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Cuando el crecimiento es el premio a la fidelidad

Cuando el crecimiento es el premio a la fidelidad

por Entrevista Especial

¿El crecimiento de la iglesia obedece a ciertos factores? Con el propósito de discernir que contribuyó al crecimiento de la congregación del Centro Evangelístico en San Salvador, El Salvador, Apuntes Pastorales entrevistó a Juan Ángel Castro, pastor de esa congregación. Esta entrevista arroja algunos principios que pueden ayudar a muchas congregaciones.

Una entrevista a Juan Ángel Castro, pastor del Centro Evangelístico en San Salvador, El Salvador



¿En qué punto se encontraba la congregación cuando usted empezó a pastorearla?

El Centro Evangelístico es una iglesia que ha sido de bendición para nuestro país porque siempre ha tenido una visión misionera. Hemos llevado misioneros a muchos lugares del mundo (de hecho, yo he sido uno de ellos). Ha sido una iglesia insignia dentro de las pertenecientes a Asambleas de Dios. Pero también ha sido modelo por seguir para otras congregaciones.

Cuando yo llegué a pastorearla, le pregunté al Señor para qué me traía a este lugar. La congregación tenía cuarenta y cuatro años de historia, sus programas marchaban solos y todo estaba bien ordenado.

Una de las frases célebres que tenemos en la iglesia es que «estamos subidos en hombros de gigantes.» Es decir, si ahora podemos ver mejor hacia el futuro, es porque ellos pagaron el precio. Lloraron, derramaron sus vidas —y aun su sangre— por esta congregación y creo que esos sacrificios allanaron el camino para la estabilidad que hoy disfrutamos. Pero yo sentía además que el Señor nos estaba llamando como iglesia a tomar un nuevo desafío. Y luego entendí que el deseo de Dios no era que conserváramos el estatus quo, sino que avanzáramos hacia nuevas vivencias.



¿Cuáles pasos concretos siguió usted para obedecer lo que Dios le mostraba?

En primer lugar, me di cuenta de que nuestra iglesia era una congregación dirigida por actividades. Teníamos servicios todos los días de la semana pero esto no nos estaba dando un buen resultado. La razón de ese activismo era que la congregación había sido plantada como resultado de una campaña, con reuniones permanentes. Cuando yo llegué, ya esto se había convertido en un sinfín de reuniones dedicadas al «entretenimiento cristiano». Esto también implicaba un desgaste, pues como pastores el estar predicando todos los días de la semana significaba, más que un privilegio, una gran carga. No se era eficaz en el uso del tiempo.

El Señor me mostró que, en primer lugar, debíamos comenzar a hablar un mismo lenguaje. Al parecer, los diferentes departamentos, ministerios y comisiones de la iglesia se habían convertido cada uno en una pequeña congregación, dirigida por el sentir de las personas al frente de ellos. Cada uno actuaba como mejor le parecía y, aunque eran bien intencionados, no había un propósito unificador para todo el cuerpo de Cristo. Mi primera tarea, según lo que entendía me estaba indicando Dios, era llevar a la iglesia a sentir que era una unidad, a trabajar como cuerpo y a usar un solo lenguaje.

El trabajo más intenso lo llevé a cabo con el liderazgo, porque yo estoy firmemente convencido de que todo cae o se levanta con el líder. Si los líderes no apoyan al pastor, entonces no se puede lograr nada positivo. Por esta razón trabajé intensamente con los más cercanos, luego con los que le seguían y así sucesivamente. De esta manera la visión se fue compartiendo como si fuese una cascada.

Los cambios se hicieron lentamente, como ocurre con un barco grande que necesita más tiempo para efectuar sus maniobras. Durante dos años nos dedicamos casi exclusivamente a amar a las personas. Yo clamaba al Señor para que nos diera mucha gracia y que la gente percibiera que estábamos interesados en bendecir sus vidas.

