Según el Fondo Monetario internacional (FMI), el mundo se enfrenta a la peor crisis financiera desde la década de 1930. Se originó en los países desarrollados y se viven las repercusiones económicas en todo el mundo, incluyendo México. “La situación es excepcionalmente incierta y sujeta a riesgos considerables”, dijo el FMI.
La gravedad del problema ha llevado a los líderes mundiales a dejar de pensar en forma aislada; han iniciado pláticas en busca de un nuevo modelo económico.
En nuestro país vimos con acierto la pronta respuesta del gobierno al presentar un programa mediante el cual se buscará generar un impulso económico nacional. Ante todo esto los evangélicos no podemos quedarnos sin hacer nada, sino involucrarnos, no sin antes considerar que estamos viviendo en los últimos tiempos en que Dios en su misericordia y soberanía está permitiendo estos hechos con el propósito de que la humanidad se arrepienta y se vuelva a él en una relación correcta.
Este propósito incluye a su pueblo, por lo que debemos analizar si nuestra relación con el Señor es la correcta.
¿Damos honra y gloria a él? Reflexionemos. “En las circunstancias actuales la abundancia de ustedes suplirá lo que ellos necesitan”, dice la Biblia en 2 Corintios 8:14. Podemos involucrarnos con este impulso económico, desde la perspectiva de Dios. ¡Somos ricos! Jesús dice a la Iglesia en Esmirna: “Conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico) . . .” (Apocalipsis 2:9). Tenemos una incalculable riqueza espiritual que viene de nuestra relación con Jesucristo y de nuestra lealtad a él.
Ha llegado el momento de que nos unamos y actuemos compartiendo con amor todas las riquezas que tenemos en Cristo, para que el mundo vea en el pueblo de Dios a aquellos de los que decían: “Estos que trastornan el mundo entero han venido también acá” (Hechos 17:6).
Debemos involucrarnos como siervos de Dios que somos. Actuemos como tales en unidad, fielmente, como nuestro Señor Jesucristo quien vino para “anunciar buenas nuevas a los pobres” (Lucas 4:18). Entremos en la economía divina proclamando el Evangelio de Cristo quien “se hizo pobre, siendo rico” (2 Corintios 8:9) para enriquecernos.
Es una riqueza que debemos compartir ante la pobreza de una humanidad sin Dios.
Y que nuestro impulso lleve al mundo a volverse al Creador, para que en paz con él tengan toda la bendición de la economía divina que necesitan.
–David Calderón Díaz , MEXICO.