por Arnoldo Canclini
Esta nota podría entenderse como un testimonio personal. Hace cierto tiempo, un amigo, que es un reconocido historiador, me llamó para invitarme a formar parte de una comisión de homenaje al quinto centenario del descubrimiento de América. Era un honor, pero le aclaré que del tema sólo sabía lo que conoce la gente en general. Su respuesta fue que no me afligiera, ya que eso les pasa a todos. Pero no quedé satisfecho y me puse a estudiar, consciente de algunas cosas: primero, que ese hecho es tan importante que no es posible ignorarlo (como dijo López de Gómara, cronista del siglo XVI, sólo es superado «por la encarnación de aquel que lo creó» (al mundo) y, segundo, que como todos iban a hablar de ello, como evangélico tenía que saber qué decir y quizá aprovechar para un testimonio.
Mis ideas -que nunca fueron demasiado hispanófilas- no han cambiado mucho, pero he aprendido una serie de cosas. Para ello he leído unos 250 libros, los que me dan la base para los tres que tengo casi terminados sobre los aspectos religiosos de Cristóbal Colón. Todo lo que tiene que ver con él es enigmático y controvertido y los aspectos espirituales han sido poco y mal estudiados. Todo estudio parte de preguntas y quiero transcribir algunas, con las respuestas que puedo darles a esta altura de mi estudio, que, como siempre, me demuestra que la verdad histórica nunca se puede contar en blanco y negro sin matices. Veamos entonces algunas cuestiones.
¿FUE COLON UN BUEN CRISTIANO?
El descubridor murió en 1506, o sea diez años antes de La Reforma, lo que obliga a que todo evangélico piense bien en qué quiere decir con «cristiano» respecto de Colón. Sin duda fue católico y se puede decir que practicante. En el siglo pasado hubo un movimiento católico para comenzar su canonización, que terminó en el ridículo. Lo curioso es que ahora hay varios escritores protestantes que insisten en su espiritualidad y hasta cuentan su conversión. Se basan en citas y párrafos copiados a medias, sin conocer el contexto. En ese sentido, como quien ha tenido un encuentro personal con Cristo, no tenemos nada que lo pruebe, aunque por supuesto no lo podemos negar.
Algunos autores insisten en que era muy religioso y otros en que era un farsante que se adecuaba a lo que querían escuchar los reyes de España. La verdad sólo la conoce el Señor, ya que hay toou-vos para decir ambas cosas. Usaba mucho el nombre de Dios, iba a misa, citaba la Biblia, etcétera, todo de acuerdo a su tiempo. Aquí podemos mencionar un hecho muy especial: ningún hombre de entonces citó tanto las Escrituras sin ser hombre de la Iglesia.
Por el otro lado, hay cosas que le condenan (una relación adúltera, una avaricia indiscutible, la opresión de los indios, etcétera) y que es difícil señalar como fruto de su época. Por supuesto, ya que mencionamos la Reforma, de los grandes hombres de ese tiempo se pueden mencionar cosas que hoy juzgaríamos imposibles.
La respuesta es que no lo sé, sólo que el balance no resulta positivo.
¿TUVO COLON INTENCIONES MISIONERAS?
No hay dudas de que, cuando presentó sus planes, lo hizo indicando siempre dos cosas: Primero, que se ganarían muchas riquezas, especialmente oro; segundo, que se podría predicar a muchos. Algunos han sacado la cuenta de cómo lo primero siempre aparece mucho más insistentemente que lo segundo. Pero sin duda la insistencia de Colón en el último terna es llamativa.
Digamos que, en cuanto a él, personalmente, nunca hizo nada por la evangelización de los indios tal como ocurrió con otros, por ejemplo Hernán Cortés, el conquistador de México y muchos más. Sólo en el segundo de sus cuatro viajes trajo sacerdotes que, además de ser capellanes, predicaran a los indios. Salvo con uno de ellos, la experiencia fue un fracaso, pues casi puede decirse que Colón no soportó los intentos de los frailes para defender a los indios -y a los propios españoles- de la mala administración del Descubridor.
Hace unos meses se publicaron en España documentos colombinos recién descubiertos. En una carta informe a los reyes, en 1495, dice cosas interesantes, que no podemos copiar completas:
«En lo de nuestra Santa Fe (es decir, en lo que respecta a)…que conozcan que sin ella nadie puede ser salvo» (Sigue diciendo que todos acudirían a bautizarse, aunque «no creo que sepan ni entiendan a cuánto llega este santo misterio» en especial por el idioma). Hay solo ese problema, pues «ni para esto haría al presente mucha necesidad maestros en santa teología, salvo solamente quien claro, en su lengua, les supiese contar por historia el Génesis y la Encarnación de Nuestro Redentor, con todo lo que con esto conviene». Para un laico, que era sólo un navegante, sin cultura teológica alguna, creemos que no está nada mal.
ENTONCES. ¿SE PUEDE HABLAR DE 500 AÑOS DE EVANGEUZACION?