Una vez que habíamos logrado esa confianza, creímos que sería más fácil conducir a las personas hacia los cambios ¡y así sucedió! Nuestro mensaje fue claro: «hemos hecho muchas cosas bien, pero aún tenemos espacio para mejorar».



En lo que a números respecta, ¿dónde estaban hace veinte años y donde están hoy?

Hace veinte años, si la congregación lo hubiera querido, podría haber sido una mega iglesia. Pero la visión de los pastores había sido siempre la de fundar iglesias hijas. Cada vez que se presentaba la oportunidad se cedían miembros con el objetivo de fundar nuevas congregaciones, como si se hubiera estado dando el diezmo de los miembros. De esta forma, hemos tenido la bendición de fundar más de setenta y cuatro iglesias, tanto en nuestro país como fuera de él.

A pesar de que intentamos llevar a cabo los cambios con lentitud, siempre el proceso tuvo un costo porque perdimos personas que estaban acostumbradas a un programa o a una forma en particular. Yo calculo que tal vez, a lo largo de los años, hemos perdido unas trescientas personas. Pero en realidad no lo considero una pérdida en sí misma sino una ganancia para todos, pues si estos hermanos no se sentían cómodos entre nosotros, seguramente encontraron otro lugar donde sí estaban a gusto y ¡el cuerpo de Cristo se benefició!

Gracias a un estudio que hicimos descubrimos que después de estos veinte años 66% de la congregación está compuesta de nuevos creyentes. Además, más de 1.600 personas se han unido a la iglesia como nuevos creyentes y también tenemos hermanos que se han incorporado de otras congregaciones. Hoy, nuestra membresía ronda las 3.000 personas.



¿El crecimiento de la iglesia fue una meta o el resultado de otros fines?

Fue el resultado de otras metas. Yo puedo decir, honestamente, que nunca tuvimos en mente el crecimiento numérico. Lo único que deseábamos era edificar el cuerpo de Cristo y que la iglesia fuera sana. Queríamos tener una iglesia saludable.

Yo tengo la convicción de que cuando un cuerpo está sano lo normal es que crezca. Como El Salvador es una nación tan lastimada, nos propusimos que la iglesia fuera un lugar donde se pudieran sanar las heridas profundas producidas por la guerra, los terremotos y los problemas sociales de la nación. Nos sentíamos también llamados a ser los brazos del Señor Jesús, que se extienden para sanar a aquellos que tocan. En cuanto la gente comenzó a experimentar sanidad en la iglesia, otros heridos comenzaron a acercarse para también ser sanados.

Hemos podido ver familias quebradas o divididas y chicos que andaban en pandillas, todos acercándose para encontrar en la iglesia la familia que nunca tuvieron.



¿Cuál es la característica que más distingue al Centro Evangelístico?

Lo que yo resaltaría como una de nuestras fortalezas es que hay hambre y sed de Dios. Se puede notar que hay vida espiritual en la iglesia. Las personas están dispuestas a crecer y yo juntamente con ellos. ¡Es una iglesia joven en un cascarón viejo! Es decir, por los años que tiene la congregación y por lo antiguo de nuestro edificio somos una congregación vieja, pero la gente tiene un corazón joven, de conquistadores, de victoriosos, de progresistas. Es algo de lo que más me agrada de la congregación.



¿Cómo ha formado a la gente que es parte de su equipo, es decir, a quienes son sus «timoteos»?

¡Yo simplemente usé los recursos que ya estaban en la iglesia! Siempre me ha gustado leer mucho, entonces, comencé a compartir aquello que había bendecido tanto mi vida como mi ministerio personal. Recomendé también libros de autores que han sido para mi vida, sin saberlo, mis mentores a la distancia. Yo veía en estos libros, muchas veces, la descripción de la clase de iglesia que me gustaría ver a mi alrededor, y lo compartía con mis líderes claves (en este momento hay siete líderes a tiempo completo y otros nueve en lo que llamamos una «Comisión Directiva»).

