Cuatro puntos cardinales en relación con los hijos
por Osvaldo Casati
La comunicación es la entrega más importante y profunda que podemos dar. La relación padres e hijos depende de la calidad de la comunicación. Aquí compartimos orientaciones para mejorar la experiencia diaria de comunicarnos.
Los grados de relación entre padres e hijos pueden pasar por distintos niveles, en los que no sólo deberíamos tomar en cuenta los aspectos afectivos.
Debemos partir, para realizar un análisis útil, de la consideración de la estructura humana.
Somos distintivamente seres racionales, es decir que tenemos el uso de la razón o intelecto para conocer y juzgar. Superamos todo otro ser creado que nos rodea en el privilegio de razonar y entender nuestras decisiones.
En segunda instancia somos seres volitivos. La capacidad de resolver, hacer o no hacer nos faculta para determinar responsablemente nuestras acciones.
Y para completar nuestro análisis no podemos dejar de enfatizar, particularmente porque tenemos una fuerte influencia latina, nuestra condición de seres emocionales. La definición de emoción, estado de ánimo caracterizado por una conmoción orgánica consiguiente a impresiones de los sentidos, ideas o recuerdos, la cual produce fenómenos viscerales que percibe la persona emocionada, y con frecuencia se traduce en gestos, actitudes u otras formas de expresión, nos parece precisa pero menos rica que la propia experiencia que nos lleva a llorar o exaltarnos y que reconoce la ira o la ternura como fundamentos.
Este tríptico que conformamos cada uno de nosotros no está en un perfecto e inalterable equilibrio, sino que en índices diferenciados y variables nos hacen adquirir una personalidad particular y distintiva. Así nos conocen. Así nos relacionamos y desde esa personalidad debemos considerar los cuatro puntos de la relación con nuestros hijos.
Dicha relación que expresa forma de comunicación se manifiesta por cuatro palabras:
ANTIPATÍA
APATÍA
SIMPATÍA
EMPATÍA
ANTIPATÍA:
De la palabra griega antipatheia significa: repugnancia instintiva hacia alguien.
Parece incongruente la experiencia de ser padre y el de sentir antipatía a los hijos. El afecto instintivo que provocan las criaturas debería estar totalmente reñido con toda forma de rechazo o agresión, sin embargo la realidad y crueldad de esta situación será ampliado en nuestro próximo número de Los Temas «Contrato contra los niños».
Como aclaración en la experiencia familiar se puede expresar antipatía sin agresión física. El desdén, el silencio, la crítica despiadada, la confesión pública de ser un hijo no deseado, etc. pone en evidencia la existencia de antipatía y el niño es altamente sensible a toda forma de agresión.
APATÍA:
(Latín apathian) Impasibilidad del ánimo, falta de energía y compromiso, indiferencia. La relación padres e hijos es activa. Mejor entendido, interactiva. Es normalmente una relación de ida y vuelta. Por lo tanto requiere la participación de dos. La ausencia de participación de una de las partes entraña un serio riesgo en la relación.
Es típica la evidencia de drogadependencia en una actitud apática frente a la realidad. El sentido etimológico de la palabra «droga» es engaño, mentira. Y una gran equivocación es ignorar la presencia, las necesidades y los problemas de un hijo.
Los justificativos surgen desde un enfoque sociológico. Hemos pasado de la sociedad primaria, con amplia relación entre sus componentes, a la sociedad secundaria que invierte mucho tiempo en viajes restándolo a las relaciones humanas con vecinos, familiares, etc. Menos tiempo y más cansancio mental y stress termina bloqueando el interés por los otros, aún cuando los otros sean los hijos. Un trueque habitual y equivocado es cambiar o cubrir la apatía por dinero o bienes. Ningún regalo reemplaza el valor de un beso paterno o el tiempo de una conversación sincera. La apatía no lastima exteriormente, agota interiormente.
Es probablemente el mayor enemigo de la relación padres e hijos de nuestro tiempo. Tiene tendencia a crecer en la medida que las ciudades crecen, las distancias se prolongan, las horas de trabajo aumentan en la búsqueda de mantener el nivel de vida, los horarios de los integrantes de la familia se desencuentran más y más.
SIMPATÍA:
La actitud afectiva hacia una persona, generalmente espontánea y mutua, se supone como la adecuada para la relación padres e hijos.