La frase es del mismo Papa y nadie la podrá borrar. Pero es un error. No había ningún sacerdote en 1492 y sólo en el segundo viaje hubo uno que trató a los indios.
Naturalmente, el tema pasa por qué entendemos por «evangelización». El problema fue discutido en ese tiempo y con mucho fervor. Bartolomé de las Casas, fraile dominico que defendía a los indios, criticaba a Colón en su trato con ellos, aunque era un gran admirador. Criticaba también que se bautizara a los naturales antes de enseñarles la doctrina (muchas veces se hacía para que, no pudiendo acusarlos de paganos, no se les esclavizara, o sea con buena intención, aunque con gruesos errores). El mismo Las Casas escribió un enorme libro titulado: «Sobre la única manera de llevar la verdadera doctrina a los indios». La lectura produce sorpresas increíbles; mucho desearíamos que todos los evangélicos lo tomasen en cuenta, salvando por supuesto algunos aspectos doctrinales.
Durante siglos, la acción de la Iglesia Católica estuvo dividida y enfrentada. Por un lado, estaban quienes predicaron la fe con la pureza que ellos entendían -lo que sin duda, en mucho no nos convencería- y pagando con el precio del martirio, luego de una vida ejemplar. Pensemos, por ejemplo, en Francisco Solano. Al mismo tiempo, muchos curas eran mandados de España por su corrupción (ya Colón advertía contra eso) y eran secuaces de los peores explotadores. Repetimos el ejemplo de que no todo es blanco o negro.
Por supuesto, durante el tiempo de dominio hispánico, no hubo evangelización como -por poner un ejemplo- la esperamos de un Billy Graham. Pero de allí a decir que nunca nadie se ocupó de llevar el mensaje salvador a los indios, hay un océano; no se precisa repetir que era el mensaje que ellos creían.
Un distinguido pensador evangélico reflexionó hace un par de años en que debíamos pesar el por qué la predicación de los evangélicos (dicho así para ser más claro, en lugar de «la predicación evangélica») tenga muchos más resultados en América que en África y Asia. Como él dijo, ya sabía hecho «buena parte del camino» desde el paganismo a la verdad en Cristo. O sea que, en las manos de Dios, lo que puede sernos tan discutible ha sido usado para bien.
Y ENTONCES, ¿DEBEMOS CELEBRAR EL QUINTO CENTENARIO?
Vayamos por parte. En primer lugar, creo que no se puede ignorar la trascendencia de lo ocurrido en 1492. Lo que vino después fue otra cosa y cada hecho debe sojuzgado en sí mismo y no sólo por sus consecuencias, sobre todo cuando, como en este caso, no estuvieron planeadas. No condenaremos la Reforma por las guerras de religión durante doscientos años posteriores… ni a los apóstoles por las herejías que surgieron a las pocas primeras décadas. Ese 12 de octubre cambió la historia y el mundo. Esta página no existiría; no habría Latinoamérica (vaya uno a saber qué seria de este territorio)… ni este humilde autor -con sangre tan mezclada- habría visto la luz.
El mundo de uno y otro lado del Atlántico recibió muchos beneficios de ese encuentro y esa integración mutua. Pasarlo por alto es como insultar a Güthenberg por haber inventado la imprenta con la que se producen libros pornográficos.
Todos sabemos que el tema nace de lo ocurrido con los indígenas. El auge del nacionalismo y el primitivismo ha coincidido con la fecha, pues si no, nadie habría pensado que había que olvidarse de las carabelas como de la peste. Entonces, se comienzan a barajar datos fantasiosos. No hay necesidad de aclarar que nadie puede defender las matanzas, ni un solo homicidio, y que ocurrieron muchísimas cosas absolutamente indefendibles, aberrantes, las que, al final de cuentas, eran más leves que las que ocurrían en Europa en esos mismos años. Pero de allí a decir que murieron asesinados indios en cifras que exceden en mucho los mayores cálculos de la población de entonces, hay gran distancia. Pensando un poco, es imposible que se haya matado a balazos o lanzados a tantos millones, aunque sea por razones físicas. Sin que podamos estudiar el tema aquí, los que lo han analizado han comprobado que, donde la población realmente desapareció poco menos fue por causa de las nuevas enfermedades (A lo que los americanos se cobraron la cuenta exportando a Europa la sífilis que, quizá, mató más gente que las plagas europeas en América). Hay muchas otras facetas en un tema muy complejo. Pero esos fanatismos de uno y otro y otro lado -que los indios o los españoles eran ángeles o demonios- son contrarios a la historia, o sea, a los hechos. Que estos sean o no defendibles sólo importa para aprender el cuidado que se debe tener para que no repitamos los errores del pasado.
No sacamos conclusiones ni hacemos resúmenes. Sólo hemos puesto en papel algunas de las cosas aprendidas estudiando los hechos con lecturas de todo color. Al final de cuentas, si no se evangelizó o se evangelizó mal, entonces, a nosotros nos corresponde hacerlo bien.
Apuntes PastoralesVolumen VIII Número 5