Ahora bien, después de partir de una serie de modelos exitosos, fuimos armando un paquete para la congregación particular en la que Dios nos ha puesto. No fue algo tan planificado, sin embargo. Yo creo que mucho de lo bueno que ha ocurrido en la iglesia ha sido bastante accidental. Como siempre hemos tenido ganas de aprender, Dios ha podido enseñar y guiar con bastante facilidad. Detrás de todo esto hemos podido incorporar a nuestra congregación los principios eternos de Dios, los cuales no cambian. Hoy, la iglesia está sustentada sobre ellos.



¿Qué lección ha quedado grabada como con fuego en su corazón como resultado de los veinte años que ha servido en esta congregación?

Una de las lecciones muy importantes que yo he aprendido es la de estar sujeto a la autoridad. No se puede ser líder si primeramente no se ha sido seguidor. Recuerdo que cuando regresé del campo misionero, luego de diez años de servicio en Ecuador, leí el versículo de Josué: «Moisés, servidor de Dios, y Josué, servidor de Moisés…». En ese momento Dios habló claramente a mi corazón: «te envío a El Salvador para que sirvas al pastor» (la persona que me había invitado a regresar para trabajar junto a él). Y cuando yo llegué a mi país, decididamente me dediqué a ser el escudero de mi pastor. Este ha sido uno de los principios de mayor impacto en mi vida pues estar sujeto a una autoridad moldea el carácter. Yo creo que Dios honra a los que honran los principios de su Palabra.



¿Dónde le ha tocado sufrir como pastor?



Es difícil decirlo, porque en el ministerio se viven muchas experiencias difíciles. Yo creo que lo más fuerte de soportar ha sido aquello que afecta la familia. Hay momentos en los cuales algunas personas no pueden entender la visión o el deseo del pastor de actuar para bien, pero no pueden se dirigen a uno directamente y comienzan a atacar a los hijos, o a la esposa. Creo, sin embargo, que en todo ministerio existen tres cosas difíciles de soportar: la crítica, la oposición y el rechazo. Todos estos, sin embargo, son instrumentos en las manos de Dios para tratar con nuestras vidas.



¿Dónde siente que Dios le desafía hoy, como pastor?



Yo quisiera llegar a ser alguien, como describe la Palabra a David, conforme al corazón de Dios. Sé que Dios va a seguir trabajando en mi vida pues no soy un producto terminado. Lo que puedo ver hacia atrás me muestra que ya he recorrido una parte del camino, pero también que me falta aún mucho más. Necesito seguir aprendiendo, pues creo que los líderes siempre lo hacen.

Una de las cargas ministeriales que tengo es que surjan líderes de cada nueva generación. Yo quiero ser parte de ese proceso en el cual ellos desarrollan todo su potencial. Es más, yo creo que si hay un buen líder, de él tendrán que surgir no seguidores sino otros líderes aun mejores que esa persona. Me impacta David, porque entre sus valientes había hombres dramáticamente transformados por estar con él. Mi anhelo es poder ser de influencia para los demás, hasta que alcancen la estatura del potencial que Dios tiene para ellos.



¿Qué le diría al pastor de una congregación de 80, 100 ó 120 miembros?



Yo le diría que a pesar de estar viviendo en un mundo donde se valoran las mega iglesias y se las ve como el anhelo que todos deberíamos tener, no pierda de vista que Dios le ha puesto allí para ser fiel. Dios no va a premiar la cantidad de números que un pastor tenga en su congregación, sino su fidelidad como siervo. Yo le animaría, por lo tanto, a permanecer fiel porque Dios le bendecirá y honrará por su lealtad a su llamado.

El pastor Juan Ángel Castro es salvadoreño y fue misionero en Ecuador. Actualmente pastorea el Centro Evangelístico en San Salvador, que tiene una congregación de, aproximadamente, 3.500 miembros.


© Apuntes Pastorales, edición abril – junio, 2004. Volumen 21 – Número 3.