Cuidado: ¡Que no le saquen tarjeta roja!
por Luis McBurney
El pastor y el peligro sexual
Todos quedamos sacudidos al escuchar que ese pastor, bien respetado, había caído en adulterio. «¡Qué idiota!», pensamos, «Yo nunca haría algo así». Y lo decimos con tanta seguridad como con cualquier otro compromiso que hayamos hecho, pero no son pocos los que pensaban así y asimismo se les debió «sacar tarjeta roja», como hacen con el jugador de fútbol que queda descalificado.
Casi todos los pastores que he aconsejado y que se encontraban enredados en infidelidad sexual, habían tenido la misma confianza. Sólo dos reconocieron buscar concientemente la aventura. Uno de ellos se cuestionaba seriamente su masculinidad y buscaba probarse a sí mismo a través de repetidos encuentros sexuales. El otro era un enfermo que usaba compulsivamente a los demás gozándose en ello o aprovechándose de diferentes maneras, aun sexualmente.
¿Qué descarriló a los otros? ¿Qué los llevó a caer a estos hombres, tan seguros de que nunca les pasaría? Si bien no estaban confundidos con su identidad sexual ni eran enfermos, sí descuidaron algunos principios importantes, así como indicios cruciales que les advertían del peligro.
RECONOCIENDO NUESTRA VULNERABILIDAD
Los hombres en el ministerio son vulnerables, especialmente a la tentación sexual; su tarea está en lo que es una subcultura mayormente femenina: la iglesia. Desde ya, su presencia en el trabajo los expone a potenciales romances o relaciones sexuales. Además, nuestro mundo está removiendo rápidamente los impedimentos a la involucración sexual. Tanto hombres como mujeres son alentados a «encontrarse a sí mismos» a través de encuentros sexuales. Tal vez alguna mujer en tu iglesia juguetea con esa idea, o contigo.
Otra razón que incrementa la vulnerabilidad es la similitud entre espiritualidad y sexualidad. En ambas se bajan las barreras personales, se estimula la intimidad; el ser abiertos, vulnerables y experimentar profundamente las emociones crecientes forman parte de ambas. Algunos individuos comparan sus momentos de profundidad espiritual con la culminación sexual. Ambas proveen una respuesta intensa, una pérdida de egoísmo, un sentido de unidad con aquellos con quienes compartimos la experiencia.
Nuestro carácter pastoral también nos hace más vulnerables. Como personas sensibles, cuidadosas y generosas nos parecemos a un cálido living para. el solitario y el dependiente. Miles de personas, solas y aun casadas, buscan la intimidad. La mayoría de las mujeres casadas identifican como mayor problema conyugal la insensibilidad de sus esposos a sus necesidades emocionales. Esto las desespera y buscan una compañía con quien poder conversar y quien las escuche.
El pastor es el modelo del esposo. Puesto que no hablan de esto lo suficiente con nuestras propias esposas, las mujeres de la iglesia nos ven «ideales», fuertes y capaces, gentiles, cálidos y cariñosos. Aun la iglesia nos alienta a ser esa persona sensible a las necesidades de las personas, grupo que incluye a muchas mujeres solas y cuya actividad en la iglesia suele ser un disfraz de su hambre por atención y afecto. Tanto nuestra calidez como nuestro llamado nos predisponen al peligro.
En mi experiencia he identificado otro peligro: la seducción del dominio. Algunas mujeres alimentan un profundo odio por los hornees y una compulsión por ganar el control sobre ellos. Frecuentemente han sido rechazadas o abusadas por sus padres. A menudo aprenden durante la niñez y adolescencia que la sensualidad es un arma efectiva. Conciente o inconscientemente, forman patrones de conquistas mientras que aparentan ser mujeres indefensas que necesitan un hombre fuerte que las cuide.
¿Qué hombre no es sensible de ayudar a una damisela en problemas? Sin embargo, muchos pastores que han corrido al rescate se encontraron seducidos, expuestos y expulsados «de la cancha» en corto tiempo. La «indefensa damisela», algunas veces, cosecha el amor y la compasión de la iglesia. Ella planea su próximo asalto mientras que el confiado ministro está aún tratando de quitarse el alquitrán de las plumas. Ella fue la «infeliz víctima» de los avances sexuales de los últimos tres pastores. Todos han dejado sus ministerios nulos y en desgracia.
El pastor es el blanco que atrae a esta clase de mujeres. Ella puede exteriorizar su hostilidad hacia los hombres en general a través de un hombre de Dios, su hostilidad hacia la figura de autoridad o la del padre y aun hacia Dios el Padre. Este juego le da un gratificante sentido de poder. De esa forma prueba que el hombre es débil e inadecuado.
