque duela. Y ¿sabes?: el frasco debe romperse antes que se ponga rancio el perfume que contiene.
Pero también formas parte del grupo de opinantesTe reprochas duramente -en voz alta o en silencio- que todo aquello fue tan solo un desperdicio de amor, de tiempo, de dinero y hasta de energía. Te recriminas también que hubieras hecho tantas cosas más inteligentes, que invertiste demasiado tiempo de tu vida en las personas y que algunas, después, dieron la espalda y se fueron, con su música a otra parte y sin siquiera decir gracias.
¿Cuántas veces preguntaste a Dios lo mismo?, ¿cuántas veces te cuestionaste Para qué tanto desperdicio?
¿Es éste todo el pago por servirte? ¿Es que tanto, tanto me equivoqué? ¿Qué valor tiene el trabajo derramado por el suelo?, ¿por qué no me avisaste un poco antes?
También algunas veces eres Judas, que calcula¡Cuánta plata hubiese hecho en ese tiempo, dedicándome a otra cosa! ¡Cuánto tiempo y energía hubiera ahorrado! El perfume era costoso. No sé si tanto para otros; sí lo era para ti. Horas, días, meses, años de invertir en relaciones.
Horas, días, meses, años… ¿malgastados? Relaciones que no pudieron perdurar. Que te fueron otorgadas como parte de Su gracia, y hoy te enseñan el amor y el desapego… el desapego del amor.
Sin embargo, recuerda: eres sólo un canal, no eres el canal de la bendición divina.
Tu vida, y es hora que lo aceptes, es frágil. Estás de paso: apenas una sombra, un poco de humo que se desvanece pronto, una fragancia que con el paso del tiempo se evapora. Una pérdida, un frasco roto cuyo contenido es no recuperable. Un pedazo de tu vida perdido pero no contado como pérdida, si lo entregas como ofrenda voluntaria.
Y seguramente, ante Dios, tanto el frasco como aquellas relaciones son lo menos importante. Para Él, lo esencial es el perfume. Lo esencial es que lo diste. Lo esencial es a quién, de verdad, se lo ofreciste.
Eres, entonces, la mujer que amó tanto a su Maestro y se acercó hasta el riesgo del rechazo. Porque quería tenerlo cerca, muy cerca.
Eres cualquiera de los simples opinantes, que razonan semejante empeño como un tonto desperdicio.
Eres Judas, cuando calculas modos más rentables, egoístamente convenientes, para invertir la esencia de tu vida.
Empero, en medio de la crisis eres el frasco roto, deshecho. Dolor, indiferencia, tal vez traición, o simple incomprensión. Perplejidad.
Pero, nunca lo olvides, eres también aquella costosa esencia.
De aquellos pedazos dispersos por el suelo brota una fragancia muy valiosa, comprada al precio de largas horas de esfuerzo y sacrificio y elaborada en lo profundo del corazón con sentimientos puros como los que mencionaba la amada del Cantar de los Cantares… mi nardo dio su fragancia….
Tú misma eres la ofrenda que se derramó en la crisis. Y, paradójicamente, sólo al romperse la estructura que te contenía puedes invadir con tu fragancia todos los ambientes de la casa donde Jesús está. Porque están también todos los otros, pero Él es el tema que te debe apasionar pues sólo Él puede apreciar tus idas y venidas, y dar verdadero valor a tu servicio.
Puedes entonces sentir e imaginarte que ahora mismo, allí en la habitación donde Jesús se encuentra, en tu santuario interior, tu mirada llega a encontrarse con Su mirada. Su presencia se hace más nítida ante ti y escuchas que te dice, firme y tiernamente, el único veredicto que de veras interesa:
¿Por qué la molestan? Ella ha hecho una obra hermosa conmigo…
¡Puedes imaginar las palabras de aquel Varón de dolores, experimentado en quebranto, pero también exaltado hasta lo sumo por el Padre! Porque Él también fue un envase roto, un servicio de amor despreciado hasta la muerte. Él entiende de fracasos. Él conoce de fracasos que se transforman luego en victoria arrolladora. Él te dice hoy:
Tú sientes la ruptura y el desgaste del servicio, de la entrega. Escuchas el susurro de la voz que te aleja del propósito del Padre… ¡Que de ninguna manera esto te suceda!. Procuras luchar contra ti misma y contra Dios para que todo sea más fácil. Y ves que la muerte de tus ilusiones se avecina, oscurece el panorama. Que la fe se vuelve a veces amenaza, que te encuentras sola y te sientes perdedora…
Quiero recordarte que Yo mismo pasé por todo eso, y mucho más. ¿Lugar? Gethsemaní. ¿Momento? una cruz en la cima del Calvario. ¿Sentimientos? angustia de muerte, soledad extrema, abandono, agonía física, moral y espiritual.
Yo mismo era también frasco de alabastro, quebrado en una cruz.
Yo mismo fui el perfume de una ofrenda voluntaria: no de horas, de minutos ni siquiera de años sino de mi propia vida. Me entregué a mí mismo para darte vida, para que sean sanadas tus heridas, perdonados tus pecados y reencauzado tu futuro.
Mi vida sigue siendo vida nueva para ti, todos los días; tus tiempos de crisis son mis mejores oportunidades.
El perfume de mi ofrenda es eterno, no se desvanece como el de Betania, no es frágil como el tuyo. Sin embargo, nunca tu servicio, grande o pequeño, será en vano, como no lo fue mi sacrificio.
¿Por qué te molestas? No temas, no te rindas, no te dejes intimidar… has hecho una buena obra conmigo. Y continuarás haciéndola ahora, en nuevas y mayores situaciones. Porque te llamé con llamamiento irrevocable, y te otorgué dones que no pueden devolverse al remitente.
Recibo tu ofrenda, acepto tu entrega voluntaria. Participas de mis sufrimientos y participas también de mi gloria. Vas siendo transformada como un espejo cada vez más limpio que refleja mi imagen por medio de pequeños pero valerosos hechos, pensamientos y palabras, cada día.
Después de todo, nunca te pedí algo más: has hecho lo que podías, y fue toda una obra de amor para mí.
Por eso, nunca te rindas: es primero a mí a quien sirves, nunca lo olvides. Luego, estarán los demás: los pobres, los niños, los que buscan consuelo, los que leen, los que oran, los que oyen, los que estás entrenando…
Porque, digan lo que digan, digas lo que digas, a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y Yo te amé… ¿Qué cosa, entonces, podría detenerte?.
Tomado de Apuntes Mujer Líder, volumen IV, número 4. Todos los derechos reservados.