Dando la espalda al pecado y la esclavitud, parte II
por Ministerios Alfa y Omega, Inc.
Sermón basado en 1 Juan 3:4-9
Punto 2. (3.5) La muerte de Cristo para liberarnos del pecado: Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a este mundo para pagar por nuestros pecados. ¿Cómo puede ser esto posible? ¿Cómo fue que Cristo pagara por nuestros pecado para que Dios nos aceptara? Lo hizo al vivir una vida sin pecado. Fíjese en las palabras del pasaje: «en él no hay pecado». Cuando Jesucristo vino al mundo, como humano, vivió una vida sin pecado.
Jesús era perfectamente justo, mejor dicho, era la justicia personalizada. Aseguró la justicia perfecta e ideal. Por eso, como el Hombre Ideal, cualquier acto que hizo pudo mantenerse y cubrir a los hombres. ¿Qué quiere decir esto? Pues sencillamente que Dios aceptó la muerte de Jesucristo como sacrificio perfecto para nuestros pecados.
Cuando creemos realmente en Jesucristo, Dios toma el sacrificio de su Hijo como si fuera nuestro. Ya no ve nuestros pecados porque Cristo los cargó y murió por ellos. Por esa razón, son removidos de nuestro ser y Dios nos ve libres de pecado. Los pecados han desaparecido por siempre porque Cristo los cargó y murió por ellos. Consiguientemente, al estar libres de pecado, Dios nos ha aceptado de nuevo.
Este es el gran amor de Dios para los hombres: el haber entregado a su Hijo para que muriera por los pecados del mundo. Si una persona ama realmente a Dios, entonces esa persona se postra con adoración humilde ante el Hijo de Dios. El o ella ama a Dios porque Dios sacrificó a su propio Hijo para salvarlo. La pregunta clave para probar nuestro amor a Dios es: ¿le hemos dado la espalda al pecado por el Hijo de Dios? Juan 3.1617; 2 Corintios 5.21; 1 Timoteo 1.15; Hebreos 9.28; 1 Pedro 1:18-19, 2.24; 1 Juan 3.5
Punto 3. (3.67) La evidencia de la liberación: Una persona permanece en Cristo si le ha dado la espalda al pecado. Cuando aceptamos a Jesucristo como nuestro Salvador, empezamos a permanecer en él. Recuerde que permanecer quiere decir habitar, continuar, morar, reposar en Cristo. Significa vivir, mover y tener nuestro ser en Cristo (en todo lo que él es y lo que nos ha enseñado). Fíjese en estos tres aspectos:
- Si permanecemos en Cristo, dejamos de pecar. Si realmente hemos aceptado a Jesucristo como nuestro Salvador, lo amaremos porque murió por nosotros. Cristo pagó un precio tan grande por nuestros pecados que queremos agradarle. No deseamos hacer algo que lo dañe o le cause dolor; por eso, hacemos todo lo que podemos para complacerlo. Lo mejor que podemos hacer es darle la espalda al pecado y empezar a permanecer en Cristo. Nuestro deseo no es caminar en pecado sino apartar y romper con el hábito de pecar. Ahora todo es para Él, porque nuestros corazones y vidas le pertenecen a aquel que nos amó tanto que hasta entregó su vida por nosotros. Esta es la prueba para saber si amamos o no a Dios: ¿Hemos aceptado a Cristo como el Redentor de nuestros pecados? ¿Estamos permaneciendo, viviendo, moviéndonos y teniendo nuestra vida en él, en todo lo que es y en todo lo que enseñó? ¿Le hemos dado la espalda al querer practicar y vivir en pecado?
- Si pecamos, entonces no hemos visto ni conocido a Cristo. Esto quiere decir que tenemos que ser perfectos para que seamos rescatados del pecado. En griego significa que si seguimos pecando y pecando, entonces realmente no conocemos a Cristo. Un creyente verdadero sigue cometiendo faltas y pecados porque continua siendo de carne y hueso; por eso, no puede dejar de peca, al menos no todo el tiempo. Sin embargo, el pecado ya no domina su vida y ya no mantiene su mente en las comodidades, placeres y posesiones de esta vida. Ahora su centro es Jesucristo, Su justicia y Su salvación. Da de lo que él es y tiene con el fin de alcanzar más personas para Cristo y ayudar al mundo en sus difíciles necesidades. Continua trabajando por la justicia y amor para este mundo. Pero recuerde que aquella persona que continua en pecado es porque su centro sigue siendo el mundo, sus placeres y posesiones, esa persona no ha visto ni conocido a Cristo. En el momento en que una persona ve Jesucristo (cuando realmente le conoce), el o ella centra y entrega su vida al Hijo. Le da la espalda al pecado y sigue a Cristo. Permanece en Él, vive, mueve y tiene su vida en Él y en todo lo que enseñó.
- No nos pueden engañar en la cuestión del pecado y la justicia. Muchos creen que son salvos y agradables ante Dios porque han
- enseñado acerca de Cristo
- sido bautizados
- formado parte de una congregación
- asistido a la iglesia
- estado en comunión con otros cristianos
- leído la Biblia
- orado
Estas personas piensan que si hacen todo esto pueden vivir como les place. Creen que por hacer esto pueden continuar buscando y disfrutando de algunos de los placeres, comodidades y posesiones del mundo. Además, piensan que Dios los seguirá aceptando. Sin embargo lea el siguiente versículo: «Hijitos, que nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo.» 1 Juan 3.7
La única persona que es agradable ante Dios es aquella que vive rectamente, quien sigue la justicia de Jesucristo. La demanda de Cristo es clara: «Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.» Cualquier persona que siga a Jesucristo tiene que negarse a sí mismo; tiene que vivir para Él. Tiene que entregar todo lo que él es y todo lo que posee para vivir rectamente. Y esto significa no sólo vivir pura y limpiamente sino que también tratar a los demás justamente, alcanzar y ayudar a otras personas, darles todo lo que somos y poseemos para auxiliarlos. Significa no ser injusto al acumular y guardar más de lo que necesitamos. Significa dar y vivir en sacrificio para ayudar aquellos que están muriendo porque no pueden satisfacer las necesidades básicas de la vida. Quiere decir sacrificar todo con el fin de anunciar el glorioso mensaje de salvación que libra del pecado, muerte y juicio. 1 Juan 3.7; Mateo 5.20; Romanos 10.3; 1 Corintios 15.54; Filipenses 1.11; 1 Timoteo 6.11; Tito 2.12; 2 Pedro 3.11; 1 Juan 3.6; 2 Juan 1.9
Usado con permiso,
COPYRIGHT © 1991 by Alpha-Omega Ministries, Inc.