Cuando una iglesia no es iglesia
por Jose Young
Estudiando Apocalipsis vemos la carta para la iglesia de Éfeso. Esta inicia con la afirmación del Señor glorificado que camina entre los candelabros, sus iglesias (Ap. 1:13 y 20). Luego, en el verso 5 vemos donde el Señor dice: « si no te arrepientes, pronto vendré a ti y quitaré tu candelabro de su lugar…» (Ap. 2:5)
Hace poco, nuestro pequeño grupo de estudio sobre Apocalipsis llegó a la carta para la iglesia de Éfeso. Vimos que comienza con la afirmación del Señor glorificado que camina entre los candelabros, sus iglesias (Ap. 1:13 y 20). Luego, después de un tiempo de discusión, llegamos al versículo 5, donde el Señor dice: « si no te arrepientes, pronto vendré a ti y quitaré tu candelabro de su lugar» (Ap. 2:5). Y del grupo surgió la pregunta: ¿Puede una iglesia dejar de ser iglesia?
Tengo que confesar que no lo había pensado antes. Pero si el Señor amenaza eliminar a Éfeso de entre sus iglesias, entonces ya no sería una iglesia del Señor. Y recordé que en Apocalipsis 3:16 hay una advertencia parecida. El Señor dijo que sin un arrepentimiento verdadero iba a vomitar a la iglesia de Laodicea de su boca, como algo desagradable e inútil.
Pero surge, entonces, otra pregunta: ¿Qué es una «iglesia»? Tal vez la respuesta parezca obvia para todos, pero me gustaría que reflexionemos sobre las implicaciones de la pregunta.
Creo que todos hemos de estar de acuerdo en que un edificio no puede ser una «iglesia», según el planteo bíblico. La palabra (eclesia) siempre se refiere a un grupo de personas, una asamblea, una congregación. Puede ser conveniente llamar «iglesia» a los edificios donde tenemos nuestras reuniones, pero en realidad no lo son.
La iglesia es gente, personas. Es un pueblo escogido y amado por Dios, su posesión preciada (1 P. 2:9). En un sentido la iglesia sí es un edificio, pero de otra clase. Es un templo santo edificado por piedras vivas donde vive el Espíritu de Dios (1 P. 2:5). Las piedras tienen que estar «vivas», porque si no el edificio sería algo «muerto», lejos de ser un templo del Espíritu.
Tal vez no constituye tanto un problema en la América latina, pero en Europa y los Estados Unidos, por ejemplo, hay muchas congregaciones formadas por piedras «muertas»; grupos de personas que sienten cierta necesidad religiosa, pero que no son hijos de Dios según los criterios que afirman las Escrituras. Son congregaciones con una cierta dosis de cristianismo cultural, pero no son templos del Espíritu de Dios.
Este caso es claro. Aunque sus carteles anuncien «Iglesia tal», no son iglesias sino una suerte de sociedad religiosa. El primer criterio para tener una «iglesia» es tener una congregación de verdaderos hijos de Dios.
Sin embargo, las Escrituras también hablan de la iglesia como un cuerpo con una relación dinámica entre sus diferentes partes. Pasajes como Romanos 12, 1 Corintios 12 y Efesios 4 amplían el tema. Esto implica que ser de la iglesia significa mucho más que simplemente asistir a reuniones.
Hago, entonces, una pregunta delicada. ¿Cuál es la diferencia entre una campaña o un recital y una iglesia?
En la campaña o recital la gente asiste a un programa, se goza de la alabanza y del mensaje, y regresa a sus hogares. Estuvieron juntos un rato, pero la mayoría no se conoce, y no tiene una relación más allá de ese evento.
La comparación debe hacernos pensar. Y tal vez ésta es una de las razones porque muchas congregaciones tienen un éxodo tan grande por la puerta trasera. Bíblicamente ser de la iglesia es mucho más que asistir a un programa religioso, pero si lo que ofrecemos es nada más que eso. ¿Somos realmente iglesia o una suerte de «evento cristiano»?