Tamben es delicado el que nosotros conozcamos nuestra propia vulnerabilidad. Sólo yo soy cabalmente conciente de mis pensamientos e impulsos sexuales. Puedo tener frustraciones en la intimidad marital o dudas acerca de mi potencia. Puedo encontrar ciertas características físicas femeninas muy tentadoras y al pasar por la transición de la edad madura pueden aparecer preguntas sobre lo que estoy perdiendo o sobre cuánto tiempo más continuaré funcionando exitosamente. Cualquiera de estos temas contribuyen a que sea vulnerable a una aventura.
MANTENIENDO NUESTRA SEGURIDAD
Teniendo en cuenta nuestra vulnerabilidad, ¿cómo nos protegemos?
Primeramente, si estamos casados, debemos mantener bien nuestro matrimonio; tener una aventura romántica con quién es nuestro primer amor, poniendo algo de nuestra creatividad para reavivar esos fuegos de pasión. La mayoría de los que cayeron en problemas habían permitido que su matrimonio se convirtiera en algo aburrido, insatisfactorio y hasta enemistose.
Di la verdad; ¿Esperas con gozo el momento de estar con tu esposa en casa? ¿Te deja saber que eres para ella el hombre más maravilloso del mundo? ¿Enciendes su vida de una manera especial? ¿Enciende ella la tuya? ¿Te encuentras a veces en tu trabajo fantaseando con tu amada en casa? Tal vez necesitamos cortejar un poco más a ella, nuestra mejor novia.
Sin ninguna duda, el estar enamorado de nuestra esposa es la mejor defensa contra una aventura amorosa. Si no lo estamos, puede llevar meses de cortejo creativo y enérgico para reavivar el fuego, pero debe ser hecho sobre lo construido, sobre lo mejor de nuestra historia conjunta y no necesariamente sobre nuestros actuales sentimientos.
La segunda defensa: Revalorar nuestra actitud sobre el enamoramos. Una senda hacia el pecado sexual es la noción de que los sentimientos no son solamente lo más importante, sino totalmente incontrolables; simplemente los sientes. Una historia que escucho con frecuencia sobre pastores que cayeron en adulterio es: «No tenía intención de involucrarme con ella, pero súbitamente nos dimos cuenta de que estábamos profundamente enamorados». Hace aparecer las cosas como que, inocentemente, él paseaba durante un día soleado y repentinamente lo atrapó una tormenta. Una vez descubierto, él se encuentra embebido hasta la médula y sin poder secarse. En realidad, se siente tan bien que no quiere secarse. Está feliz de haberse olvidado el paraguas.
Confieso que me gustan las mujeres. Las encuentro excitantes, divertidas, intrigantes, agradables a los sentidos, y a menudo mejor compañía que un hombre. Sospecho que muchos de ustedes pueden hacer la misma confesión. Sintiéndome así, podría enamorar me de diferentes mujeres cada día si permitiera que mis sentimientos reinaran libremente. Pero no lo permito, sino que mantengo una cuerda firme alrededor de mis sentimientos.
Otra precaución: Una común influencia te dice que puedes enamorarte genuina y enteramente de dos personas a la vez. Esa racionalización pretende darme permiso para que me enamore de otra mujer sin admitir que soy infiel a mi mujer. ¡No lo creas! Las palabras de Jesús, las que dicen que tu corazón estará donde esté tu tesoro, se aplican tanto a la relación romántica como al Reino. Cuando comenzamos a invertir energía emocional, acumulamos tesoros en el objetivo de nuestra atención. Nuestro corazón lo seguirá. No debemos mentirnos; debemos tener control sobre dónde ponemos nuestro tesoro. Cuando nos encontramos considerando hacer algo especial en función de otra mujer, debemos redirigir esa energía hacia nuestro matrimonio.
Una tercer defensa: Esquiva cualquier cosa que no sea del todo transparente. He aprendido a ejercitar cuidado cuando estoy a solas con una mujer. Largos períodos a solas no sólo levantan sospechas sino que pueden dejamos vulnerables ante falsas acusaciones o una tentación muy intensa. Cada vez que mi compañero de la universidad salía para una cita, me pedía que orara para que pudiera resistir la tentación. Naturalmente, él buscaba «exponerse para desarrollar su fuerza espiritual». Esa no es una técnica recomendable para construir defensas en el ministerio.
Un pastor me contó que una joven y atractiva mujer comenzó a asistir a su iglesia. Era una nueva cristiana pero pronto descubrió su sórdido pasado. Tenía muchos problemas y comenzó a solicitar su consejo. A causa de su trabajo sólo podía asistir a la iglesia por la tarde, después del horario en que estaba la secretaria pastoral. Al principio él dijo que no podía atenderla, pero ella fue tan persistente, con tal necesidad, y parecía tan dulce y sincera que él finalmente accedió. Bajando la guardia gustó la ruina.