La simpatía es el mayor acercamiento exterior que podemos lograr. Significa quedar al borde de la piel del ser querido. Es mirarse a los ojos. Es estar frente a frente muy de cerca. Crea diálogo, comprensión, sinceridad.
Indudablemente un porcentaje mayoritario de los padres desea una relación de esta naturaleza con sus hijos.
EMPATÍA:
Una palabra de poco uso que explica el estado mental y emocional por el cual se produce una profunda identificación con el estado de ánimo de otra persona.
Si la simpatía nos deja al borde de la piel, la empatía nos introduce debajo de la piel de la otra persona.
Los indígenas estadounidenses de la tribu de los navajos lo grafican muy bien al decir: «Antes de juzgar a un hermano debo caminar tres lunas en sus mocasines».
Significa entender y sentir lo que él entiende y siente. Es ver con sus ojos. Probablemente no dará razones para justificar actitudes o expresiones pero permitirá entenderlos.
La histórica y conocida «crisis generacional» en la que los hijos comienzan a cuestionar a los padres tiene en nuestros días condimentos muy amargos.
Desde el riesgo de desastres nucleares hasta lluvia ácida y otras desagradables manifestaciones de contaminación ambiental o desde el SIDA hasta las múltiples formas de drogadicción, por mencionar sólo unos pocos problemas que afrontan nuestros hijos y que no eran conocidos ni imaginados por la mayoría de los lectores de estas líneas.
Nuestra ignorancia de las presiones que representan, la falta de una respuesta adecuada a sus consecuencias no puede solucionarse con apatía ni aún con la mayor simpatía.
El amor nos enseñará a vivir la relación con nuestros hijos a través de una empatía cotidiana, sintiendo lo que ellos sienten.
No se aprende en un curso, no se logra en un instante. Es el fruto de una relación inteligentemente cultivada, voluntariamente sostenida y emocionalmente sentida.
Es esta la piedra angular de una comunicación eficaz entre padres e hijos
PARA UN BREVE ANÁLISIS
Raciocinio:
¿Planeamos nuestra familia?
¿Consideramos sus posibles necesidades?
¿Estudiamos los conflictos que podrían surgir?
Voluntad:
¿Llevamos adelante los objetivos planeados?
¿Cumplimos las promesas que hicimos?
Emociones:
¿Compartimos nuestros sentimientos con nuestros hijos?
¿Les explicamos nuestras tristezas o enojos?
¿Les hacemos notar claramente nuestro afecto?
Antipatía:
¿Nos enoja el llanto de los niños?
¿Nos avergüenza alguna incorrección realizada en público?
¿Castigamos física o verbalmente a nuestros hijos en público?
¿Nos molesta que obtengan notas reprobatorias en la escuela?
Apatía:
¿Carecemos de tiempo para escucharlos?
¿Ignoramos quienes son sus compañeros y amigos?
¿Nos preocupan los lugares que frecuentan y los horarios en que regresan?
Simpatía:
¿Conocemos sus gustos?
¿Les dedicamos tiempo para que nos cuenten sus sueños y preocupaciones?
¿Estimulamos su desarrollo espiritual y cultural?
¿Respetamos su vocación?
Empatía:
¿Nos entendemos con la mirada?
¿Sufrimos sus frustraciones?
¿Nos adelantamos o conocemos de antemano sus deseos o necesidades?
Realizando un análisis objetivo, la solución a nuestras debilidades comenzará a través de una práctica activa del amor. Entendemos por amor no la pasión emocional, sino la esencia del evangelio que nos enseña «que de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito».
Debemos dar: tiempo, atención, interés. DAR.
El amor no se declama, se expresa.
La ilustración humorística del novio que escribía a su amada diciendo:
Por ver tus hermosos ojos atravesaré las montañas más altas.
Por contemplar tu sonrisa cruzaré los más caudalosos ríos.
Por estar junto a ti lucharé contra todos los que se interpongan.
Te amo profundamente.
Osvaldo.
P.D.: Hoy no te visitaré porque está lloviznando.
Ni regalos, ni declamaciones, AMOR. Esa es la clave de una adecuada relación entre padres e hijos.