Las figuras bíblicas de la iglesia (un cuerpo, una familia) implican participación, responsabilidad mutua, compromiso, una vida de comunidad que va mucho más allá de simplemente asistir con otros creyentes a una reunión.
El problema de la iglesia de Éfeso, según el Señor, es que habían perdido su primer amor (Ap. 2:4), y muchos comentaristas piensan que no era su amor hacia el Señor sino su amor hacia los hermanos. Habían sido fieles en juzgar los errores, pero en el proceso llegaron a ser muy legalistas, muy severos. En vez de ser la familia amorosa de Dios habían llegado a ser su juzgado terrenal.
Sin embargo, ¿es ese un problema suficientemente grande como para recibir una advertencia tan severa?
Pues, si escuchamos al Señor, sí. Sabemos bien cuáles son los dos mandamientos principales del Reino (Mr. 12:30, 31), y una profesión de amor hacia el Señor que no está acompañada por el amor hacia los hermanos es una mentira, un autoengaño. Y ellos habían llegado a tal estado que peligraba su existencia como iglesia.
El caso de la iglesia de Laodicea es un poco más difícil. ¿Cuál era, realmente, su problema?
Vemos una iglesia próspera, donde todo andaba bien y no tenían ninguna necesidad. La gente estaba contenta. Sin embargo, aparentemente la prosperidad es peligrosa, porque en cualquiera de sus formas puede distraernos. La búsqueda de «unción», de dones, de sanidad interior, de éxito, de «prosperidad» fácilmente nos distrae de la tarea de conocer más íntimamente a Dios, de caminar más cerca de Él. La advertencia y la promesa a la iglesia de Laodicea (Ap. 3:19, 20) sugieren que necesitaban regresar a una relación personal con su Dios.
Otro pasaje pertinente para los que somos pastores o «edificadores», es 1 Corintios 3:10-15. Por supuesto es una figura; sin embargo el mensaje de Pablo tiene implicaciones serias.
La advertencia de Pablo es principalmente para el constructor, pero en su planteo implica algo acerca de la iglesia también. Porque dice que hay edificios (iglesias) construidos de materiales sólidos que resisten hasta el fuego. Pero que también los hay de cartón y paja, que no son más que una fachada.
Esto implica que sería posible juntar personas, meterlas en un edificio, pero no tener una iglesia. Tendría apariencia externa de iglesia, pero faltarían los elementos esenciales que definen al cuerpo, a la familia de Dios. Si simplemente nos siguen a nosotros, los pastores, y no hemos edificado un templo santo compuesto de verdaderos discípulos de Jesucristo, puede ser que no tengamos nada más que un edificio lleno de paja.
Regreso, entonces, a mi pregunta original. ¿Puede una iglesia dejar de ser iglesia, o simplemente no llegar a serlo? Yo sugiero que sí. Dos casos extremos son las «iglesias» de televidentes o radioescuchas. Puede ser que sean ministerios de valor, pero les faltan casi todas las características mínimas del concepto bíblico de iglesia.
Una iglesia es más que un conjunto de creyentes. Es más que un lugar donde se predica la Palabra y se administran los sacramentos. Es el pueblo dinámico y vivo de Dios, un organismo que vive, un templo santo compuesto de piedras vivas, un cuerpo bien unido entre sí. Si no encarnamos este modelo bíblico en nuestra congregación es posible que no hayamos llegado todavía a ser verdaderamente una iglesia.
¡Son palabras fuertes! Pero también las advertencias a las iglesias de Éfeso y Laodicea lo son.
Concluyo con las palabras de consejo que nuestro Señor dio a esas dos iglesias erradas:
«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias».
José Young reside en Argentina; es escritor, maestro, pastor y director de Ediciones Crecimiento Cristiano.
Apuntes Pastorales Volumen XVII, número 2 / enero marzo 2000. Todos los derechos reservados