Sola, con él, en la oficina pastoral, cerró la puerta y las cortinas. Antes de que él se diera cuenta de lo que pasaba, ella se había sentado sobre sus rodillas, desabrochando su blusa y exponiéndole sus pechos. Lanzándose sobre su cuello le confesó su deseo abrasador por él.
Ahora, mientras imaginas la subsiguiente situación, déjame decirte que no fue un sueño. El sucumbió, pero declaró que no lo permitiría nuevamente. Ella lo amenazó que contaría a todos lo sucedido si él no continuaba viéndola. De todos modos comenzó a contárselo a todos, a su esposa, a los miembros de la iglesia, y finalmente a uno de los ancianos. El consejo lo confrontó y «le sacaron la tarjeta roja». Su esposa casi lo abandona; afortunadamente reconoció la patología de esta mujer y perdonó a su tonto marido. Tuvieron que reconstruir todas sus vidas y la culpa casi lo destruye totalmente.
Simplemente tenemos que esquivar toda apariencia de maldad. No importa cuan segura o inocente parezca una situación, todo puede cambiar en un pestañear de ojos.
Sin embargo, las seducciones agresivas como las de este tipo son inusuales. A menudo necesitamos mantener la guardia alerta contra patrones más sutiles. La historia más común de infidelidad, la que más se repite, involucra a alguna atractiva y comprometida creyente que busca consejo para sus problemas de matrimonio. Ella no es ni seductiva ni enferma, es solícita, saludable, mujer sensible, en quien el pastor no ha notado una elegante belleza. Ella está sola y descuidada por su marido, quien no se comunica con ella. El pastor la escucha y ella lo aprecia por ello. Comienza a mostrar su gratitud de diferentes maneras, particularmente con sus elogios. Eso hace sentir bien y el pastor comienza a disfrutar de su atención y afirmación. Gradualmente él se da cuenta de lo profunda que es ella.
Esta es la crítica encrucijada: puede permanecer como una relación profesional (y un peligro constante y latente) o deslizarse directamente hacia una aventura romántica. Es un punto decisivo. O ponemos límites en el tiempo con ellas, nos cuidamos de sus fantasías románticas (y de las nuestras), involucramos al esposo en el aconsejamiento (y si es necesario derivándolos a otro profesional) y evitamos compararla con nuestra esposa; de lo contrario, podemos cometer un costoso error.
Una conducta decididamente peligrosa y completamente consciente comienza en este punto. Puede aparecer justificada, inocente y aun útil. Nos podemos convencer que sólo estamos identificando con nuestra aconsejada pero es una elección fatal. El error drástico es compartir con ella nuestras profundas heridas y las áreas de desacuerdo en nuestro propio matrimonio. No conozco otra cosa que desvíe la dirección de una relación tan dramáticamente. Luego no soy más un útil e interesado consejero; me convierto en un hombre solo que necesita su amor. Es tan destructivo como decisivo.
Todas las barreras desaparecen, consejero y aconsejada se centralizan en las necesidades mutuas. Una intensa energía fluye en la relación. Los dos sienten que están destinados uno para el otro, este amor es tan perfecto que debió ser ordenado por Dios (una racionalización muy frecuente). Tales sentimientos son tan abrumadores que la involucración sexual es una consecuencia natural. Lo que comenzó como una relación profesional inocente se consume sin poder controlarse. Están poseídos.
SEÑALES EXTERNAS DE PELIGRO
En cualquier punto de la trayectoria hacia la destrucción podemos retroceder y escapar, si nos damos cuenta del peligro y si comprendemos cuáles serían las consecuencias desastrosas. Necesitamos reconocer precavidamente las señales que indican un ataque del corazón y hacerlo rápidamente audible. A continuación, doy algunos de esos indicios que he observado en la práctica.
Creciente dependencia. Ella puede expresarla de diferentes maneras. Mediante legítimas crisis que demandan nuestra atención; también puede presionar para que tomemos decisiones por ella o que demos nuestra aprobación a lo que ella hace.
Halagos. Todos nosotros somos vulnerables al elogio, y especialmente si no recibimos los suficientes en casa. Un pastor me contó su dificultad en elegir entre ir a su casa y escuchar sólo críticas o estar con la otra mujer quien lo comprendía y admiraba.
Quejas sobre su soledad. Ella podrá confesar que ahora su soledad es mayor porque conoce el significado de la compañía. Ahora ella escapa al dolor con el pastor. El es el único que ha hecho esto por ella. ¡Qué anzuelo!
Haciendo regalos. No importa cuan trivial sea el regalo. Ella piensa en mí y en cómo hacerme feliz.