Y como apéndice
LOS CUATRO ESTADIOS DE LA COMUNICACIÓN
INTRAPERSONAL: La comunicación consigo mismo. El autoanálisis. El oír la conciencia. Es el medio de lograr un balance racional de nuestros pensamientos, dichos y hechos. Es saludable, pero difícilmente es ecuánime.
INTERPERSONAL: De persona a persona. De corazón a corazón. Es dialógica. Es de ida y vuelta. Es la comunicación ideal.
GRUPAL: De una persona a un grupo (maestro y alumnos) o entre varios, como si fuera el estallido intermitente y poderoso de los átomos en una reacción en cadena. (La familia conversando durante el almuerzo).
MASIVA: La que genera un emisor (conferencista, orador, comunicador social) frente a una vasta audiencia, sea visible (porque los oyentes están físicamente frente a él) o invisible (porque le captan por radio o televisión).
En la experiencia padres e hijos, se pueden aplicar las tres primeras experiencias: intrapersonal, interpersonal y grupal.
La buena comunicación se estudia, se planea, se perfecciona.
En forma íntima podemos analizar cuanto primaron nuestras emociones en la comunicación con nuestros hijos. Qué grado de racionalidad se manifiesta en nuestra comunicación. Cuánto cumplimos nuestras promesas o amenazas, etc.
Con todo, la comunicación más eficaz es la que se realiza de padre/madre a hijo y viceversa.
La parte más difícil de la comunicación es el saber escuchar. Diversos mecanismos tales como impaciencia, ira, incomprensión, etcétera, nos impiden entender el mensaje implícito o encubierto que nuestro hijo desea plantearnos. El siguiente test puede ser útil para un análisis personal.
1. ¿Te buscan tus hijos con frecuencia para conversar y plantearte sus problemas?
Sí
No
Si es así, es muy probable que los escuches con empatía.
2. ¿Los interrumpes o refutas con frecuencia?
Sí
No
Si es así, estás rebatiendo sin haber escuchado realmente lo que tu hijo/a tiene que decirte.
3. ¿Te anticipas a lo que tu hijo/a va a decir o a lo que tú vas a responderle cuando haya terminado?
Sí
No
Si es así, una conversación se convierte en dos monólogos en vez de un diálogo.
4. ¿Sientes que se levanta una barrera entre ti y tu hijo/a cuando se mencionan ciertas ideas, palabras, nombres, costumbres o prácticas?
Sí
No
Si es así, eres víctima de tus propios prejuicios o emociones. El buen padre sabe escuchar aún cuando no esté de acuerdo en todo.
5. ¿Confundes la apariencia de tu hijo/a o su modo de expresarse con la calidad de sus ideas o de su vida?
Sí
No
Si es así, debes reconocer que eres apresurado/a en tus juicios y proponerte cambiar.
6. ¿Cuánto puedes recordar de una conversación con tu hijo/a, de una charla que hayas tenido recientemente?
Nada
Poco
Regular
Mucho
Si analizas sinceramente podrás tener la mejor evaluación de tu capacidad para escuchar bien.
7. ¿Estás interesado/a en escuchar?
Sí
No
REALMENTE ESTA ES LA PREGUNTA MÁS IMPORTANTE
El que sabe escuchar bien, quiere escuchar porque tiene interés y amor por los demás.
Y la comunicación familiar interactiva, dinámica debe ser alentada para lograr una sana relación de todos sus componentes.
Escuchar aún a los más pequeños respetando y contestando sus opiniones.
Priorizar el diálogo sobre la televisión o la programación radial que suelen ser los responsables de encuentros mustios, melancólicos o incómodos porque un «ajeno» toma el centro de la atención.
El niño tiene dos maneras de sentirse bien, dice Maurice E. Wagner en su libro «La sensación de ser alguien» (Editorial Caribe, pág. 77), una es la de sentirse bien atendido, la de estar contento. En esto sus apetitos y apetencias priman para procurar imponer su voluntad. La otra es sentirse amado. Ambas confluyen cuando el pequeño es confortado por sus cariñosos padres. Y una de las más importantes muestras de amor es escuchar y responder. En definitiva, comunicarse.
© Apuntes Pastorales, 1992.
Los temas de Apuntes Pastorales. Volumen 1, número 3. Todos los derechos reservados