Contacto físico. Este comienza generalmente de manera inocente, suaves empujones en una sala llena de gente o un leve toque de su mano sobre el brazo. Luego vendrá el acomodarle la corbata o sacudir el polvo de su hombro, pero puede crecer a un abrazo de gratitud o un «beso santo» que sólo comunica afecto de hermana.
Esto no se aplica al contacto físico con todas las mujeres. Tú conoces la diferencia tanto como yo. Soy muy cuidadoso en tocar a algunas mujeres, tanto por señales de su parte como por sentimientos de atracción de mi parte. No obstante hay muchas otras a quienes puedo abrazar sin problemas.
Otros comportamientos seductivos. Presto atención a cómo se viste una mujer. Si usa perfume, si hace sutiles sugerencias o bromas sobre mi irresistibilidad como hombre, o mensajes que indican su disponibilidad (aun para cosas «santas») cuando su esposo no está. Ella puede llegar a contarnos sus sueños sobre nosotros mismos en situaciones románticas.
He aprendido a colocar estas banderas rojas por mi propia seguridad.
SEÑALES INTERNAS DE PELIGRO
Estas señales, como otras, también pueden esconderse en mí. En este caso necesito tomarme un tiempo para reordenarme y no cometer un grave error. Por ejemplo:
Pensar en ella. Primero puedo racionalizar que esto es un interés profesional en sus problemas, pero lentamente el foco se desvía de sus problemas a su persona. Necesariamente esto no implica sexo. En realidad involucra las características de su personalidad y su manera de conducta; sentimientos agradables construidos alrededor de una nueva relación positiva. Es natural disfrutarla y comenzar a reflexionar sobre la experiencia.
Compararla con mi esposa.
La otra mujer siempre posee algunas ventajas respecto de nuestra esposa. Es algo nuevo, diferente, siempre se ve bien. Está bien arreglada, irradia buenas ondas y no demanda nada. Se ríe de mis bromas y piensa que soy fascinante. De repente, los errores de mi esposa comienzan a hacerse enormes. Esto ya es grave cuando, eventualmente, le digo a mi esposa que podría parecerse un poco a la Sra. Pérez.
Buscar excusas para estar con ella.
Probablemente, primero será en situaciones grupales. Generalmente en el contexto de la iglesia. ¡Es asombroso cómo de repente el ministerio juvenil y su comité se vuelven tan significativos!
Comenzar a tener fantasías sexuales con ella.
Pueden ocurrir mientras estoy trabajando en la oficina o mientras la estoy mirando en la reunión. Aparecen como imágenes de masturbación o se introducen dentro de la intimidad marital.
Planear situaciones para estar a solas con ella.
Planear el estar en grupo es una cosa, pero inventar caminos para estar a solas es otra cosa. Invariablemente esto se da por un grado de decepción. Se comienza mintiendo a la esposa y a la secretaria, o aun a los diáconos. Las mentiras se multiplican y las excusas prefabricadas son más frecuentes. Le sigue una creciente irritabilidad hacia las demandas de atención o la expresión de sospecha de la esposa. ¿No es interesante que me muestre resentido por el clamor legítimo de afecto de mi esposa? Es como que ella se ha convertido en una intrusa en mi vida privada. O, lo más farsante: «¿Qué motivos te he dado?».
De hecho nuestras esposas son nuestros escudos protectores más importantes. En general, ellas son las más sensibles a la amenaza de su territorio por parte de otra mujer. Nosotros podemos ser inconscientes a los primeros signos no verbales o pueden adulamos tanto que no queremos que dejen de hacerlo. Si aprendemos a escuchar a nuestras esposas, nos podrán salvar de que nos involucremos demasiado en una relación potencialmente destructiva.
Desear compartir mis problemas matrimoniales con ella.
«Mi esposa tampoco es sensible a mis necesidades. No es una buena compañera sexualmente. No me entiende como persona o no me muestra el respeto que merezco». Cuanto más me quejo de mi pareja, más infeliz me sentiré en mi matrimonio, y la otra mujer aparecerá más atractiva. Para complicar más la cosa, la otra mujer probablemente tiene cuidado de mí y estará peleando para mantener separados de su romántica atracción sus instintos maternales. Es una situación perdida.
El problema de adulterio es tan dificultoso como reales sus riesgos. ¿Por qué tantos ministros seriamente comprometidos caen en él? Ya hablamos de que la vulnerabilidad de nuestra posición y el efecto poderoso de los sentimientos nos llevan a él.
Solamente estando alerta a la posibilidad del problema, manteniendo nuestro matrimonio vital y creciente, y mirando por las señales de peligro podemos estar seguros de sobrevivir. Podemos hacerlo, pero somos nosotros quienes debemos elegir.
Apuntes Pastorales
Volumen V Número 4